Fonseca, Antonio de. Señor de Coca y Alaejos. ?, m. s. xv – Coca (Segovia), 27.VIII.1532. Militar, político, consejero de Guerra.
Los Fonseca pertenecían a un linaje originario de Portugal, que asentó tempranamente en tierras de Castilla. Antonio de Fonseca era nieto del doctor Juan Alonso de Ulloa —consejero de Juan II— y de Beatriz de Fonseca. La línea principal de la familia, seguida por el primogénito, Pedro de Ulloa y Fonseca, recibió en tiempos de Felipe II el título de Villanueva de Cañedo. Hermanos de Pedro de Ulloa y Fonseca fueron Alonso de Fonseca, arzobispo de Sevilla y significado consejero de Enrique IV, y Hernando de Fonseca, maestresala de Juan II, de cuyo segundo matrimonio con Teresa de Ayala nacieron Antonio, a mediados del siglo xv, y su hermano, Juan Rodríguez de Fonseca, que llegaría a obispo de Burgos y fue poderoso ministro en temas indianos.
Antonio de Fonseca creció en un ambiente fuertemente influido por la Corte castellana y la noción de servicio al Monarca. Como otros muchos segundones de la nobleza del reino, se dedicó al arte de las armas, para el que la dilatada Guerra de Granada ofrecía ocasiones para distinguirse. Destacó en las tomas de Ronda y Loja (1485-1486) y su esfuerzo fue recompensado con diversas mercedes, como las tenencias de las fortalezas de Plasencia y Jaén. Pero, sobre todo, se ganó la confianza de los Reyes Católicos, que contaron con su fiel servidor una vez terminadas las hostilidades, y se centraron en la política de la cristiandad, con el objetivo de frenar el avance de Francia sobre Italia. A finales de 1493, Antonio de Fonseca fue despachado en embajada ante el soberano galo, para disuadirle de sus apetencias en Nápoles, donde agonizaba sin sucesión legítima el rey Ferrante. Fracasada la misión, las tropas francesas invadieron la península italiana meses más tarde, y Antonio de Fonseca fue enviado de nuevo a entregar un ultimátum a Carlos VIII para que depusiera sus intenciones de proclamar por la fuerza sus derechos sobre Nápoles, donde el Papa había entronizado a Alfonso, duque de Calabria. La infructuosa entrevista con el monarca francés tuvo lugar en enero de 1495, y a continuación el ejército invasor se desplegó por el reino meridional.
La crisis provocó la constitución de una Santa Liga, impulsada por el papa Alejandro VI y por Fernando el Católico para la defensa de Italia contra los turcos y la conservación de su paz interior, formada por el emperador Maximiliano I, el Sumo Pontífice, los Reyes Católicos, Milán y Venecia. Invitada Francia a unirse, previo abandono de Nápoles, su negativa supuso una declaración de guerra. Fonseca inició entonces un periplo que le llevó a Milán y después a la Corte de Maximiliano, en un intento fallido para que el Emperador atacase en Borgoña. Finalmente, el genio militar del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, fue suficiente para expulsar a los franceses de Nápoles, en tanto que Antonio de Fonseca permanecía una temporada en la Corte del Rey de Romanos, arreglando los detalles de la boda entre la hija de Maximiliano, Margarita, y Juan, heredero de los Reyes Católicos, que tuvo lugar en marzo de 1497.
Cumplida su misión, todavía tardó unos meses en regresar a Castilla, pero sus leales servicios fueron adecuadamente retribuidos. Fue nombrado mayordomo mayor de Margarita y el 15 de mayo de 1499 recibió título del Consejo del Rey. Sin embargo, el prestigioso oficio palatino no tardó en quedar sin efecto, pues la imprevista muerte del príncipe Juan, en el mes de octubre de ese año, y el enfriamiento de las relaciones con Maximiliano I, desembocaron en el regreso de la princesa viuda en diciembre de 1499. Ello no fue obstáculo para que Antonio de Fonseca creciera en el aprecio de sus Soberanos, quienes en octubre de 1503 le otorgaron la jugosa Contaduría Mayor de Hacienda, en lugar del difunto Álvaro de Portugal.
La muerte de la reina Isabel en 1504 fue un serio revés para los personajes más cercanos a su esposo viudo, que se retiró a sus posesiones patrimoniales ante la llegada de su hija y legítima heredera de la Corona de Castilla, Juana I, casada con un ambicioso príncipe borgoñón. Las tensiones entre Fernando el Católico y Felipe el Hermoso las pagaron los más fieles partidarios del primero. Antonio de Fonseca fue un buen ejemplo, pues le fueron retiradas las tenencias de las fortalezas de Plasencia y Jaén y el título de contador mayor, oficios todos que pasaron al nuevo privado, don Juan Manuel. De nuevo el azar dinástico, esta vez a favor de los intereses de Antonio de Fonseca, convirtió en coyuntural una situación que amenazaba su brillante trayectoria. El temprano fallecimiento de Felipe I permitió el regreso del rey Fernando y la restauración de Fonseca en todos sus honores y cargos, y siguió fiel al servicio de su Monarca. Por ejemplo, en 1508 se preparó para encabezar una expedición de socorro a Ercilla, plaza portuguesa en el norte de África asediada por los infieles, aunque lo evitó la intervención final de Pedro Navarro. Además, en los últimos meses de 1512 participó en la campaña de Navarra, dirigida por el duque de Alba para incorporar el reino a la Corona de Castilla. Fue despachado con premura por Fernando, con nutrida gente de guerra, para conjurar el ataque del rey Juan, quien en su intención de recobrar sus posesiones era apoyado por el delfín de Francia. Fonseca ocupó Tafalla, Olite y se encerró en Pamplona, donde recibió a Alba y, juntos, resistieron con éxito los ataques del monarca navarro.
Muerto Fernando en enero de 1516, Fonseca se puso a las órdenes del regente, el cardenal Cisneros, a la espera de la llegada de Carlos I. El anciano cardenal acudió a la experiencia militar de Fonseca para sofocar las diversas alteraciones que surgieron en Castilla.
Así, partió con una fuerza armada para levantar el asedio que sufría el castillo de Sanlúcar de Barrameda por parte de Pedro Girón, hijo del conde de Ureña, que pretendía el ducado de Medina Sidonia. De todos modos, tanto Antonio de Fonseca como su hermano menor, el obispo Juan Rodríguez de Fonseca, ambos con una fuerte presencia en la Corte, comprendieron que su futuro pasaba por obtener los favores del nuevo Rey que llegaba con su séquito desde Flandes.
Sus manejos, que incluyeron el entendimiento con el principal ministro de Carlos, el señor de Chièvres, fueron fructíferos, pues en 1518 Antonio de Fonseca obtuvo la confirmación de su título de contador mayor, mientras que su hermano Juan Rodríguez de Fonseca se hacía dueño del gobierno de las Indias.
Además, Antonio había probado su fidelidad al Monarca en las turbulentas Cortes de Castilla, abiertas en Valladolid en febrero de 1518. Debió de ser cometido de importancia, porque recibió como premio la importante suma de 4.000 ducados.
La confianza de Carlos V en Fonseca fue renovada en mayo de 1520, mediante su nombramiento como capitán general del reino, ante la marcha del César, “para si algún hecho de armas fuesse necesario”, y bajo la autoridad del gobernador, Adriano de Utrecht. La preocupación estaba más que justificada ante la actitud levantisca de parte de las elites castellanas, sumamente descontentas ante el giro que tomaban los acontecimientos, con un Rey extranjero en el trono. Cuando estalló el levantamiento conocido como Comunidades de Castilla, Antonio de Fonseca recibió orden de apoderarse del parque de artillería disponible en Medina del Campo para aprovisionar las tropas reales. Intentó cumplir el mandato el 21 de agosto, pero al encontrar resistencia, la ciudad fue incendiada, hecho que provocó la repulsa de todo el reino y la desintegración del poder real. Para Fonseca fue el final de la guerra, pues su impopularidad obligó a su destitución como capitán general, en tanto que, por parte de los rebeldes, la Santa Junta ordenó su arresto y el secuestro de sus bienes para pagar los daños.
Inseguro de su posición, Fonseca terminó por dirigirse a Portugal, desde donde embarcó hacia Flandes para reunirse con el Monarca, acompañado de su hermano, el obispo de Burgos; atrás dejaba sus fortalezas de Coca y Alaejos sitiadas por las tropas comuneras.
Carlos V eximió completamente a Fonseca de cualquier responsabilidad en el incendio de Medina del Campo y cuando regresó a Castilla le guardó un sitio de privilegio en su séquito. Para mostrarle su lealtad en tiempos difíciles, le dio entrada en su Consejo de Guerra (1522), le restituyó su cargo de capitán general (1525) y le otorgó la preciada Encomienda Mayor de Castilla de la Orden de Santiago (1526), vacante por la defunción de Hernando de Vega. En cualquier caso, el aprecio imperial era proporcional a la animadversión que su persona suscitaba durante estos años en un reino que todavía curaba sus heridas. También mantuvo enfrentamientos con algunos de los ministros flamencos más cercanos al Emperador, como Nassau, señor de Breda, por cuestiones de herencia. En efecto, Nassau, que era consejero de Estado y camarero mayor del servicio palatino de Carlos V, casó en 1524 con Mencía de Mendoza, heredera de Rodrigo de Mendoza, marqués del Cenete. Convertido en marqués, Nassau decidió reavivar un antiguo pleito que sostenía la casa de Cenete con Antonio de Fonseca por la posesión de las villas de Coca y Alaejos, así como por los lugares de Castrejón y Valdelafuente y 300.000 maravedís de juro. La cuestión venía de tiempo atrás, cuando el tío de Antonio, el arzobispo de Sevilla Alonso de Fonseca, formara mayorazgo con dichos bienes, que a su muerte pasaron a su hermano Hernando, el padre de Antonio de Fonseca. El problema fue que Hernando matrimonió en dos ocasiones, como se advirtió al principio, siendo Antonio y Juan Rodríguez de Fonseca hijos de su segunda mujer. De su primera boda tuvo a Alonso de Fonseca, que a su vez engendró dos hijas, que eran, por tanto, sobrinas de Antonio. Una de ellas, María de Fonseca, fue marquesa del Cenete por su unión con Rodrigo de Mendoza, padres de la aludida Mencía. En resumen, se disputaban la herencia ambas ramas de la familia de Hernando de Fonseca, la de Alonso (continuada por su hija María y su nieta Mencía) y la de Antonio. Hubo que esperar a la muerte de Antonio de Fonseca para que el Consejo Real fallara a favor de sus herederos.
Cuando partió el Emperador en 1529 camino de su coronación imperial, dejó en el gobierno de la regencia a la emperatriz Isabel, asistida por un grupo fiel de consejeros. El ya anciano Antonio de Fonseca quedó como consejero de Guerra, junto al gallego Hernando de Andrade y a Diego Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, con quien mantuvo cierto conflicto por las precedencias debidas a la nobleza titulada. Fonseca atendió sus obligaciones cuando fue requerido para ello, aunque desde un principio quedó patente que los asuntos militares se habían de tratar en conjunción con los consejeros de Estado. Hacia el verano de 1532 la fórmula ideada por Carlos V para regir sus posesiones ibéricas se encontraba en claro proceso de desintegración. Parte importante de esta dinámica la constituyó la retirada de Antonio de Fonseca. Viejo y enfermo, decidió trasladarse a su villa de Coca para arreglar sus asuntos terrenales y espirituales. Entre los primeros, la situación de su herencia. Antonio de Fonseca había casado dos veces. La primera con Francisca de Alarcón, de quien tuvo a Pedro Ruiz de Fonseca, ya fallecido por aquel entonces sin sucesión; la segunda, con Mencía de Ayala, quien engendró dos hijos, Hernando y Juan de Fonseca. Parece que el primogénito, Hernando, estaba claramente disminuido en sus facultades mentales, de modo que la herencia había de pasar a Juan, tras los oportunos trámites legales. Además de los bienes del mayorazgo formado por el arzobispo —todavía en litigio con los marqueses del Cenete—, y de las diversas tenencias de fortalezas patrimonio de Antonio de Fonseca, éste había intentado tiempo atrás, sin éxito, que se respetara una supuesta cédula firmada por el Emperador en 1521 que garantizaba el traspaso de la Contaduría Mayor de Hacienda después de sus días al miembro de su familia que designare, en aquella ocasión su hijo Juan. Lo volvió a intentar desde Coca, esta vez a favor de Hernando, también con respuesta negativa por parte del gobierno de la regencia y de Carlos V; cuando Antonio de Fonseca murió en Coca a finales de agosto de 1532, la Contaduría quedó sin titular y en manos del teniente, Sancho de Paz. Su heredero, Juan, casó con Aldonza de Toledo, hija del I señor de las Villorias, que era segundón del I duque de Alba.
La hija de ambos, María, matrimonió a su vez con la misma familia, en la persona de su sobrino, Fernando de Toledo, III señor de las Villorias y gentilhombre de la boca de Felipe II, de manera que su hijo, Antonio Francisco de Fonseca Toledo y Ayala, que era bisnieto de Antonio de Fonseca, reunió ambos mayorazgos y fue I conde de Ayala por merced de Felipe III. Los restos de Antonio descansan en la iglesia de Santa María la Mayor de Coca, en sencilla sepultura en el crucero, que contrasta con los magníficos sepulcros de alabastro de su padre Hernando, su tío el arzobispo, su hermano, el obispo Íñigo y su hermanastro Alonso.
Fuentes y bibl.: Archivo General de Simancas, Quitaciones de Corte, leg. 8.
M. Danvila y Collado, Historia crítica y documentada de las Comunidades de Castilla, vols. I y II, Madrid, 1897-1899 (Memorial Histórico Español, t. XXXV-XL), págs. 511, 530 y ss. y pág. 290, respect.; C. Espejo, “Antonio de Fonseca y de Ayala, Señor de Coca y Alaejos, Contador mayor de Castilla”, en Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo del Ayuntamiento de Madrid, VIII, 32 (1931), págs. 297‑302; F. del Pulgar, Crónica de los Reyes Católicos, vol. II, Madrid, Espasa Calpe, 1943, págs. 173 y 222; P. M. de Anglería, Epistolario, vol. IV, Madrid, 1957, pág. 220; L. Suárez Fernández, Política internacional de Isabel la Católica. Estudio y documentos, vol. V, Valladolid, Universidad, 1969, págs. 207-208; M. Giménez Fernández, Bartolomé de las Casas, vols. I y II, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Estudios Hispanoamericanos, 1984, págs. 57-58 y págs. 43, 106-107 y 174 respect.; A. López de Haro, Nobiliario genealógico de los Reyes y títulos de España, vol. II, Ollobarren (Navarra), Wilsen, 1996, págs. 241-242.
Santiago Fernández Conti