Dávalos de Aquino, Fernando Francisco de. Marqués de Pescara (V), en Nápoles. Nápoles (Italia), c. 1489 – Milán (Italia), 3.XII.1525. Aristócrata, militar.
Hijo del marqués de Pescara Alfonso de Dávalos de Aquino, y de Diana de Cardona —de la rama italiana de los condes de Golisano en ese linaje de origen catalán—, Fernando Francisco de Dávalos de Aquino nació hacia 1489 en Nápoles y recibió sus nombres en honor del duque de Milán Francesco I Sforza y el monarca napolitano Ferdinando —o Ferrante— I de Aragón, las dos instancias de poder que habían acrecentado al linaje en Italia en los dos ámbitos territoriales que centraron la acción militar y política del futuro “Gran Pescara”. Tras la muerte de su madre en 1494 y de su padre un año después, el joven marqués fue educado por su tía Costanza de Dávalos, duquesa de Francavilla, junto a su primo, el más joven Alfonso de Dávalos, marqués del Vasto, teniendo como preceptores a Giovanni Musefilo y otros humanistas napolitanos. La enseñanza de éstos, centrada en la gramática y la retórica clásicas, se vio completada más tarde por la formación cortesana y una afición por la literatura caballeresca española con la que ha querido identificarse la preferencia que siempre proclamó Pescara, por considerarse español antes que italiano en función de un arraigado culto al linaje y a las virtudes guerreras de una emergente conciencia nacional. La antigua casa de los Dávalos o Ávalos había alcanzado las más altas cotas de poder en Castilla durante el reinado de Juan II, cuyos bruscos cambios faccionales provocaron el paso de sus principales representantes a la Corona de Aragón y, de allí, al reino de Nápoles conquistado por Alfonso V, donde acabaron estableciéndose junto a otras casas españolas y, como, éstas, ligándose a familias locales como la de los Aquino, aunque conservando siempre el orgullo de sus orígenes españoles. Favorecido por la dinastía aragonesa con el oficio de gran camarlengo —uno de los siete grandes oficios del reino—, el linaje acumuló extensos feudos, sobre todo en las provincias de Abruzo —en cuya costa adriática, próxima a la frontera pontificia, se encuentra la ciudad de Pescara—, al tiempo que desarrollaba estrechas relaciones con los Sforza y los Trivulzio de Milán. El papel decisivo que varios de sus miembros desempeñaron, en apoyo de la causa aragonesa y española, durante las guerras por el dominio de Nápoles entre 1494 y 1504, reforzó su protagonismo político en el convulso panorama feudal del reino y facilitó el ascenso del marqués de Pescara en el marco de la Monarquía española.
En 1509 su boda —celebrada en el castillo familiar de la isla de Ischia— con Vittoria Colonna, hija de Fabrizio Colonna, duque de Tagliacozzo y gran condestable del reino —máximo exponente de esta casa de origen romano y tradición gibelina, con grandes feudos en los Estados pontificios y el reino de Nápoles, donde limitaban con las posesiones de los Dávalos—, supuso la culminación de unas tratativas iniciadas mucho antes entre los dos linajes —sancionadas por las capitulaciones matrimoniales firmadas en Marino en 1507— y amplió una extensa red familiar y clientelar que sirvió de apoyo a la trayectoria militar de Pescara. Ésta tuvo su primer episodio en la destacada participación del marqués en la batalla de Ravenna que, en 1512, vio la retirada de las fuerzas de la Liga Santa, dirigidas por el virrey de Nápoles Ramón Folch de Cardona, frente a los franceses. Pescara, herido, cayó prisionero, junto a otros muchos militares y nobles españoles y napolitanos como Fabrizio Colonna o Pedro Navarro, y negoció sin éxito, durante su cautiverio en Milán, el paso de su tío el mariscal Trivulzio al campo español. Liberado un año después, permaneció en el norte de Italia, donde sus intereses familiares lo impulsaron a aconsejar al virrey Cardona continuar la campaña, al tiempo que organizaba un ataque en Génova contra los Adorno, en apoyo de los Fregoso, parientes de los Colonna.
En junio de 1513 Fernando el Católico le confirió el rango de capitán general de la Infantería española en Italia, y, como tal, decidió la victoria de la Santa Liga en la batalla de Vicenza contra los venecianos en diciembre de ese año. Para entonces Pescara había desarrollado los rasgos esenciales de su carácter que más tarde difundieron diversos cronistas como síntesis de los antiguos valores caballerescos y la nueva técnica de la guerra, siguiendo el modelo del Gran Capitán: valor personal, camaradería con los soldados, implacable sentido del honor y preferencia por la infantería española frente a la italiana. A esas cualidades —sintetizadas en unos famosos versos de su mujer Vittoria Colonna como “virtù, celerità, forza ed ingegno”— se unía una calculada ferocidad contra la población civil para canalizar las expectativas, siempre insatisfechas, de sus tropas, como se puso de manifiesto en 1513 al permitir la masacre de seiscientos habitantes durante el saqueo de Voghera.
Tras su regreso a Nápoles a finales de 1515, el marqués desarrolló una intensa actividad política que culminó al año siguiente con la crisis sucesoria que siguió a la muerte de Fernando el Católico. Frente a los recelos de gran parte de la nobleza filoaragonesa, Pescara y su suegro Fabrizio Colonna apoyaron al virrey Cardona para conseguir el acatamiento de las elites del reino a Carlos de Austria, evitando que estallaran tumultos como los de Sicilia. El marqués estrechó una alianza con otros nobles napolitanos, como el duque de Atri, Andrea Matteo Acquaviva, para conseguir la proclamación del nuevo Soberano y, a la vez, emprendió una campaña militar para recuperar los feudos de los Aquino en el valle del Liri.
Para ello contó con el respaldo del virrey, cuyo primer acto tras la muerte del Rey Católico fue encargar a Pescara la incorporación por la fuerza al patrimonio de la Corona del ducado de Sora, en poder del prefecto de Roma, Francesco Maria della Rovere —sobrino del papa Julio II—, cuya posesión reivindicaba el propio marqués. En julio de 1516 el nuevo Monarca confirmó a éste en todos sus títulos y oficios, incluido el de capitán general de la Infantería del Ejército de Italia. Después de la publicación de la Paz de Noyon entre Carlos I y Francisco I de Francia (septiembre de 1516), que preveía la restitución de los bienes confiscados a los barones proangevinos, en abril de 1517 la nobleza filoaragonesa eligió a Pescara como su embajador para conseguir que el Soberano les garantizase la integridad de sus feudos. Dávalos marchó a Bruselas, sede de la Corte, donde entabló una cordial relación con el conde de Benavente —en lo que algunos han querido ver una confirmación de la tradicional actitud levantisca de la nobleza compartida por ambos— y defendió sus intereses particulares, consiguiendo que el Rey volviera a confirmarlo como capitán general de la Infantería y gran camarlengo del reino. Todo ello podía interpretarse como el triunfo de unos intereses familiares que auguraban un nuevo acrecentamiento de su reputación, como se encargaron de difundir los artistas que rodeaban a la Corte señorial de Pescara en la isla de Ischia y los diversos escritores a él ligados no sólo en el reino, sino en otros puntos de Italia. Entre éstos destaca Bartolomé Torres Naharro, testigo excepcional de la vida cultural del bando proespañol en Roma, al que pertenecían los Colonna y, por tanto, la mujer de Pescara, Vittoria, y cuya dedicatoria a ambos de su famosa Propalladia, publicada en Nápoles el 16 de marzo de 1517, en la que ha podido verse una apología del pactismo nobiliario respaldado por el virrey Cardona, en honor del cual incluye diversos poemas, coincide con las tratativas de la nobleza para enviar a Pescara a su crucial misión en la Corte. Antes de volver al reino en septiembre, Carlos I entregó al marqués una instrucción con la respuesta que debía dar a los barones que lo habían enviado, fechada en Brujas el 3 de julio de 1517. En ella garantizaba el respeto de los intereses aristocráticos amenazados, pero posponía a su viaje a España una decisión definitiva.
A pesar del ambiguo resultado de su misión, Dávalos vio reforzado su prestigio tanto en la Corte como en el reino de Nápoles. El 15 de enero de 1518, desde Valladolid, el Rey lo confirmó de nuevo en sus cargos y le prometió recompensar sus servicios con nuevas mercedes; le ordenaba que entre tanto obedeciera al virrey Cardona, capitán general de las tropas en Italia, lo que no impidió que el marqués siguiera desarrollando sus propias iniciativas políticas. Tras la muerte de su suegro Fabrizio Colonna en 1520, Pescara volvió a preparar una expedición contra Génova, esta vez no realizada y, a principios de 1521, apoyó al conde de Montorio, Luodovico Franchi, cuando éste fue arrestado por las autoridades virreinales y desposeído del gobierno de hecho que venía ejerciendo sobre una de las principales ciudades del reino, L’Aquila, centro de la región de Abruzo, como una nueva prueba de su identificación con los intereses de la nobleza frente al intervencionismo de la Corona. En ese año consiguió uno de sus principales objetivos feudales al comprar el estratégico ducado de Sora a Guillermo de Croix, que lo había adquirido poco antes. Sus dotes militares tuvieron una nueva ocasión para manifestarse con el inicio de la primera guerra contra Francisco I y la consiguiente reapertura de las hostilidades en el norte de Italia. A principios de mayo de 1521 Pescara salió de Nápoles al frente de cuatro mil infantes con dirección a Bolonia, lo que produjo el descontento con el virrey de Prospero Colonna, máximo responsable de las tropas imperiales y cabeza de otra rama de la poderosa familia de la esposa del marqués. Las crecientes desavenencias por cuestiones tácticas y de rango no impidieron que ambos generales colaborasen durante la campaña de Lombardía, coronada —pese a un inicial fracaso frente a Parma— con la ocupación de Milán el 20 de noviembre de 1521— con la decisiva intervención de los arcabuceros españoles dirigidos por Dávalos—, a la que siguió el saqueo de Como por las tropas de Pescara y, tras el regreso del duque Francesco II Sforza, la resonante victoria de Bicocca el 27 de abril de 1522 sobre las tropas franco-suizas dirigidas por Lautrec.
El encuentro, en el que se volvió a confirmar la superioridad de la infantería moderna sobre la caballería feudal, obligó al ejército galo a retirarse a Francia a pesar de la renuncia de Prospero Colonna a proseguir la ofensiva tal y como aconsejaba el marqués, y permitió el avance de los imperiales hacia Génova, tomada el 30 de mayo. El saqueo que entonces se produjo fue nuevamente achacado a Pescara y a su afán por contentar a las tropas, aunque en él participaron también los exiliados Adorno que, tras un cambio de posiciones, desbancaron del poder a Ottaviano Fregoso, desde 1515 aliado de Francia y enviado ahora prisionero al castillo de Dávalos en Ischia.
Aureolado con estos nuevos triunfos —a pesar de la condena explícita del nuevo papa, Adriano VI, por los excesos del saqueo genovés—, en abril de 1523 Pescara volvió a viajar a la Corte, esta vez en Valladolid, para exponer sus críticas contra Prospero Colonna y nuevas demandas de mercedes a las que se creía acreedor tanto en el Ejército como en sus reivindicaciones feudales. El Emperador lo autorizó a regresar a sus estados y le concedió un feudo en el ducado de Milán con 4.000 ducados de renta anual, que venían a aliviar su grave situación económica.
A su vuelta a Nápoles realizó al pasar por Cerdeña, en julio de ese año, un minucioso informe sobre las obras de fortificación necesarias para defender la isla y su capital, Cagliari, que atestigua sus conocimientos de artillería y de la nueva técnica de la arquitectura militar abaluartada. En el siguiente mes de agosto Pescara —que consideraba bloqueado su ascenso en el Ejército imperial por Prospero Colonna— negoció, a través del II duque de Sessa, embajador imperial en Roma, su paso al servicio de la República de Venecia, solicitado por ésta —prueba del prestigio militar que había alcanzado—, aunque finalmente el nuevo papa Clemente VII presionó para que se eligiera al duque de Urbino Francesco Maria della Rovere en virtud de su mayor italianidad.
Dávalos mantuvo entonces intensos contactos en la Corte pontificia para impulsar sus ambiciones políticas y militares, con una autonomía respecto al Emperador que puede asimilarse a la ética cuatrocentista del condottiero.
La muerte de Prospero Colonna, sucedido como capitán general de todas las tropas imperiales por el nuevo virrey de Nápoles Charles de Lannoy, así como el recrudecimiento de las hostilidades en Lombardía, permitieron que Pescara recuperase el protagonismo que deseaba, de nuevo al servicio de Carlos V. Otra vez en la llanura padana al frente de sus infantes españoles, el 29 de abril de 1524 el marqués se enfrentó a los franceses en Romagnano, donde fue herido y capturado el famoso caballero francés Bayardo, muerto en la tienda de Dávalos en lo que algunos interpretaron como un simbólico relevo generacional en los valores de la milicia. En ese mismo año el creciente poder de Pescara en Nápoles provocó la reacción de algunos nobles. Al tiempo que aparecían diversos pasquines en los seggi de la capital contra su desmedida ambición, el conde de Potenza Juan de Guevara y Gaetano, pariente pero rival suyo en virtud de antiguos litigios familiares y nuevas desavenencias políticas y de honor, le lanzó un desafío y fue arrestado en la Corte por obstaculizar los planes imperiales de emplear a Dávalos en la campaña contra Francia. Los servicios de Pescara se consideraban más necesarios que nunca, como se puso de manifiesto al aceptar el marqués —inicialmente partidario, como Lannoy, de replegarse hacia Nápoles una vez asegurado el Milanesado— participar en la invasión de Provenza como lugarteniente del condestable Charles de Borbón que, tras haber pasado al servicio imperial, pretendía crear un reino propio entre los Alpes y el Ródano. Iniciada la campaña en Italia a finales de mayo con la toma de Alessandria, que volvió a concitar los elogios por las virtudes militares de Pescara, el rápido avance imperial por el sur de Francia se detuvo en agosto de 1524 con el fracaso del sitio de Marsella, que permitió la contraofensiva francesa dirigida por el propio Francisco I. Dávalos consiguió vencer la obstinación de Borbón en proseguir una empresa ya imposible al no llegar los esperados refuerzos desde el Rosellón y dirigió con habilidad la retaguardia del ejército en retirada, hostigado por la vanguardia gala de Anne de Monmorency. Esta vez fue Pescara quien insistió en permanecer en Lombardía frente a la opinión de Lannoy, que creía más prudente regresar a Nápoles. La energía con la que el marqués hizo frente al empuje francés permitió reorganizar las tropas desplegando toda clase de escaramuzas y ataques por sorpresa —como las famosas “encamisadas”— y manteniendo el control del ejército, en permanente riesgo de motín por el retraso de las pagas, a través de una relación personal materializada en el frecuente recurso a la arenga. Este género clásico de oratoria militar, gracias a Pescara y otros capitanes, se convirtió en un nuevo arquetipo humanístico proclive a combinar la demagogia pretoriana con las invocaciones al honor caballeresco. Fue ese recurso el que, según escribió el propio marqués al Emperador, le había permitido convencer a los soldados amotinados para que dejaran el reducto de Lodi, donde se habían recluido, y marchar a atacar al ejército del rey de Francia que sitiaba a las tropas de Antonio de Leyva en Pavía.
La consiguiente derrota francesa el 24 de febrero de 1525 —día de san Matías y cumpleaños del Emperador— y, sobre todo, la captura del propio Monarca galo, dio lugar a una intensa campaña apologética en la que humanistas napolitanos y de otros puntos de Italia ensalzaron las virtudes militares de Pescara como protagonista de la jornada. Esta condición fue disputada por el condestable de Borbón y el virrey de Nápoles, mientras que, durante los meses siguientes, se sucedieron las maniobras para decidir el destino del regio prisionero tanto en España como en Italia.
Finalmente, Lannoy consiguió trasladarlo a España, frente a la opinión de Pescara, partidario de llevarlo a Nápoles, al tiempo que aumentaban las desavenencias entre ambos sobre la administración y el futuro de Lombardía. La victoria consolidó la ocupación de las principales plazas del estado de Milán por guarniciones imperiales, esencialmente españolas, iniciada en 1522, aunque por el momento la teórica soberanía del duque Francesco II Sforza planteara una delicada situación jurisdiccional a los principales capitanes, Pescara y Leiva. Particular intensidad alcanzó el enfrentamiento del virrey de Nápoles, Charles de Lannoy, con el duque de Borbón y con el propio Pescara que, poco después, se vio envuelto en una de las más famosas conjuras de la Italia del siglo xvi, trazada por el gran canciller del Estado de Milán Gerolamo Morone a fin de liberar simultáneamente Nápoles y Lombardía de la ocupación imperial. En el marco de un plan para formar una nueva liga con Venecia, el Papa y la regente de Francia, Luisa de Saboya, destinada a expulsar de Italia a los bárbaros, Morone apeló a las desavenencias de Pescara con Lannoy y Borbón, así como a su condición de italiano de nacimiento, para proponerle que se erigiera en defensor de la libertad de la península y traicionara al Emperador a cambio de convertirse en rey de Nápoles con el apoyo del Papa. Tras alimentar las expectativas del canciller hasta que éste le descubrió todo el proyecto, en octubre de 1525 Dávalos denunció la maniobra a Carlos V, arrestó a Morone y exigió al duque Francesco Sforza, acusado de traición, la entrega de las principales fortalezas lombardas. La lealtad de Pescara quedó de esta forma reforzada, aunque en la Corte el gran canciller Mercurino de Gattinara intentó cuestionarla para defender a Sforza, a quien lo unían fuertes intereses. En realidad, la trama diseñada reflejaba tanto la estrecha asociación existente entre los destinos de los dos principales territorios de la península —Milán y Nápoles— como las tensiones protagonizadas por Dávalos —máxima encarnación de la nobleza napolitana— frente al virrey borgoñón y el antagonismo de los grandes linajes que sostenían la causa del Emperador. Todo ello tuvo consecuencias decisivas para el proceso de incorporación del estado de Milán al patrimonio imperial. En noviembre de 1525, mientras sus tropas asediaban el castillo de la capital donde se había refugiado el duque Francesco II, Pescara asumió formalmente, en nombre de Carlos V, el gobierno del Estado, cuyos oficiales y corporaciones juraron fidelidad al Emperador, lo que suponía, de hecho, el derrocamiento de los Sforza y el paso del estado lombardo a la directa soberanía imperial, en una situación que, prolongada hasta el nuevo reconocimiento de la dinastía ducal en 1529, se hizo definitiva a partir de noviembre de 1535 con la muerte del duque.
Pescara pasó sus últimos meses en Lombardía, intentando consolidar el dominio de un territorio sometido a fuertes tensiones y un endémico problema de financiación de las tropas ocupantes. En noviembre de 1525 fue nombrado por el Emperador capitán general de todo el Ejército de Italia, lo que venía a reforzar su posición. Sin embargo, su carrera se vio interrumpida porque murió en Milán el 3 de diciembre de 1525, al parecer víctima de la tisis, no sin que antes hubiera encargado del gobierno militar y político del estado lombardo a Alfonso de Dávalos y Antonio de Leyva. El epitafio para su sepulcro, que no llegó a realizarse, fue encargado a Ludovico Ariosto y su cuerpo fue enterrado solemnemente junto a los reyes aragoneses en San Domenico Maggiore de Nápoles el 11 de mayo de 1526. En 1523, durante su visita a la Corte en España, Pescara, sin hijos, había obtenido del Monarca la confirmación de un privilegio de 1521 para que sus posesiones pasaran a su primo menor, educado con él en las armas, Alfonso de Dávalos, marqués del Vasto, que había de sucederle también en el prestigio militar y en el favor del Soberano. La continuidad de actitudes políticas y familiares se reflejó en los momentos críticos en que el nuevo jefe de la casa de Dávalos se erigió en portavoz y representante de los intereses generales del reino de Nápoles, al igual que había hecho su primo y mentor, a la vez que la intensa vinculación de éste con Lombardía tuvo continuidad al ser nombrado más adelante Alfonso gobernador del estado de Milán.
Uno de los vehículos que cohesionaron y difundieron esa tradición familiar fue la transmisión de las gestas del marqués de Pescara por parte de diversos poetas y cronistas como Paolo Giovio. En sus obras ensalzaron las virtudes militares de una figura convertida en prototipo de la transición entre la antigua ética caballeresca y la nueva técnica militar, aunque con un carácter mucho más marcado de esta última en Pescara que de la primera, a la que estuvo más próximo el Gran Capitán, con quien tantas veces se le ha relacionado. La presunta raíz española de ese comportamiento no impidió, sin embargo, su identificación con el culto humanístico a la fama y los modelos antiguos difundidos por autores italianos como su propia mujer Vittoria Colonna, convertida a su vez en musa del Renacimiento —sobre todo por su posterior amistad con Miguel Ángel y sus opiniones heterodoxas— y cuya producción poética consagró, desde los tiempos de la batalla de Ravenna hasta la muerte de Dávalos, la imagen idealizada de éste.
Así, el vencedor de Pavía se convirtió muy pronto en uno de los prototipos heroicos del Renacimiento y, quizás él mismo poeta ocasional, en un modelo de la conjunción entre las armas y las letras que halló su mejor cauce en la obra de su mujer, a su vez trasunto de una imagen de armonía conyugal no exenta de sombras, como reflejan los rumores sobre las relaciones de Pescara con el marqués de Sant’Angelo, Ferdinando Castriota, muerto en Pavía y para el que la propia Vittoria Colonna escribió un poema elegíaco.
La imagen de Fernando Francisco de Dávalos se unió también muy pronto a la de su primo y heredero Alfonso en otros autores como Ariosto, que en su Orlando Furioso incluyó unas famosas estrofas en honor de ambos. Del mismo modo, el “Gran Pescara” ocupó un lugar central en la serie narrativa de la batalla de Pavía desplegada en los tapices que, sobre cartones del pintor Bernard Van Orley, encargó la ciudad de Bruselas para regalarlos al Emperador en 1528, convertidos en icono de todo el reinado y más tarde entregados a los Dávalos como un símbolo de la identidad del linaje que ahora se conserva en el napolitano Museo de Capodimonte. A partir de la confluencia entre dos tradiciones nacionales, el marqués de Pescara pudo erigirse en modelo de valor militar y virtudes aristocráticas hasta alcanzar el carácter de un mito familiar que condicionó el comportamiento de sus sucesores al frente del linaje, consolidado como uno de los pilares del dominio español en el reino de Nápoles y en el conjunto de Italia. Esa trayectoria se expresó a través de un activo mecenazgo artístico y, sobre todo, literario, que perpetuó una imagen de lealtad a la Corona de España compatible con la defensa de la libertad del reino a la que apelaban los distintos cuerpos e instancias sociales y políticas de éste, empezando por los demás linajes de una aristocracia surcada por múltiples divisiones de rango y de facción. Entre éstas, el marqués de Pescara fue durante las primeras décadas del siglo xvi la cabeza del bando aragonés en el poderoso baronaggio o alta nobleza feudal, tan preocupado por cualquier cesión a las pretensiones francesas y de sus partidarios napolitanos que pudiera comprometer un patrimonio señorial acrecentado a costa de éstos, como reacio a doblegarse ante una imposición demasiado rígida de las directrices de la Monarquía que pusiera en cuestión el equilibrio de poderes diseñado por Fernando el Católico con un amplio margen de autonomía de las elites aristocráticas.
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G. Capella, Historia del fortissimo y prudentissimo Capitán Don Hernando de Avalos Marqués de Pescara, con los hechos memorables de otros siete excelentissimos capitanes del Emperador Don Carlos V Rey de España, que fueron en su tiempo, es a saber el Prospero Coluna, el Duque de Borbón, Don Carlos de Lanoy, Don Hugo de Moncada, Philiberto Principe de Orange, Antonio de Leyva y el Marqués del Guasto, Recopilada por el Maestro Valles, Amberes, Juan Steelsio, 1547; S. Ammirato, Delle famiglie nobili napoletane, vol. I, Florencia, Giorgio Merescotti, 1580, págs. 93-141 (ed. facs., Bolonia, A. Forni Editore, 1973); P. Giovio, Le vite del Gran Capitano e del marchese di Pescara, trad. de L. Domenichi, Bari, G. Laterza, 1931; D. Scado, Il marchese di Pescara e le torri di Cagliari, Sassari, 1931; F. Cazzamini Mussi, La congiura di Gerolamo Morone, Milano, La Famiglia Meneghina, 1945; G. de Caro, “D’Avalos, Francesco Ferrante”, en VV. AA., Dizionario Biografico degli Italiani, vol. IV, Roma, Istituto della Enciclopedia Italiana, 1962, págs. 623-627; A. Cernigliaro, Sovranità e feudo nel regno di Napoli. 1505-1557, vol. I, Napoli, Jovene, 1983, págs. 82-87; R. Colapietra, “Il baronaggio napoletano e la sua scelta spagnola: ‘Il Gran Pescara’”, en Archivio Storico per le Provincie Napoletane, a. CVII (1989), págs. 1-71; S. Ferino (ed.), Vittoria Colonna. Dichterin und Muse Michelangelos, catálogo de exposición, Wien, Kunsthistorisches Museum, 1997; V. Colonna, Sonetti in morte di Francesco Ferrante D’Avalos marchese di Pescara, ed. de T. R. Toscano, Milano, G. Mondadori, 1998; C. J. Hernando Sánchez, “El reino de Nápoles y el dominio de Italia en el Imperio de Carlos V (1522-1532)”, en B. García García (ed.), El Imperio de Carlos V. Procesos de agregación y conflicto, Madrid, Fundación Carlos de Amberes, 2000, págs. 111-153; C. J. Hernando Sánchez, “Una visita a Castel Sant’Elmo. Famiglie, città e fortezze a Napoli tra Carlo V e Filippo II”, en Annali di Storia moderna e contemporánea, 6 (2000), págs. 39-89; El reino de Nápoles en el Imperio de Carlos V. La consolidación de la conquista, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2001.
Carlos José Hernando Sánchez