Fernández de Córdoba, Pedro. Baena (Córdoba), p. t. s. XVI – Bruselas (Bélgica), 14.XII.1557. Caballerizo mayor, maestresala de la Emperatriz, corregidor, embajador, presidente del Consejo de Órdenes.
Hijo de Diego Fernández de Córdoba, III conde de Cabra, jefe de la segunda línea del linaje Fernández de Córdoba, y uno de los personajes más relevantes de fines del siglo XV y principios de la siguiente centuria, quien, entre otros muchos oficios, había sido nombrado virrey y gobernador de la Monarquía en 1499 por los Reyes Católicos durante el viaje de éstos a tierras andaluzas junto al conde de Feria, Gómez Suárez de Figueroa. Su madre fue Francisca de Zúñiga y de la Cerda, hija del duque de Béjar, Diego de Zúñiga, y de Juana de la Cerda.
Su educación transcurrió en el seno del mundo cortesano desde muy tierna edad, al tiempo que iniciaba con ello una imparable carrera política dentro de las diversas esferas de poder que ofrecía la maquinaria administrativa de la Monarquía hispánica. Así, con pocos años pasó a Flandes para servir al príncipe archiduque Carlos en 1516 junto a su hermano mayor Luis Fernández de Córdoba (futuro duque de Sessa) y Álvaro de Córdoba, señor de Valenzuela, el menor de todos los hermanos. En la Corte de Flandes desplegaron grandes fastos y riqueza, tal y como recoge Fernández de Bethencourt o el propio padre de éstos en su testamento, donde señala: “E no se hallará que otro de los que allá enviaron hijos, teniendo tres o cuatro veces más que yo, diese tanto”.
Asentada de esta manera desde joven su posición en la Corte, pasó al año siguiente a España para servir al futuro Carlos V como menino en su primera llegada al reino el 19 de septiembre de 1517. Años más tarde, en 1523, obtenía el título de caballerizo mayor del infante don Fernando, hermano del Emperador y rey de Hungría y Bohemia, por quien, según relata el abad de Rute, “fue querido y favorecido de él siempre”.
Sin embargo, la muerte de un barón a quien mató en un duelo le obligó a salir de aquellos reinos y volver a España, donde llevó el gobierno de los estados de su hermano Cabra y Baena. Más tarde fue nombrado maestresala de la Emperatriz, así como, posteriormente, y hasta su muerte, del príncipe y futuro rey Felipe II.
De nuevo volvió a Alemania para servir a Carlos V durante la jornada de Viena, sitiada por Solimán, hasta que éste levantó el cerco de la ciudad. Pasó en 1532 a Italia junto al Emperador y fue a servir a la Emperatriz desde el año siguiente a España.
En 1543 fue nombrado corregidor de Toledo, cargo que le fue confirmado tres años más tarde, y donde según el abad de Rute “se portó con gran prudencia, justificación y valor”. Su nombre se conservó en la puerta de Bisagra y las Carnecerías, obras realizadas en la ciudad, entre otras muchas, durante su mandato.
Según reseña fray Prudencio de Sandoval, estuvo presente en 1543 en las bodas del príncipe con la infanta María de Portugal, siendo nombrado en 1547 embajador extraordinario para la recepción en Barcelona del archiduque Maximiliano de Austria, príncipe de Hungría, quien venía a celebrar su matrimonio con la infanta María y a encargarse del gobierno de Castilla durante la ausencia del Rey, que estaba atendiendo los asuntos de Flandes. El 16 de enero de 1550 fue nombrado mayordomo del príncipe Felipe, acompañó de nuevo a éste a Flandes y, más tarde, a Inglaterra (1554) para la celebración de su matrimonio con María Tudor.
Al año siguiente vuelve a Flandes y aparece como uno de los testigos de la renuncia del Emperador a la corona; en el documento correspondiente se le cita como “Mayordomo del Serenísimo Rey de Inglaterra y Trece de la Orden de Santiago”.
Finalmente, en Gante, el 20 de septiembre de 1556, fue nombrado presidente del Consejo de Órdenes y en la cédula se señalan los motivos de esta concesión por “la suficiencia e idoneidad, méritos y persona de vos don Pedro de Córdoba [...] y los muchos y buenos, leales y continuados servicios que habéis hecho al Emperador, mi señor, y a mí, y a las dichas Órdenes, y porque entiendo que así cumple a mi servicio, a la ejecución de la justicia y al buen despacho y expedición de los negocios y cosas que en el mismo Consejo de Órdenes hay y hubieren, y en él ocurrieren”.
Al parecer, Pedro Fernández no estuvo al margen de las facciones cortesanas que se dieron en la Corte del Emperador sino todo lo contrario, pues fue un activo representante del llamado “bando de Éboli”, formado en buena parte por los representantes de la nobleza que acompañaron al príncipe Felipe para su matrimonio con María Tudor, quienes, sin duda, se vieron encumbrados a su regreso a España. Prueba de ello fue la concesión a Pedro Fernández de la presidencia del Consejo de Órdenes, lo que significaba, por primera vez en su historia, la reunificación del control de las tres órdenes militares en una sola mano distinta a la del Rey. Esta operación parece que fue una maniobra política, tal y como se ha resaltado en un trabajo dirigido por Martínez Millán y Carlos Morales, que no pretendía sino unificar el poder en las órdenes militares dentro de una tendencia propia del momento a asumir el control político. Además, era el medio para elevar el rango a tan distinguido allegado de Éboli, como era él, quien había desempeñado tantos cargos en la Corte itinerante de Carlos V. Se trataba de la culminación de su carrera política, apoyada en los servicios a la Corona, pero, sobre todo, en una facción cortesana, la ebolista.
Esta adscripción al bando de Éboli se concreta más aún con el análisis de la estrategia matrimonial que habían seguido tanto Pedro Fernández como su hermano Álvaro, ambos casados con damas de la infanta y de la emperatriz Isabel, y ambas de la alta nobleza portuguesa, lo que vincula la figura de Pedro Fernández, o, en general, la del círculo de su familia, los Cabra, al bando ebolista, cuyo núcleo estaba en torno a las facciones portuguesas de la Corte. Ésa se convertía, así, en el lugar más adecuado para establecer una estrategia matrimonial orientada a la consecución de unos fines políticos, de un establecimiento de lazos de afinidad con las personalidades que controlaban las distintas facciones cortesanas.
Pedro Fernández de Córdoba contrajo matrimonio con Felipa Enríquez, señora portuguesa que llegó a Castilla ejerciendo el cargo de dama de la Reina, era hija de otro cortesano y noble portugués, Francisco de Miranda Enríquez, paje de Alfonso V de Portugal, comendador de Elvás de la Orden de Santiago, y de Catalina de Azambuja.
Fue uno de los individuos más relevantes del mundo cortesano y de la España de la primera mitad del siglo XVI, tal y como afirma Fernández de Bethencourt, quien explica que fue “reputado este personaje por el español de mayores fuerzas que hubo en su tiempo [y] está frecuentemente citado por Sandoval y Cabrera de Córdoba al historiar la vida de Carlos V y de Felipe II”. La descripción que hace de él el abad de Rute ofrece un último perfil de su figura, así como del papel que desempeñó en la época: “Varón grande en la nobleza de la sangre, grande en el valor de su persona, grande en el cuerpo, y grande y superior a todos los de su tiempo en las fuerzas corporales y en la destreza del manejo de las armas, y más grande en la prudencia, cordura y discreción, partes todas que le hicieron merecedor de los grandes puestos y cargos que ocupó”.
Bibl.: F. P. de Sandoval, Historia de la vida y hechos del Emperador Carlos V, Pamplona, Imprenta de Bartholomé Pons, 1618; L. Cabrera de Córdoba, Felipe II, rey de España, Madrid, Imprenta de Aribau y Cía., 1876-1877; F. Fernández de Bethencourt, Historia genealógica y heráldica de la Monarquía española, t. VII, Madrid, Imprenta de Jaime Ratés, 1905, págs. 151-157; F. Fernández de Córdoba, “Historia de la Casa de Córdoba”, en Boletín de la Real Academia de Córdoba (1954-); J. Martínez Millán y C. J. de Carlos Morales (dirs.), Felipe II (1527-1598). La configuración de la Monarquía Hispana, Valladolid, Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Castilla y León, 1998; R. Molina Recio, La nobleza española en la Edad Moderna: los Fernández de Córdoba. Familia, riqueza, poder y cultura, tesis doctoral, Universidad de Córdoba, facultad de Filosofía y Letras (en prensa).
Raúl Molina Recio