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María de Portugal

Biografía

María de Portugal. Córdoba, VI.1482 – Lisboa (Portugal), 1517. Infanta de Castilla y reina de Portugal.

María fue hija de los Reyes Católicos. Nació en Córdoba, donde su madre, Isabel I de Castilla, estaba por motivos de los primeros acontecimientos de la Guerra de Granada. Parece que Isabel sintió los dolores de parto cuando estaba presidiendo el Consejo y sobre la misma mesa parió a dos gemelas, una de ellas murió y la otra recibió el nombre de María. Acompañó a su madre a todos los acontecimientos de la Guerra de Granada siendo niña, y tenía diez años cuando se conquistó Granada, pues a Isabel no le gustaba separarse de sus hijas.

Fue educada cuidadosamente, como sus hermanas, aunque parece que ella destacó menos que las otras infantas en cuestiones relacionadas con la música o la lectura. No obstante, debía tener una gran preocupación cultural, pues sus siete hijos e hijas que vivieron fueron muy bien educados por ella y destacaron por su gran cultura y preparación para atender a sus obligaciones.

Su vida en la Corte castellana fue la habitual para las infantas, aunque a ella no se le dedicó tanta atención como a sus dos hermanas mayores, Isabel y Juana, que podían en algún momento tener posibilidades sucesorias, al no tener más que un hermano, el príncipe Juan, que no tenía muy buena salud.

Estuvo presente en la boda de su hermana Isabel con Manuel, heredero de la Corona de Portugal y participó en las fiestas que se hicieron en Sevilla, donde se llevó a cabo el enlace (1495). Parece que entonces llamó la atención de éste por su belleza e incluso manifestó que prefería desposar a María mejor que a su hermana Isabel, que había sido su cuñada. Para María sería su primera boda, pero las posibilidades de que la Corona de Castilla recayera en Isabel eran grandes y, por ello, el matrimonio con un rey de Portugal era prioritario, pensando en una posible unión de las dos Coronas en la misma persona. En esta boda se pactó, entre otras cosas, la expulsión de los judíos de Portugal.

Las sucesivas muertes de sus hermanos Juan, de su hija póstuma y de Isabel de sobreparto de Miguel, hijo también de Manuel, que por escasos meses fue el heredero de las Coronas de Castilla y Portugal y, también, de la muerte del niño, dieron la herencia castellana a Juana, casada con el archiduque de Austria Felipe, señor de los Países Bajos. Esto iba en contra de los deseos de los Reyes Católicos, que preferían al rey Manuel de Portugal como futuro rey consorte de Castilla, que a Felipe. Ante esta serie de acontecimientos María pasó a tener un papel importante en la sucesión castellana. Por otra parte, parece que Manuel recordaba su belleza y, cuando enviudó, planteó un nuevo matrimonio castellano, que se trató en la ciudad de Sevilla. Los Reyes Católicos accedieron encantados y junto a las capitulaciones matrimoniales se pactó la ayuda mutua entre los dos reinos y la colaboración y respeto a lo pactado en el Tratado de Tordesillas en lo referente al Nuevo Mundo. Igualmente se volvió a insistir sobre la expulsión de los judíos, cosa que no se había cumplido, ni llegó a cumplirse.

La boda se llevó a cabo por poderes en Granada el 24 de agosto de 1500. La entrega de la novia y la boda efectiva se hizo en Alcacer do Sal el 30 de octubre del mismo año. Las Cortes de Castilla arbitraron el 12 de octubre subsidios extraordinarios para dotar a la infanta y para que ambas bodas, sobre todo la granadina, si hicieran con todo lujo y esplendor, como así fue.

María tenía dieciocho años, era una mujer bella, culta, además de muy piadosa y fue una excelente Reina, en un tiempo en el que lo único que se esperaba de una Reina era que fuera fértil y pariera numerosos hijos sanos sin dificultad. María tuvo diez, de los que vivieron siete y acabó muriendo de sobreparto con apenas treinta y cinco años. Su primogénito fue el rey Juan III de Portugal. La segunda hija recibió el nombre de Isabel, en recuerdo de su abuela la Reina Católica, que fue elegida por su primo hermano Carlos I de Castilla y de Aragón y emperador de Alemania, cuando las Cortes castellanas le recomendaron que se casara con una princesa hispana. Ambos fueron padres de Felipe II, que heredaría todas las Coronas de la Península, al morir sin herederos el rey de Portugal don Sebastián y abrirse la crisis sucesoria en este reino. Fue, por tanto, María artífice de lo que se había planeado con la boda de su hermana Isabel con Juan II de Portugal.

Los otros hijos de María también tuvieron relevancia política. Entre ellos hay que destacar a Beatriz que fue la madre de Manuel Filiberto de Saboya; Luis, prior de Crato, fue el padre de Antonio, al que Felipe II disputó la Corona portuguesa; Enrique, que fue cardenal y durante un breve tiempo rey de Portugal, sucediendo a su sobrino Sebastián; y Duarte, casado con una hija de los duques de Braganza, cuyos descendientes disputaron la Corona de Portugal a Felipe II y se hicieron con ella tiempos de Felipe IV.

La separación de Isabel la Católica de su hija fue muy triste, como en todas las ocasiones que sus hijas partieron por motivo de sus bodas, pues desde su nacimiento no se había separado de ellas y había vigilado cuidadosamente su educación. Pero la tranquilizaba que en Lisboa María podía gozar de la compañía de su tía abuela Beatriz de Braganza, hermana de Isabel la madre de la Reina Católica. Efectivamente ambas mujeres tuvieron una estrecha relación y María se sintió muy querida y acompañada. Asimismo, parece que tuvo muy buenas relaciones con su marido y fue un matrimonio aparentemente feliz; tuvieron diez hijos en los diecisiete años que duró el enlace y la Reina se dedicó, fundamentalmente, a velar por el cuidado y la educación que recibían los vástagos de las casas reales. Acabó muriendo de sobreparto. Manuel no pudo resistir la viudedad y al poco tiempo volvió a casarse con una mujer de la misma familia, Leonor de Austria, sobrina de María, pues era hija de Juana y, por tanto, hermana de Carlos V. Los enlaces entre la casa de Portugal y la de Castilla siempre fueron frecuentes.

En Lisboa había un grave problema con los judíos.

Las promesas de expulsión que Manuel había hecho no se habían llevado a la práctica y el antisemitismo era muy fuerte. Se había producido una terrible matanza de judíos en 1506, que en una revuelta se habían encerrado en la iglesia de Santo Domingo buscando protección. Los frailes alentaban al pueblo contra los judíos, mientras que la Monarquía les protegía, pues eran buenos artesanos y mercaderes y algunos de ellos, con importantes fortunas, colaboraban de forma muy directa en las empresas ultramarinas. El tema de los judíos había sido tratado en las capitulaciones matrimoniales de Isabel y de María por imposición de Isabel la Católica, pues de Castilla ya habían sido expulsados y se recelaba de las buenas relaciones y protección que Manuel les otorgaba. No obstante, como en ambos casos las bodas interesaban a los Reyes Católicos, se aceptaron las promesas de Manuel sobre los judíos, aunque luego las incumplió, pues en Portugal no había ninguna intención de expulsarlos. Cuando se produjo la matanza de Lisboa, por el contrario, se tomaron medidas muy duras contra los vecinos de la ciudad, que apenaron a la reina María, que intervino denodadamente hasta que consiguió en 1508 que se levantaran todas las penas impuestas a los actores de la matanza. Esto hizo que el pueblo lisboeta siempre la tuviera en un gran aprecio.

 

Bibl.: H. del Pulgar, Crónica de los Reyes Católicos, Madrid, Espasa Calpe, 1943; J. M. Cordeiro de Sousa, “Apuntes sobre la vida y muerte de la reina doña María, hija de los Reyes Católicos”, en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos (Madrid), LVII (1951); J. Verissimo Serrão, Historia de Portugal. O século do Ouro (1495-1580), vol. III, Lisboa, Verbo, 1980; T. de Azcona, Isabel la Católica. Estudio crítico de su vida y reinado, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1993; P. K. Liss, Isabel la Católica, Madrid, Nerea, 1998.

 

Cristina Segura Graíño