Juan III de Albret. Vizconde de Tartas y señor de Albret. Labrit (Francia), m. s. XV – Pau (Francia), 17.VI.1516. Último rey de Navarra.
Hijo primogénito del condestable de Francia e inseparable colaborador de Luis XI, Alain o Alano de Albret, y de Francisca de Blois, hija de Guillermo de Bretaña.
El señorío de Albret tiene su origen en la Gascuña medieval francesa que hoy se localiza en el actual departamento de Las Landas, con centro en la localidad de Labrit. Sus titulares eran los Albret, que llegaron a ocupar el trono de Navarra con Juan III. Los primeros señores aparecen documentados en la Edad Media como Bernardel Amaneu de Albret, Amaneo de Labrit (1215) y su nieto Amaneo VIII (1312-1315), quien en el año 1319 prestó vasallaje al rey de Navarra, que luego renovaron sus sucesores por los dominios señoriales de las “tierras de Ultrapuertos” (la tierra de Mixa y sus dependencias), que han de conformar la merindad de su nombre en Navarra.
Tartas, localidad del actual departamento francés de los Pirineos Atlánticos, es históricamente el centro del vizcondado de su nombre, vinculado siempre a la Monarquía francesa a través del ducado de Aquitania.
El primer vizconde de Tartas fue Arnaldo Amaneu, señor de Albret, hijo de Bernardel Amaneu de Albret y casado con Margarita de Borbón.
La fusión del señorío de Albret y del vizcondado de Tartas con el reino de Navarra se produjo en junio de 1484 con el matrimonio de Juan de Albret y Catalina de Foix, reina de Navarra, que tuvo lugar en la catedral de Lescar, en las proximidades de la ciudad de Pau, sede del vizcondado de Bearne, en el sur de Francia. La elección de Juan como esposo de Catalina y posterior rey de Navarra tuvo lugar en el contexto de una problemática situación en la que los monarcas españoles y franceses pugnaban por sus respectivos pretendientes para la consecución de sus intereses políticos.
Con este matrimonio se unieron los estados de Albret, Foix y Navarra, dando lugar a una compleja estructura política en la que el reino navarro, a pesar de su pequeña extensión —doce mil kilómetros cuadrados y cien mil habitantes—, y de encontrarse en una difícil situación económica y política, constituía un importante núcleo político en el gran conjunto de las herencias respectivas de los monarcas. Según observa Boissonnade, Juan de Albret, con motivo de su matrimonio con Catalina de Foix, heredó todos los territorios y señoríos de la casa de Albret: Las Landas, Gaure, el Bordelesado, Perigord, el Limousin y otros señoríos menores, tierras muy superiores a los estados de los Foix y que explica el interés de los reyes de Francia por intervenir en su dominio, al menos de manera feudal. Alano de Albret asignó, asimismo, a su hijo una renta de 5.000 libras sobre otros territorios suyos. Por su parte, los dominios de Catalina se extendían por los condados de Foix y Bigorre, y vizcondados de Bearn, Marsan, Gavardan y Nébouzan, Couserans y una parte de Comminges, Tursan, Andorra y vizcondado de Castelbon.
Los reyes Juan y Catalina se enfrentaron a esta nueva creación política sumida en una compleja situación que condicionaba el gobierno de los monarcas. Juan de Albret tan sólo tenía siete años y Catalina le doblaba en edad. Pero las principales dificultades no vinieron del reino navarro, donde se les instó con gusto y aprobación para su coronación, sino de sus propiedades ultrapirenaicas, donde la feudalidad debida al rey de Francia subyacía tras las decisiones políticas de los reyes. A ello se sumaban los pretendidos derechos sucesorios de Juan de Narbona, tío de Catalina, a los estados franceses e incluso a la Corona navarra. El comienzo del reinado se inició con la regencia de la princesa Magdalena, madre de la Reina, y el gobierno de la familia Albret en las principales instituciones navarras.
El padre de Juan, Alain de Albret, desempeñó funciones de virrey y su hermano Amaneo fue designado para la administración de la diócesis de Pamplona.
Juan y Catalina permanecieron mientras tanto en el Palacio Real de Pau sin ocupar el trono navarro por temor a la usurpación de su tío, apoyado por el rey de Francia, pero en ocasiones acudían al reino de Navarra como con motivo de las Cortes celebradas en San Juan de Pie del Puerto el 24 de septiembre de 1486, para corroborar el nombramiento de virrey de Alain de Albret. É ste, calificado por la historiografía como hombre estrafalario, vanidoso y codicioso, fue incapaz de llevar a buen término la empresa de dirigir los destinos de tan heterogéneos territorios y permaneció siempre vinculado a las alianzas de los señores feudales franceses, aventura en la que comprometió a la princesa Magdalena y que supuso que Navarra se convirtiera en un estado subordinado a los intereses franceses de una nueva dinastía extranjera, situación que contribuyó a debilitar y desacreditar a la vieja Monarquía.
Juan y Catalina llegaron a Navarra para ser coronados en el año 1494, diez años después de acceder al trono, y se encontraron con un reino fragmentado por las largas luchas civiles, y carente de recursos económicos y militares permanentes. Pero este empobrecido territorio les proporcionaba mayor rango que los numerosos títulos nobiliarios franceses que poseían.
La Corte oficial de los últimos reyes privativos de Navarra se encontraba en la ciudad de Pau, y desde su coronación en Pamplona la sede real solían instalarla en el palacio de la villa de Sangüesa. Allí vivieron la pérdida de su primogénito, Andrés Febo, que falleció el 17 de abril de 1503 con dos años de edad, y el nacimiento muy poco después, el día 25, en la casa de los Sebastián, de la Rúa Mayor, de Enrique, que sucederá a Juan de Albret y llevará el título de príncipe de Viana hasta la muerte de la reina Catalina en 1517.
En Sangüesa los Reyes tomaron bajo su protección y convirtieron en real basílica el santuario de San Babil construido por el regimiento de la villa como recordatorio de la muerte y nacimiento de sus hijos Andrés y Enrique y celebraron, además, dos reuniones de Cortes en 1503 y 1507.
Instalados en Navarra, el esfuerzo de los Monarcas se centró en el restablecimiento del ejercicio de la autoridad real en todo el reino, pero la debilidad económica y la crisis del poder real, frenado por el poder de las Cortes navarras, no permitieron terminar con la endémica guerra civil, que desembocó en el derrocamiento de la dinastía Foix-Albret y en el fin de la independencia del reino. En el año 1512 Juan de Albret luchó de forma incansable desde sus estados ultrapirenaicos por recuperar el reino de Navarra, empeño en el que fracasó de forma estrepitosa debido a sus alianzas francesas y agramontesas y al rechazo de los pamploneses. Tras la irreversible incorporación del reino de Navarra a la Corona de Castilla, los últimos reyes de Navarra, regresaron a su residencia de Pau, que desde entonces se convirtió en sede de los reyes de Navarra, ya que así continuaron titulándose en virtud de los territorios de la Baja Navarra. Desde esta sede bearnesa, Juan y Catalina vieron poco después cómo Fernando el Católico castellanizaba las tierras de Ultrapuertos, cuando en el año 1514 organizó la administración del estado de la Baja Navarra y los bajonavarros se sometieron a Fernando en las Cortes de Huarte del 31 de octubre, jurándole fidelidad como rey de Aragón y de Navarra.
Tras la muerte, el 23 de enero de 1516, de Fernando el Católico, Juan de Albret y Catalina solicitaron al Vaticano la anulación de la bula de excomunión que pesaba sobre ellos y que había servido a Fernando para anexionar Navarra a Castilla, pero este nuevo intento de restauración de la Monarquía navarra también fracasó.
El 17 de junio de 1516 falleció en Pau Juan de Albret, tras treinta y dos años de reinado junto a su esposa Catalina. A pesar de que en su testamento disponía que su cuerpo fuera enterrado en la catedral de Pamplona, principal panteón regio desde el siglo xii, la Familia Real tuvo que usar el panteón de sus antepasados los vizcondes de Bearne, edificado en la catedral románica de Lescar de la ciudad de Pau.
La historiografía dedicada a la dinastía Foix-Albret define el perfil humanístico y político de Juan de Albret.
Por una parte, se destaca en él su faceta cultural y literaria a través de la creación de sus bibliotecas en Olite y en Orthez; su carácter afable, cortés y benigno con todos sus súbditos; su espíritu caritativo y su religiosidad, a pesar de que él y su familia fueron acusados por Castilla de heterodoxos. Sin embargo, no se elogia en él su actuación como Rey, pues, siguiendo a Alesón, la afabilidad del Monarca le hacía menospreciado de muchos y amado de pocos, por más que procuraba ganarse el respeto de todos con la representación de su majestad. Boissonnade subraya la falta en el Rey de la energía de carácter, la firmeza de ideas, la actividad política y la penetración de espíritu que, por encima de cualquier otra condición se necesita en un jefe de estado. En el mismo sentido, José María Lacarra afirma que, aunque Catalina se manifestaba con más energía y más talento, ninguno de los dos dio especiales muestras de energía ni de talante organizado, inspirando más afecto que respeto. Además, mostraban más interés por los estados de Bearne, donde se sentían más en su ambiente, nombrando con frecuencia servidores de confianza extranjeros, con protesta de las Cortes navarras.
Bibl.: L. Cadier, Les états de Béarn depuis leur origines jusqu’au commencement du XVI siècle, Paris, Imprimerie Nationale, Picard, 1888; J. de Moret, Anales del Reino de Navarra, t. VII, Tolosa, Est. Tipográfico de E. López, 1891; A. Campión, “La excomunión de los últimos reyes legítimos de Navarra”, en Boletín de la Comisión de Monumentos de Navarra, XII (1921), págs. 116-120, 181-184 y 249-255; R. Anthony y H. Courteault, Les testaments des derniers rois de Navarra, Toulouse-Paris, Edouard Privat, 1940; M. Sáez Pomés, “Enrique de Labrit, último Príncipe de Viana”, en Revista Príncipe de Viana, 6, n.º 21 (1945), págs. 565-592; P. Boissonnade, La conquista de Nabarra en el panorama Europeo, t. I, Buenos Aires, Editorial Vasca Ekin, 1956; La conquista de Nabarra, t. II, Buenos Aires, 1957; J. Laprade, Le Chateau de Pau, Pau, Marrimpouey, 1967; J. M. Lacarra, Historia Política del Reino de Navarra desde sus orígenes hasta su incorporación a Castilla, vol. III, Pamplona, Aranzadi, 1973; C. Samoyault-Verlet, La chateau de Pau, Paris, 1979-1980; P. T ucoo-Chala, Histoire de Béarn, Pau, 1980; La principauté de Béarn, Pau, Société Nouvelle d’Éditions Régionales et de Diffusion, 1980; J. Perot, Musée National du Chateu de Pau, Paris, Réunion des Musées Nationaux, 1984; L. J. Fortún (dir.), Sedes Reales de Navarra, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1991; J. del Burgo, Historia General de Navarra. Desde los orígenes hasta nuestros días, t. II, Madrid, Rialp, 1992; C. Juanto Jiménez, La Merindad de Sangüesa. Estudio histórico y jurídico, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1996; Á. Adot Lerga, Juan de Albret y Catalina de Foix o la defensa del Estado navarro (1483- 1517), Iruñea, Pamiela, 2005.
Consuelo Juanto Jiménez