Beltrán, Diego. ?, s. m. s. XV – s. m. s. XVI. Consejero de Castilla e Indias y del Consejo Real de Castilla.
Se carece de datos sobre los primeros años de su vida, aunque Pedro Mártir de Anglería proporciona una información sobre Diego Beltrán que no se ha podido contrastar por otras fuentes. Así, afirma que era descendiente de conversos y colegial del Real Colegio de España en Bolonia (Italia), donde realizaba estudios en Leyes. Sin embargo, no queda constancia de su paso por la institución en su relación de colegiales.
Nombrado alcalde de casa y corte en junio de 1506, recibió el encargo de tomar residencia al corregidor de Granada. Vinculado al “partido fernandino”, iniciaba sus contactos con los asuntos indianos en torno a 1512. Así, a comienzos de dicho año, recibía ciertos emolumentos por su intervención en negocios de la Casa de la Contratación en la Corte de Castilla. Si bien dicha facción cortesana mantenía bajo su control las materias concernientes a las Indias, la muerte de Fernando el Católico condicionaba la decisión de Beltrán de reorientar sus vínculos cortesanos. Con este fin, procuró buscar un lugar más ventajoso en el entorno del joven Carlos. Para ello, pudo contar con el apoyo de diversos miembros del grupo “aragonés” que habían acudido a los Países Bajos con este objetivo. El propio Diego Beltrán se trasladaba a Bruselas hacia mayo de 1516, donde comenzaba a asistir a las reuniones del Consejo Real.
La obtención de importantes fortunas por parte de los miembros de la facción “fernandina” a través de prácticas ilícitas en relación con los asuntos indianos había sido una práctica habitual en la que Diego Beltrán había participado. De esta manera, las riquezas obtenidas por medios irregulares posibilitaron que Beltrán pudiese comprar el favor de Chiévres, cuya protección sustentó su medro. En este sentido, no tuvo inconveniente en intrigar contra los antiguos “felipistas”, así como en desprestigiar la actuación del cardenal Cisneros. El apoyo de García de Padilla y del deán de Besançon sustentó su ingreso en el Consejo de Castilla en el otoño de 1516. Desde dicho organismo, propició que los asuntos relacionados con las Indias pasasen a ser dirigidos desde Flandes.
También procuró favorecer a algunos de sus protegidos, como a Gutierre Velázquez de Lugo y Francisco del Prado, que con posterioridad ocuparon plaza en el Consejo de Indias.
Si bien su regreso a la Península Ibérica se producía en julio de 1517, comenzaba a propiciar un acercamiento al cardenal Cisneros unos meses antes como método preventivo ante el posible surgimiento de inconvenientes.
Beltrán iniciaba así una práctica que le acarrearía problemas y condicionaría su salida del Consejo Real: el desarrollo de un doble juego político.
Asimismo, continuaba con sus prácticas fraudulentas, puesto que advirtió a todos aquellos que ocupaban oficios en la Corte de la conveniencia de que alcanzasen un entendimiento con Chiévres, en cuyo nombre decía actuar, para lograr una provisión que ratificase la ostentación de sus cargos a cambio de importantes sumas de dinero. Su inclinación a la intriga le condujo a, por una parte, conseguir el favor de Adriano de Utrecht, quien solicitaba a Carlos V que le fuese concedida a Beltrán la encomienda de Carabanchel y una importante suma de dinero para paliar su mal estado financiero, y, por otra, a mostrar sus simpatías por el movimiento comunero. Sus contactos con el conde de Benavente y la ayuda financiera prestada a la Comunidad evidenciaron su inclinación hacia la revuelta, sin que contribuyese a soslayar su comprometida situación ante el Emperador el hecho de haber sido apresado por los comuneros en Valladolid en 1520, ni los elogios del condestable de Castilla motivados por su valeroso comportamiento en Burgos. Mientras éste pedía a Carlos V una merced económica para solventar la situación de Beltrán, cuyos bienes se encontraban en manos de la Junta, Beltrán aludía ante el Emperador al enfrentamiento existente entre el condestable y Adriano de Utrecht como la verdadera causa de la irresolución de los problemas que acuciaban a las ciudades castellanas. A pesar de que fue encargado de elaborar un informe sobre los delitos cometidos por Antonio de Acuña, obispo de Zamora, de intervenir en la generación y emisión de las sentencias contra los comuneros más señalados, y de obtener una compensación económica por las pérdidas sufridas, se generaron importantes dudas sobre su fidelidad que coincidieron con el retorno de Carlos V. Mientras que los “fernandinos”, como su amigo Pedro Mártir de Anglería, argumentaron una defensa para hacer frente a las acusaciones de que era objeto, su mala reputación quedaba plasmada en el informe realizado por Galíndez de Carvajal sobre los miembros del Consejo Real. En consecuencia, Beltrán abandonaba dicho organismo en 1523.
No obstante, sus poderosos protectores cortesanos, entre los que se encontraba Francisco de los Cobos, posibilitaron su rehabilitación política. Solamente un mes después de abandonar el Consejo Real, recibió el nombramiento como consejero de Indias. El 8 de marzo de dicho año se expidió su título como primer miembro asalariado de esta institución. Fue una gran distinción, puesto que la provisión, señalada por el canciller Gattinara, tenía carácter vitalicio. Su designación, un año antes de que se proveyese un presidente u otro consejero, ha alimentado la controversia en torno a la fecha de fundación del Consejo de Indias, aunque existe mayor acuerdo en relación con que esta nominación y el ejercicio de la secretaría por parte de Francisco de los Cobos suponían la continuidad de la política desarrollada por Juan Rodríguez de Fonseca en los asuntos indianos.
La creación del Consejo de Indias suponía la subordinación de la Casa de la Contratación a este organismo.
El traslado al Consejo a Sevilla en 1526 para acompañar a Carlos V propició que tuviera lugar la primera visita a dicha institución por consejeros. En concreto, los encargados de efectuarla fueron Diego Beltrán, Maldonado y el secretario Samano. Si bien las pesquisas se debían centrar en revisar las reclamaciones de jurisdicción presentadas por poblaciones cercanas y los libros de cuentas, el principal objetivo de esta actuación era incrementar el control sobre la Casa de la Contratación, cuyo funcionamiento se estimaba excesivamente autónomo. Por otra parte, las investigaciones evidenciaron que no se cometían irregularidades graves por parte de los oficiales, con la excepción del contador Recalde, quien se encontraba apartado de sus funciones antes de que se iniciase la visita.
La situación económica de Beltrán mejoraba de manera significativa, puesto que obtenía importantes mercedes. Así, en febrero de 1526, recibió la escribanía mayor de rentas de Nueva España, que se ampliaba a Isla Margarita, Castillo del Oro, Tierra Firme y Perú en agosto del año siguiente. Igualmente, en octubre de 1526, se le otorgó, junto al consejero Pedro Manuel, el estanco de la recogida de pastel y orchilla, así como de la pesca del coral en todas las Indias. En 1527, consiguió, junto al secretario Francisco de los Cobos, el derecho de establecer una compañía con la finalidad de trasladar a esclavos negros para que trabajasen en las minas de Guatemala. En abril de 1528, obtuvo los derechos de registro de las Audiencias de Santo Domingo y México. Por último, en agosto de 1530, su hijo Ventura Beltrán logró que le fuera concedida la mitad de la escribanía mayor de rentas de La Española.
Sin embargo, la pérdida de influencia de su protector García de Loaysa y la marcha a Roma de éste y del secretario Cobos supusieron importantes perjuicios para Diego Beltrán. Procuró paliar los efectos de esta situación a través de un acercamiento a Rodrigo de la Corte, vinculado a Juan Pardo de Tavera. En 1531 el Consejo de Indias planteó una consulta a los contadores y al Consejo Real sobre la conveniencia de que se consumiese la ostentación de la escribanía de rentas que tenía concedida sobre diversos territorios. Tanto el conde de Osorno como Tavera sugirieron a Carlos V que para subsanar la pérdida de Beltrán le fuese concedida una renta de cien mil maravedíes anuales, pero no se debía ceder a sus deseos de mantener dichas escribanías a causa del daño que percibía la Hacienda real.
Por el contrario, el retorno de Loaysa a la presidencia del Consejo de Indias proporcionó a Beltrán la posibilidad de obtener tanto nuevas mercedes económicas como incrementar su protagonismo político. Así, en 1534 formó parte de la junta reunida por el Emperador para discutir la adopción de medidas que impidiesen la salida de moneda del reino en respuesta a la propuesta efectuada por las Cortes reunidas en Madrid. Si bien, en diciembre del año siguiente, se valoraba en el Consejo de Indias su demanda del oficio de ensayador del oro de la Española, Cuba y San Juan, Carlos V ordenaba que no se tomara ninguna determinación sobre la provisión de este cargo durante su ausencia. Fue en febrero de 1538, cuando obtuvo el oficio de registrador de la Audiencia de Panamá, además de ocupar el mismo cargo en las Audiencias de Santo Domingo y México. Pocos meses después, fue proveído en la escribanía mayor de las minas de Honduras, mientras que, en agosto, el Emperador hacía merced sobre todo el alumbre extraído en Nueva España y Nicaragua al propio Beltrán junto a Suárez de Carvajal, Mercado de Peñalosa y el secretario Samano.
No obstante, la vinculación de Beltrán al Consejo de Indias finalizaba como resultado de la visita realizada a dicha institución en 1542-1543. Sin duda, Diego Beltrán fue el miembro del Consejo que resultó inculpado más gravemente. A lo largo de su trayectoria vital, había desarrollado diversas actividades irregulares con la finalidad de lucrarse. Durante la instrucción de la visita, quedó demostrada su aceptación de dádivas y sobornos por parte de diversos conquistadores, entre los que cabe destacar a Hernán Cortés, Diego de Almagro y los hermanos Pizarro.
De nada sirvió a Beltrán contar con una provisión vitalicia, puesto que la sentencia de la visita le condenaba a la privación de su cargo de consejero, y, por tanto, de su salario, así como de las demás mercedes concedidas a perpetuidad. Entregado a los alcaldes de Corte, se procedía a su procesamiento criminal, del que se derivaba la sentencia que le condenaba a pagar diecisiete mil ducados de multa.
Sin duda, las actividades irregulares que había realizado Beltrán a lo largo de su vida, especialmente en los asuntos relacionados con las Indias, le habían procurado una importante fortuna. Durante los años en que el aumento de sus ingresos fue productivo, Diego Beltrán encargó al arquitecto Luis de Vega la traza y obras del palacio de las Dueñas en Medina del Campo. Esta obra trataba de imitar en diversos aspectos la casa que el secretario Francisco de los Cobos había mandado construir en Valladolid. En los últimos años de su vida, esta fortuna obtenida por medios ilícitos se encontraba muy mermada, puesto que Beltrán dilapidó gran parte de ella movido por su adicción al juego. Por ello, fue imposible cobrar la pena pecuniaria a la que fue condenado. En consecuencia, el fiscal del Consejo Real, el licenciado Villalobos, refería a Carlos V la conveniencia de que se alcanzase con él algún tipo de composición, siempre que quedase en vigor la privación de cargos y mercedes. Para contrarrestar el perjuicio económico que esta situación causaba a la familia, su esposa, Ana de Mella, y su nuera iniciaron un pleito para salvaguardar sus dotes de la actuación de los acreedores.
Entre sus descendientes, cabe destacar a Antonio Beltrán y Bernardino de Mella, que pertenecieron a la capilla real de Carlos V, y, sobre todo, a Ventura Beltrán, contino real, que eligió el camino de las armas.
Combatió con las tropas imperiales en Alemania e Italia e intervino en la guerra del Perú en 1547.
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Henar Pizarro Llorente