Barahona de Soto, Luis. Lucena (Córdoba), 1547 o 1548 – Archidona (Málaga), 1595. Poeta.
Poeta al que los contemporáneos incluyeron en la nómina reducida de los “divinos”. La indecisa datación del nacimiento se sostiene en las cifradas alusiones del mismo Barahona en su Epístola a Gregorio Silvestre, mientras que el lugar lo certifican otros versos de una juvenil e inédita canción trilingüe. En la misma significó los valores que presiden su biografía (“sanguis, nomen, intellectus”) y recordaba su progenie “antigua, noble y preclara”. Un perfil éste que concretan las testificaciones del pleito de hidalguía: los Barahona de Soto que desde el reinado de Juan II habían disfrutado en Burgos, entre otras prebendas y oficios, de la alcaldía perpetua de la ciudad. Como hijo del segundón Bernardo de Soto, que desde Burgos había acompañado al mariscal Diego de Bernuy junto a otros miembros de la familia Barahona, y con conciencia de que la fortuna (“agra et severa”) no le favorecía (“perdiose en mí el ser rica”), el poeta mantendrá siempre relaciones de dependencia y servicio con grandes casas nobiliarias. En particular con los Girones, en cuyos estados del ducado de Osuna vivió con diversos cargos durante bastantes años, correspondiendo a la protección con el proyecto exaltador de sus “de sus antecesores, blasones y armas” en Las lágrimas de Angélica y con la dedicatoria de una colección de Rimas que no llegó a la imprenta. El cultivo de la “Minerva cara” se rastrea en la evocación de los estudios y ejercicios de composición poética latina en una cátedra de Gramática (presumiblemente la de Antequera) y en lo afirmado en la citada epístola: desde los nueve años “de las sagradas Musas y de Apolo / ocupo la memoria y pensamiento”.
El traslado a Granada para cursar en su universidad estudios de Medicina entre 1568 y 1570 fue decisivo para la formación de Barahona. Además de entablar relación amistosa con Diego Hurtado de Mendoza, quien alabó su temprano “sentido profundo” y “varia lección”, su papel estelar en un círculo de jóvenes poetas se documenta con los poemas incluidos en dos manuscritos de los que no tuvo noticia Francisco Rodríguez Marín. Pero centra esta etapa el magisterio de Gregorio Silvestre, de quien al decir de Cáceres Espinosa fue “uno de sus particulares amigos”. La intensa comunicación poética que expresan los elogios cruzados entre ambos o las correspondencias temáticas de variado signo, concluyeron por dejar indecisa la autoría de la serie de diez composiciones denominadas Lamentaciones de Amor. La huella de Silvestre se manifiesta sobre todo en las fábulas mitológicas con un complejo equilibrio entre la recreación imaginativa de Ovidio, el conceptismo de tradición cancioneril y la presencia de un sentido alegórico adyacente. Con proyecciones argumentales tan contrastadas como el amor imposible y el sufrimiento en la de Acteón y el amor real y realizado en la de Vestumno y Pomona, es la plasticidad descriptiva del desnudo femenino o del marco idílico de la floresta lo más novedoso, alcanzando calidades que llevaron a Cervantes a declarar a Barahona “felicísimo”. Como homenaje debido, Barahona exaltará a Silvestre glorificándolo tras la muerte (“de floreciente yedra coronado”) en la más compleja y elaborada de sus églogas: la de Pilar y Damón.
En Osuna completó los estudios de medicina hasta 1573, asistiendo a la fugaz academia de Sandoval de “poesía latina y castellana”, lo que le ocasionó un oscuro proceso. Por esas fechas entabló amistad con Francisco de Medina, a través del cual entró pronto en contacto con otros humanistas y poetas de Sevilla. Es la segunda experiencia decisiva en la trayectoria de Barahona, la de la “edad dorada” que le recuerda Cristóbal de Mesa en una epístola y que debió concluir antes de 1580, aunque todavía en 1591 Espinel lo incluya entre “los cisnes de la Bética ribera”. Participa en las Anotaciones a Garcilaso y recibe el elogio a su “ingenio y erudición”, de los cuales, según Fernando de Herrera, “darán clarísimo testimonio sus obras”. A petición del divino compuso la Elegía a la muerte de Garcilaso, marcada ya por el desbordamiento acumulativo de elementos míticos y presentes exóticos que ensayará a grandes dimensiones en su poema épico. Su poética manifiesta conexiones doctrinales de estricta fidelidad al nuevo magisterio herreriano, tanto en la teoría del decoro poético en tanto que mantenimiento de relaciones estables entre materia y género, como en los límites de la licitud del estilo oscuro (“donde no hay claridad no hay luz, ni puede / haber entendimiento”), lo que armoniza con la desestima de la atribución a Barahona del conocido soneto Contra un poeta que usaba mucho de estas voces en su poesía, que tampoco, como se sigue repitiendo, va dirigido contra el sevillano. Como emulación de la de Herrera compuso otra Canción por la pérdida del Rey Don Sebastián en África, y la influencia del sevillano se deja sentir también en el cultivo de la elegía amatoria y en la probable concepción de un cancionero a Fenis, del que se han salvado algunos sonetos y madrigales.
Desde 1582 hasta la muerte, la vida del poeta transcurre en Archidona “a la sombra del buen Duque de Osuna” (Mesa). Ahí detentó los cargos de corregidor y teniente de corregidor, además de ejercer la medicina “con saber y experiencia” notorios, como médico de la villa (con la asignación de un salario anual de doce mil maravedís). Allí contrajo un primer matrimonio con Isabel Sarmiento (1582), del que nacieron dos hijas que no sobrevivieron al poeta, y en segundas nupcias con Mariana de Navas (1591). Los documentos lo presentan en posesión de un respetable caudal y con actividades económicas diversas (compra, venta y arrendamiento de tierras y casas, préstamos). Esta bonanza es el telón de fondo de una actividad literaria creciente. En contacto con la “poética academia” de Granada, en esa ciudad se publicó en 1586 la Angélica, primera parte de un vasto poema épico de compleja estructura narrativa y ambición cultista que no llegaría a ultimarse, aunque se han conservado algunas octavas y parte del plan de la segunda parte. La idea de una continuación y réplica española al Orlando Furioso de Ariosto debió cuajar en la etapa sevillana, madurando desde la minuciosa lectura del poeta italiano que indica una temprana “ensalada” inédita sobre la muerte de Orlando. Barahona, calcando el título de un breve poema épico de Aretino, venía a dar un expresivo quiebro a los amores de Angélica y Medoro, desviando la aventura misma, más allá del permanente fragor de las armas, a un itinerario ejemplar, que una serie de niveles alegóricos permitían interpretar ya como un manual de prudencia, ya como reprobación del amor mundano y camino de perfección. Después de 1587, aunque algunas partes del tratado y en especial el libro I estuviesen ya preparados, se ultimó un extenso y completo Arte de la Montería en diálogos, siguiendo la fórmula neoplatónico-ciceroniana (obra conservada en un único manuscrito, sólo se publicará en 1890). Bajo la autoridad del experto (Montano), dos interlocutores (uno activo, Solino, otro escéptico, Silvano) conducen la mostración de todas las variedades de la montería como un ejercicio de adiestramiento educativo para los caballeros, que asume tanto las prácticas contemporáneas como el conocimiento a fondo de la tradición clásica. En sus últimos años, el poeta corrigió y preparó sus Rimas, incorporando versiones retocadas de sus más conocidos poemas y con la evolución estilística e ideológica que deja entrever su obra maestra: la Égloga de las hamadríades. En los autos de testamentaría aparece “el cartapacio y libro de rimas españolas que compuso el Licenciado de Soto, con el privilegio que hay para imprimirle”. Sólo se han conservado copias indirectas y fragmentarias de este volumen que la viuda de Barahona tampoco logró imprimir. La edición de Francisco Rodríguez Marín, de 1903, se basó en la transcripción de una de esas copias y precisa una revisión a fondo desde el conocimiento de otras fuentes textuales que contienen lecciones más depuradas y textos desconocidos. Por los citados autos se tiene, además, un documento inapreciable de la cultura de Barahona de Soto: la relación de los cuatrocientos veinticinco volúmenes de su biblioteca, donde conviven equilibradamente los libros de la profesión médica y los del “saber poético”.
Obras de ~: Diálogos de la Montería: manuscrito inédito de la Real Academia de la Historia, Madrid, Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1890 (ed. facs., con est. prelim. de J. Lara Garrido, Archidona, Nororma, 2002); “Poesías líricas de Luis Barahona de Soto”, en F. Rodríguez Marín, Luis Barahona de Soto. Estudio biográfico, bibliográfico y crítico, Madrid, Est. Tipográfico Sucesores de Rivadeneyra, 1903, págs. 583-845; Las lágrimas de Angélica, ed. de J. Lara Garrido, Madrid, Cátedra, 1981.
Bibl.: J. Lara Garrido, Luis Barahona de Soto: Problemática textual e interpretación crítica, Granada, Universidad, 1980; “Nuevos datos para la biografía de Luis Barahona de Soto”, en Analecta Malacitana, VII (1984), págs. 297-310; La poesía de Luis Barahona de Soto (Lírica y épica del Manierismo, Málaga, Diputación Provincial, 1994; (ed.), De saber poético y verso peregrino. La invención manierista en Luis Barahona de Soto, Málaga, Anejos de Analecta Malacitana, 2002.
José Lara Garrido