Ruiz de Medina, Juan. Medina del Campo (Valladolid), c. 1440 – Segovia, 30.I.1507. Obispo, embajador y presidente de la Chancillería de Valladolid.
Miembro de una de las familias más encumbradas de la villa, marchó a Salamanca con la idea de estudiar ambos Derechos. Era licenciado en Artes cuando el Colegio de Maestros de Salamanca le envió a Roma para negociar la expedición de ciertos documentos (5 de abril de 1466), y al año siguiente entró como bachiller canonista en el prestigioso Colegio de San Bartolomé (14 de noviembre de 1467). Se doctoró en Cánones en 1474 y más adelante obtuvo la Cátedra de Prima de la Universidad de Valladolid. Allí debió entrar en contacto con la Corte pues en 1476 fue nombrado oidor de la Audiencia, consiliario de la provincia de León, y se incorporó al Consejo Real cubriendo la vacante del obispo de Lugo, García de Bahamonde. Dos años después Isabel y Fernando le incluyeron en el equipo diplomático que debía negociar la paz con Francia, y en 1479 fue enviado de nuevo a la Corte francesa para tratar la devolución del Rosellón y la Cerdaña. Los Reyes premiaron sus servicios concediéndole en 1480 el priorato de la recién erigida Colegiata de San Antolín (Medina del Campo), y en fecha incierta recibió el arcedianato de Almazán (Sigüenza).
En noviembre de 1480 Medina pasó a ocuparse de los asuntos de la Inquisición al ser nombrado asesor de los dos inquisidores —el maestro Miguel de Morillo y el bachiller Juan de San Martín— con los que se trasladó a Sevilla para instaurar el nuevo tribunal.
Trascurridos los sesenta días del edicto de gracia, Medina se encargó de amonestar a los cautivos y escuchar confesiones. Sin embargo, la resistencia de los conversos y la pasividad de la nobleza andaluza, llevó a los inquisidores a actuar con una dureza que indignó al cronista Pulgar, cuando escribe en carta al cardenal Mendoza que ni Medina ni el inquisidor Diego de Merlo “harán [...] tan buenos christianos con su fuego como hizieron los obispos Don Paulo [de Santa María] y Don Alonso [de Cartagena] con su agua” (c. 1481). Se equivoca Ortiz de Zúñiga cuando le hace primer juez del fisco, cargo desempeñado por Fernando Yáñez de Lobón, colaborador suyo en la resolución de ciertos pleitos que se suscitaron entre Sevilla y Carmona. Tal vez recibió entonces el beneficio de la parroquia de San Pedro (A. Bernáldez) y una canonjía en la Catedral de Sevilla, donde fue nombrado prior.
Durante este tiempo Medina continuó trabajando en el Tribunal, y en 1484 sustituyó a Juan de San Martín en la reunión convocada en Sevilla por el inquisidor general Tomás de Torquemada y de la que saldrían las primeras instrucciones inquisitoriales. Tal vez tenga relación con este trabajo la Compilación de las instrucciones del Officio de la Santa Inquisición que se le atribuyen y fueron publicadas póstumamente en 1576.
En 1486 los reyes le incorporaron al séquito del conde de Tendilla que debía prestar obediencia a Inocencio VIII, reconciliar al papado con el rey de Nápoles y solicitar importantes asuntos relacionados con la Iglesia castellana. Medina iba en calidad de protonotario apostólico y “profundo conocedor del derecho canónico”, con la misión de sustituir al difunto Gonzalo de Villadiego en las cuestiones tocantes al tribunal de la Inquisición. La embajada fue un éxito y los Reyes le nombraron procurador ordinario en la Curia, junto con Bernardino López de Carvajal, antiguo colector pontificio con quien aparece asociado desde 1488. Su embajada en Roma duró trece años, a lo largo de los cuales recibió el obispado de Astorga (23 de enero de 1489), que permutó por el de Badajoz (27 de marzo de 1493), y luego por el de Cartagena (20 de febrero de 1495), sin contar otros beneficios menores como el priorato de “Villamar” (1486-87), tal vez Villalar.
En los últimos años del pontificado de Inocencio VIII, Medina tuvo que lidiar —junto con Carvajal— por las provisiones episcopales, la obtención de las facultades para la reforma de las órdenes religiosas, la renovación de la bula de Cruzada y la consolidación del Tribunal de la Inquisición. El prelado fue también un eficaz portavoz de las victorias de la guerra de Granada, gracias a la información que le proporcionaban regularmente los reyes y algunos amigos personales como el humanista Alonso de Palencia (8 de enero de 1492). Cuando cayó la ciudad nazarí él mismo transmitió la noticia a las ciudades de Luca, Ferrara, Siena o Módena, y en Roma celebró una Misa solemne de acción de gracias en la iglesia nacional de Santiago de los Españoles (19 de febrero de 1492). Su vinculación con el círculo de humanistas romanos se pone de manifiesto en la copia de la Historia Baetica (1492) —ricamente decorada en pergamino— que le dedicó Carlo Verardi y las palabras de agradecimiento que le dirigió en el prólogo de la tragicomedia Fernandus Servatus, publicada y representada en Roma en 1493 a raíz del atentado sufrido por el Rey en Barcelona en diciembre de 1492.
Tras el fallecimiento de Inocencio VIII, los procuradores de los Reyes se encargaron de la vigilancia del cónclave que elegiría a Alejandro VI (10 de agosto de 1492), y al año siguiente se incorporaron a la embajada de prestación de obediencia encomendada a Diego López de Haro (junio de 1493). No es posible detallar aquí la ingente cantidad de negocios que tramitó nuestro embajador durante el pontificado Borja en colaboración con Carvajal —nombrado cardenal en 1493— y con Garcilaso de la Vega, enviado a Roma en 1494. El rey alabó sus gestiones en favor de la reforma de las órdenes religiosas “porque entiendo lo fazes con la diligencia que conviene” (23 de diciembre de 1496), y al año siguiente agradeció su firme respuesta a las críticas que se habían suscitado en la Curia contra la acción reformadora de los Reyes.
Medina también llevaba los asuntos de la Inquisición y en 1498 fue nombrado doctor en la comisión creada por Alejandro VI para efectuar ciertas rehabilitaciones públicas que presidió el propio Medina en la iglesia de Santa María sopra Minerva (Roma).
Como procurador, informaba a los reyes de cuanto sucedía en Italia, ya se tratara de asuntos eclesiásticos como la efímera reforma emprendida por el Papa en 1497, o civiles como los progresos de la Liga Santa y las victorias del Gran Capitán en el Reino de Nápoles.
En 1498 celebró la Misa pública en sufragio del príncipe Juan en la abarrotada iglesia de Santiago de los Españoles (16 de enero de 1498) ante once cardenales y diversos embajadores. Fue responsable con Carvajal de la construcción del complejo monástico de San Pietro in Montorio que los reyes estaban levantando en la colina del Giannicolo, y aún le quedaba tiempo para enviar a la reina diversas reliquias o dos escapularios elaborados por la beata Colomba de Rieti. Mientras tanto, los monarcas cuidaban sus beneficios y protegían su cátedra en Valladolid contra los intentos de ciertos extraños a la universidad que pretendían arrebatársela (7 de julio de 1495).
Medina defendió a sus soberanos con particular entereza durante la crisis diplomática suscitada en 1498 por el acercamiento de Alejandro VI a Francia. Fueron meses muy tensos en los que el procurador castellano abandonaba la capilla pontificia cuando comparecían los embajadores franceses, o lideraba con Garcilaso de la Vega una manifestación de la natio hispana en Roma (17 de abril de 1499). Fueron sus últimas actuaciones como procurador, pues los reyes decidieron renovar la plantilla diplomática en el verano de 1499 a raíz de la nueva política italiana que iban a adoptar.
A su regreso a la Península Ibérica, los reyes premiaron sus servicios nombrándole presidente de la Chancillería de Valladolid (28 de junio de 1501) y obispo de Segovia (16 de marzo de 1502) en sustitución de Juan Arias del Villar. Medina tomó posesión de la sede en junio de 1503 y realizó allí varias fundaciones con su respectiva dotación (D. Colmenares). Tres años antes había sido nombrado abad de la iglesia colegial de San Antolín (Medina del Campo), donde inició la construcción de la cabecera y la torre de la iglesia, adquirió el patronato de la capilla mayor para convertirla en panteón familiar (14 de marzo de 1503), y enriqueció el patrimonio de la iglesia con una cruzrelicario de fina orfebrería italiana que aún se conserva en la sacristía. Entre sus fundaciones también habría que contar la edificación de la capilla de la Generación de Cristo —en la Catedral de Sevilla— a la que dotó cien mil maravedíes de renta para dos capellanías, y la capilla mayor de la parroquia de Nuestra Señora de la Antigua igualmente dotada de dos capellanías.
Durante este tiempo Medina llevó con mano firme la Chancillería para desdicha de ciertos prelados como Juan de Castilla, que no lograba resolver sus pleitos con el cabildo de Salamanca por culpa de su presidente “que es el alma de los Medina e de los de mi iglesia” (15 de septiembre de 1501). Tras el fallecimiento de Isabel la Católica, presidió el juramento de la autoridades de Valladolid a la reina Juana (26 de noviembre de 1504) después de lo cual fue confirmado en el cargo. Murió en Segovia el 30 de enero de 1507 y —cumpliendo su testamento— fue enterrado en la iglesia de San Antolín sin “sepultura alta de piedra ni monumento”, sino “una piedra llana de las de Toledo para que (...) los que la vieren se conviden a rogar a Dios por mi alma”. Era el mejor homenaje para este discreto y culto prelado que sirvió lealmente a la Corona en tiempos turbulentos.
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Álvaro Fernández de Córdova