Hurtado de Mendoza, Diego. Conde de Mélito (I), en Nápoles. Manzanares el Real (Madrid), c. 1468 – Toledo, 1536. Militar y virrey de Valencia durante la revuelta de la Germanía.
Segundo hijo del cardenal Pedro González de Mendoza y de Mencía de Lemos, fue legitimado por los reyes Fernando e Isabel en 1476, y por el papa Inocencio VIII en 1488. Participó en la Guerra de Granada, y en 1500 pasó a Italia como general de la Armada. Estuvo a las órdenes de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, en la incursión en Cefalonia. En la campaña de Nápoles participó en las batallas de Ceriñola, Garellano y Gaeta, y tuvo una actuación destacada en la toma de Mélito. Fueron recompensados estos servicios en 1506 con los condados de Mélito, con la Grandeza de España desde 1516, y de Aliano, y con la dignidad de gran justiciero de Nápoles. Se casó con Ana de la Cerda, señora de Miedes, nieta del duque de Medinaceli. En mayo de 1520, Carlos V le nombró virrey de Valencia en un momento especialmente difícil por la convulsión que representaba la Germanía. Esta designación fue protestada por los representantes de los estamentos eclesiástico y militar valencianos presentes en la Corte en La Coruña, y no por la identidad del elegido, sino porque este nombramiento suponía un flagrante contrafuero. El Monarca no podía nombrar a un virrey para un territorio en el que no había sido reconocido como tal. Pero lo cierto es que esta actitud del estamento militar parecía más bien una disimulada venganza ante el favor que el Monarca y sus consejeros demostraban hacia la Germanía. La estrategia de los nobles resultó contraproducente, ya que facilitó el éxito del embajador de la Germanía, el notario Jeroni Coll, que también se encontraba en La Coruña. Únicamente Coll aceptó el nombramiento del virrey, tanto por llevar la contraria a la nobleza como por el deseo de ser recompensado por el Emperador con cartas favorables respecto a la reivindicación agermanada de elegir jurados entre los artistas y menestrales.
El 21 de mayo de 1520 entró el virrey en la ciudad de Valencia comprobando la audacia de los líderes radicales agermanados, quienes cambiaron el itinerario oficial de la comitiva con objeto de desviarlo hacia los barrios gremiales con el objeto de hacer ver al virrey el poder de la Germanía. Pese a ello, el conde de Mélito despreció desde un principio la organización agermanada. Esto fue así, no tanto por las instrucciones recibidas del Emperador, como por su mentalidad aristocrática, que se resistía a tratar de igual a igual a síndicos gremiales. Su talante soberbio y su falta de tacto político impidieron el entendimiento con los agermanados. Era, sin duda, un prestigioso militar, pero poco versado en la diplomacia. Intentó alcanzar sus objetivos con unos medios contraproducentes que sólo propiciaron la radicalización del movimiento agermanado. Ante los repetidos desprecios a la Junta de los Trece y, comprobado su no disimulado favoritismo por los nobles, los agermanados organizaron violentos tumultos (5 de junio de 1520) que provocaron la huida del virrey de la capital, refugiándose éste, primero, en Cocentaina, después, en Játiva y, finalmente, en Denia. Ante esta ofensa a su representante, Carlos V despachó una serie de órdenes (11 de junio de 1520) que ponían punto final a su inicial favor hacia la causa agermanada.
El ataque al vizcondado de Chelva por parte de las tropas de la Germanía (agosto de 1520) provocó que el virrey hiciese llamamiento a las poblaciones de realengo para que aportasen tropas con que poder enfrentarse a los rebeldes. Pero la solicitud no obtuvo respuesta alguna y la falta de efectivos militares provocó que el virrey paralizase los preparativos bélicos, viéndose forzado a residir, casi durante un año, en Denia. Aunque recibió varias embajadas de la ciudad de Valencia y de los agermanados moderados suplicándole su vuelta a la capital, siempre se negó a hacerlo mientras la Germanía no fuese disuelta. En mayo de 1521 presionó al gobernador, Lluís de Cabanyelles, para que bajo ningún concepto subrogase la gobernación en su hermano —del virrey—, el marqués del Zenete, como proponían los moderados, porque temía que la actuación del marqués fuera imprevisible, ya que no estaba seguro de que obedeciera sus órdenes. Decidido a enfrentarse militarmente con los agermanados, buscó ayuda militar en el Principado de Cataluña. Instó a Lluís Boteller de Oliver, procurador del cardenal-obispo de Tortosa, a que reclutase gente para el ejército real, ante el peligro que corrían la fortaleza de Peñíscola y la villa de Benicarló —cercanas a la frontera con Cataluña—, asediadas por los agermanados locales. Por el sur esperaba contar con la ayuda desde Murcia de las tropas del marqués de los Vélez.
Todos estos preparativos militares, y el fracaso de la diplomacia de los moderados, fueron utilizados por los radicales como justificación para exigir la salida del ejército agermanado. El virrey, cuando tuvo noticia de los planes de los rebeldes, se encontraba falto de tropas. Para subsanarlo, encargó a Joan Fernández de Heredia y a otros nobles el reclutamiento de compañías de Infantería en La Mancha y, además, solicitó el auxilio de las tropas catalanas de Lluís Boteller de Oliver. Con estos efectivos llegó con sus tropas a Gandía el 23 de julio de 1521. Reunido en Consejo de Guerra con los nobles, el conde de Mélito presentó su estrategia, que consistía en esperar en la fortificada Gandía el ataque agermanado, entretener a Peris con pequeñas escaramuzas, y ganar tiempo hasta la llegada de los refuerzos de las poblaciones de realengo. Pero Juan de Borja, duque de Gandía, disintió del plan del virrey, porque significaba la destrucción de su ducado y la huida de sus vasallos mudéjares ante las amenazas de los agermanados de imponerles la conversión al cristianismo o la muerte. Juan de Borja era de la opinión de que había que enfrentarse cuanto antes a los agermanados y destruirlos. El virrey tuvo que recordar a los nobles que las tropas realistas se reducían a dos mil infantes, entre los que se encontraban setecientos mudéjares, mal adiestrados, y seiscientos manchegos, muchos de ellos sospechosos de haber militado en las Comunidades castellanas. Pero, al fin, viendo que su propuesta no era secundada, aceptó salir al encuentro de los agermanados.
El día 25 de julio de 1521, en las proximidades de Gandía, se produjo la batalla, y la victoria de la Germanía fue absoluta. Esto fue debido, más que a la táctica militar del capitán general agermanado Vicent Peris, a la deserción general de los mudéjares y manchegos del ejército del virrey. Éste, viendo el desastre, se dirigió con los nobles a Denia, ya que era inútil salvar Gandía. Pensando el conde de Mélito que el siguiente objetivo de Peris sería la conquista del castillo de Orihuela, encargó a Pero Maça y al almirante de Aragón la defensa de la citada fortaleza, instándoles a pasar a Murcia y solicitar ayuda al poderoso marqués de los Vélez. El virrey abandonaba la campaña en el sur del reino embarcando rumbo a Peñíscola. Encontraba más fácil organizar un nuevo ejército desde la zona norte, en la que el foco agermanado se reducía prácticamente a Morvedre, y, después, marchar sobre la ciudad de Valencia desde posiciones más seguras. Instalado en la plaza fuerte de Peñíscola, se apresuró a reclutar gente para su ejército y a reunir fondos para poder pagarla. Para lo primero, envió al duque de Gandía a Castilla y, además, concertó con los marqueses de Moya y, especialmente, de los Vélez, la permanencia a su servicio con sus adiestradas tropas. Con respecto al acuciante problema de los ingresos, aun consiguiendo aportaciones de particulares, la mayor parte de los fondos fueron entregados, no sin coacción, por las poblaciones de realengo de la zona norte del reino, además de lo recaudado entre los vasallos de la Orden de Montesa.
Con objeto de avituallar el Ejército, el virrey ordenó a Francisco de Rebolledo, capitán de la Armada Real, que con su flota marchase a Denia a comprar trigo y, para forzar el cerco sobre la capital, que apresara todas las naves cargadas de vituallas con destino a Valencia. El infante Enrique de Aragón, elegido por los agermanados moderados para negociar la capitulación de la capital, fue informado por el virrey de que Valencia tendría que humillarse y suplicarle su regreso antes de iniciar cualquier negociación. Pero el estamento militar se oponía a negociar, porque prefería que el virrey entrase en la ciudad de Valencia como conquistador y no por medios diplomáticos. Por otra parte, en septiembre de 1521, el virrey tuvo conocimiento de que en Cataluña y Aragón se producían movimientos favorables a la Germanía valenciana y, alarmado por la posibilidad de que los de Valencia recibiesen refuerzos, envió a los que habían sido abogados de la Junta de los Trece, Bartomeu Monfort y Jerónimo Soriano, como embajadores a estos territorios con la misión de dar a conocer allí la perversidad del ideario agermanado.
Sometida la población de Morvedre, el conde de Mélito se estableció, el 24 de octubre de 1521, en Paterna, a escasa distancia de la capital. Allí se le unieron el duque de Segorbe y el marqués de los Vélez con sus respectivos ejércitos. El 1 de noviembre se instaló en el palacio real de Valencia, desde donde esperaba organizar su entrada triunfal en la ciudad. Publicó antes un perdón general, del que, no obstante, quedaron excluidos los líderes radicales. El 9 de noviembre de 1521 celebró su triunfo sobre la Germanía. Seguidamente ordenó al ejecutivo municipal que procediera a configurar un gobierno y administración municipales tal como estaban inmediatamente antes de la introducción de las reformas agermanadas. Se revocó a los dos jurados de los artistas y menestrales y fueron elegidos consellers para la configuración de un Consell atento a las órdenes virreinales y libre de elementos subversivos. En cuanto al importante cargo de racional de la ciudad, el virrey, aunque no confiaba en Joan Caro, no se atrevió por el momento a cesarlo, dado el considerable ascendiente de que seguía gozando entre el pueblo como líder del moderantismo.
Vicent Peris y los demás dirigentes radicales, excluidos del perdón del virrey, se refugiaron en Játiva y Alcira, dos de las más destacadas poblaciones de realengo del reino e importantes plazas fuertes dotadas de sólidas defensas. La relativa proximidad de Játiva y Alcira respecto a Valencia suponía una seria amenaza para la capital. El virrey, por tanto, optó por presentarse con su poderoso ejército ante las murallas de ambas poblaciones, con la esperanza de que, con sólo comprobar la superioridad aplastante de sus tropas, los radicales capitularan. El conde de Mélito partió de Valencia el 14 de noviembre de 1521 y, llegado frente las murallas de Alcira, pronto vio la imposibilidad de conseguir una rendición rápida. Decidió entonces encaminarse a Játiva para intentar lo que no había conseguido de Alcira, obteniendo igual fracaso. Para el virrey urgía el reclutamiento de un nuevo ejército para rendir Játiva y Alcira, lo que consiguió, no sin dificultades, en mayo de 1522. En las proximidades de la localidad de Bellús, el conde de Mélito obtuvo —el 1 de septiembre de 1522— una decisiva victoria sobre los rebeldes. Bien provisto de fondos y tropas —de los gremios de Valencia, de las poblaciones de realengo y de mercenarios castellanos—, el conde de Mélito decidió dar el ataque decisivo a las dos poblaciones rebeldes, escogiendo la población de Canals como cuartel general.
La inminente caída de Játiva y Alcira animó al virrey a procesar a dos de los principales líderes de la Germanía, Guillém Sorolla, que aún ocupaba el cargo de procurador de las tierras del Antic Patrimoni, y Joan Caro, a quien el mismo virrey había confirmado en su cargo de racional de la ciudad. La situación de los rebeldes era insostenible. Cada vez más faltos de víveres y armas, y, lo que era más grave, de un líder militar, decidieron, al fin, capitular. Enviaron embajadores al Emperador para prestarle fidelidad y obtener el perdón. El virrey entró triunfalmente en Játiva el 5 de diciembre de 1522 y el 9 del mismo mes en Alcira. El conde de Mélito deseaba abandonar el reino cuanto antes, pues no le entusiasmaba la etapa de represión que se avecinaba y así, el 6 de diciembre de 1522, el Monarca ordenaba a Lluís de Cabaynelles que se ocupase de la lugartenencia general porque relevaba al conde de Mélito. Éste, antes de abandonar Valencia, y por orden del Emperador, marchó a Játiva para poner en libertad a Fernando de Aragón, duque de Calabria. Diego Hurtado de Mendoza fue nombrado por Carlos V consejero de Estado. Falleció en Toledo en 1536.
Bibl.: M. de Viciana, Crónica de la ínclita y coronada ciudad de Valencia. Libro IV, Valencia, 1566 (ed. de J. Iborra, Valencia, Universidad, 2005); J. Mateu Ibars, Los virreyes de Valencia.
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Vicente J. Vallés Borràs