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Manuel Filiberto

Biografía

Manuel Filiberto. Duque de Saboya. Chambery (Francia), 8.VII.1528 – Turín (Italia), 30.VIII.1580. Gobernador de los Países Bajos, consejero de Estado y caballero de la Orden del Toisón de Oro.

Fue el tercer hijo de Carlos III, duque de Saboya, y de Beatriz de Portugal, la hermana de Isabel, esposa de Carlos V. El pequeño Manuel Filiberto iba destinado inicialmente a la carrera eclesiástica, como tantos otros segundones de la nobleza, ya que Luis, su hermano mayor, era el heredero del ducado tras haber fallecido Adriano, el primogénito. Carlos III había obtenido el Obispado de Ginebra y un puesto en el Colegio Cardenalicio, prebendas que fueron destinadas para Manuel, a quien ya se llamaba “il cardenalino”.

Carlos III se había ganado la confianza del emperador Carlos V desde pronto, asistiendo en un puesto de honor a su coronación. No obstante esa influencia protectora, las vecindades de Francia y de una Suiza presa de querellas religiosas, trajeron problemas al territorio saboyano. El duque era hombre de poco carácter, y no supo imponerse a las, cada día mayores, pretensiones francesas ni de los protestantes suizos, que tomaron Ginebra, Berna y Friburgo, llegando a ocupar tierras ducales en el Vaud y la Alta Saboya. La hostilidad y los cálculos políticos de Francisco I de Francia le llevaron a invadir el ducado en 1536, quedándose con Saboya y gran parte del Piamonte para un posible intercambio con Milán, su verdadero objetivo.

Tras huir, Carlos III se refugió en Vercelli e inmediatamente solicitó el amparo del Emperador, que gustosamente se lo concedió. Saboya y Milán eran las llaves de acceso a las posesiones carolinas tanto del Este como occidentales, y el restablecimiento del duque en su Estado garantizaba a Carlos V una vía de comunicación libre y esencial.

Tras fallecer Luis, hijo segundogénito de Carlos III, recayó sobre los hombros de Manuel Filiberto la carga de proseguir la estirpe familiar, de modo que se le preparó para una futura asunción del título y las responsabilidades que comportaba. Los juegos militares, la equitación y la caza constituyeron pasatiempos habituales en el adolescente, quien como príncipe renacentista, fue asimismo educado en el cultivo de las letras, lo mismo clásicas que de la floreciente literatura italiana: Cicerón y Tito Livio llegaron a serle tan familiares como Dante o Petrarca. Destacó a la vez por sus dotes en el aprendizaje de lenguas, que tan útiles le iban a ser en el futuro.

Enviado por su padre a la Dieta de Worms, Manuel Filiberto fue recibido por Carlos V el 21 de mayo de 1545; el Emperador ofreció todo su apoyo a las pretensiones de Manuel al ducado de Saboya. La preparación militar del joven se completó brillantemente durante la campaña de la Liga de Esmalkalda (1546- 1547), a lo largo de la cual quedaron patentes sus dotes de mando y un coraje a toda prueba.

Pronto se granjeó la confianza del príncipe Felipe (futuro rey de España) y de un personaje de dilatada y profunda influencia en los años a venir: el cardenal Granvela. Hecho miembro de la Orden del Toisón de Oro en 1546, Manuel Filiberto estuvo en Bruselas con Felipe de 1548 a 1550, y le acompañó a España en 1551. Ulteriormente pasó al ducado de Milán, combatiendo allí a las órdenes del gobernador Ferrante Gonzaga contra los franceses, que aún seguían instalados en parte de Saboya y el Piamonte.

Una fecha memorable en la vida de Manuel Filiberto fue el 27 de junio de 1553, cuando Carlos V le nombró lugarteniente general en Flandes y comandante supremo de las fuerzas imperiales en los Países Bajos, igualándole en rango a Ferrante Gonzaga. Sin embargo, la noticia fue mal recibida en círculos del Ejército, pues se consideraba que el Emperador actuaba movido por el aprecio al duque exiliado y la conveniencia de su amistad, ya que apenas tenía veinticinco años, su experiencia militar era pequeña, y no era natural de los Países Bajos. Sin embargo, Carlos V se mantuvo inconmovible.

El 17 de agosto de 1553 falleció Carlos III, y Manuel Filiberto fue investido duque de Saboya por el Emperador. Si bien el ducado seguía aún en manos de franceses, Carlos V era consciente del potencial político que suponía el joven duque, cuya estrella no dejaría de ascender, superando las inquinas de la nobleza flamenca pero asimismo de rivales como Ferrante Gonzaga, quien no le perdonará su éxito. Sin embargo, las cualidades de Manuel Filiberto acabaron imponiéndose en una serie decisiva de campañas llevadas con brillantez. “Cabeza de hierro” (nombre con que se le acabaría conociendo) recibió la inestimable ayuda de Granvela, quien con su tacto diplomático evitó que los roces con la nobleza local de Flandes y sus otros oponentes llegaran a un enfrentamiento abierto que sólo llevaría perjuicio a las armas imperiales.

En julio de 1554, el príncipe Felipe puso rumbo a Inglaterra para efectuar su casamiento con María Tudor, dejando el gobierno de España a su hermana Juana. Por las mismas fechas en que el heredero de Carlos V se convertía en Rey consorte de Inglaterra (25 de julio), Manuel Filiberto peleaba contra los ejércitos franceses de Enrique II que habían entrado en Flandes ocupando Bouvines, Dinant y Mariembourg haciéndoles retroceder hasta Renti, donde el Emperador luchó personalmente dirigiendo a los suyos. Derrotados los galos, hubieron de replegarse hasta Compiègne, pero Manuel Filiberto, convencido de la viabilidad de ocupar territorio francés, no cejó hasta recorrer toda la Picardía en pos de Enrique.

Complacidos por su arrojo y lealtad, Felipe y María lo recibieron en Londres por diciembre de 1554, planeándose una política matrimonial con la princesa Isabel de Inglaterra que no pareció agradar al joven duque, cuyas miras seguían puestas en recuperar las posesiones italianas.

De nuevo el Emperador, siempre inclinado a favorecer a su sobrino (excepto en la concesión de territorios que no fueran la misma Saboya), intervino haciendo que Manuel Filiberto fue nombrado sustituto de María de Hungría como gobernador general de los Países Bajos. El acto tuvo lugar en la misma fecha (25 de octubre de 1555) en que cede a Felipe II la gobernación de sus Estados flamencos; Manuel tuvo el privilegio de leer el discurso de renuncia en nombre del Emperador. De esta forma, con el hijo en Londres y el sobrino en Bruselas, las dos partes del Canal de La Mancha quedaban unidas y aseguradas en el pensamiento estratégico de Carlos V. Sin embargo, para el nombramiento del nuevo gobernador había que contar asimismo con las instituciones flamencas, en especial con los Estados provinciales. Todos aceptaron sin demasiados contratiempos recibir a Manuel Filiberto por nuevo gobernador salvo el ducado de Brabante, que sólo le obedecerá en calidad de lugarteniente real, por cuanto que no era nativo de Flandes.

El traspaso de poderes de Carlos V a Felipe II se completó el 16 de enero de 1556, cediéndole todas las posesiones occidentales y traspasando los dominios centroeuropeos a su hermano Fernando. Manuel Filiberto entró a formar parte del nuevo Consejo de Estado, pero como iba siendo hora para Felipe de volver a Inglaterra, dejó a su primo el cuidado de la gobernación flamenca. No le fue fácil al saboyano conseguir de los Estados el dinero y los hombres que solicitaba para la guerra, pues los súbditos querían tener al príncipe en persona, y no a un testaferro que además era extranjero. Tampoco le fue mejor con la nobleza en la presidencia del Consejo de Estado flamenco; los grandes señores se mostrarán indóciles y prestos a suplantar la autoridad de Manuel Filiberto. Por consiguiente, hacerse obedecer fue para él una tarea casi heroica.

Las amarguras que atormentaban al duque de Saboya se multiplicaron al enterarse de que Carlos V, evitando dejar a su heredero conflictos de peso, resolvió entenderse con Enrique II de Francia y firmar por cinco años la Tregua de Vaucelles (5 de febrero de 1556) en la que cedía Saboya, tres obispados imperiales, la isla de Córcega, ciertas plazas de Toscana, y Mariembourg en Flandes. Creyéndose abandonado por su protector, en precario entendimiento con sus gobernados y enfrentado a un Granvela cuya influencia amenazaba con eclipsarle, Manuel Filiberto se propuso abandonar la gobernación general de Flandes.

Por suerte para sus intereses, la tregua duró poco, así que permaneció en su puesto. Trasladado Felipe a Inglaterra en marzo de 1557 para solicitar ayuda militar, regresó a Bruselas el 3 de julio para tomar las riendas de los ejércitos en la guerra contra Francia, junto a diez mil soldados ingleses que le proporcionó su esposa, María Tudor.

El 10 de agosto de aquel año excepcional para la casa de Austria, el animoso duque de Saboya logró al mando de los ejércitos filipinos la victoria de San Quintín, una de las grandes batallas del siglo xvi.

Entre los franceses hubo más de seis mil muertos y el mismo número de prisioneros, sin contar con los innumerables heridos; además, quedaron prisioneros dos mil caballeros de la más alta alcurnia, cuya relación levantaron los cronistas contemporáneos. A cambio, las pérdidas de los vencedores fueron notoriamente menores: mil bajas entre fallecidos, heridos y desaparecidos. La batalla fue improvisada, poniendo en evidencia la rapidez de decisión y el buen criterio militar de Manuel Filiberto, cuya buena fama se extendería por el continente.

En París, el pánico era general ante una posible invasión de las tropas habsburgo. Entre otros, el duque de Saboya aconsejó a Felipe II proseguir la marcha hasta la capital francesa, a lo que el Soberano se negó, prefiriendo fortalecer San Quintín y ocupar plazas de los alrededores. Suele alabarse aquella decisión, tanto más cuanto que faltaba dinero, y las lluvias que sobrevinieron poco después hubieran hecho impracticable el retroceso hasta las bases en Flandes. Sin embargo, París era una plaza muy accesible a las armas hispanas desde las posesiones del Rey Católico y sus aliados; la simple amenaza sobre la capital haría aflojar la presión de los ejércitos franceses sobre el corredor hispano que fluye del norte de Italia a los Países Bajos, un “Camino Español” de suma importancia para la vertebración de los dominios de la Monarquía. Por eso mismo Felipe II volvió a intentar el movimiento en las postrimerías de su reinado, y luego se repetirá la acción bajo Felipe IV, en 1636.

Gran sinsabor para la reina y el rey consorte de Inglaterra fue la toma francesa de Calais el 6 de enero de 1558. Esta acción de armas supuso a Felipe II una gran impopularidad ante la opinión pública inglesa (a quien poco importó la ulterior victoria de Gravelinas el 13 de julio), pero no fue obstáculo para que ordenara al duque de Feria un posible entendimiento con la princesa Isabel, quien ya se perfilaba como heredera del trono, mirando a un posible matrimonio con Manuel Filiberto. La muerte de Carlos V en septiembre, y de María Tudor dos meses después, cambiaron el panorama; ahora era Felipe quien deseaba el emparejamiento con Isabel I. Feria obtuvo un rotundo fracaso en ambas misiones: ni la soberana inglesa deseaba un esposo católico, ni su pueblo lo habría visto con buenos ojos.

La tan deseada alianza matrimonial vendrá a raíz de la Paz de Cateau-Cambresis (3 y 4 de abril de 1559), cuyas negociaciones estuvieron dominadas por la devolución de Saboya y la plaza de Calais. En cuanto a esta última, fue entregada al rey de Francia por ocho años. A cambio, Manuel Filiberto recuperó el ducado de Saboya, aunque permanecieron tropas francesas en Turín, Chieri, Pinerolo y Chivasco hasta 1574, mientras que los españoles conservaban Asti y Shantiá. Asimismo se pactó la boda de Felipe II con Isabel de Valois y de Manuel Filiberto con Margarita, ambas hija y hermana respectivas de Enrique II. De este modo, el rey de España y el duque de Saboya cambiaron de estrategia. Si Felipe hispaniza profundamente su política tras marchar de Flandes (22 de agosto de 1559), Manuel Filiberto consiguió hacer realidad el viejo anhelo de gobernar como duque en Saboya, abandonando, de una vez por todas, el norte de Europa.

El gobierno de Manuel Filiberto en Flandes careció de brillantez. Mediatizado por Felipe II y poco atento a lo que no fueran cuestiones militares y recuperar el ducado saboyano (o al menos la corona inglesa en calidad de consorte), los éxitos en el campo de batalla contrastaban en potente claroscuro con su gestión política. Los súbditos flamencos clamaban por la sustitución de un gobernador cuya insistencia en recaudar dineros y soldados minusvaloraba la preocupante escalada fiscal que se abatía sobre las provincias y los sufrimientos que la guerra aportaba a la población.

Pero también es cierto que el acuerdo logrado con los Estados en 1558 para aminorar los impuestos extraordinarios de guerra, lejos de contribuir a la calma, exasperó a los difíciles súbditos flamencos. En efecto, al incrementar la ayuda española, el gobernador sólo fomentó malestar ante lo que se consideraba una creciente intromisión de los ibéricos en los asuntos del País Bajo. Tampoco ayudó a la gestión de Manuel Filiberto la complicación de la coyuntura en los sectores comercial y manufacturero. Además, la nobleza estaba descontenta por la presencia de extranjeros en los resortes de poder. En fin, todo ayudaba a caldear los ánimos contra el duque y aún contra el propio Rey, a quien la opinión pública empezaba a hacer responsable de la situación.

Felipe, llamado a España por importantes cuestiones familiares y de Estado, no dejó Flandes en agosto de 1559 sin sustituir a un desprestigiado Manuel Filiberto por Margarita de Parma en el gobierno de las provincias. A pesar de sus eminentes dotes políticas, Margarita fue pocos años después la víctima de una situación que en nada había contribuido a crear.

Ya en Saboya, Manuel Filiberto pudo dedicarse con plenitud al fomento de sus propios dominios. Desde el comienzo de su mandato multiplicó sus esfuerzos para dotar a Saboya de un fuerte ejército, a la vez que sostuvo el auge de órdenes militares como la de San Mauricio y Lázaro. Librarse de las guarniciones foráneas le tomó cerca de quince años, pero lo hizo con éxito. A la vez fomentó las actividades económicas de sus súbditos, librándoles de pesadas rémoras feudales.

Todo ello acabó revirtiendo a las arcas del fisco bajo forma de saneados ingresos, cuyo volumen ascendió con fuerza en pocos años. Una cuidada red diplomática y el fomento de la vida universitaria fueron otros de sus logros señalados.

El que fuera gran general en su juventud, limitará en adelante sus intervenciones castrenses. De puertas adentro, realizó una campaña contra comunidades campesinas protestantes de los valles del Chisone y del Pellide, firmando después un pacto de mutua tolerancia.

En asuntos externos, se negó a ser de nuevo gobernador general de Flandes como le sugiriera en 1566 Felipe II, quien tuvo que confiar en el duque de Alba la conducción de un ejército a los Países Bajos y el relevo de Margarita de Parma en Bruselas. En 1568 aprovechó la confusión en el marquesado del Finale para ocupar algunas de sus plazas fronterizas, dejando al rey de España el cuidado de hacerse con el resto en 1571. El asunto acabó en una vuelta a la situación anterior por no haber actuado Felipe II como vicario imperial. La participación de Manuel Filiberto en la batalla de Lepanto se limitó al envío de algunas pocas naves para mostrar su solidaridad a la coalición contra el turco; lo cierto es que Saboya no disponía de una armada digna de ese nombre.

Enfermo de malaria e insuficiencia renal, Manuel Filiberto empeoró por sus excesos en la mesa, y falleció el 30 de agosto de 1580. Dejó como heredero a Carlos Manuel I, quien casó con la infanta Catalina Micaela en Zaragoza el 11 de marzo de 1585. Los contemporáneos describen a Manuel Filiberto como hombre de mediana estatura, complexión adusta pero nerviosa, con buenas dotes de mando, y muy aficionado a la lectura y al arte. Fue el primer duque en llevar el título de Alteza Serenísima, y además de los títulos reseñados, ostentó el de rey titular de Chipre y caballero de la Orden de la Jarretera.

 

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Miguel Ángel Echevarría Bacigalupe