Fernández de Córdoba y Cardona-Anglesola, Gonzalo. Príncipe de Maratea y del Sacro Imperio. Cabra (Córdoba), 1585 – Montalbán (Teruel), 16.II.1635. Militar y estadista de los Consejos de Estado y de Guerra, caballero de la Orden de Santiago y trece de su orden, comendador mayor de Montalbán.
Descendiente del famoso Gran Capitán por su abuela paterna (Beatriz Fernández de Córdoba Figueroa), hija de Elvira, única hija a su vez del héroe, gustó de cambiar el orden de sus apellidos para poder emularle. Era hijo de Antonio de Cardona y Fernández de Córdoba (muerto en 1606), duque de Soma, Sessa y Baena (títulos estos últimos heredados de su madre), conde de Palamós, Oliveto, Trivento y Avellino, barón de Bellpuig, Calonge, Liñola y vizconde de Iznájar, y de Juana Fernández de Córdoba.
Por línea directa agnaticia descendía de uno de los principales y más antiguos linajes de Cataluña, pero vino al mundo en el seno de una familia con siete hermanos y cuatro hermanas y, sin esperanzas de heredar ningún título, se decantó por la carrera de las armas.
Sus pruebas para el ingreso en la Orden de Santiago son de 1607. En 1612 pasó a Italia acompañando al marqués de Santa Cruz e hizo sus primeras armas en el asalto a la Goleta. Más tarde, durante la guerra contra Saboya (1615-1618), asistió en Lombardía a Pedro de Toledo, marqués de Villafranca, el cual al frente de las fuerzas españolas derrotó al ejército saboyano y, a pesar de la ayuda francesa, consiguió tomar Asti y finalmente Vercelli. El buen comportamiento y la actitud de Fernández de Córdoba durante esa guerra movieron al embajador español en Génova, Juan Vivas, a proponerle para una merced. Ya en esa época fue propuesto para la castellanía de Milán (1618), cargo que no ocupó hasta ocho años más tarde.
En 1620, con el estallido de la Guerra de los Treinta Años, pasó de Italia al Palatinado con tres mil infantes para reunirse con Ambrosio de Spínola. Era coronel de los Tercios Viejos bajo las órdenes del genovés y, con poco más de cuatro mil infantes y mil trescientos caballos, su misión consistía en dominar la zona media del Rin. En ese escenario de guerra asistió a la toma de Maguncia y cosechó sus mayores triunfos, empezando por algunos primeros laureles de poca consideración como el de Conflans (cerca de Verdún), o el que le proporcionó la toma de pequeños castillos asentados en la ribera del Rin como Bacherab y Kaub.
A principios de abril de 1621 asumió el mando de parte del ejército durante la ausencia de Spínola, llamado a Bruselas por el Archiduque.
El 7 de mayo de 1622 sus tercios, alineados con el ejército bávaro de Tilly, fueron decisivos para alcanzar la victoria sobre los luteranos del marqués de Durlach, en Wimpfen. En dicha contienda estuvo a punto de caer prisionero al verse forzado a contraatacar con la caballería y verse en medio de dos tropas de caballos enemigas “[...] y yo tuve lugar de meterme dentro de mi escuadrón con lo que escapé de ellos”, escribía a su esposa a la mañana siguiente. De lo cerca que tuvo el peligro habla el hecho de que, a pesar de no recibir ninguna herida, algún enemigo llegó a intentar, durante el forcejeo, arrancarle a tirones la cadena del hábito que llevaba al cuello. Tras reunir a las tropas huidas con su escuadrón, y junto con unidades alemanas y tropas bávaras de refresco, atacaron por ambos lados aprovechando la confusión de una explosión de pólvora tras sus líneas. Arrollaron al enemigo, que huyó a la desbandada, mataron a más de cuatro mil de ellos y cayeron en su poder toda la artillería, municiones y bagaje (un botín de más de 100.000 ducados que repartió generosamente).
Unas semanas más tarde, el 22 de julio, contribuía de nuevo a una señalada victoria, en Höscht, contra el ejército protestante de Mansfeld y del obispo de Alberstradt. Con una caballería tres veces inferior en número, aguantó las embestidas del enemigo y, una vez de noche, reunió las tropas y cayó por sorpresa sobre el campamento enemigo causando gran mortandad, apresando muchos y muy ilustres enemigos, ganándoles banderas, toda la artillería, el bagaje y el dinero.
Poco después, el 29 de agosto siguiente, volvió a derrotar a los protestantes alemanes Mansfeld y Christián de Brunswick en Fleurus, cuando se disponían a acudir en ayuda de los rebeldes holandeses. Sobre esas victorias se imprimieron diversas relaciones; el mismo Lope de Vega le dedicó su comedia La nueva victora de Don Gonzalo de Córdoba. Felipe IV le nombró marqués de Maratea, con la dignidad de príncipe (14 de febrero de 1624), y más tarde el emperador Fernando II, en la Dieta de Ratisbona, le hizo príncipe del Sacro Imperio (1630).
Antes de pasar a Milán para asistir al duque de Feria, tuvo tiempo todavía de tomar parte como segundo al mando en el famoso asedio de Breda, en el que Ambrosio de Spínola se cubrió de gloria (1625). En 1626 pasó a Milán y asumió el gobierno interino de la plaza tras la marcha del duque de Feria, que había sido su cuñado (viudo de su hermana Francisca de Cardona-Anglesola). En este punto su carrera se truncó con la guerra de Mantua-Montferrato (1628-1632), estallada al morir el último duque Vicencio Gonzaga y sucederle su primo el duque de Nevers, francófilo y protegido de Richelieu. El Montferrato se hallaba en una posición estratégica crucial para el control de las posesiones en la Lombardía; de hecho, desde 1610 se había propuesto al duque de Mantua el trueque de dicho estado, sin que ninguna de las negociaciones se viese coronada por el éxito. El duque de Nevers había colaborado con los protestantes en su intento de socorrer a los rebeldes holandeses, y su hijo, el conde de Rethel, había sido adversario de Gonzalo Fernández de Córdoba en Fleurus (1622); su consabida vinculación con París ponía en peligro el paso de tropas españolas por aquella zona, y con ello, toda la estrategia militar y política centroeuropea de Felipe IV.
Gonzalo Fernández de Córdoba actuó por iniciativa propia (y con la aprobación explícita del conde-duque de Olivares), aunque demasiado tarde, ocupando las posesiones de Mantua y el Montferrato y asediando la fortaleza neurálgica de Casale. Sin embargo, no poseía recursos humanos suficientes para rendir aquella imponente plaza, para lo que eran necesarios al menos doce mil hombres y dos mil caballos, y de nada servían sus seis mil napolitanos, la mayoría forzados a combatir y de poco fiar. No pudo abastecerlos más que con los recursos del territorio, ni pudo esquilmar los cultivos montferratinos (pues hubiera tenido que incendiar media provincia), con lo que los asediados pudieron abastecerse. Cuando por fin le llegaron refuerzos militares era ya demasiado tarde para continuar las operaciones bélicas. Tuvo que retirarse a Milán y pactar con las autoridades el alojamiento del ejército aquel invierno, un invierno de carestía y hambre que provocó la revuelta de San Martín (11 de noviembre de 1628). Cuando pudo retomar el hilo de las operaciones contra Casale, el ejército francés, en un prodigioso esfuerzo, había atravesado los Alpes, forzado el paso de Susa a los saboyanos y llegado hasta allí. El 11 de marzo de 1629, Gonzalo Fernández de Córdoba se veía obligado a levantar el asedio y firmar el Tratado de Paz de Susa con los franceses.
El impacto de tan infaustas noticias causó una enorme consternación en la Corte de Madrid, donde no quisieron ratificar el tratado, y el conde-duque de Olivares sufrió una depresión. A partir de entonces le utilizaron como la cabeza de turco que debía responder de aquella derrota. Fue llamado a la Corte e inculpado en un escandaloso proceso en el que se intercambiaron acusaciones sobre la responsabilidad de los hechos. La junta formada a instancias del Monarca, encargada de presentar los cargos contra Fernández de Córdoba, estaba formada, entre otros, por el conde-duque de Olivares, el de Oñate y el marqués de Gelves, pero concluyó por no hallar en él ni en su actuación “culpa ni en el celo ni en la voluntad de servir a V. M.”. En la consulta del Consejo de Estado de 12 de enero de 1631, cuando ya habían fracasado también en Casale el mismo Ambrosio de Spínola y el marqués de Santa Cruz, Felipe IV, atendiendo a lo mucho que ya había padecido y a los servicios de sus antepasados, le absolvió y le admitió en el Consejo. A pesar de todo, Fernández de Córdoba no pudo esquivar la inquina de Olivares.
En enero de 1632, en una consulta del Consejo de Estado, se mostraba a favor de confiar las guarniciones militares a los soldados naturales del territorio, sobre todo de cara a ahorrarle a la Monarquía levas y transporte de tropas desde lejanas tierras. Por aquel entonces acababa de ser nombrado capitán general del ejército del Palatinado, donde la situación parecía insostenible tras la derrota imperial en Alemania, los espectaculares triunfos de Gustavo Adolfo y el avance incontenible de los holandeses. Fernández de Córdoba fue enviado a París con la misión de intentar convencer a Luis XIII para que dejara de prestar su apoyo a los suecos, aunque él era más partidario de una acción militar rápida que de propuestas de paz.
Fue uno de los cuatro maeses de campo a quien la infanta Isabel Clara Eugenia encargó el gobierno de los Estados, cometido que asumió durante unas breves semanas.
A partir de aquí, emergen nuevamente malentendidos y desavenencias que le enfrentan con las más altas autoridades de la Corona. Ya desde 1629 se especulaba con la posibilidad de enviarlo a Flandes, a pesar del profundo odio que Fernández de Córdoba sentía por aquella guerra. Tras su misión en París se le quiso nombrar gobernador de Flandes y concederle el mando supremo del ejército en los Estados, pero rechazó la propuesta con firmeza, e igualmente respondió negativamente, “con estilo duro”, a las reiteradas y benevolentes instancias que no dudaron en hacerle tanto el conde-duque de Olivares como el mismo Felipe IV. Esta actitud motivó un cisma entre sus seguidores y sus detractores, agravado todavía más por su petición de licencia para retirarse. Se formó una Junta secreta de ministros para tratar su caso, en la que salió a relucir la pérdida de Maastricht que Fernández de Córdoba no socorrió, aunque en todo el proceso debía pesar sobre todo el mal sabor dejado tras la perdida guerra del Montferrato.
La Proclamación Católica a su divina Majestad...(1640) le nombraba entre los nobles que, según opinión popular, habían sido deshonrados por Olivares, algunos de los cuales sucumbieron perseguidos por su inquina hasta la tumba. Cierto es que Gonzalo Fernández de Córdoba, retirado a su encomienda de Montalbán, murió en febrero de 1635 “con sentimiento público de todos los soldados, así naturales como extranjeros, que habían militado debajo de su disciplina”. Su desaparición complicaba todavía más la difícil situación de un Imperio sin “cabezas” o altos mandos lo bastante solventes como para garantizar el buen curso de las guerras que se mantenían por todo el planeta, arrancando a los padres Jesuitas el comentario de que “no hará poca falta al reino”. Al sentimiento general se sumó el virrey de Cataluña duque de Cardona que escribía en una postdata: “Perdió su Magd. en el Sr. don Gonçalo de Cordova un gran soldado y vassallo, he sentido mucho este suceso, téngalo dios en el cielo”.
Manuel Fernández Álvarez ha dejado de él un retrato bastante lejano al de Manzoni, quien le describió como ensoberbecido, resbaladizo y duro.
Gonzalo Fernández de Córdoba poseía “magníficas cualidades humanas como hombre particular, al que solo se le pidiera el gobierno de su casa y el desempeño de sus funciones de soldado”. Poco amigo de intrigas diplomáticas y con un físico “falto de prestancia”, jamás consiguió ser un personaje popular, cosa que modeló su carácter rudo y receloso. Profundamente religioso, amante de los libros, fue asimismo animoso, y de una gran honradez. Su cadáver fue sepultado en la iglesia del convento de la Madre de Dios, en Baena.
Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, Estado, lib. 694 (1627-1640); Archivo General de Simancas, Estado, leg. 2651; Archivo de la Corona de Aragón, Consejo de Aragón, leg. 386.
Relación verdadera de la insigne victoria que ha alcançado don Gonçalo de Cordova y Cardona, Capitan General del exercito de los Estados de Alemania, en nombre del Rey nuestro Señor, del Conde Palatino, y los rebeldes a 6 de Mayo 1622, Barcelona, Esteban Liberós, 1622; Grande, La grande y señalada batalla que se ha hecho contra la Armada Catholica, y la Armada Protestante gente Luterana del Duque Christian de Brunsvic, Obispo de Alberstrad, que se ha buelto herege, yendo en socorro del Principe Palatin [...], Barcelona, Esteban Liberós, 1622; Relacion certíssima de la felicíssima victoria que ha tenido Gonçalo de Cordova, en los Estados de Flandes en 29 de Agosto deste año de 1622, Barcelona, Esteban Liberós, 1622; Vera relatione della due segnalata vitoria havuta novamente de la maesto dell’Imperatore Ferdinando II contra li principi ribelles heretici del Palatinato inferiore alli 10 e 20 de Jugno MDXXII sotto il commando del Comte de Tilly [...] insieme con Don Gonzalo de Cordoba [...], Milano, Pandolfo Malatesta, 4 de agosto de 1622; F. León, Sermón predicado por [...] Francisco de León, prior del convento de nuestra señora de Guadalupe de Vaena, orden de predicadores a las solemnes honras que la villa hizo a don Gonçalo Fernandez de Cordova, y Aragon, Principe de Maratea..., Granada, Blas Martínez, 1635; Gazette. Recueill de toutes les gazettes nouvelles ordinaires & Extraordinaires & Autres Relations [...], Par Theopraste Ronaudot, conselleire et medecin ordinaire de sa majesté [...], Maistre et Intendant Général des Bureaux d’Adresse de France, Paris [1637], n.º 14, fol. 60; Cartas de algunos padres de la compañía de Jesus sobre los sucesos de la monarquía entre los años de 1634 y 1648, Madrid, Manuel Tello, 1888-1893 (Memorial Histórico Español, vols. XIIIXIX, vol. I), pág. 139; V. Vignau y F. Uhagón, Índice de pruebas de los caballeros que han vestido el hábito de Santiago desde el año 1501 hasta la fecha, Madrid, Est. Tipográfico de la Viuda e Hijos de M. Tello, 1901, pág. 122; A. Cánovas del Castillo, Bosquejo histórico de la Casa de Austria, Madrid, Imprenta de Fontanet, 1911, pág. 251; J. Paz, Catálogo de ‘tomos de varios’, Madrid, Biblioteca Nacional, departamento de Manuscritos, 1938, pág. 35, reg. 2353, n.º 4, fol. 13; n.º 12, fol. 162; n.º 13, fol. 168; F. N icolini, Don Gonzalo Fernandez de Cordoba e la cosiddetta responsabilità della guerra del Montferrato, Florencia, Felice Le Monnier, 1941; Una vittima storica di A. Manzoni: Don Gonzalo Fernández de Córdoba, Napoli, Pironti et figlio, 1946; G. Bleiberg (dir.), Diccionario de Historia de España. Desde sus orígenes hasta el fin del reinado de Alfonso XIII, vol. I, Madrid, Revista de Occidente, 1952, pág. 1110 (Madrid, Alianza Editorial, 1979, vol. II, págs. 52 y 53); M. Fernández Álvarez, Don Gonzalo Fernández de Córdoba y la Guerra de Sucesión de Mantua y Montferrato (1627-1629), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1952, págs. 55 y 65; R. Magdaleno, Papeles de Estado Milán y Saboya (siglos xvi y xvii). Catálogo XXIII del Archivo de Simancas, Valladolid, Dirección General de Archivos y Bibliotecas-Instituto di Storia Medioevale, 1961, pág. 290; Papeles del Estado de Génova (siglos xvi-xviii). Catálogo XXV del Archivo de Simancas, Madrid, Archivo General de Simancas, 1972, págs. 225 y 236; A. Fluvià. “Cardona”, en VV. AA., Gran Enciclopedia Catalana, vol. IV, Barcelona, Enciclopèdia Catalana, 1973, págs. 396-397; M. Fernández Álvarez, “El fracaso de la hegemonía española en Europa (guerra y diplomacia en la época de Felipe IV)”, en R. Menéndez Pidal, Historia de España, XXV, Madrid, Espasa Calpe, 1982, págs. 677, 681, 699, 701-706, 711, 717 y 722; J. A. Cid y A. Carreira (eds.), La Vida y hechos de Estebanillo González, vol. II, Madrid, Cátedra, 1990, pág. 394; J. H. Elliott, El Conde-duque de Olivares. El político en una época de decadencia, Madrid, Crítica, 1991, págs. 190, 342, 372-373, 389 y 650; M. Lacarta, Diccionario del Siglo de Oro, Madrid, Aldebarán, 1996, pág. 142.
Manuel Güell Junkert