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Luis Carrillo de Sotomayor y Valenzuela

Biografía

Carrillo y Sotomayor Valenzuela, Luis. Baena (Córdoba), 1582-1586 – El Puerto de Santa María (Cádiz), 22.I.1610. Escritor y militar.

Luis Carrillo y Sotomayor nació en Baena (Cór­doba) a mediados de la década de 1580. Fue hijo de Hernando Carrillo, presidente del Consejo de Ha­cienda, y de Francisca Valenzuela Fajardo, pariente del marqués de los Vélez. Estudió en la Universidad de Salamanca junto a su hermano Alonso durante los primeros años del siglo XVII. En 1604 tomó el hábito de Santiago tras superar el pertinente expediente de limpieza de sangre y fue comendador de la Fuente del Maestre. Muy joven aún y en fecha no muy lejana ingresó en la Marina, donde tuvo a su cargo cuatro galeras destinadas a combatir a los piratas turcos en el Mediterráneo.

En estos años de intensa actividad alternó sus visitas a la Corte de Madrid, donde residía su familia, con sus obligaciones militares. Fruto de sus responsabili­dades como cuatralbo y de su aristocrática posición, trabó una estrecha relación con el duque de Medina Sidonia y conde de Niebla, Manuel Alonso Pérez de Guzmán, a la sazón capitán general del mar Océano y costas de Andalucía, a quien consagraría algunas de sus obras poéticas. Fue amigo de importantes literatos de su tiempo, como Quevedo, Monroy o Tribaldos de Toledo, tal y como demuestran los poemas lauda­torios que todos ellos le dedicaron tras su temprana muerte. Suárez de Figueroa, por su parte, no duda en recordar en El pasajero (1617) su virtud, gentileza y cortesía, y lo califica como un “Marte con la espada” y un “Apolo con la pluma”.

Fue célebre la devoción que Luis Carrillo y Sotoma­yor profesó hacia la Virgen María, que le impulsaba a visitar sus santuarios allí donde desembarcaba. Igual­mente conocidos fueron sus sentimientos amorosos hacia diversas damas de la Corte, cuyos nombres no se manifiestan en las composiciones líricas sino codi­ficados al uso de la época. Su actividad literaria cesa a partir de 1608 y sus continuos ayunos y discipli­nas han hecho pensar que sufrió una larga enferme­dad. El 22 de enero de 1610 murió en El Puerto de Santa María, sin haber cumplido los veintiocho años. Su cuerpo fue trasladado a la capilla de San Pablo de la mezquita-catedral de Córdoba, donde reposan sus restos junto a los de su familia.

Pocos meses después de su fallecimiento, su hermano Alonso inició las gestiones para llevar a la imprenta sus versos. Recopiló precipitadamente manuscritos y pa­peles dispersos y logró que en agosto de aquel mismo año el famoso impresor madrileño Juan de la Cuesta sacara a la calle los primeros ejemplares de las Obras de don Luis Carrillo y Sotomayor (1611). Debido a la falta de supervisión, la princeps salió con tantos errores que la familia del poeta se vio obligada a costear, dos años más tarde, una nueva edición corregida y revi­sada por un servidor de la casa. Como resultado de sus esfuerzos, los textos de Carrillo y Sotomayor pasaron a letras de molde por segunda vez en 1613, esta vez en los talleres de Luis Sánchez. A pesar del empeño puesto en la empresa, la deficiente puntuación, la im­precisa titulación de los poemas y la arbitraria ordena­ción de los mismos son imperfecciones notables que aún mantiene esta remozada versión del cancionero. En conjunto, quedaron de este modo reunidos para la posteridad una veintena de romances y composiciones en redondillas, cincuenta sonetos, dieciséis canciones, dos églogas, la Fábula de Acis y Galatea, unas glosas al Remedio del Amor de Ovidio y el tratado teórico titu­lado Libro de la erudición poética. Hoy constituyen el legado literario de Luis Carrillo y Sotomayor.

Su obra se encuadra en la línea del cultismo propio de la lírica barroca que Luis de Góngora llevó hasta sus últimas consecuencias. Carrillo era capaz, por tanto, de encumbrarse hasta las cimas de la erudición grecolatina y de adornar sus estrofas con la brillantez y suntuosidad del mejor esteta. Pero era capaz tam­bién, como Lope de Vega, de crear sencillas estrofas al modo tradicional, cuya frescura y naturalidad se hacen patentes en las redondillas y romances que al­ternan con los poemas de mayor enjundia.

Entre ellos se encuentra la Fábula de Acis y Gala­tea, dedicada al conde de Niebla, que anticipa el tema mitológico sobre el que años más tarde Luis de Gón­gora erigiría su Polifemo. A pesar de ciertas irregulari­dades estructurales y de la dureza de algunos versos, esta obra constituye la mejor creación de Carrillo y Sotomayor, cuyo tamizado color no alcanza aún la in­tensidad del gongorismo pleno, mientras su cadencia conserva parte de la emoción y suave delicadeza que fueron propias de la voz de Garcilaso.

De gran trascendencia es su Libro de la erudición poética, donde se exponen los principios teóricos de la escuela culta a través de una complicada prosa cua­jada de citas, que no llega a ser un tratado doctri­nal sistemáticamente concebido. No obstante, las ideas estéticas que compartieron aquellos poetas del siglo XVII se pueden rastrear entre sus páginas: la as­piración de alzarse hasta las musas a través de un ele­vado estilo; la necesidad de trabajar y depurar las for­mas hasta alcanzar el nivel de los grandes maestros clásicos e italianos; la conciencia de estar creando una lengua literaria distinta y más perfecta que la ordina­ria, cuyo rasgo distintivo es el adorno externo logrado mediante expresiones nobles, difíciles y escondidas; la firme creencia en que lo sublime no se puede expresar con un lenguaje humilde; la concepción de la poesía como un ejercicio reservado a los espíritus más eleva­dos y poco apropiado para el vulgo; la exigencia de un punto de dificultad para crear belleza a través de la palabra y, en fin, la ponderación de la agudeza y el re­finamiento intelectual como medio para lograr estos fines estéticos. Todas estas ideas fueron compartidas por Góngora y sus seguidores, que tuvieron en Luis Carrillo y Sotomayor un precursor tristemente malo­grado en plena juventud.

 

Obras de ~: Obras de don Luis Carrillo y Sotomayor, Madrid, Juan de la Cuesta, 1611 (Madrid, Luis Sánchez, 1613); Fábula de Acis y Galatea, ed. de P. Henríquez y E. Moreno, Buenos Aires, Cuadernos de don Segundo Sombra, 1929; Poesías com­pletas, ed. de D. Alonso, Madrid, Signo, 1936 (ed. de A. Costa, Madrid, Cátedra, 1984); Libro de la erudición poética, ed. de M. Cardenal, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1946; ed. de A. Costa, Sevilla, Alfar, 1987; Obras, ed. de R. Navarro Durán, Madrid, Castalia, 1990.

 

Bibl.: E. Buceta, “Carrillo de Sotomayor y Suárez de Fi­gueroa”, en Revista de Filología Española (RFE), VI (1919), págs. 299-305; J. García Soriano, “Don Luis Carrillo y So­tomayor y los orígenes del culteranismo”, en Boletín de la Real Academia Española, XIII (1926), págs. 591-629; D. Alonso, “La supuesta imitación por Góngora de la Fábula de Acis y Galatea”, en RFE, XIX (1932), págs. 349-387; E. Orozco Díaz, Amor. Poesía y pintura en Carrillo de Sotomayor, Gra­nada, Universidad, 1967; A. Collard, Nueva poesía: concep­tismo, culteranismo en la crítica española, Madrid, Castalia, 1967; A. Costa Palacios, “El Libro de la erudición poética de Luis Carrillo y Sotomayor, ¿un manifiesto revolucionario?”, en Alfinge, I (1983), págs. 59-66; La obra poética de Luis Carrillo y Sotomayor, Córdoba, Diputación Provincial, 1984; “Las décimas a Pedro Ragis de Carrillo y Sotomayor: un ejemplo temprano de la aplicación de la fórmula horaciana ‘ut pictura poieis’”, en Edad de Oro, VI (1987), págs. 35-50; R. Navarro Durán, “La edición de la Égloga primera de Luis Carrillo y Sotomayor”, en Glosa, I (1989), págs. 185-193; J. M. Reyes Cano, “Luis Carrillo y Sotomayor, un poeta de su tiempo”, en Ínsula, DXXXVI (1991), págs. 4-5; C. Peralta Huerta, “Erudición y verdad en Carrillo y Soto­mayor”, en M. Ariza et al. (eds.), en Actas del II Congreso In­ternacional de Historia de la Lengua española, vol. II, Madrid, Asociación de Historia de la Lengua Española, Pabellón de España, 1992, págs. 787-796; A. Blecua, “Carrillo y Soto­mayor, Luis”, en R. Gullón (dir.), Diccionario de Literatura Española e Hispanoamericana, vol. I, Madrid, Alianza, 1993, págs. 292-293.

 

Eduardo Torres Corominas