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Pedro Ruiz de la Mota

Biografía

Ruiz de la Mota, Pedro. Covarrubias (Burgos), s. XV – Herrera de Pisuerga (Palencia), 30.IX.1522.

Obispo de Badajoz y Palencia, consejero de Carlos V, capellán y predicador real.

Maestro en Teología y con fama de gran predicador, sirvió desde 1502 con este ministerio a la reina Isabel la Católica, soberana de la que era capellán dos años antes. En realidad, Pedro Ruiz de la Mota se mostró partidario del Monarca flamenco en Castilla, formando parte de su Consejo, además de ser capellán y predicador de su esposa, la reina Juana. A la muerte de Felipe I en Burgos en 1506, se vio obligado a buscar tierras de “exilio” frente al nuevo regente en Castilla, Fernando el Católico. Al mismo tiempo que, en 1509, comenzó a servir al príncipe y heredero de Castilla, don Carlos, como limosnero y Alonso Manrique como capellán, Guillaume de Croy, señor de Chièvres, inició su especial influencia y valimiento sobre el joven Habsburgo, futuro heredero universal.

Ni Manrique, ni Ruiz de Mota fueron contrapeso alguno a Chièvres, aunque sí le aconsejaron sobre ciertos aspectos de Castilla según indicó Pedro Mexía. Sin embargo, Mota desarrolló unas dotes políticas que le permitieron alcanzar cierta notoriedad en la Corte flamenca, al lado del emperador. Tal fue su reconocimiento, que se convirtió en protagonista de una de las primeras peticiones que el joven príncipe Carlos hizo a su abuelo Fernando: la designación de este eclesiástico como obispo de Catania, en octubre de 1508, al hallarse vacante la mitra.

Cuando murió en Sos el rey Fernando en 1516, el cardenal Francisco Ximénez de Cisneros despidió a los funcionarios que debían su puesto al monarca aragonés, abandonando este grupo de manera voluntaria el reino y viajando a los Países Bajos. Éstos que podían ser llamados los “aragoneses”, se encontraron con los anteriores disidentes, los “felipistas”, agrupados en torno a Ruiz de la Mota. Estos segundos estaban deseos de revancha, aunque la llegada de los primeros en 1516, los desconcertó como apunta Joseph Pérez. Pero, a pesar de su disidencia —ésta definida en épocas distintas—, ambos eran enemigos y se enfrentaron en busca del poder, deseosos de ganar influencia frente al nuevo monarca, don Carlos, pero especialmente frente al mencionado señor de Chièvres, el cual les hizo interesantes promesas políticas para su promoción. Dentro de este contexto, se debe entender el nombramiento de Ruiz de la Mota al Consejo Real en octubre de 1516, convirtiéndose —naturalmente a la sombra de Chièvres— en uno de los hombres de mayor influencia, al lado de García de Padilla, y junto al rey Carlos. Ambos dos ejerciendo de camaristas. La anterior promoción se suma al cargo de limosnero mayor de la capilla en la Casa de Borgoña, adquirido en enero de 1516.

La siguiente maniobra consistía en apartar a Cisneros del poder, en la cual tendrían mucho que ver, tanto Ruiz de la Mota como Padilla. En nombre de la reina Juana, Chièvres redactaba una carta cuyo destinatario habría de ser el cardenal regente, a través de la cual le agradecía los servicios prestados a la Corona, pidiéndole que saliese hacia la localidad vallisoletana de Mojados, donde habría de encontrarse con el monarca, aconsejarle en la organización de su casa y entregarle el poder. Documento que Cisneros no llegó a conocer, pues murió en Roa antes de postrarse ante el nieto y heredero de doña Isabel, una vez que éste hubiese desembarcado en 1517. Tanto Padilla, como Ruiz de la Mota, regularon el acceso de los castellanos al nuevo Monarca, formando parte de su séquito. Por tanto, en la influencia de Carlos I no todos eran consejeros flamencos y borgoñones, según ya matizó el cronista Mexía.

En aquella primera toma de contacto con sus nuevos reinos, era necesaria la convocatoria de reuniones de Cortes. Así se realizó en Valladolid, para las de Castilla, en 1518, actuando Ruiz de la Mota como presidente junto con Sauvage. Un gesto político, este último, que motivó las quejas del doctor Zumel, representante de la ciudad de Burgos. Cortes de Valladolid en la que se pidió que se prohibiese la salida del dinero del reino y que se reservasen las funciones públicas y beneficios eclesiásticos a los castellanos, excluyendo a los extranjeros que habían entrado con tanta fuerza. Además se estableció la relación que debía existir entre el Rey y la nación, siendo el primero “mercenario” de la segunda. Un pensamiento que no era revolucionario, sino que respondía a las ideas políticas medievales y todavía será plasmado por los teólogos españoles del siglo xvi. Principios que no habrían de cumplirse y que justificaron la revuelta posterior.

En Valladolid, Ruiz de la Mota pronunció la plática o proposición del reino, en nombre de un Monarca que lo desconocía casi todo de sus nuevos territorios, de la lengua que hablaban sus súbditos, así como de sus costumbres. No sería la única intervención, pues habría de llegar una más decisiva más adelante.

Cuando al año siguiente, se trasladó Carlos I a la Corona de Aragón, Ruiz de la Mota formó parte del séquito que lo acompañaba. Con el monarca francés, Francisco I, habría de revisar el tratado de Noyon, en abril de 1519. En octubre, participó como miembro del Consejo, en la junta que se convocó en Molins de Rey para discutir las denuncias que fray Bartolomé de las Casas había realizado acerca de la situación de Indias.

Fue un asunto de la suficiente importancia como para contar con la asistencia del almirante de las Indias, Diego Colón o del obispo de Tierra firme, partidario de los juicios del dominico, así como del propio Bartolomé de las Casas. En un ambiente enrarecido, por un Carlos I más centrado en la elección imperial, y en medio del malestar generado por los tributos solicitados, el obispo Ruiz de la Mota volvió a presidir las Cortes convocadas en Santiago de Compostela, cuando el futuro emperador estaba a punto de embarcarse de nuevo, en La Coruña. Ésta vez ejerció estas funciones de presidente junto con el gran canciller, Gattinara. Un discurso “imperial” por el cual ha sido recordado en la historia de los acontecimientos políticos.

En realidad, por una parte habrían de estar las ideas del que ya era obispo de Badajoz, aunque su función no estuviese en residir en aquella diócesis, y por otra era menester la adecuada recepción de las mismas, pero sobre todo de las peticiones cursadas en forma de nuevos subsidios. Para eso, Chièvres se aseguró de la benignidad de ciertas representaciones de las ciudades, como era el caso del hermano del prelado, García Ruiz de la Mota, como procurador en Burgos o del secretario Cobos, como procurador de Granada.

El obispo Mota expuso las razones que obligaban a Carlos I a ausentarse de España poco tiempo después de haber tomado posesión de su reino, decretando además nuevos impuestos. Argumentó que era más monarca y señor que otros, porque poseía mayor número de reinos, “porque él solo en la tierra es rey de reyes”.

Eso sí, había elegido Castilla como “fundamento, el anparo e la fuerza de todos los otros”, como base y garantía de su poder. A continuación, explicó las razones del porqué recaía en Carlos la corona imperial. En realidad, este rumbo político —expuso el prelado en su discurso— era un motivo de grandeza para España, dormitada en los últimos años: “agora vino el ynperio a buscar el enperador a España y nuestro rey de España es fecho, por la gracia de Dios, rey de romanos y enperador del mundo”. Así, con esta misión encomendada por la Providencia, Carlos I no podía retrasar más su salida con la promesa de un regreso temprano, con toda su fortaleza, para Castilla. Esa era la razón por la cual se veía obligado a pedir nuevos impuestos, a través de los cuales hacer frente a los gastos del viaje y de la elección, así como para reforzar la seguridad de estos reinos durante su ausencia. ¿Iba a negar Castilla su ayuda al Emperador para cumplir con su misión? Las palabras de Ruiz de Mota fueron las del discurso de la idea del Imperio para Castilla y sus habitantes. Una teoría política que despertaba una notable oposición en España, aunque no de forma inmediata.

Fue el mencionado representante de Burgos el que respondió al discurso de Mota, aprobando todo lo que acababa de decir. En realidad, la respuesta fue la de los monjes de Salamanca unas semanas antes cuando se afirmaba que Castilla debía permanecer autónoma a la idea del Imperio, no utilizando sus recursos para financiar una política que no convencía y provocaba, además, desconfianza. No había sido adecuada la cita que el obispo Mota había hecho del rey Sabio, Alfonso X, como antecedente a candidato imperial, en el siglo XIII, pues era un ejemplo que podía provocar el sarcasmo entre los castellanos. Ni siquiera la derrota de las Comunidades terminó de convencer a los hombres de Estado de esta Corona en favor del Imperio.

Pero, las palabras de este prelado terminando provocando el consentimiento de los procuradores más reticentes, votando a favor de los subsidios solicitados.

Una vez cerrada la reunión de Cortes, Ruiz de la Mota acompañó al Monarca en su viaje a Flandes en mayo de 1520. No podemos conocer la correspondencia oficial que desarrolló pues cuando la sublevación alcanzó la ciudad de Burgos y ardió la casa de su hermano García Ruiz de la Mota, perecieron sus cartas. Una razón más para que los Monarcas considerasen la conveniencia de establecer un archivo real, como el que después se ubicó en el castillo de Simancas.

Pudo saber entonces, que el anterior malestar había desembocado en revuelta —la de las Comunidades— y que Badajoz, la capital de esa diócesis que no había pisado, se había sumado a las pretensiones de los rebeldes. Sin embargo, su relevancia política y fidelidad demostrada hacia su Monarca en aquel viaje, aconsejaban una promoción más notoria. De ahí, que fuese preconizado obispo de Palencia, así como nombrado predicador y capellán de la casa castellana de Carlos V y de la reina Juana, con una remuneración de ochenta mil maravedíes anuales, en abril de 1521, unos pocos días antes de la victoria sobre los comuneros en Villalar. Uno de los ejemplos de esta relevancia se manifestó por la habilidad que demostró en Gante, en enero de 1522, cuando habría de conseguir la liberación de una nave veneciana, que había sido capturada en San Sebastián, y por cuya intercesión también se hallaba presente el propio rey Enrique VIII, entonces aliado del ya emperador Carlos V.

No había abandonado Inglaterra, a mediados de 1522, cuando se declaró en él una importante calentura, de la cual no se había recuperado todavía cuando la comitiva real alcanzaba Santander el 16 de julio. Un deterioro que se iba acentuando mientras caminaba, ahora sí, hacia su nueva sede episcopal. El Cabildo palentino le envió para darle la bienvenida al arcediano del Alcor, además de a otros tres capitulares que se habrían de encontrar con él en Reinosa, en agosto de ese mismo año. Todos ellos emprendieron el viaje hacia Palencia, aunque el obispo no pudo pasar de Herrera de Pisuerga, localidad en la que falleció.

Indicaba Fernández de Madrid, que su mucha influencia y “privanza” ejercida, pudieron despertar la envidia “y le ayudaron a morir”. Fue enterrado provisionalmente en el monasterio de San Bernardino, para después ser trasladado a la iglesia que dotó en Burgos, la puesta bajo la advocación de San Nicolás.

 

Bibl.: J. Solano de Figueroa, Historia Eclesiástica de la Ciudad y Obispado de Badajoz, V, Badajoz, 1933, págs. 147-160; J. A. Escudero, Los secretarios de Estado y del Despacho (1474- 1724), Madrid, Instituto de Estudios Administrativos, 1969; P. Rubio, “Ruiz de la Mota, Pedro”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell, Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. III, Madrid, Consejo Superior Investigaciones Históricas, Instituto Enrique Flórez, 1973, pág. 2121-2122; I. J. Ezquerra Revilla, “Ruiz de la Mota, Pedro”, en J. Martínez Millán, La Corte de Carlos V, Segunda parte, Los Consejos y los consejeros de Carlos V, vol. III, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2000, págs. 377-379; E. García Hernán, Políticos de la Monarquía Hispánica (1469-1700). Ensayo y Diccionario, Madrid, Fundación Mapfre-Tavera, 2002, pág. 631; J. Pérez, La revolución de las Comunidades de Castilla (1520-1521), Madrid, Biblioteca Historia de España, Siglo XXI de España Editores, 2005.

 

Javier Burrieza Sánchez