Biografía

Detalle del retrato de Pedro Enríquez de Acevedo. Anónimo flamenco s. XVII. Signatura ER/348 (96). CC Biblioteca Nacional de España
Fue hijo de Diego Enríquez de Guzmán y de Catalina de Toledo y Pimentel, hermana del III duque de Alba, de quien Pedro Enríquez era a la vez sobrino y cuñado. Tal circunstancia se debió a los múltiples casamientos entre los Toledo y los Enríquez, pues Catalina de Toledo era hija de García de Toledo (quien muriera en la rota de Los Gelves), y hermana, por consiguiente, del célebre duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo.
Su hoja de servicios comienza en 1559, cuando acompañó al duque de Alba, entonces virrey de Nápoles, en su campaña contra el papa Paulo IV. Vuelto a la Corte española marchó a Flandes, de donde regresó al poco para casarse con Juana de Acevedo, de cuyo feudo tomó el apellido Fuentes que desde entonces ostentaría, dejando en segundo término el de conde de Valdepero. [...]
Fuentes
El balance de la situación no podía ser mejor para el conde: además de las plazas que conquistara en persona, el coronel Cristóbal de Mondragón había conservado la plaza de Groenlo sitiada por los holandeses, y Francisco Verdugo había rechazado a las tropas francesas en el ducado de Luxemburgo. Desde 1596, un nuevo gobernador vino a sustituir a el archiduque Alberto de Austria, trasladado desde Portugal. En apariencia, el conde de Fuentes había estabilizado la situación y su presencia era requerida en otras partes, pero no marchó de Flandes en 1596 sin haber asesorado al nuevo gobernador general sobre las nuevas campañas de Picardía y Brabante. Éstas fueron muy decepcionantes para los intereses españoles, como se reflejó en la Paz de Vervins, donde hubo que devolver a Francia todo lo conquistado salvo Cambrai, perdiéndose asimismo las vitales plazas de Frisia. Tal circunstancia no cabe atribuirla al influjo del conde de Fuentes, como quisieron algunos de sus enemigos (especialmente Juan Roco de Campofrío), sino más bien a la ausencia inoportuna en el escenario flamenco de un militar cualificado como él.
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Bibliografía
Instalado en España, tras la muerte de Felipe II, sucesor recompensó a Fuentes con la grandeza y le nombró consejero de Estado y de Guerra, entrando asimismo en la Orden de Santiago. Poco duró la estancia en tierra patria, pues conveniencias políticas y militares hicieron aconsejable su marcha a Milán en calidad de gobernador general. Los mentideros de la Corte aducían los celos políticos de Lerma como causantes del envío del conde a Italia
lo cierto y objetivo es que Fuentes resultaba absolutamente preciso en el Milanesado, clave para las comunicaciones con el Imperio y los Países Bajos. Nadie más idóneo que él, considerado, al decir del embajador veneciano Contarini, “una de las mejores cabezas de España”, y buen conocedor de las cosas de Flandes e Italia.
Llegó a su nuevo puesto en septiembre de 1600, cuando Enrique IV contendía con Carlos Manuel de Saboya por el marquesado del Saluzzo, que el saboyano ocupó en 1588 y cuya devolución no quedó resuelta en el Tratado de Vervins. Ante la posibilidad de un enfrentamiento por esa cuestión, Felipe III y su valido determinaron que Fuentes debería salvaguardar los intereses españoles en el norte de Italia mediante la creación de un potente ejército. En efecto, mediado agosto de 1600, Francia declaró la guerra a Saboya por la restitución del Saluzzo, conflicto que terminó en el Tratado de Lyon (1601), donde se cambió el marquesado por los territorios al oeste del Ródano. A pesar de que beneficiaba a España en sus intereses italianos (lo que se completó en 1602 con las ocupaciones del Finale, de Correggio y de Piombino), los cambios territoriales que afectaron a Saboya desde 1601 comprometían la ruta hispana hacia los Países Bajos a través del Franco Condado, lo que obligó a buscar rutas alternativas por Suiza y el Tirol.
Sin tardar, Fuentes se dio a la consolidación de una vía expedita hacia el interior del continente. Ya en 1587 España había firmado un tratado de amistad con los cantones de la Confederación Suiza, que controlaban un camino entre Lombardía y Alsacia por el paso de San Gotardo. En 1593, los grisones, que controlaban la Engadina y la Valtelina (valles que unían Lombardía con Tirol) firmaron también una alianza con Madrid. Pero en 1603, un tratado suscrito entre Francia, Venecia y los grisones puso en peligro el equilibrio de la región. Fuentes decidió entonces construir un fuerte a la entrada de la Valtelina con el fin de contrarrestar esa triple alianza que abriría a Francia un camino hacia el sur, ofreciendo asimismo una salida a Venecia. Ayudado de los capitanes Busca y Lechuga, los trabajos comenzaron con premura en octubre de 1603 sobre el cerro de Montecchio, que domina el camino del valle del Adda y contornea el lago de Como. El fuerte, terminado en noviembre, era un bastión inexpugnable dotado de los principales servicios (cuarteles, hospital, capilla, almacenes, aljibes, tesoro, molino, panadería...). Protegiendo aquel paso, la fortaleza cerraba simultáneamente el camino a grisones y venecianos. El fuerte no fue demolido hasta 1796, aunque sus ruinas aún inspirarían a poetas como el inglés Wordsworth.
En 1604, Fuentes redondeó su jugada firmando un tratado de amistad con los cantones católicos suizos por el que las tropas españolas podían ir hasta el Rin, aunque desarmados, a cambio de un subsidio de 33.000 escudos y el desvío de la corriente mercantil hacia dichos cantones. La habilidad y energía de Fuentes consiguieron mantener la primacía hispana en el norte de Italia, pero tras su muerte, Francia convenció a los cantones de que denunciaran la alianza con Madrid.
Tan intensas actividades militares, complicadas con las apetencias saboyanas sobre el Milanesado (Carlos Manuel firmó un tratado al respecto con Enrique IV) y la intermediación en las disputas entre el papa Paulo V y Venecia, esquilmaron el tesoro español, agotando asimismo los recursos de Milán. Para remediarlo, el gobernador trató de imponer un régimen administrativo y fiscal que chocará con los intereses locales, pues en Lombardía, la antigua elite patricia se reservaba para sí los cargos públicos, moviendo así los hilos de la política local y dejando fuera de juego cualquier interferencia externa, incluida la del gobernador general. Como Alba en 1566, Fuentes también fracasó en centralizar el milanesado, aunque sus maneras políticas siempre recordaron el absolutismo de un virrey, cuando no el de un soberano. Más fortuna obtuvo al promulgar una instrucción para el gobierno de Milán y unas ordenanzas militares, además de sus iniciativas en pro de unificar pesos y medidas, y la campaña de represión de un bandolerismo que asolaba el ducado.
El conde de Fuentes murió el 22 de julio de 1610 (tres meses después de su enemigo Enrique IV) asistido por su amigo el cardenal Federico Borromeo. Fue Pedro Enríquez un hombre de conducta intachable, pero de un carácter seco y autoritario que le reportó numerosos enfrentamientos e inquinas. Su pericia militar y su muy notable concepción estratégica de la monarquía, hacen de él un espejo en el que se mirarían las generaciones que contendieron en la Guerra de los Treinta Años.
Relación con otros personajes
Hechos y lugares
