Córdoba y Velasco, José Martín de. Marqués de Cortes (II). Alcaudete (Jaén), p. s. XVI – Madrid, f. s. XVI. General de Orán, virrey de Navarra, presidente del Consejo de Órdenes.
Hijo del primer conde de Alcaudete, Martín Alfonso de Córdoba y Velasco, y de su mujer, Leonor Pacheco (hija del marqués de Comares). Este segundón de la nobleza hispánica estuvo durante su vida estrechamente ligado a los asuntos del norte de África a través del Oranesado, al frente del cual estuvieron su padre, más tarde su hermano Alonso de Córdoba, II conde de Alcaudete, y él mismo. De igual forma los tres Córdoba fueron virreyes de Navarra: sería precisamente durante el mandato de su hermano, cuando Martín tomase contacto con el reino y sus pobladores.
Martín de Córdoba se destacó junto a su padre en 1547, luchando contra los otomanos en Mostaganem.
El conde de Alcaudete viajó a España en 1549, dejando a Martín al mando del Oranesado. El joven Córdoba hubo de sufrir el constante asedio de los turcos a lo largo de los siete años de ausencia de su padre.
Éste regresó a África dispuesto a solicitar la ayuda de los marroquíes en la defensa de Orán, ya que se le había negado en Madrid la leva de españoles; sólo cuando la plaza fue amenazada por un duro cerco, la Corte española accedió al envío de once mil soldados reclutados en la provincia de Córdoba. Pero la operación resultó un fracaso: Alcaudete murió en una refriega y Martín fue hecho prisionero por Hasán Bajá, soberano de Argel.
Tras conseguir su libertad, se puso a las órdenes de su hermano Alonso, nuevo general de Orán. Juntos hubieron de hacer frente, entre abril y mayo de 1563, al intento de conquista de la ciudad por un ejército comandado por Solimán. La defensa incluía el enclave de Mazalquivir (Mers-el Kebir) y el fuerte de San Salvador, que Alcaudete puso bajo el mando de Martín.
Tras dos meses de duros combates, el asedio finalizó gracias al socorro llegado desde España de la mano de Andrea Doria, en cuya flota viajaba Francisco de Córdoba, hermano de ambos defensores.
Un año después, Alonso y Martín viajaron a Navarra a causa del nombramiento del primero como virrey del territorio. Alonso sustituía en el cargo a Gabriel de la Cueva, V duque de Alburquerque. A su llegada a Pamplona, Martín de Córdoba trabó conocimiento con la marquesa de Cortes, Jerónima de Navarra, que había quedado viuda poco tiempo antes.
Su difunto marido, Juan de Navarra y Benavides, había ostentado algunos oficios palatinos, y tras su boda con Jerónima, también la mariscalía del reino pirenaico. Dejaba una hija, Ana de Navarra, heredera del marquesado. Curiosamente, Córdoba había sustituido tiempo atrás a Benavides en la encomienda de Hornachos, de la Orden de Santiago, de la cual ambos eran miembros destacados.
Martín y Jerónima contrajeron matrimonio y fijaron su residencia en la ciudad de Estella, vinculada tradicionalmente al marquesado de Cortes. No tuvieron descendencia. Gracias a este enlace Martín se convirtió en noble titulado, y pudo considerarse oriundo de Navarra tras concedérsele carta de naturaleza en las Cortes de 1569. En 1575 fue nombrado general de Orán; permaneció durante los diez años siguientes en África y no se halló presente en el fallecimiento de su esposa, producido tras su partida. A pesar de la desaparición de Jerónima, Martín de Córdoba conservó el título de marqués hasta su muerte. A ello contribuyó sin duda el que la legítima heredera del marquesado, Ana de Navarra y Benavides, falleciese en 1579 sin haber contraído matrimonio; se inició entonces un largo pleito sucesorio, y mientras tanto Córdoba hizo uso de su tratamiento sin estorbo alguno.
En 1589 Martín de Córdoba fue nombrado virrey de Navarra, oficio en el que permaneció hasta 1595.
A lo largo de ese tiempo se produjeron en la zona ciertos acontecimientos que merecen reseñarse. En primer lugar, en 1590 se supo de la fuga del antiguo secretario de Felipe II, Antonio Pérez, al reino de Aragón, a cuyo régimen foral se acogió como hijo de aragonés. De allí consiguió escapar a Francia en 1591, refugiándose en Pau, en la Corte de Catalina de Borbón.
El virrey de Navarra recibió órdenes de reforzar la vigilancia en la frontera y de atraer a Pérez a su jurisdicción. Martín de Córdoba entró entonces en contacto con Sebastián de Arbizu, hidalgo navarro y espía del rey español. Para llegar hasta Pérez, y siempre con conocimiento y consentimiento del virrey, Arbizu se hizo pasar por refugiado en la Corte de Catalina, y consiguió introducir en el séquito de ésta a su hija Águeda de Arbizu. Sin embargo, ambos fueron descubiertos y expulsados de Pau, al parecer por la escasa discreción con que habían actuado. El virrey fue reprendido desde Madrid por este fracaso, que puso a Pérez sobre aviso y aceleró su huida a Inglaterra.
Un año después, en 1592, el reino recibió la visita de Felipe II, que cruzaba Navarra de camino a Tarazona, para que su hijo, el príncipe Felipe, jurase los fueros. La documentación da cuenta de la atención con que el virrey siguió los preparativos de recepción, que incluyeron una visita a Estella, el alojamiento del Monarca en el palacio de Oriz, la entrada en una Pamplona engalanada para la ocasión por el arquitecto Francisco Fratín, la jura de los fueros de Navarra en la catedral de la ciudad y la posterior visita a las obras de la Ciudadela, un recinto amurallado con fines defensivos.
Martín de Córdoba acogió al Rey y al príncipe en su residencia, un edificio que en realidad pertenecía a la mitra de Pamplona, y que acababa de ser reclamado para la misma. El virrey, sin empacho alguno, mandó quitar el escudo episcopal de la puerta principal, y lo sustituyó por la enseña real, rescatada del castillo viejo de la ciudad. Este gesto molestó a la mayor parte de los eclesiásticos; sin embargo, el obispo, Bernardo de Rojas y Sandoval, que desde su llegada se había enfrentado repetidamente al cabildo, no se lo reprochó. Ambos personajes habían trabado una profunda amistad, que fue la causa de que el virrey se indispusiese con el capítulo de Pamplona, a cuyo prior y varios miembros llegó a desterrar, rectificando más tarde la sentencia por mediación de “personas sensatas”.
Como continuasen las discordias entre obispo y cabildo, en 1595 el virrey amenazó a los integrantes de éste con trasladar su nombramiento al poder civil utilizando métodos de elección ordinarios (insaculación).
Puede decirse que, mientras Córdoba ocupó el cargo de virrey de Navarra, Sandoval fue su único interlocutor eclesiástico válido. Cabe mencionar aquí que ambos pretendían, y así lo manifestaron al Rey en diversas ocasiones, introducir más castellanos entre el alto clero de Pamplona, medida a la que se oponía la práctica totalidad del estamento clerical navarro.
Otro asunto de interés surgido en el virreinato de Córdoba fue un plan de ataque a la ciudad francesa de Bayona, pergeñado a principios de 1593. El motivo más plausible para diseñar dicho ataque era el carácter de “cuartel general” que la localidad tenía para los partidarios de Enrique de Borbón (futuro Enrique IV de Francia), del que se temía que reclamase Navarra si llegaba al trono galo. A lo largo de 1593 e inicios de 1594 se propusieron al virrey varias formas de tomar la ciudad, ninguna de las cuales le satisfizo.
El asunto finalizó inopinadamente en 1595 con la llamada “conspiración de Chateau Martin”: gracias a las delaciones de algunos espías franceses, varios vecinos de Bayona (entre ellos el tal Chateau) fueron detenidos por el gobernador de la ciudad, acusados de prestar apoyo a un plan español de asedio a la plaza. Tras la ejecución de los presos, todo proyecto con respecto a Bayona fue abandonado por el virrey de Navarra, al tiempo que crecían los rumores de un posible cerco a Pamplona por parte de Enrique de Borbón.
Esos rumores, así como la existencia de familias nobles que discutían aún la legitimidad de la anexión de Navarra a Castilla, facilitaron que el virrey diese crédito a afirmaciones que ponían al reino en entredicho, cuestionando su fidelidad a la Corona de Felipe II. De ahí su intención, ya mencionada, de incrementar el número de castellanos en las instituciones, comenzado por la Iglesia. Su mandato, uno de los más largos de la historia del virreinato en Navarra, terminó en un ambiente de desconfianza mutua entre los oficiales del Rey y los del Reino.
En 1595 Martín de Córdoba fue promovido a la presidencia del Consejo de Órdenes y, por tanto, trasladado a la Corte. Coincidiendo con el final de su estancia en Navarra, recibió del Rey la encomienda de Socuéllamos (Orden de Santiago), sucediendo en la misma al marqués de Aguilar. En el gobierno de Navarra, Córdoba fue sustituido por Juan de Cardona y Requesens, otro virrey de larga trayectoria (permaneció en Pamplona hasta 1610). Martín de Córdoba falleció en Madrid, mientras desempeñaba el que sería su último cargo al servicio de la Corona.
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Rocío García Bourrellier