Tassis y Peralta, Juan de. Conde de Villamediana (II). Lisboa (Portugal), 26.VIII.1582 baut. – Madrid, 21.VIII.1622. Poeta.
El apellido Tassis, datado desde el siglo XIII en el Bergamasco, tiene su origen en la montaña del Tasso, lo cual explica por qué en el escudo de armas de la familia Tassis figura un tejón, animal muy abundante en aquellos territorios. Los Tassis desempeñaron cargos en la Corte de Federico III y, después, al servicio del emperador Maximiliano, quien hizo el honor de nombrar correo mayor de todos los reinos a Francisco de Tassis. El cargo pasó, a la muerte de Francisco, a los hijos de su hermano Rugero, y uno de ellos, de nombre Juan Bautista, correo mayor de Flandes, tuvo como primogénito al primer Tassis que se estableció en la Península Ibérica, ya en el siglo XVI. El emperador Carlos V le había confirmado en 1539 el empleo de maestro de postas, y Raimundo de Tassis, abuelo del poeta, casó en España con Catalina de Acuña. De este matrimonio, Juan de Tassis y Acuña, el primogénito, heredó el cargo de correo mayor. Había nacido en Valladolid y sirvió a Felipe II en diversas encomiendas, siendo además embajador de asiento en París; el Rey le dio el título de conde de Villamediana el 12 de octubre de 1603. De su matrimonio con María de Peralta Muñatones nació su único hijo, Juan de Tassis y Peralta.
Los padres de Juan de Tassis y Peralta formaron parte de la comitiva real que acompañó a Felipe II en su entrada triunfal en Lisboa el día 29 de junio de 1581. En la ciudad portuguesa nació el hijo del correo mayor, en fecha indeterminada pero que puede acotarse entre el último trimestre de 1581 y la primera mitad de 1582, puesto que su partida de bautismo está datada el 26 de agosto de 1582.
Poco se sabe de la infancia y de la adolescencia de Juan, más allá de que fue criado en Palacio y de que gozó de las enseñanzas de los humanistas Bartolomé Jiménez Patón y Luis Tribaldos de Toledo. Las primeras noticias documentadas de su actividad cortesana se remontan a 1599, fecha en la que acudió, en representación de su padre, a Valencia como acompañante de Felipe III, quien iba a recibir a su futura esposa, Margarita de Austria. De vuelta de dicha comitiva, y con fecha de 9 de octubre, el Rey nombró a Juan de Tassis y Peralta gentilhombre de casa y boca.
De 1599 son sus dos primeras composiciones poéticas impresas, sendos sonetos laudatorios incluidos en los preliminares de los libros El Peregrino indiano, de Antonio Saavedra Guzmán, y Milicia y descripción de las Indias, de Bernardo Vargas Machuca. Como en los casos de tantos otros poetas áureos, las obras impresas en vida de su autor fueron escasísimas y siempre tuvieron como motivo el encargo, la justa poética o la celebración. No fue hasta 1629, siete años después de su muerte, cuando se reunió una amplia, aunque expurgada, selección de su poesía.
La Corte se trasladó, por decisión de Felipe III, a Valladolid en 1601, y Juan de Tassis siguió al Rey hasta dicha ciudad. Ese mismo año, el 4 de agosto, firmó esponsales con Ana de Mendoza y de la Cerda, bisnieta del marqués de Santillana, en Guadalajara.
Es durante estos años vallisoletanos cuando el joven comenzó a destacar tanto por sus habilidades como caballero cuanto por algunas composiciones satíricas que se le atribuyen. Su padre fue nombrado conde de Villamediana en 1603, dictó testamento en 1606 y murió en Valladolid el 12 de septiembre de 1607, tras haber servido como embajador de Felipe III en Francia e Inglaterra. Juan de Tassis y Peralta heredó el título y se convirtió en el II conde de Villamediana.
Algunos testimonios especulan con la posibilidad de que pasara un breve período en Francia y Flandes, y toman la fecha de 1607 como la de su primer destierro. Su fama de pendenciero, tahúr y espadachín comenzó por estos años y se vio reflejada en El rufián dichoso de Miguel de Cervantes; precisamente fue a causa del juego de naipes por lo que el conde de Villamediana sufrió el primer destierro del que se tiene noticia documental: fue el 19 de enero de 1608 y, al parecer, Villamediana tuvo posada en Alcalá de Henares y Valladolid. En la primavera de 1611, residió de nuevo en Madrid, de ahí se trasladó al puerto de Denia y se embarcó hacia Nápoles, coincidiendo con el nombramiento del conde de Lemos, Pedro Fernández de Castro, como virrey y capitán general de Nápoles. Lemos encargó a su secretario, el poeta aragonés Lupercio Leonardo de Argensola, el establecimiento de una corte literaria, de la que formaron parte Bartolomé Leonardo de Argensola, Antonio Mira de Amescua, Guillén de Castro y Diego Saavedra Fajardo, entre otros, hecho éste muy conocido y no sólo documentado sino hecho materia literaria por Cervantes —con quien no se contó para tal corte— en su Viaje del Parnaso (1614). Lemos protegía a su vez la llamada Academia de los Ociosos, fundada por Juan Bautista Manso, y en la cual conocería Villamediana al poeta italiano de mayor altura en su tiempo, Giambattista Marino. De 1612 es el Cartel de un torneo celebrado en el Palacio Real de Nápoles, una de las primeras muestras públicas de dos de las pasiones del conde: el lujo y el ejercicio caballeresco. En 1615 participó, con el grado de maestre de campo, en las guerras de Lombardía, y una vez acabadas éstas con la Paz de Asti, conoció la Corte de Cosme II de Médicis en la Toscana y pasó por Roma, ciudad a cuyos monumentos dedicó varios poemas.
A su vuelta de Italia, diversos testimonios lo sitúan, en 1616, en la ciudad de Toledo. Después, en 1617, y ya en Madrid, comenzó una etapa de dificultades económicas (vendió los oficios de correo de Murcia, Cartagena, Béjar, Medina de Rioseco, San Sebastián, Irún y Nápoles, así como los de Cuenca, Sigüenza, Logroño, Navarra, Soria, Galicia, el Bierzo y Aragón), proceso que concluyó en abril de 1618. Una vez demostrada su valía como hombre de armas en Italia, Villamediana se enfrasca en el reto de convertirse, a la luz pública, en principal hombre de letras, para lo cual inició una doble trayectoria lírica: por una parte, la de poeta culto, autor de fábulas mitológicas de estilo gongorino (Fábula de Faetón, Fábula de Apolo y Dafne, Fábula de la Fénix); por otra, la de zaheridor de los principales cargos de los últimos años del reinado de Felipe III a través de una abundantísima poesía satírica contra el duque de Lerma, Rodrigo Calderón —marqués de Sieteiglesias—, el padre Aliaga —confesor del Rey—, los duques de Uceda y de Osuna, y otros oficios como los consejeros reales Pedro de Tapia y Jorge de Tovar. Sus acusaciones, en octosílabos y en endecasílabos, apuntan hacia la corrupción de la Corte, el robo, la indignidad de los títulos y la traición a la Corona. Tras un proceso secreto, en noviembre de 1618 fue prendido y desterrado de la Corte. Pasó un tiempo en Sigüenza y se estableció en Alcalá de Henares, lugar desde el que no cejó en su empeño de denunciar las corruptelas de nobles y de validos del Rey. Desde la ciudad alcalaína asistió al proceso judicial y la caída en desgracia de buena parte de aquellos a los que había denunciado en sus versos (Rodrigo Calderón y el duque de Lerma).
Aun así, el ejercicio satírico no fue para Villamediana más que una de las funciones morales de la poesía. Sus versos abarcan muestras de asuntos circunstanciales, amorosos, fúnebres, reflexivos y religiosos.
El 15 de mayo de 1620, con motivo de las fiestas con que se conmemoró la beatificación de san Isidro, se convocó una Justa Poética de cuyo jurado ofició como secretario Lope de Vega; Villamediana presentó a concurso un soneto que fue distinguido con el primer premio y se incluyó en un volumen editado por aquél ese mismo año de 1620. De hecho, esta composición sería la última de una exigua lista de obras impresas en vida del conde.
De pocos días después de haber sucedido Felipe IV en el Trono a su padre —de 13 de abril de 1621— es una carta en la que ya se refleja la disposición del nuevo Rey, quien levantó el destierro de Villamediana y, en el mismo mes, desterró al duque de Uceda, otro de los satirizados por el poeta. Comenzaba aquí una etapa en la que Villamediana y su poesía satírica vieron confirmadas en las decisiones del nuevo Rey las denuncias que tan caras le costaran. El noble y poeta gozaba de una situación privilegiada en la Corte, y los nuevos monarcas, Felipe IV e Isabel de Borbón, contaban con él entre sus favoritos. De hecho, cuando la Reina se encargó de organizar las fiestas con motivo del cumpleaños de Felipe IV, durante la primavera de 1622, solicitó de Villamediana la composición de una comedia —la única obra escénica del conde— de tema mitológico-caballeresco. La obra, titulada La gloria de Niquea, se representó durante la noche del 15 de mayo en el Real Sitio de Aranjuez, a la luz de las antorchas y después de haberle sido encargada la construcción de un complejo y lujoso tablado al ingeniero de fortificaciones Julio César Fontana. Villamediana concibió, en tal obra, un papel sin texto para Isabel de Borbón, quien representó a la Diosa de la Hermosura. El incendio del tablado, al final de la representación, antes de que pudiera verse representada la segunda comedia (El Vellocino de oro, de Lope de Vega), los testimonios que aseguran haber visto al conde con la Reina en brazos, poniéndola a salvo de las llamas, así como otros lances —durante diversas fiestas de toros celebradas en el mes de junio— en los que Villamediana dio muestras sobradas no sólo de gallardía sino también de insolencia fueron, según algunas interpretaciones, motivo de su fatal desenlace.
En este punto se había generado ya una fuerte raíz legendaria que ha acompañado a Juan de Tassis hasta hoy mismo: para unos, sus amores con la Reina; para otros, la rivalidad y enemistad temprana con el futuro condeduque de Olivares; su vida pendenciera, sus deudas; todas estas y otras han sido las explicaciones dadas para el luctuoso suceso ocurrido la noche del domingo 21 de agosto de 1622. Ese día Villamediana regresaba a casa en su carruaje, le acompañaba Luis de Haro, hijo mayor del marqués del Carpio. Ya en la calle Mayor, junto a San Ginés, dos hombres armados con lanzas para rejonear toros asaltaron el coche e hirieron de muerte al conde. De sus asesinos se conocen nombres y desempeños: Ignacio Méndez, guarda mayor de los reales bosques, y Alonso Mateo, ballestero del Rey. Y aunque muchas fueron, han sido y siguen siendo las especulaciones que han querido explicar el asesinato, y que incluso una vez muerto se celebró un juicio contra varios nobles —entre los que se contaba Villamediana— bajo la acusación del pecado nefando o sodomía, bien cierto parece que el motivo de su muerte pronto pasó al dominio de lo secreto, pues tan sólo dos días después del hecho, el poeta Luis de Góngora, amigo del conde y uno de los defensores de su poesía, en carta a Cristóbal de Heredia, escribió: “Háblase con recato en la causa, y la Justicia va procediendo con exterioridades; mas tenga Dios en el cielo al desdichado, que dudo procedan a más averiguación”.
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José Francisco Ruiz Casanova