Navarra de la Cueva, Pedro de. Marqués de Cortes (I). Navarra, p. t. s. XVI – Toledo, 2.III.1556. Corregidor de Córdoba, corregidor de Toledo, asistente de Sevilla, gobernador de Galicia, presidente del Consejo de la Orden de Santiago e interino de las de Calatrava y Alcántara, consejero de Estado.
La procedencia de Pedro de Navarra no parecía la más adecuada para servir al Emperador, dado que era primogénito de Don Pedro, mariscal de Navarra y jefe de la facción agramontesa en aquel reino, opuesta a los beamonteses, encabezados por el conde de Lerín, condestable de Navarra. Los primeros se opusieron a la incorporación del reino a la Corona de Castilla y el mariscal guardó su fidelidad a los Albret, en un revuelto panorama político. En marzo de 1516 había capitaneado de esta manera una intentona para devolver el reino a la dinastía que consideraba legítima, y ello le valió quedar preso en Atienza y posteriormente en Simancas, bajo tutela del duque de Alburquerque. En esta última fortaleza falleció en 1523, en oscuras circunstancias, tras una nueva negativa a jurar fidelidad al Emperador. Su hijo y heredero decidió no seguir el mismo camino, pero tenía que demostrar previamente su fidelidad a los Habsburgo, a lo que ayudó la resolución de Carlos I de integrar en su servicio a los miembros de las diferentes facciones del reino, de cara a su pacificación. La recuperación de Fuenterrabía le valió a Pedro de Navarra el reconocimiento regio, y con él llegó el servicio administrativo, iniciado bajo el manto del cardenal Tavera, y en el que mostró tanto su procedencia social nobiliaria, como su gran disposición ejecutiva. Ocupó así los cargos de corregidor de Córdoba (1530-1532), Toledo (1532-1537), asistente de Sevilla (1537-1542 y 1544-1547) y, con Tavera ya fallecido, gobernador de Galicia (1548-).
Como corregidor de Toledo demostró preferir la imposición de su criterio a la ejecución de la justicia letrada, al destituir, a instancia de su alcalde mayor, al licenciado Meneses como alcalde de alzadas, por haberle revocado algunas sentencias. Abandonado Toledo el 5 de marzo de 1537, aspiró a un reconocimiento social que ya creía merecer, primero en la forma de encomienda de la Orden de Santiago, que no pudo obtener, pero sí finalmente en la forma de título de I marqués de Cortes, que recibió el 10 de noviembre de 1539. Para esta fecha, Tavera se había encargado de convencerle respecto a que aceptase el empleo de asistente de Sevilla, del que tomó posesión, tras varias dilaciones relacionadas con la escasa retribución de la plaza, a finales de 1537. En la ciudad del Guadalquivir, Pedro de Navarra hubo de bregar con la alta nobleza, como en el caso de las desavenencias matrimoniales entre el marqués de Tarifa y su mujer, y con el concejo sevillano, al que debía atraer al deseo regio en cuanto a la elección de procuradores a las Cortes castellanas. En este contexto, le surgió la posibilidad de corresponder a la protección recibida de su patrón Tavera, dado que en 1538 intervino para que saliera designado Arias Pardo de Sayavedra, sobrino del cardenal. Se preocupó igualmente de la política norteafricana, dado que en agosto de 1538 pregonó la paz alcanzada por el rey de Portugal con los reyes de Fez y Marruecos, a la que se sumó el Emperador, al tiempo que afirmaba su inutilidad sin la participación del rey de Vélez, única forma de asegurar las costas mediterráneas. Asimismo, cuando el Emperador decidió de forma precipitada el ataque contra Argel, Pedro de Navarra se estableció en Cádiz para contribuir a los preparativos. Abandonó esta primera etapa en la asistencia de Sevilla el 7 de julio de 1542, y se dirigió con prisa a su tierra natal, por entonces bajo la amenaza francesa. Una vez conjurada ésta, por el traslado de la amenaza a Perpiñán, y superado sin dificultades el juicio de residencia de su plaza sevillana, volvió a ocuparla.
En esta segunda fase en la asistencia de Sevilla, junto a diferentes problemas de mantenimientos, la preparación de los entresuelos ordenados por el Emperador en los alcázares y la decisión sobre los oficios que debían acrecentarse, que seguía pendiente por parte del príncipe Don Felipe, Pedro de Navarra vivió en la lejanía la desaparición de toda una generación de servidores hispanos del Emperador, incluidos sus protectores, el cardenal Tavera y Francisco de los Cobos, aunque todavía hubo tiempo para que, antes de su muerte, éste pudiera gestionar una encomienda para él, si bien de la Orden de Alcántara, por lo que tuvo que cambiar el hábito de Santiago. Su siguiente destino fue el de gobernador de Galicia, para el que fue nombrado el 12 de febrero de 1548. En esta plaza su labor se hizo especialmente eficaz en la preparación militar del territorio confiado a su cargo, remitiendo continua información sobre sus efectivos y defensas, o los rumores sobre preparativos bélicos en Francia. Con todo, carente de apoyo en la corte de la regencia, el presidente del Consejo Real, Hernando Niño, le sometió a visita transcurrido tan sólo un año desde su acceso al cargo, hecho excepcional que no sólo indicaba una clara motivación política, sino que condujo a Pedro a quejarse ante el Emperador y denunciar el abuso de que era objeto. Durante su estancia en Galicia, se encomendó asimismo una sensible comisión al marqués que, pese a las molestias que provocaba, denotó la sintonía existente con el equipo entrante del príncipe Felipe. El 24 de noviembre de 1551 éste escribió al Emperador dándole noticia de cómo se había excusado el conde de Oropesa de ir al Concilio de Trento, lo que abrió la puerta para que acudiera Pedro de Navarra; de quien, conocido el celo por su precedencia mantenido en cargos anteriores, se dudaba de su conformidad con tener el tercer lugar como representante en la asamblea. Finalmente, el marqués no hizo finalmente tan larga jornada por hallarse “con poca salud y aparejo de dinero”, por lo que, urgido tanto por el príncipe como por su padre, volvió a su cargo en Galicia ante la inminente posibilidad de guerra.
Seguidamente, no por repentina la vinculación del marqués con la gestión de las Órdenes Militares fue menos fulgurante, a lo que sin duda ayudó la altura del cargo obtenido en su seno. Es posible que la posesión de hábito de Alcántara encaminara el pago de los servicios de Pedro hacia el campo de las órdenes, cuya presidencia unitaria, ejercida de forma sucesiva y accidental por el clavero Hernando de Córdoba y por el presidente de la de Santiago, Enrique de Toledo, venía pensando en formalizarse desde la muerte del conde de Osorno en enero de 1546. El paso del marqués de Cortes a la presidencia de las órdenes fue considerado a propuesta del príncipe, que el Emperador secundó desde mediados de 1552: “En lo de la presidencia de las Ordenes con ésta se os envía copia del memorial antiguo que ha días que estaua acá, e de los biuos pareceme quel más a proposito es el marqués de Cortes, por la experientia que tiene de negotios. Todauía con el primero me auisareis de las otras personas que os ocurrieren para este cargo, e el de Galizia si huviere de ser promouido, e quanto a estos negocios no hay más que dezir [...]”. Como insinúa Fernández Izquierdo, desde la muerte del presidente de Santiago Enrique de Toledo —el 4 de mayo de 1552—, existía duda en la corte acerca de la proporción de la autoridad sobre las órdenes militares, al hallarse desde entonces vacantes tanto la de Calatrava-Alcántara —por la muerte de frey Hernando de Córdoba el 31 de marzo de 1550— como la de Santiago. Pero, finalmente, el Emperador, embebido en problemas más urgentes, no se atrevió a unificar el mando de las tres órdenes en la persona del marqués, y le otorgó solamente la sucesión de Enrique de Toledo en la presidencia de la Orden de Santiago.
El príncipe, al alabar esta decisión en carta al Emperador, ofrece la razón por la que ha sido considerado como el primer presidente de un consejo unificado de las tres órdenes militares. Don Felipe valoró la elección realizada por su padre al otorgar a Pedro de Navarra la presidencia de la Orden de Santiago, pero subrayó el recelo que en el seno de ésta provocaría el hecho de que el elegido poseyese hábito de caballero de otra orden —la de Alcántara—, en especial estando pendiente la celebración de su Capítulo: “La election q. V. Magd. hizo de la persona del marqués de Cortes para la presidençia de la Orden de Sanctiago que vacó por don Enrrique de Toledo fue muy buena porque en él concurren todas buenas qualidades para el cargo, pero como no sea de la misma orden paresce que traería mucho inconviniente y que los de la Orden de Santiago lo sentirían mucho, en espeçial que no está difinido el cap[itul]o q. por mandado de V. Magd. se conuocó los días passados, para que prinçipalmente es neçessario q. el presidente fuera de la misma orden, pues lo que en él se ha tratado y tratará hauía de ser con comunicaçion suya y como él lo endereçasse para serui[ci]o de V. Md. y bien de la dicha Orden, y siendo él como es de la de Alcántara no le admitirían en el capítulo [...]”. Para resolver este problema, el príncipe, con la colaboración del secretario Vázquez de Molina, propuso una concurrencia accidental de ambas presidencias en la persona del marqués, como ya había ocurrido en el caso del clavero Hernando de Córdoba tras la muerte de Osorno, nombrándole presidente de Calatrava y de Alcántara, si bien preferían el cambio de hábito de Pedro de Navarra. Es de suponer que con esta presidencia al menos se aminoraba la reticencia de los caballeros de Santiago a ser presididos por el marqués y a la entrada en su Capítulo. Finalmente, la elección del Emperador fue que el marqués mudase el hábito de Alcántara y pusiese en administración su encomienda, lo que acató. Enviada por el príncipe la provisión del hábito de Santiago para su firma, el Emperador emitió su título como presidente de la Orden de Santiago en Argentina el 8 de febrero de 1553, interviniendo en las cuestiones de Calatrava y Alcántara sólo por la falta de presidente, mientras su vacante en la gobernación de Galicia era ocupada por el conde de Nieva. En su nuevo cargo, el marqués vio empeorar sus retribuciones sustancialmente —hecho que subraya la relevancia del cargo de gobernador de Galicia—, para lo que pidió remedio en repetidas ocasiones como lo habían tenido sus predecesores Hernando de Vega y el conde de Osorno. Igualmente, con su promoción se inició la ya mencionada progresión en la organización interna de la Orden de Santiago, de la que fue elegido Trece el 22 de abril de 1554, durante el Capítulo de la Orden celebrado en Valladolid, en sustitución de Pedro de Toledo, marqués de Villafranca.
La presidencia del marqués de Cortes coincidió con los prolegómenos y la llegada de Felipe II al trono castellano, apreciándose una discreta revitalización del contenido propio de las órdenes. Desde un punto de vista jurisdiccional, el 28 de abril de 1554 se envió al embajador en Roma, marqués de Sarriá, la concordia de Alcántara con el obispo y la iglesia de Coria, orden cuyas instrucciones de visita recibieron la firma del príncipe en Benavente, el 11 de junio de 1554. Al mismo tiempo, el Consejo de Órdenes remitió ante el príncipe Felipe a Alonso González de la Rúa, caballero y fiscal de la Orden de Santiago, para informar sobre cosas tocantes a las tres órdenes militares, mientras pedían el favorecimiento del comisionado al secretario Juan Vázquez de Molina, para que el príncipe mandara “proveer que las Órdenes no sean agrauiadas en su jurisdiçion y preheminençias [...]”, como señalaba el Consejo de Órdenes a Juan Vázquez de Salazar, el 14 de junio de 1554. Tal preocupación jurisdiccional condujo igualmente a solicitar del Emperador desde Valladolid, el 30 de mayo de 1555, el asiento que debía guardarse entre el comendador mayor de Castilla y Bernardino de Mendoza, para evitar sus encontronazos de precedencia entre las galeras reales y las de la Orden de Santiago —al cargo del primero—.
Igualmente, a este impulso inicial obedeció su labor en mejora de la subsistencia material de los conventos de religiosas del territorio bajo control del Consejo. La revitalización culminó con el acceso del príncipe al trono. Escasas fechas antes de la cesión de poderes a su hijo, el Emperador proveyó distintas encomiendas y concedió diversos hábitos. A los doce días de heredar la Corona castellana, Felipe II expresó al presidente de Órdenes su determinación en devolver a la provisión de hábitos y encomiendas su significado original de limpieza y no de mera distinción social, ordenándole extremo celo en las informaciones previas a su concesión, auxiliándose de ser preciso del propio Santo Oficio. Es posible que no se incurra en equivocación al afirmar que en la década de 1550 se produjo un renacimiento de la conciencia y significado de la pertenencia a las Órdenes Militares, que supuso una respuesta al contenido meramente honorífico en que se estaba convirtiendo la posesión de un hábito de caballero desde el final de la reconquista. Aunque se pueda discutir el calado de este giro, las reivindicaciones expresadas en los Capítulos de 1552 y la perceptible reducción del número de hábitos de Santiago —la más importante de las tres órdenes bajo maestrazgo de la Corona— entre 1557 y 1572, quizá apunte en este sentido. Esta rehabilitación se advierte en varios hechos. En primer lugar, un celoso cumplimiento de las obligadas visitas a los institutos religiosos de las órdenes. Como ejemplo, el 23 de enero de 1553 se dio poder para visitar el Monasterio de Nuestra Señora de la Asunción de la villa de Almagro a los visitadores del Campo de Calatrava.
Exactamente un año después, el Consejo comisionó a fray Miguel de Guzmán, comendador de Alcolea, y a fray Alonso de Hazaña, capellán del Emperador, la visita de la casa y Convento calatravos de San Felices de Anaya. En segundo lugar, una intensificación de la sensibilidad jurisdiccional respecto a otros poderes. La violenta diferencia entre Bernardino de Mendoza, capitán general de las galeras de España, y el comendador mayor Luis de Requesens, capitán general de las de Santiago, mereció del Consejo de Órdenes el inmediato aviso al Emperador, el 2 de octubre de 1554, y el secuestro de la encomienda de Bernardino. Si bien, preso de la necesidad militar, el Emperador ordenó al Consejo, el 10 de enero siguiente, el levantamiento de cualquier pena impuesta a Mendoza. Pese a todo ello, la dedicación del marqués a la dirección del Consejo debió de verse afectada por su entrada en el Consejo de Estado el 21 de julio de 1554, que le obligó a ejercer importantes comisiones por orden de la princesa Juana, como la obtención del apoyo financiero del arzobispo de Toledo para la actividad militar hispana. Mientras el marqués de Cortes permanecía en servicio real en Toledo, el licenciado Argüello y el doctor Ribadeneyra parecieron orientar el funcionamiento del Consejo de Órdenes; por ejemplo, ellos firmaron la consulta remitida al Rey desde Valladolid el 21 de marzo de 1556, sobre diferentes cuestiones relativas a provisión y gestión de las encomiendas, si bien las bajas temporales que sufría el Consejo afectaron por entonces a la claridad y ritmo de despacho. Cuando llegó a la corte la noticia de la muerte de Pedro de Navarra en Toledo, fue esta razón —patente en la confusa provisión de la encomienda de la Fuente, el Moral y Casas de Ciudad Real— la que llevó a ambos consejeros a solicitar del Rey la pronta provisión de su plaza: “[...] se ha tenido oy auiso como fue dios seruido de lleuar dsta vida al marqués de Cortes presidente deste consejo estando en seruiçio de V.Mt. en la çiudad de Toledo. Supplicamos a V.Mt. sea seruido de mandar proueher deste cargo persona qual convenga al seruiçio de v.mt. y bien de las ordenes con la breuedad que fuere seruido. Entretanto se tendrá en este consejo el cuidado que deuemos al seruiçio de V.Mt. y buena expediçion de los negoçios”. Parece que sólo la muerte —ocurrida el 22 de marzo de 1556— privó al marqués de continuar su progreso cortesano, pues existen fuentes, como el doctor Navarro, que afirman que truncó su paso a la presidencia del Consejo Real, para la que estaba electo. La necesidad de encontrar sustituto a Antonio de Fonseca, que ya había llevado a nombrar a Acuña y Avellaneda para el cargo —promoción igualmente frustrada por su muerte—, avala esta afirmación, fortalecida en el caso del marqués de Cortes por el hecho de que Fonseca llevaba ya tiempo solicitando la remoción de su cargo.
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Santiago Fernández Conti e Ignacio J. Ezquerra Revilla