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María Enríquez de Luna

Biografía

Enríquez de Luna, María. Duquesa de Gandía (II). ¿Medina de Rioseco? (Valladolid), c. 1474 – Gandía (Valencia), c. 1537. Noble, monja clarisa, mecenas.

Hija de Enrique Enríquez de Quiñones (quien era hijo de Fadrique, II almirante de Castilla y hermano, por tanto, de Juana, la madre de Fernando el Católico; fue almirante de Sicilia y mayordomo mayor de su sobrino, el monarca aragonés) y de María de Luna, que era nieta por vía ilegítima del famoso condestable don Álvaro y falleció en Baza el 5 de febrero de 1531.

Cabe suponer con fundamento que María Enríquez naciera en Medina de Rioseco (donde se emplazaba la casa solariega de la familia) y tampoco se sabe con certeza en qué fecha, si bien no habría cumplido aún los quince años cuando se vio prometida a Pedro Luis de Borja. La prematura muerte del novio (1488) impidió esta boda, pero inmediatamente el embajador Diego López de Haro le propuso a Alejandro VI casar a la prima hermana del monarca aragonés con Juan, el nuevo duque de Gandía, al tiempo que el Vaticano le encargaba al cardenal Francisco Desprats negociar este mismo matrimonio como representante del hijo del Papa. Resulta evidente que la boda interesaba tanto al Rey como al Papa y fue precisamente Enrique Enríquez quien, a raíz de la unión, le solicitó a su consuegro que otorgara a los Reyes de España el título honorífico de “muy católicos” para compensar el de “cristianísimos” de los monarcas franceses; Alejandro VI accedió, pero dejando la concesión en sólo “católicos”.

Las capitulaciones matrimoniales se firmaron en Valladolid el 13 de diciembre de 1488, ante el notario Jaime Casafranca. Como la novia era virgen, el novio debía aportar en concepto de arras el 50 por ciento de la dote acordada, o sea, un millón de maravedís. Aunque en este mismo documento se establecía que “el dicho matrimonio se haya de solempnizar [...] desde a tres anyos del día de la firma de los presentes capítulos [...]”, la boda se celebró en Barcelona a finales de agosto de 1493 y la tan deseada unión tampoco se consumó con la celeridad a la que instaba Alejandro VI, una y otra vez, en la correspondencia a su hijo. El heredero, Juan (padre de san Francisco de Borja), nació el 10 de noviembre de 1494 y su hermana Isabel lo hizo el 15 de enero de 1497, siete meses después de la partida de su padre a Roma, de donde ya no volvería. Entre uno y otro parto, hacia el mes de diciembre de 1495 la duquesa debió padecer un aborto, pues hay noticias de que por esas fechas estaba próxima a parir.

El matrimonio fue breve y no cabe presumir que muy feliz, pues la estricta moralidad de ella chocaría frontalmente con la vida díscola de su marido, el II duque de Gandía. Pero conviene, desde luego, no ir mucho más allá en el terreno resbaladizo de las hipótesis sobre conductas para, ciñéndonos a los datos contrastados, corregir la imagen más al uso de María Enríquez como una mujer taciturna e introvertida, de una religiosidad fanática y ensimismada en el rencor hacia los Borgia por sus escándalos y la supuesta participación de César en el asesinato de su marido. Muy al contrario, los hechos demuestran que su profunda devoción y estricta rectitud de costumbres no le impidieron mantener una relación epistolar cordialísima, intercambio de regalos incluido, con su cuñada Lucrecia Borgia, duquesa de Ferrara, cuya mala fama no podía pasar desapercibida a la de Gandía. Su decidida gestión, en fin, al frente del ducado sitúa a esta mujer en las antípodas de la viuda apocada que espera la muerte refugiada en sus devociones.

Ciertamente el asesinato del II duque de Gandía cambió la vida de su joven esposa, como es lógico, pero también los planes de Alejandro VI. El Papa llegó a intentar que el ducado valenciano pasara a su hijo César, quien acababa de secularizarse para reemplazar a su hermano Juan, renunciando al capelo cardenalicio y demás cargos eclesiásticos, entre ellos el de arzobispo de Valencia. Pero estos planes, tan osados como ilegales, se encontraron con la oposición política del monarca Fernando II de Aragón y la doméstica de la propia María Enríquez, quien tenía muy claro qué es lo que tenía que hacer y cómo para que su hijo heredara el señorío al que tenía derecho.

El Papa, que no estaba acostumbrado a encontrar este tipo de contrariedades en el seno de su propia familia, rompió la tutela que había ejercido hasta entonces sobre el ducado de Gandía para centrarse exclusivamente en los asuntos italianos, comenzando por revocar la concesión de Benevento Terracina y Pontecorvo hecha en favor de su hijo Juan. Nada de eso amilanó a la joven duquesa de Gandía, quien vendió a Fernando II de Aragón el resto de sus posesiones en Italia, demasiado lejanas para poder controlarlas, y esos recursos los invirtió en ampliar sus dominios valencianos. En el año 1499 le compró Miramar a los hermanos Balaguer por 120.000 sueldos y a Francisco Aguiló Romeu la baronía de Rugat por 250.000, que era zona triguera, ubicada al oeste de la Huerta de Gandía; en 1500 adquirió Almoines y Benieto Iusá, de P. d’Íxer por 260.000 sueldos, y en 1510 la baronía de Albalat de la Ribera, emplazada más allá de Valencia capital. Pero antes, en 1502, consiguió hacerse con la baronía del Realenco, el más ansiado bocado en la Huerta de Gandía perseguido por Alejandro VI desde el primer momento, que pertenecía a Juan de Cardona y su esposa María Fajardo. La duquesa regente pagó por él la fabulosa cantidad de 950.000 sueldos, que era mucho más de lo que costó en su día la propia Gandía, porque ahí se incluía el lugar del Real, cuyo trapiche podía llegar a producir más del 20 por ciento del total del azúcar del ducado de Gandía.

María Enríquez no se limitó sólo a incrementar los dominios que ella gestionaba en nombre de su hijo, menor de edad, sino que, perfectamente consciente de que más vasallos significaba rentas mayores, quiso hacer de la capital de sus estados un lugar atractivo para nuevos colonos, asumiendo ella parte de la gran deuda censal que atenazaba las finanzas de Gandía (a cambio, eso sí, de incrementar su control sobre el gobierno municipal) y rebajó algunos impuestos indirectos, como las sisas de la carne, de la molienda y los textiles.

En el ámbito rural llevó a cabo dos grandes empresas, sobre todo: en primer lugar, la desecación de zonas pantanosas y concretamente las tierras de almarjales situadas al pie del castillo de Bairén, al Norte de Gandía ciudad. Y, en segundo lugar, poco antes de retirarse al convento, el mismo año 1511 aquella mujer tan diligente consiguió cerrar con los respectivos titulares del condado de Oliva y la vecina baronía de Palma la concordia para reordenar el sistema comarcal de riego agrícola, que seguía siendo el de la época andalusí (a base de pozos), construyendo nuevos azudes (pequeñas presas de elevación y derivación), abriendo dos nuevos distribuidores del agua (los de casa Clara y casa Fosca, en término de Potríes) y trazando la red de acequias que siguen recorriendo hoy en día toda la huerta.

Para garantizarse un mejor control de las rentas y eficaz custodia de las escrituras de propiedad, en 1507-1508 la duquesa mandó reordenar el archivo señorial de Gandía, si bien esta obra perecería, quince años después, durante el saqueo del palacio ducal que perpetraron las tropas agermanadas.

No menos relevante, en fin, resulta el mecenazgo artístico de María Enríquez. Esta otra faceta de su decidida gestión pone de manifiesto que aquella mujer tan piadosa no sólo no vivía anclada en el pasado, sino que no temía las nuevas formas de expresión procedentes de Italia y que no acababan de penetrar en la Península Ibérica ante la resistencia del gótico tardío.

Ya de entrada, y pese a las disensiones con su suegro, consiguió que Alejandro VI elevara la iglesia parroquial gandiense de Santa María al rango de colegiata e inmediatamente realizó las gestiones oportunas para trasladar hasta aquí, a la cripta situada en el presbiterio, los cuerpos de los dos primeros duques de Gandía, Pedro Luis y Juan, a donde llegaron en febrero de 1500 procedentes de Santa Maria del Popolo, una de las iglesias romanas más “borgianas”.

La duquesa se encargó asimismo de terminar la fábrica del templo, que a la sazón llegaba hasta la actual puerta del Mercado o de Santa María, donde lo habían dejado los duques reales en 1424. María Enríquez culminaría ahora aquella obra, prolongándola hasta la actual puerta occidental de los Apóstoles, lo que significaba construir casi otro tanto de lo que ya estaba edificado, pero con formas nuevas, como todavía se puede apreciar, por ejemplo, en los arcos helicoidales que sustentan la continuación de la bóveda de crucería. Es evidente que no reparó en gastos, como demuestra la contratación de los maestros más destacados en sus respectivos oficios, pues aquí trabajó ni más ni menos que Pere Compte (el “arquitecto” de la Lonja), el escultor “italianizado” Damián Forment (autor del retablo catedralicio de Santo Domingo de la Calzada y el del Pilar de Zaragoza) y el pintor italiano (de Reggio) Paolo de Sanleocadio, quien realizó en Gandía la mayor parte de su obra desde que en 1501 la duquesa lo contrató (en condiciones, por cierto, extraordinariamente ventajosas). Aquellas esculturas y pinturas de la colegiata de Gandía auspiciadas por María Enríquez significarían una de las primeras ventanas abiertas en nuestro país a los nuevos aires renacentistas.

Tras el primer matrimonio de su hijo, en mayo de 1511 la duquesa se retiró al convento gandiense de Santa Clara, que fue pionero de la vuelta a la estricta observancia franciscana al sur de los Pirineos y desde donde irradió por toda la Península la reforma coletina en sucesivas fundaciones, incluida la de las Descalzas Reales de Madrid. En el convento le esperaba desde el año anterior su hija Isabel (sor Francisca). María redactó su testamento (en valenciano, por cierto) el 20 de febrero de 1512 y el 27 de marzo siguiente profesó como sor Gabriela. Fue elegida abadesa en 1514 pero renunció al cargo en 1519, pues el duque creyó conveniente que su madre y su hermana se refugiaran en Baza tras el estallido de la revuelta agermanada. El cargo lo volvió a asumir en 1530 y lo ostentó ya hasta su muerte.

A ella está dedicada la traducción al castellano de las Epístolas de san Jerónimo, realizada por el bachiller Juan de Molina en 1500, y por ese mismo año se data el cuadro Virgen con el Niño, de P. de Sanleocadio (hoy en las Descalzas Reales), sobre el que se cierne la hipótesis de que el rostro de la Virgen sea el de María Enríquez.

 

Bibl.: L. Amorós, OFM, “El monasterio de Santa Clara de Gandía y la familia ducal de Gandía”, en Archivo Ibero-Americano, 1960-1961, n.os 21 y 22, págs. 441-486 y págs. 399- 458, respect. (Gandía, 1981); J. L. Pastor Zapata, “Censales y propiedad feudal. El Real de Gandía: 1407-1550”, En La España Medieval (Homenaje a Ángel Ferrari), IV, t. II (1984), págs. 737-766; X. Company, Pintura del Renaixement al ducat de Gandia. Imatges d’un temps i d’un país, València, IVEI Alfons El Magnànim, 1985; X. Company y M.ª J. Calas, “El mecenatge i les arts en l’època dels Borja”, en VV. AA., L’Europa renaixentista. Simposi sobre els Borja (simposio celebrado en Valencia, 1994), Gandia, CEIC Alfons el Vell y Editorial Tres i Quatre, 1998, págs. 135-185.

 

Santiago La Parra López