Gattinara, Mercurino Arborio. Marqués de Gattinara (I). Gattinara (Italia), 10.VI.1465 – Innsbruck (Austria), 4.VI.1530. Gran canciller del emperador Carlos V.
Nacido en la pequeña localidad piamontesa de Gattinara, en el seno de una familia de la pequeña nobleza local que durante generaciones habían ocupado oficios del mundo del Derecho (jueces, abogados, fiscales y notarios poblaban su árbol genealógico), su trayectoria vital no parecía destinada a salir del marco de los tribunales locales. Como primogénito estaba destinado a ocupar un puesto de juez o abogado en los tribunales de Vercelli y Turín, como su padre y como sus abuelos. Sus padres Paolo Arborio y Felicita Ranzo contrajeron matrimonio para sellar la alianza de dos linajes muy importantes en el mundo jurídico saboyano, los Arborio dominantes en el área de la Sesia y su cabeza jurídica, Vercelli, y los Ranzo, radicados en Turín, que por medio de esta unión facilitaban a la familia paterna el acceso a la Corte del duque de Saboya.
Quedó huérfano de padre a los catorce años y fue enviado por su madre a Vercelli para que fuera educado por su tío paterno Pietro, el cual lo colocó en la casa del jurisconsulto Bartolomeo Ranzo, en donde fue educado para el ejercicio de la abogacía. Después, completó su formación en el studium de Turín, comenzando a ejercer la abogacía a los veintiocho años.
Fue uno de los más afamados abogados turineses, cuyo prestigio llamó la atención del duque Filiberto II que lo invitó a formar parte de su Consejo. Mercurino rehusó porque sus ingresos podían mermar, por temor a perder clientela y por no atraerle la vida cortesana.
No obstante, su rechazo a entrar en la más alta instancia judicial saboyana no quería decir que no aceptase los favores de la familia ducal. En 1501 accedió a ocupar el puesto de consultor de la duquesa de Saboya, Margarita de Habsburgo o de Austria, encargándose de la administración de su “patrimoniale”, tanto en lo relativo a su hacienda como en la protección de sus derechos, demostrando ser un excelente gestor al tiempo que buen abogado defensor de las causas de su señora.
El 10 de septiembre de 1504 murió el duque Filiberto II. La duquesa viuda abandonó Turín y se retiró a Bourg, donde fijó su Corte. Gattinara quiso permanecer en Turín como agente de su señora, pero la hostilidad del nuevo duque, Carlos III, que no parecía dispuesto a devolver la dote a su cuñada ni a satisfacer los derechos estipulados en su contrato matrimonial, le hizo solicitar que se le exonerase de su servicio (máxime tras ser víctima de un atentado). Margarita de Habsburgo confiaba extraordinariamente en él y lo llamó a su Corte para que presidiera el Consejo o Parlamento por el que gobernaba y administraba su patrimonio: el condado de Demonte, los señoríos de Bresse, Bugei y Vaud. Dos años después, en 1506, la muerte del rey Felipe I de Castilla sacó a Gattinara de su pequeño mundo piamontés y lo lanzó a las procelosas aguas de la alta política borgoñona. La duquesa viuda de Saboya fue designada por su padre, Maximiliano I, tutora de su sobrino Carlos y, hasta que alcanzase el príncipe la mayoría de edad, regente de los Países Bajos. El Emperador, asimismo, concedió de por vida a su hija, para su mantenimiento, la Borgoña condal (más conocida como Franco Condado).
En el séquito que acompañó a Margarita de Habsburgo a Malinas, donde instaló su Corte, no figuró Gattinara, al cual siguió empleando como presidente o gobernador de sus estados patrimoniales cuya sede, por importancia, ya no la constituía Bourg sino Dôle, cabeza administrativa del Franco Condado. Sin embargo, nunca llegó a ejercer de forma exclusiva su nuevo oficio, puesto que su habilidad negociadora, conocida en los cenáculos jurídicos piamonteses, llegó a los oídos de Maximiliano nada más ganar el pleito de la dote de su hija. Cuando Fernando el Católico amenazó con desheredar a su nieto Carlos si no se le dejaba tomar parte en su educación, el Emperador, seguramente influido por la opinión de su hija, llamó a este hábil abogado para que junto a Andrés de Burgos se reuniese en Perpiñán con Juan de Albión y Jerónimo Cavanilles, procuradores del rey de España, con objeto de hallar un procedimiento de sucesión consensuado (rápidamente alcanzado por la mediación del rey de Francia) conocido como concordia de Blois.
Durante el año 1510 residió en la Corte española, acreditado allí para vigilar el cumplimiento de la concordia y representar a Maximiliano I en la toma de posesión de Fernando el Católico de la regencia o administración de la Corona de Castilla en nombre de su nieto Carlos. En 1511 regresó a la Corte imperial pero hubo de retornar nuevamente a España en 1512, recorriendo los reinos de la Corona de Aragón y Castilla para informar al Emperador de la situación del país y de los pasos que habrían de darse en el futuro para garantizar la sucesión de su nieto Carlos.
Su viaje también comprendió Francia y, cuando regresó, Maximiliano le recompensó otorgándole en 1513 el título de marqués de Gattinara. Estos servicios le colocaron en el círculo íntimo de los confidentes del emperador Maximiliano, siendo su papel principal el de constituir el enlace reservado entre el Emperador y su hija, es decir, el conducto de comunicación entre la Corte imperial y la Corte de la regencia de Malinas. En este escenario dual, su servicio se debía a la casa de Habsburgo, siendo requerido tanto para misiones diplomáticas de Maximiliano I como de su hija Margarita, que lo envió como miembro de la comisión que reorganizó su casa y redactó las ordenanzas de Borgoña de 1515.
Sin embargo, su fortuna como consejero de la regente tendría corta vida. De hecho, su Corte atravesaba un momento muy crítico. En 1514 Margarita de Habsburgo había sido obligada a reconocer la mayoría de edad de su sobrino, el archiduque Carlos. Era el primer paso de un proceso de cambio, de relevo de poder, en el que los servidores de la regente carecían de futuro político. En el acceso de Carlos de Gante a la edad adulta, subyacía el deseo de las elites de los Países Bajos por hacerse con el gobierno y liberarse de la tutela de la Corte imperial. Los hombres de confianza del joven príncipe, sus ayos y tutores, Guillermo de Croy, Jean le Sauvage y Adriaen Floriszoon pretendían expulsar del poder al grupo de saboyanos y franc contois que monopolizaban los cargos y oficios de la regencia. La consecuencia lógica es que, una vez afianzada la facción neerlandesa en el poder, a finales de 1515, se desatase un proceso de revisión del gobierno saliente. El ajuste de cuentas legitimaba el coup d’état como defensa de la justicia y, por otra, abría un proceso para barrer de la escena a los otrora poderosos consejeros de la regente Margarita, Gattinara entre ellos.
La crisis cortesana influyó negativamente en la posición que, durante estos años, se había labrado Gattinara en su cargo de presidente del Parlamento de Dôle. El favor de la duquesa viuda le había permitido prosperar y disponer de una nutrida clientela en el Franco Condado. Gracias a ella, preparaba su inclusión entre la nobleza borgoñona por medio de la compra del castillo de Chèvigny y de un trucaje genealógico por el cual pretendía demostrar que sus ancestros del linaje de los Arborio procedían de la nobleza borgoñona. Todo esto se vino al traste con el cambio cortesano y Gattinara fue procesado y objeto de una durísima persecución que pudo costarle la vida. Antes que verse preso o en el cadalso, buscó protección en sagrado y se refugió en la cartuja de Bruselas, el convento de Nuestra Señora de la Gracia.
Cuando el príncipe don Carlos y su séquito abandonaron los Países Bajos, Gattinara salió de su refugio creyendo que, repuesta Margarita en la regencia, recuperaría el favor. No fue así, ni siquiera Maximiliano I pudo garantizarle protección frente a sus tenaces enemigos por lo que regresó a su patria dispuesto a reemprender el ejercicio de la abogacía en Turín y, esta vez sí, aceptó entrar en el Consejo del duque de Saboya.
No obstante, muy pocos meses después de instalarse en Saboya su vida dio un giro radical.
En el verano de 1518, durante las tormentosas sesiones de las Cortes de Aragón para jurar a Carlos como Soberano, falleció el canciller Jean le Sauvage.
A instancias de Margarita de Austria y de Guillermo de Croy fue reemplazado por Gattinara, que el 10 de octubre tomó posesión del oficio. Esta decisión resulta algo misteriosa incluso para el propio Mercurino que, en su autobiografía, achaca este sorprendente cambio a la gracia divina, pues sus perseguidores (le Sauvage y Carondelet), autores de su desgracia eran borrados de la faz de la tierra mientras que él era restituido en su honor y puesto en su lugar. Sin embargo, cabe conjeturar que Guillermo de Croy vio necesario tender puentes con la Corte para salvar los problemas de la sucesión española y, sobre todo, porque tarde o temprano su política filofrancesa habría de tocar fin, asumiendo su pupilo, el joven rey-príncipe, la pesada carga de los Habsburgo. Esto llevaría, automáticamente, a la hostilidad con la casa de Valois. Era, pues, necesario integrar en la Corte a un buen conocedor de la política de Maximiliano, experimentado en la defensa de intereses y derechos que, como era el caso de Italia, los flamencos desconocían.
Bajo la sombra de Chièvres y no como oposición, Mercurino Arborio se encargará de organizar la estrategia para obtener la Corona imperial y, cuando se recibió en Barcelona la noticia del éxito de sus gestiones, la noche del 4 de julio de 1519, el gran canciller, entre los consejos que escribió para el nuevo Emperador, insistió en que, ante todo, se guiase y dejase llevar por Chièvres.
Como canciller asistió con el Rey a las Cortes de Zaragoza (1518), Barcelona (1519) y Santiago-La Coruña (1520). Pese a sus discrepancias, que sólo confió a sus íntimos, siguió las directrices marcadas por Chièvres, al ser consciente de que era inútil toda oposición.
No se atendieron sus informes del 12 de julio y de noviembre de 1519 en los que hizo planteamientos novedosos para gobernar el inmenso patrimonio del emperador Carlos V. El primero de ellos, sobre el que se ha construido el mito historiográfico de la “idea imperial” fue muy pronto olvidado y desechado por su autor, mientras que el segundo, que recogía el modelo organizativo de la Corona de Aragón como el idóneo para gobernar un imperio, marcó en el futuro la senda por la que habrían de discurrir sus afanes reformistas. Pero, al margen de sus ideas, su función en la Corte era la de actuar como voz o procurador del Rey, y por ello se empleó a fondo para convencer a los valencianos de que jurasen al Rey por procuración y para que los castellanos votasen los subsidios extraordinarios que solicitaba la Corona en Santiago y La Coruña.
Pese a lo que se ha afirmado, Gattinara no estaba en condiciones de liderar una opción “imperialista”, que supuestamente empujó a Carlos V a abandonar la Península en aras de un compromiso total para obtener la dignidad imperial. Siempre pensó que el viaje emprendido el 20 de mayo de 1520 para tomar posesión del trono imperial fue un lamentable error. Era abandonar España a su suerte y abogó por no partir hasta dejar resueltos todos los problemas. Ahora bien, su función era la de aconsejar y poner en marcha los encargos que se le hicieran. La crisis española no era de su incumbencia, pidió a su amigo Pedro Mártir que le tuviera informado de los sucesos (lo cual, a nuestro parecer, indica que ni siquiera veía los despachos de los virreyes de España) y se concentró en la última misión que le encomendó su señor, el normal desarrollo del proceso de sucesión imperial. Esto no quiere decir que el éxito de la elección fuera mérito suyo, más bien lo fue de Chièvres que supo reorientar la política flamenca hacia un espacio nuevo e insólito, gracias al asesoramiento del letrado piamontés y a otras contribuciones no menos importantes como la de don Juan Manuel en Roma y a la red de apoyos de la Casa de Habsburgo que se movilizaron sobre el conjunto de la geografía de Europa.
Hay que tener en cuenta que Gattinara, cuando entró al servicio de Carlos V, tenía cincuenta y ocho años, mala salud y poco interés por prosperar en la Corte. Toda su vida había sido un abogado escrupuloso en su trabajo, conocido como buen gestor y administrador.
Nunca actuó por voluntad o iniciativa propia, sino ejecutando encargos. Su “oficio” de gran canciller le daba prestigio y le daba las credenciales para encabezar embajadas de alto nivel y negociar en nombre de su señor materias de Estado. Como gran canciller o canciller mayor gozaba de una alta estimación política, que Carlos V fue subrayando y sosteniendo con largueza. Esto explica también la intermitencia de su labor aunque, después de la Dieta de Worms de 1521, cuando falleció Guillermo de Croy, señor de Chièvres, su carrera estuvo a punto de saltar hacia la privanza.
Tal vez, tras la muerte del privado, Gattinara vio la oportunidad de ascender como una tercera opción respecto al extinto grupo de Croy y la facción liderada por su rival, La Chaulx. Cuando la Corte regresó a España en el verano de 1522, parece que Mercurino había logrado convencer a Carlos V para ponerse manos a la obra y, una vez superada la toma del poder, ocuparse en administrarlo. No era empresa fácil organizar la gran máquina que habría de articular la gestión del patrimonio del Emperador. El punto de partida debía constituirlo la ordenación de la tesorería, para saber los recursos de los que se disponía, las cargas, y conocer cuál era la relación entre ingresos y gastos, relación que, grosso modo, se desconocía (memoriales de 1519, 1520 y 1521; revisión de las cuentas del tesorero Villinger y de Luis Sánchez). Algunas medidas, como la creación de un contralor general de cuentas al estilo flamenco habían fracasado y, en 1522, se optó por crear un Consejo de Hacienda para Castilla y reformar el oficio y las funciones del tesorero general de la Corona de Aragón.
Asimismo, dispuso la articulación de su propio oficio de gran canciller, mas allá de la expresión de dignidad que comportaba. En este asunto no arrancó de cero, sino que abordaba un problema que ya su antecesor, Jean le Sauvage, había percibido con nitidez, concentrar en la figura del canciller la supervisión del consejo y delegar el despacho, gestión y custodia de papeles a ministros inferiores. En enero de 1522, en Gante, Gattinara redactó una primera ordenanza para la Cancillería Imperial, sellada y firmada por el Emperador, reglaba el despacho y la documentación de este organismo, el uso de los sellos, la tipología de los diplomas, el registro de los papeles, la firma y la forma de elevar a ésta los papeles. Los negocios se dividieron por correspondencias o lenguas (germana, latina...) y sólo se distinguía una materia, negotia status (negocios de Estado). La apuesta de Gattinara consistía en aglutinar el gobierno político en un círculo cerrado e inmediato a la persona del Emperador la toma de decisiones políticas, es decir, aquellas que eran conocidas como “materias de Estado”. Mientras, para la administración y el gobierno de los estados debería correr a cuenta de regentes, lugartenientes o virreyes. Naturalmente, la Corte, como perpetuum movile o itinerante, acudiría a todas partes y nunca tendrían los súbditos la sensación de abandono o desamparo. Sin embargo, encontró obstáculos para desempeñar sus funciones debido a la existencia de las cancillerías de los reinos, difíciles de subordinar a su persona. La acumulación de cancillerías fue la mejor forma de clarificar su papel, el 20 de abril de 1522 obtuvo el título de canciller de Aragón, el 2 de septiembre el de Nápoles, pero no fue suficiente.
Los planes de Gattinara no se llevaron a efecto y quedó frustrado su propósito; por tal motivo presentó su renuncia a la “insoportable carga de Gran Canciller” en 1523, alegando querer dedicarse al servicio de Dios y de la Iglesia. Al parecer, daba por seguro que iba a obtener un capelo cardenalicio. Proyectó viajar a Italia y dejar la Corte. No obstante, tuvo que desechar también estos propósitos. La inesperada muerte de Adriano VI y el acceso a la tiara de Clemente VII, que no tardó en adoptar una actitud antiimperial, arruinó su intento de cambiar de señor.
Es difícil pensar que, en tal coyuntura (y postrado por la enfermedad), el gran canciller pudiese actuar como artífice de la reforma del Gobierno de España entre 1523 y 1525. El 26 de agosto de 1524, Gattinara redactó una ordenanza para su servicio y no para la Cancillería Imperial, resignándose a dirigir sólo las labores de los oficiales que dependían de él, un texto que —como señaló Headley— era un documento privado sin validez “legal”. La importancia del piamontés se manifestó en otro sentido, el de aportar ideas y no el de construir el sistema, su ordre du conseil de 1522 fue valorado como un primer bosquejo organizador, su idea de crear un Consejo de Estado coordinador del trabajo de secretarios, consejeros, juntas y consejos de toda especie que pululaban en la Corte imperial fue apreciada y discutida. Lo que ocurrió, y casi siempre fue así, fue que sobre la “idea” de Gattinara pasaban después muchas manos y muchos filtros, de hecho, el proyecto de ordenar los consejos pasó por las manos de cuatro consejeros que lo modificaron hasta darle su forma final. Pero no era éste el papel que Gattinara quería ejercer.
La frustración de sus aspiraciones y su relativo aislamiento le llevaron a reanudar sus gestiones para obtener el preciado capelo cardenalicio. La gota que había colmado el vaso de su paciencia fue la firma del tratado de Madrid (14 de enero de 1526) en el cual no se tuvo en cuenta su opinión echándose a perder todas las ventajas obtenidas en Italia tras la victoria imperial en la batalla de Pavía. Gattinara siempre vio a Francisco I de Francia como el principal obstáculo para alcanzar la Monarquía Universal, fin al que creía predestinado a Carlos V. Ése era el fin último del gobierno y desde que tuviera un sueño premonitorio en 1516, Gattinara siempre se había sentido obligado por un mandato divino para ayudar a Carlos de Gante a convertirse en un nuevo Carlomagno.
La victoria de Pavía la vivió como el anuncio de esa nueva era anunciada en las profecías, augurada por los astrólogos y soñadores a los que siempre consultaba antes de tomar una decisión, ya fuera en lo relativo a su casa o al servicio del Emperador. Consideró que al no hacerse caso a sus consejos (mantener prisionero al Rey y desmantelar su patrimonio para reducirlo a un Soberano más de la cristiandad, sumiso al cetro imperial) se reanudó una guerra que, de haberse sabido administrar la victoria, se hubiera evitado. Por eso, entre la victoria de Pavía de 1525 y la paz de Madrid de 1526, las quejas del gran canciller crecieron hasta eclosionar con los famosos memoriales del 5 de julio de 1525 y el de 1526 (cuya fecha exacta no se conoce), su dimisión en 1527 y su abandono de la Corte, viajando a Italia con el pretexto de inspeccionar sus estados y resolver problemas familiares. Antes del abandono, en su correspondencia y memoriales aparece con insistencia su lamento por la continua minusvaloración de la que era objeto, no pudiendo disfrutar la preeminencia y dignidad de su oficio, pues personas “inferiores” eran más influyentes que él en la toma de decisiones.
El Saco de Roma en mayo de 1527 y la búsqueda de una salida política a la crisis, por no decir caos, en el que se hallaba sumida la Cristiandad provocó que fuera reclamado por la Corte. El largo tiempo transcurrido entre la toma de la ciudad y las primeras decisiones del Emperador concernientes a cómo sacar provecho de la victoria tienen que ver con la tardanza del gran canciller para ir a Valladolid, pues hubo de afrontar enormes dificultades para salir de Italia con riesgo de ser capturado por los franceses.
Es en este momento, hasta poco antes de su muerte, cuando se puede pensar en que Gattinara cobró efectivamente una posición singular y preeminente en la Corte imperial. Lo que esperaba el Emperador de él era nada menos que reinventar la Cristiandad después del Saco de 1527, y es aquí donde se puede contemplar el ideal de Monarquía perseguido por Gattinara como la de un poder arbitral y defensor del derecho, garante de la paz y de la justicia y mediador de los litigios.
Esta nueva circunstancia, al final de su carrera explica en parte los juicios contradictorios de sus contemporáneos, antes de 1527 embajadores como el polaco Dantisco o el veneciano Contarini lo presentaban como petulante, supersticioso y corto de luces, después sus opiniones lo valorarán no tanto como estadista sino como hombre de confianza del Emperador, tal y como lo describió el embajador Tiépolo que lo conoció en 1529: “César se confiaba en sus consejos y opiniones, y sólo a él llegaban todas las cosas que suponían concesiones o necesitaban deliberaciones. Gattinara, sin intervención posterior del Emperador tomaba a su cargo las resoluciones y resolvía él mismo”.
Obviamente, la idea imperial, no sólo hay que atribuirla a las circunstancias coyunturales de 1527, era el resultado de unas ideas que Gattinara había expresado en incontables ocasiones y que provenían de las enseñanzas de sus maestros de Leyes de Turín, Seyssel entre ellos, siendo familiar su idea a la de la “Monarchie de France” dado que todos bebían de un mismo concepto joaquinista relativo a la Monarquía de los últimos tiempos, restauradora de la verdad y la justicia.
Hasta su muerte, el 4 de junio de 1530, Gattinara supo dar respuesta a su señor de las cuestiones inmediatas que le acuciaban y sostener el poder adquirido por la fuerza asimilándolo a la dignidad imperial, arropándola de sentido y significado. De ello se vanaglorió en sus Memorias y, aun cuando pudiera exagerar, no hay que olvidar que tanto el aparato propagandístico, simbólico e incluso intelectual (por ejemplo, la reedición de la Monarchia de Dante o el acercamiento a Erasmo) parten del empuje de esta coyuntura crítica. Por eso mismo, esta vez sí, obtuvo el tan ansiado capelo cardenalicio pocos meses antes de su fallecimiento.
Obras de ~: Autobiografía, ed. de G. C. Bocotti, Bulzoni, Roma, 1991.
Fuentes y bibl.: Archivio di Stato di Vercelli, Famiglia Arborio di Gattinara, mazzi 3 al 10 (papeles y archivo privado del gran canciller); Archivio di Stato di Torino, Masserano Fiesco, n.os 24-55; Biblioteca Exreale de Turín, Miscellanea Storica Italiana, vol. 75 (documentos políticos del Gran Canciller y de Gian Bartolomeo Gattinara).
E. le Glay, “Études biographiques sur Mercurino Arborio di Gattinara”, en Société Royale de Sciences, de l’Agriculture, et des Arts de Lille, Mémoires, 31, 847 (1847), págs. 183-260; E. Gossart, “Notes pour servir à l’histoire du règne de Charles Quint”, en Mémoires couronnés et autres mémoires publiés par l’Academie Royale des sciences, des lettres et des beaux arts de Belgique, tomo LV/9 (1898), págs. 100-119; C. Bornate, Historia vite et gestorum per dominum magnum cancellarium, ed. anotada y comentada, Torino, 1915 (col. Miscellanea di Storia Italiana, vol. 148); La politica italiana del Gran Cancelliere di Carlos V, Novara, 1930; K. Brandi, “Aus den Kabinettsakten des Kaiser”, en VV. AA., Berichte und Studien zur Geschichte Karls V: XIX, Nachrichten von der Akademie der Wissenschaften zu Göttingen (Philologisch-Historische Klasse), s. l., 1941, págs. 181-222; M. Penna, “Mercurino Arborio di Gattinara, Gran Canciller del Cesar”, en VV. AA., Congreso de Cooperación Intelectual, Madrid, 1958; F. Walser y R. Wohlfeil, Die spanischen Zentralbehörden und der Staatsrat Karl V. Grundlagen und Aufbau bis zum tode Gattinaras (Phil. Hist. Klasse, band III, 43), Göttingen, Vandenhoeck & Ruprecht, 1959; J. M. Headley, “The conflict between nobles and magistrates in Franche-Comté, 1508-1518”, en Journal of Medieval and Renaissance Studies, n.º 19 (1979), págs. 49-80; The emperor and his Chancellor. A study of the Imperial Chancellery under Gattinara, Cambridge, University Press, 1980; F. Ferreti, Un maestro di politica. L’umana vicenda di Mercurino dei nobili Arborio di Gattinara, Milano, 1980; “Notizie sulla famiglia De Guglielmo De Arborio di Gattinara, sulla nascita ed età giovanile di Mercurino”, y J. M. Headley, “Toward the Historical Recovery of Charles V’s Grand Chancellor: Problems, Progress, Prospects”, en VV. AA., Atti del Convegno di Studi Storici: Mercurino Arborio di Gattinara, Gran Cancelliere di Carlo V. Gattinara 4-5 ottobre 1980, Vercelli, 1982, págs. 71-87 y págs. 105-218, respect.; L. Avonto y M. Casetti, Mercurino Arborio di Gattinara, gran cancelliere di Carlo V. Mostra documentaria, Vercelli, Archivio di Stato di Vercelli, 1984; G. Brunelli, “Gattinara, Mercurino Arborio”, en VV. AA., Dizionario Biografico degli Italiani, vol. 52, Roma, Istituto della Enciclopedia italiana, 1999, págs. 633-642; A. Strand y R. Rebitsch, “Der Tod Kam in Innsbruck. Zum Ableden des Grosskanzlers kaiser Karls V, kardinal Mercurino Gattinara”, en Innsbrucker Historische Studien, n.º 22 (2000), págs. 134- 154; J. Martínez Millán y M. Rivero Rodríguez, “La coronación imperial de Bolonia y el final de la vía flamenca (1526-1530)”, en J. Martínez Millán (coord.), Carlos V y la quiebra del humanismo, vol. I, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Carlos V y Felipe II, 2000, págs. 131-150; G. de Giovanni-Centelles, Mercurino, Carlo V e l’Europa, Vercelli, Città di Gattinara, 2005; M. Rivero Rodríguez, Gattinara: Carlos V y el sueño del Imperio, Madrid, Sílex, 2005.
Manuel Rivero Rodríguez