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Pedro Enríquez de Guzmán de Acevedo y Toledo

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Biografía

Enríquez de Guzmán de Acevedo y Toledo, Pedro. Conde de Fuentes de Valdepero (I). Zamora, c. 1525 – Milán (Italia), 22.VII.1610. Militar, consejero de Estado y de Guerra, gobernador de Milán.

Fue hijo de Diego Enríquez de Guzmán y de Catalina de Toledo y Pimentel, hermana del III duque de Alba, de quien Pedro Enríquez era a la vez sobrino y cuñado. Tal circunstancia se debió a los múltiples casamientos entre los Toledo y los Enríquez, pues Catalina de Toledo era hija de García de Toledo (quien muriera en la rota de Los Gelves), y hermana, por consiguiente, del célebre duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo.

Su hoja de servicios comienza en 1559, cuando acompañó al duque de Alba, entonces virrey de Nápoles, en su campaña contra el papa Paulo IV. Vuelto a la Corte española marchó a Flandes, de donde regresó al poco para casarse con Juana de Acevedo, de cuyo feudo tomó el apellido Fuentes que desde entonces ostentaría, dejando en segundo término el de conde de Valdepero.

En 1580 fue encargado por Felipe II de dar al duque de Saboya los parabienes por el nacimiento de su hijo Felipe Manuel. Ya entonces descollante por sus aptitudes militares, para 1586 estaba en Milán ejerciendo como capitán de la caballería del ducado. Viajó dos años después a Lisboa a fin de preparar la Armada contra Inglaterra. Fracasada ésta, quedó Fuentes en Portugal a las órdenes del archiduque Alberto de Austria para estabilizar el país y prevenir posibles ataques exteriores. La invasión del prior de Crato en 1589, acompañado de los jefes ingleses Drake y Norris, quedó desbaratada gracias en parte a la habilidad militar de Fuentes.

La complicada situación de la monarquía a finales del XVI puso a prueba sus cualidades de militar y político. En efecto, la primera gran ocasión que se le presentó llegó por el cambio de táctica que el rey de España quiso aplicar en los Países Bajos. Disgustado por la conducta de Alejandro Farnesio, cuya estrella no había cesado de declinar desde el fracaso de la Invencible, el monarca español apeló otra vez a la línea dura que representaban los seguidores del duque de Alba, entre los cuales se encontraba el conde de Fuentes, quien compartía con su pariente una concepción estratégica muy similar. Esta lucha de pareceres superó los enfrentamientos entre facciones cortesanas o familiares, para adentrarse en problemas de geoestrategia.

Desde la traslación del centro de gravedad del Imperio a su parte occidental, allá por los últimos años de Carlos V, la guerra con los franceses para dirimir la primacía en aquella área del continente, era inevitable. Al Emperador le cupo la fortuna de haber cumplido en buena parte la misión que se diera a sí misma la Casa de Borgoña: establecer una conexión estratégica entre el Mar del Norte (Flandes) y el Mediterráneo (Estados italianos), eje mismo del sistema espacial europeo. Pero como Francia limita en parte sustancial con aquella red de comunicaciones, amenaza el tránsito de tropas, bienes y dinero, mediatizando por lo mismo los designios de la casa Habsburgo. Llegado Felipe II al poder, corrió la opinión en el bando español de que, para asegurar la fluidez en el tránsito por aquella ruta, era preciso atacar los centros neurálgicos de la monarquía gala, tanto sus plazas fronterizas como especialmente la capital, no demasiado alejada de los Países Bajos; sin embargo, las guerras civiles francesas y la rebelión de Flandes hicieron caer en el olvido tales proyectos. Sólo a finales del XVI la cuestión pasa a primer rango, porque hay perspectivas de que Francia entre en la órbita del poder hispano, y con ello desaparezca la amenaza sobre el eje Bruselas-Milán. La misión de Fuentes responde a tal cambio de rumbo en la política española.

El conde fue enviado por Felipe II a Turín en 1592 para sujetar relaciones con el duque de Saboya a fin de que, unido a España, ejerciera presión sobre Francia, envuelta en guerra civil y donde el fallecimiento de Enrique III en 1589 hacía muy viables las aspiraciones de la infanta Isabel Clara Eugenia al trono galo.

La presencia de Fuentes en Bruselas aquel mismo año de 1592 no fue recibida precisamente con satisfacción. Le aguardaba un Alejandro Farnesio reticente a la nueva orientación de la política real, crítico con la línea de rigor que representaba Fuentes, y enemigo declarado de la familia Toledo, que le hacía una gran oposición en los altos organismos de poder (especialmente el Consejo de Estado, donde el prior Fernando lideraba la facción rival). No es de extrañar, pues, que Farnesio prefiriera dirigir la nueva campaña de Francia antes que entrevistarse con su enemigo, para que además no fuera este mismo quien se encargara de la expedición.

Sin embargo, la muerte del duque de Parma aquel año simplificó las cosas para Fuentes. Llevar la guerra a terreno galo sacrificando los demás posibles teatros de operaciones, fue una decisión que Felipe II había tomado tras sopesar los pros y los contras que sus consejeros de Estado le habían expuesto en una serie de polémicas sesiones. Muerto el duque de Parma, Fuentes leyó la instrucción secreta del Soberano por la que éste encargaba el gobierno interino de los Países Bajos al conde Pedro Ernesto de Mansfeld, veterano militar y enemigo antiguo de Farnesio, quien actuaría de consuno con su hijo Carlos hasta la llegada en 1594 de un nuevo gobernador general, el archiduque Ernesto. Mientras otros llevaban las riendas de la política en Bruselas, Pedro Enríquez se encargó de las operaciones militares en el norte de Francia, especialmente la Picardía.

El fallecimiento de Ernesto el 20 de febrero de 1595 hizo recaer sobre Fuentes el gobierno de los Países Bajos hasta que la Corte española decidiera un sustituto. Por aquel entonces logró varios éxitos sonados, siendo dignas de recuerdo las tomas de Chatelet, Clary y Doullens. Pero lo que constituiría el punto culminante de su carrera militar, entonces y aún después, fue la toma de Cambrai.

La plaza de Cambrai, y su territorio el Cambrésis, constituían un señorío eclesiástico con el arzobispo de la diócesis a su frente; además formaban parte del Imperio, como ocurría en la vecina Lieja. Situado entre Francia y los Países Bajos, Cambrai era una molesta cuña estratégica que se precisaba controlar, pues por ella el ejército francés podía invadir con toda facilidad los Países Bajos católicos. El señorío había pertenecido últimamente al duque de Anjou, quien se lo había arrebatado al arzobispo, no sin antes haber expulsado a la guarnición española sita en una ciudadela estratégica. Al ceder el gobierno del señorío a Jean de Montluc, señor de Balagny, Cambrai se fue aproximando a Francia, pero sin entrar inicialmente en guerra con España. La aceptación entre el pueblo francés de Enrique de Borbón como soberano tras su conversión al catolicismo y las campañas exitosas de aquél en 1593 y 1594 (toma de París), indujeron a Balagny a aliarse con el monarca galo, proclamándose nuevo señor hereditario de Cambrai el 7 de agosto de aquel año 1594. Enrique IV declaró la guerra a Felipe II a comienzos de 1595; sin embargo, en vez de aprovechar la cuña del territorio cambresino para penetrar en los Países Bajos, prefirió centrarse en el teatro de operaciones borgoñón. Pedro Enríquez, ayudado por Pedro Ibarra, aprovechó la circunstancia para presionar en un momento muy delicado para los intereses hispanos, por cuanto que el empuje francés y el de los rebeldes neerlandeses (relegados por la estrategia española) estaban haciendo mella en la estabilidad territorial de Borgoña y las posesiones flamencas. Fue un esfuerzo intenso en una coyuntura difícil; en suma, un escenario ideal para que Fuentes se luciera. La campaña entablada por éste en 1595 parecerá a muchos de sus protagonistas una de las más brillantes de la historia militar española realizada hasta entonces.

Durante el asedio a la plaza de Cambrai, ocurrirá un hecho de excepcionales consecuencias: tras pactar con Fuentes, el día 2 de octubre de 1595 las milicias burguesas de la ciudad rechazaron a la guarnición de Balagny sita en la ciudadela, abriendo sus puertas al ejército español. El hasta entonces señor de Cambrai tuvo que capitular cuatro días más tarde. De este modo, Fuentes no sólo había quitado una plaza a los franceses, sino que había conseguido un nuevo feudo para su señor Felipe II, quien pasaba a ser conde de Cambrésis, duque de Cambrai y príncipe del Imperio, relegando no sólo a Balagny, sino al mismo titular del señorío, el arzobispo Louis de Berlaymont. Pero tras la victoria, los líderes militares cambresinos decidieron que era al populus del señorío a quien incumbía la designación de su príncipe, de forma que una asamblea ciudadana propuso al rey Felipe como su nuevo señor. Era algo inusual en la tradición política hispana; no tanto, sin embargo, en la de los Países Bajos, donde los gobiernos más o menos populares habían venido decidiendo la suerte de ciudades y aún señoríos desde tiempos medievales. Tras comunicárselo Fuentes a su Soberano, Felipe II decidió consultar el caso. No obstante la repugnancia que a la Corte española y al mismo Fuentes les suponía que un pueblo en asamblea hubiera escogido a su señor y no al revés, lo cierto es que el Monarca decidió tomar posesión de su nuevo territorio, justificándolo como derecho de conquista para calmar cualquier duda.

El balance de la situación no podía ser mejor para el conde: además de las plazas que conquistara en persona, el coronel Cristóbal de Mondragón había conservado la plaza de Groenlo sitiada por los holandeses, y Francisco Verdugo había rechazado a las tropas francesas en el ducado de Luxemburgo. Desde 1596, un nuevo gobernador vino a sustituir a Fuentes: el archiduque Alberto de Austria, trasladado desde Portugal. En apariencia, el conde de Fuentes había estabilizado la situación y su presencia era requerida en otras partes, pero no marchó de Flandes en 1596 sin haber asesorado al nuevo gobernador general sobre las nuevas campañas de Picardía y Brabante. Éstas fueron muy decepcionantes para los intereses españoles, como se reflejó en la Paz de Vervins, donde hubo que devolver a Francia todo lo conquistado salvo Cambrai, perdiéndose asimismo las vitales plazas de Frisia. Tal circunstancia no cabe atribuirla al influjo del conde de Fuentes, como quisieron algunos de sus enemigos (especialmente Juan Roco de Campofrío), sino más bien a la ausencia inoportuna en el escenario flamenco de un militar cualificado como él.

Instalado en España, tras la muerte de Felipe II, sucesor recompensó a Fuentes con la grandeza y le nombró consejero de Estado y de Guerra, entrando asimismo en la Orden de Santiago. Poco duró la estancia en tierra patria, pues conveniencias políticas y militares hicieron aconsejable su marcha a Milán en calidad de gobernador general. Los mentideros de la Corte aducían los celos políticos de Lerma como causantes del envío del conde a Italia; lo cierto y objetivo es que Fuentes resultaba absolutamente preciso en el Milanesado, clave para las comunicaciones con el Imperio y los Países Bajos. Nadie más idóneo que él, considerado, al decir del embajador veneciano Contarini, “una de las mejores cabezas de España”, y buen conocedor de las cosas de Flandes e Italia.

Llegó a su nuevo puesto en septiembre de 1600, cuando Enrique IV contendía con Carlos Manuel de Saboya por el marquesado del Saluzzo, que el saboyano ocupó en 1588 y cuya devolución no quedó resuelta en el Tratado de Vervins. Ante la posibilidad de un enfrentamiento por esa cuestión, Felipe III y su valido determinaron que Fuentes debería salvaguardar los intereses españoles en el norte de Italia mediante la creación de un potente ejército. En efecto, mediado agosto de 1600, Francia declaró la guerra a Saboya por la restitución del Saluzzo, conflicto que terminó en el Tratado de Lyon (1601), donde se cambió el marquesado por los territorios al oeste del Ródano. A pesar de que beneficiaba a España en sus intereses italianos (lo que se completó en 1602 con las ocupaciones del Finale, de Correggio y de Piombino), los cambios territoriales que afectaron a Saboya desde 1601 comprometían la ruta hispana hacia los Países Bajos a través del Franco Condado, lo que obligó a buscar rutas alternativas por Suiza y el Tirol.

Sin tardar, Fuentes se dio a la consolidación de una vía expedita hacia el interior del continente. Ya en 1587 España había firmado un tratado de amistad con los cantones de la Confederación Suiza, que controlaban un camino entre Lombardía y Alsacia por el paso de San Gotardo. En 1593, los grisones, que controlaban la Engadina y la Valtelina (valles que unían Lombardía con Tirol) firmaron también una alianza con Madrid. Pero en 1603, un tratado suscrito entre Francia, Venecia y los grisones puso en peligro el equilibrio de la región. Fuentes decidió entonces construir un fuerte a la entrada de la Valtelina con el fin de contrarrestar esa triple alianza que abriría a Francia un camino hacia el sur, ofreciendo asimismo una salida a Venecia. Ayudado de los capitanes Busca y Lechuga, los trabajos comenzaron con premura en octubre de 1603 sobre el cerro de Montecchio, que domina el camino del valle del Adda y contornea el lago de Como. El fuerte, terminado en noviembre, era un bastión inexpugnable dotado de los principales servicios (cuarteles, hospital, capilla, almacenes, aljibes, tesoro, molino, panadería...). Protegiendo aquel paso, la fortaleza cerraba simultáneamente el camino a grisones y venecianos. El fuerte no fue demolido hasta 1796, aunque sus ruinas aún inspirarían a poetas como el inglés Wordsworth.

En 1604, Fuentes redondeó su jugada firmando un tratado de amistad con los cantones católicos suizos por el que las tropas españolas podían ir hasta el Rin, aunque desarmados, a cambio de un subsidio de 33.000 escudos y el desvío de la corriente mercantil hacia dichos cantones. La habilidad y energía de Fuentes consiguieron mantener la primacía hispana en el norte de Italia, pero tras su muerte, Francia convenció a los cantones de que denunciaran la alianza con Madrid.

Tan intensas actividades militares, complicadas con las apetencias saboyanas sobre el Milanesado (Carlos Manuel firmó un tratado al respecto con Enrique IV) y la intermediación en las disputas entre el papa Paulo V y Venecia, esquilmaron el tesoro español, agotando asimismo los recursos de Milán. Para remediarlo, el gobernador trató de imponer un régimen administrativo y fiscal que chocará con los intereses locales, pues en Lombardía, la antigua elite patricia se reservaba para sí los cargos públicos, moviendo así los hilos de la política local y dejando fuera de juego cualquier interferencia externa, incluida la del gobernador general. Como Alba en 1566, Fuentes también fracasó en centralizar el milanesado, aunque sus maneras políticas siempre recordaron el absolutismo de un virrey, cuando no el de un soberano. Más fortuna obtuvo al promulgar una instrucción para el gobierno de Milán y unas ordenanzas militares, además de sus iniciativas en pro de unificar pesos y medidas, y la campaña de represión de un bandolerismo que asolaba el ducado.

El conde de Fuentes murió el 22 de julio de 1610 (tres meses después de su enemigo Enrique IV) asistido por su amigo el cardenal Federico Borromeo. Fue Pedro Enríquez un hombre de conducta intachable, pero de un carácter seco y autoritario que le reportó numerosos enfrentamientos e inquinas. Su pericia militar y su muy notable concepción estratégica de la monarquía, hacen de él un espejo en el que se mirarían las generaciones que contendieron en la Guerra de los Treinta Años.

 

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Miguel Ángel Echevarría Bacigalupe

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