Ayuda

Pedro de Deza y Guzmán

Biografía

Deza y Guzmán, Pedro de. Toro (Zamora), 24.II.1520 – Roma (Italia), 27.VIII.1600. Presidente de las reales chancillerías de Granada y Valladolid, capitán general del reino de Granada, cardenal, protector de España y obispo.

Pedro de Deza y Guzmán nació en Toro el 24 de febrero de 1520, hijo tercero de un regidor de esa ciudad, Antonio de Deza, y segundo de Beatriz Guzmán, su segunda esposa; quedó huérfano a los siete años, acogido a la tutela de un amigo de la familia, regidor de Toro, Juan Ulloa Pereira. Trasladado muy tempranamente a Salamanca, cursó estudios de Derecho civil y Derecho canónico, se graduó en Leyes por la Universidad salmantina en 1547 (el 10 de diciembre) y en ese mismo año (el 8 de julio) ingresó en el Colegio de San Bartolomé, paso fundamental para su brillante carrera, dada la importancia decisiva del colegio para la ocupación de altos cargos de la Administración y la política. En el mismo año fue nombrado juez de la Audiencia Metropolitana por el arzobispo de Santiago de Compostela, cargo que ejerció durante ocho años. Merced al prestigio ganado en el ejercicio de ese cargo, Carlos V lo nombró oidor de la Audiencia de Valladolid en 1556 (posesión el 26 de marzo), “confiando en la sufiçiencia, fidelidad y letras del liçençiado don Pedro de Deça”. En 1558, siendo oidor en Valladolid, obtuvo el arcedianazgo de Calatrava por nominación de Pablo IV, importante dignidad de la Iglesia de Toledo, con una renta de 4.000 ducados (dignidad que resignó, estando en Roma, en su sobrino Pedro de Deza y Águila). En 1563 (12 de agosto) fue promovido por Felipe II a auditor y comisario del Consejo de la Inquisición que presidía Fernando de Valdés, arzobispo de Sevilla, nada proclive a Deza, al que se lo había negado con anterioridad aduciendo falta de experiencia y proceder de tierra contaminada de protestantismo. En 1566 (25 de mayo) fue recibido como presidente de la Real Chancillería de Granada, donde sucedía a Alonso de Santillán. Ostentó este cargo hasta el 4 de agosto de 1577, cuando fue proveído presidente de la Chancillería de Valladolid.

El 21 de febrero de 1578, el papa Gregorio XIII lo elevó al cardenalato. Le fue impuesta la púrpura cardenalicia en Roma en junio de 1580 (con título de San Laurencio in Lucina, que venía a sustituir el inicial de Santa Prisca). Permaneció en la Ciudad Eterna, integrado en la curia romana, hasta su muerte, el 27 de agosto de 1600, a los ochenta años de edad, con título y dignidad de protector de España (desde el 29 de marzo de 1592). Fue, asimismo, miembro activísimo de la Congregación del Santo Oficio, donde se afanó en el mantenimiento de la pureza de la fe, y de la Congregación Consistorial, que entendía en la erección de nuevos obispados y en la provisión y seguimiento de los existentes. En 1595, Clemente VIII le había conferido la encomienda de Santa María de Castellanos de la Mota, en la diócesis de Zamora, por presentación de Felipe II, y, el 23 de abril de 1600, el obispado de Albano. En su larga estadía romana había participado en la elección de los papas Sixto V, Urbano VII, Gregorio XIV, Inocencio IX y Clemente VIII, y defendido ante la Santa Sede la política de su Rey en momentos de no fácil entendimiento entre la Monarquía española y Roma por los avatares de la política internacional y la desconfianza romana hacia el cesaropapismo español. Su cualificación y larga dedicación romana le hacían apto para acceder al solio pontificio, pero su condición de español negó la opción.

Sus restos descansan, por disposición testamentaria —previa estancia en la basílica de San Laurencio in Lucina, de Roma, y en la ermita de Villaguer, señorío secular de su propiedad en tierras de Toro— en el convento de los carmelitas descalzos de Toro, su ciudad natal, restaurado por su sobrino y heredero universal, Pedro de Deza y Águila, I conde de la Fuente del Sauco, en 1608.

La actuación de Pedro de Deza en Granada es la que le confiere una notable dimensión histórica, dada su intensidad y trascendencia. Fueron once largos años en los que se produjeron los dos hechos seguramente más traumáticos de los vividos por el reino de Granada: la guerra de las Alpujarras y la expulsión de los moriscos, o sea, la liquidación drástica de la cuestión morisca granadina. El protagonismo de Deza en estos sucesos es absoluto. Cuando Felipe II lo llamó a la Junta de Madrid (primavera de 1566), que había de decidir la suerte de los moriscos de Granada, sabía muy bien de su personalidad y cualidades; su nombramiento para la presidencia de la Chancillería granadina respondía a la necesidad de contar en la máxima instancia del reino con la persona adecuada al fin propuesto (de “condición y natural áspero y decidido”, en las palabras de Gaspar Ibáñez de Segovia, historiador de los Mendoza). Deza respondía perfectamente al perfil de burócrata eclesiástico, ese “bonete” fiel, eficiente y fanático que demandaba la política de confesionalización filipina, animada fervientemente por el presidente del Consejo de Castilla e inquisidor general, el cardenal Diego de Espinosa, amigo y mentor, del que fue “hechura” —el presidente granadino contaba con detalle todos los avatares, mayores y menores del reino, en correspondencia sumamente elocuente—, y reforzada por la proclividad antimorisca del arzobispo Pedro Guerrero (octavo prelado, 1546-1576). Deza cumplió su papel con creces.

La Real Chancillería que iba a presidir superaba en sus poderes las competencias estrictamente judiciales; de sus atribuciones propiamente políticas no cabe dudar: no en vano hizo a Granada “tercera Corte de España”. Por otra parte, y en el terreno de los hechos cotidianos, los choques de jurisdicciones fueron abundantes y a veces con un cierto carácter épico, pese a que no faltaban disposiciones donde se delimitaba claramente el ámbito competencial (como la Real Provisión emitida por el emperador Carlos V el 3 de marzo de 1543 y ratificada al año siguiente). En todo caso, podía ser utilizada como instrumento político en el logro de un fin determinado, y eso fue lo que quiso Felipe II en relación con la cuestión morisca.

Deza actuó como ejecutor de las decisiones reales, muchas veces difíciles, supliendo su inexperiencia con su voluntad —escribe a comienzos de 1569: “la necesidad haze maestros [...], la falta de experiencia que en mí hay, creo que se suple a ratos con la sobra de voluntad que tengo”—. Su actuación como promotor de la guerra está demostrada; y hay sobrados indicios de que pudo ser el inductor de la solución del destierro de los moriscos del reino de Granada. Se ayudó decisivamente de la intransigencia del cardenal Espinosa, muy contrariado con el estado de cosas reinante en Granada, pues entendía desgobierno del reino y complacencia con el morisco la actitud moderada del capitán general, marqués de Mondéjar. Al fin y al cabo, lo que éste propugnaba, y practicaba, era el mantenimiento de un modus vivendi, que bien podría traducirse en lucidez política, dado el momento delicado que se vivía y el giro que tomaban los acontecimientos.

Deza y Espinosa, ternes en su idea, vieron llegado el momento de buscar la remoción de los Mendoza y la subordinación de la Capitanía General a la Chancillería, grave obstáculo para sus designios.

Deza, llegado a Granada el 25 de mayo de 1566, fue el encargado de publicar en la capital del reino la pragmática de 1 de enero de 1567, comienzo del fin de un orden (la aplicación de su articulado estaba prevista para el 1 de enero de 1568). El tópico filipino “más fe que farda” era una realidad que se imponía de forma abrupta; esto es, el giro radical hacia la política de confesionalización de Felipe II. Se sabe del fracaso de quienes buscaron amparo y comprensión en Madrid y Granada: la comisión del marqués de Mondéjar y del procurador de moriscos Juan Enríquez se estrelló literalmente ante el desprecio del cardenal Espinosa en Madrid; a Mondéjar se le ordenaba de forma cortante “que se marchase a Granada y asistiese a lo que le tocaba” (en el decir del historiador Luis Cabrera de Córdoba). El episodio condujo incluso al enfrentamiento entre el Consejo de Castilla, compuesto por letrados afectos a Espinosa, y el Consejo de Guerra, reducto de la nobleza y afín a los criterios de Mondéjar. Viso más dramático ofrece el fracaso del anciano prócer morisco Francisco Núñez Muley ante Deza (magníficamente relatado por el cronista Luis del Mármol Carvajal); queda como testimonio de cargo el contenido completo del Memorial que formó para la ocasión, un grito desesperado por salvar la identidad de un pueblo que el viejo memorialista, fiel colaborador de la Corona, pero consecuente con su nación morisca, ve condenada fatalmente. La actitud probélica de Deza se descubría inequívoca, siendo, como era, visceral su rechazo de la minoría morisca: en su ánimo, la única solución que permitiría la erradicación de ese pueblo, y la disidencia que representaba, era derrotarlo en una guerra total. Dejó testimonio inequívoco de esa actitud Juan de Austria, cuando, en su papel de jefe militar supremo, escribía al Rey que “la común opinión es que el Presidente ha sido importante instrumento para levantar a los moriscos”; y, ante la incomodidad que le producía el belicismo de Deza, sugería a su hermano le confiriera un obispado, y así apartarlo de Granada.

Su opción por la guerra pasaba por liquidar la influencia de quienes como el capitán general mostraban mayor templanza. En esas claves hay que entender las intrigas de Deza con Luis Fajardo, marqués de los Vélez, orientadas a debilitar la posición del capitán general, quien con buena visión había tomado la iniciativa bélica desde Granada; lo empujó a entrar en la guerra a partir de sus bases de Murcia, desde donde penetró en el reino granadino sin autorización real (lo refiere el cronista Diego Hurtado de Mendoza, en modo alguno ajeno a los intereses familiares). Esgrime Deza ante el noble murciano la aspiración de jefatura única de Mondéjar, atizando la enemiga tradicional y acérrima que enfrentaba a los dos nobles.

Luego, no dudó en activar el frente oriental, el de Vélez, un tanto maltrecho por el descontrol de la soldadesca y las vacilaciones de su general, cuando las victorias de Mondéjar en el occidental habían propiciado una política de reducción que podría haber acabado el conflicto bélico con prontitud y acaso con un costo material y humano mucho menor. El presidente, en su sorda lucha, llegó a utilizar los espías en campo morisco como agentes de descrédito del capitán general.

Las críticas orquestadas desde la Chancillería a la actuación del capitán general en las Alpujarras se hicieron proverbiales, convertidas en actos propagandísticos, que no se correspondían con los logros y la eficacia de la empresa, en la creación de un estado de opinión. Paralelamente, Deza mostraba su capacidad política y su pragmatismo en el control de los dirigentes del bando cristiano implicados en la guerra, pues las diferencias y rencillas entre los jefes nobles eran moneda común, y no sólo entre los marqueses de Mondéjar y de los Vélez, los antagonistas por excelencia.

El mayor logro de Pedro de Deza fue el dominio de los canales de transmisión con Madrid, donde supo aprovechar el valimiento de Diego de Espinosa desde la presidencia de Castilla. La abundante correspondencia conservada (transcrita en buena parte por Herrera Aguilar: 1974) desvela en Deza una personalidad seca y cortante, un saber afrontar los temas sin ambages y una inteligencia práctica poco común, en concordancia plena con los que se conoce de su actuación.

Empero, su arrogancia le llevó a incurrir en arbitrariedades en la administración y gobierno de la justicia, que no hicieron sino confirmar la falta de escrúpulos que lo caracterizó en la consecución de sus fines. La visita girada a la Chancillería por el doctor Juan Redín, concluida en 1575, puso en evidencia las múltiples irregularidades de gobierno —se le acusó de ciento veintinueve imputaciones— y su implicación en algún caso turbio como el pleito, enconado hasta el extremo, entre el duque de Escalona y el conde de Miranda por el marquesado de Moya (del que ha quedado una constancia documental muy explícita en el Archivo General de Simancas). Parece ser que esta visita fue obtenida ante Felipe II por los poderosos enemigos de Deza —Redín era su enemigo personal y amigo de los Mondéjar—, una vez muerto su mentor, el cardenal Espinosa, en 1572; y que pese al triunfo sobre el capitán general, la situación en Granada se le tornó “incomoda” hasta su remoción y destino a la Chancillería de Valladolid (J. Martínez Millán).

En fin, Deza logró sus objetivos: los moriscos fueron derrotados, reducidos y deportados; la Chancillería salió victoriosa; consiguió el desplazamiento de los Mendoza de su tradicional ámbito de dominio, la Capitanía General, aunque fuera por corto tiempo. La exoneración de Íñigo López de Mendoza —IV conde de Tendilla y III marqués de Mondéjar— de la Capitanía General —el tercer capitán general del reino de Granada tras su padre y su abuelo—, que ostentaba desde 1543, se produjo en 1569, ya avanzada la guerra de los moriscos. Era el punto culminante de un retroceso del poder de los Mendoza granadinos que ha de retrotraerse a 1566, con la llegada de Deza a Granada, y que se manifestó en una serie de enfrentamientos y pleitos con la Real Chancillería (también con el concejo de la ciudad), pero que ya había tenido su prólogo en el abandono de la Corte por Luis Hurtado de Mendoza, padre de Íñigo López —era presidente del Consejo de Castilla desde 1559— en 1564, empujado por el vendaval ideológico y político que representaban los “letrados” frente a los “señores” o “funcionarios de capa y espada” (Jiménez Estrella, 2004).

Es muy expresivo de la aspereza de la relación entre el presidente Deza y los Mendoza el episodio que relata Gabriel Rodríguez de Ardila, papelista vinculado a la casa de Mondéjar (publicado por R. Foulché Delbosc en 1914), que pretende explicar la salida de Íñigo López de la Capitanía General: “Siendo don Pedro de Deza enemigo mortal del marqués de Mondéjar, para templalle, por horden del dicho marqués, el conde [de Tendilla, su hijo] le vissitaba; pero era tan malo y sobervio, que le puso un dia en condición de matallo, poniendo la mano a la espada para hazerlo. Y assí quedando de aquí tan amordazados, lebantándole muchos testimonios de hombres que abía muerto y aporreado, se enpezó a enconar el negocio, de manera que Su Majestad enbió vn alcalde de corte a la dicha ciudad de Granada, y aunque con grande ynstancia, teniendo al presidente por fiscal, procuró de averiguar de la manera que abía hecho el conde su officio; pero con aber estado allí tantos años y hecho justicia de más de mill hombres, y gastado muchos millones de hazienda del rey por sus manos, jamás contra él se halló un pelo, y en lo demás no se le probó nada; pero con todo esto por quitar yncombeniente, le truxeron a Castilla [...]”.

Pedro de Deza terminó reuniendo en su persona la presidencia del máximo órgano judicial y político, la Real Chancillería y la Capitanía General, cuando el duque de Arcos, que la ostentaba provisionalmente —a su vez había sucedido a Luis de Requesens, comendador mayor de Castilla—, fue nombrado virrey de Valencia. Efectivamente, por Real Cédula de 11 de noviembre de 1571, se le encomendó la defensa del reino, que hay que entender como nombramiento de capitán general, y se ordenó al conde de Tendilla, alcaide de la Alhambra, que se sometiera a sus órdenes. “De esta guisa [Jiménez Estrella: 2004] el presidente de la Chancillería concentraba mayores cotas de poder que ningún otro ministro del rey había ejercido nunca en la historia del reino, sin posible réplica, la potestas militaris y la justicia”. Fue un mandato corto, hasta agosto de 1574, cuando se nombró a Francisco de Córdoba “para capitán de la costa con orden de residir en ella de ordinario” (carta del secretario Juan Vázquez de 10 de agosto). Estos pocos años se juzgan como un período de crisis y de “indefinición normativa”, que en todo caso evidencia la revisión del modelo de la Capitanía General para el futuro.

En esa doble condición afrontó Pedro de Deza la normalización de un reino convaleciente, fuertemente azotado por el problema del bandolerismo morisco residual y marcado por los destrozos de la guerra, y parte de la primera ordenación de la repoblación del reino de Granada, cuya responsabilidad y control le competían como presidente del Consejo de Población (creado en diciembre de 1570, y encargado de desarrollar y controlar el gran proyecto repoblador de Felipe II). Era una tarea ardua, difícil de simultanear, y que implicaba el abandono de hecho de “sus negocios del Audiencia”; por ello, la liberación de las obligaciones militares —para las que estaba poco dotado— constituyó para Deza un alivio, una vez que había impuesto de forma incontrovertible el poder de la Chancillería como primero del reino. No obstante, siguió ocupándose de ciertas cuestiones relacionadas con la guerra y el destierro morisco: redención de cautivos, prohibición de portar armas (tanto de los moriscos del reino de Granada, como de los otros reinos béticos) y asuntos de hacienda y población derivados de la expulsión de 1570.

Ya en Roma, y como prolongación de la cuestión morisca, que tanto le había ocupado, en el proceso de los libros plúmbeos del Sacromonte, favoreció la opción del arzobispo Pedro de Castro contra la postura de denuncia antilaminaria del jesuita morisco Ignacio de las Casas, coadyuvando a “la uniforme deliberazión de mandarle a Casas que callase”. Es un episodio menor, en el que, todo lo más, se confirma la incomprensión (y hasta la renuencia) de lo morisco y su apego al poder establecido, representado en este caso por el polémico décimo arzobispo de Granada.

 

Fuentes y bibl.: Instituto Valencia de Don Juan, Caja I, envío 1-36; Archivo General de Simancas, Cámara de Castilla, múltiples legajos (son incontables las alusiones relacionadas con la guerra de los moriscos y con la repoblación): 2155, 2156, 2168, 2170, 2171, 2172, 2173, 2174, 2175, 2176, 2179, 2181...

L. del Mármol Carvajal, Historia del rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada, 1600 [Madrid, Atlas, 1946 (Biblioteca de Autores Españoles, t. XXI), págs. 123-365]; D. Hurtado de Mendoza, Guerra de Granada, 1627 (ed. de B. Blanco-González, Madrid, Castalia, 1970); F. Bermúdez de Pedraza, Historia eclesiástica de Granada, 1638 [ed. facs., Granada, Universidad, 1989 (colección Archivum)]; G. Ibáñez de Segovia, marqués de Mondéjar, Historia de la Casa de Mondéjar, c. 1696 (Biblioteca Nacional de España, ms. 3315); A. Gómez de la Torre, Corografía de la Provincia de Toro, Madrid, 1802; R. Foulché Delbosc, “Documents relatif á la Guerre de Grenade”, en Revue Hispanique, 31 (1914), págs. 486-503; K. Garrad, “The Original Memorial of don Francisco Núñez Muley”, en Atlante, 2 (1954), págs. 199-226; E. Spivakovsky, “Un episodio de la guerra contra los moriscos. La pérdida del gobierno de la Alhambra por el quinto conde de Tendilla (1569)”, en Hispania, 118 (1971), págs. 399-431; A. S. Herrera Aguilar, Don Pedro de Deza y la Guerra de Granada (1568-1570), tesis doctoral, Granada, Universidad, 1974 (inéd.) (folleto con el mismo tít. que es un resumen del estudio, publicado en 1974); J. Cepeda Adán, “Los últimos Mendoza granadinos del siglo XVI”, en VV. AA., Miscelánea de estudios dedicados al prof. Antonio Marín Ocete, vol. I, Granada, Universidad, 1974, págs. 183-204; M.ª S. Martín Postigo, Los Presidentes de la Real Chancillería de Valladolid, Valladolid, Publicaciones de la Diputación Provincial, 1982; A. Á. Ruiz Rodríguez, La Real Chancillería de Granada en el siglo XVI, Granada, Diputación Provincial, 1987; P. Gan Giménez, La Real Chancillería de Granada (1505-1834), Granada, Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino, 1988; J. Martínez Millán, “En busca de la ortodoxia: el inquisidor general Diego de Espinosa”, en J. Martínez Millán (dir.), La Corte de Felipe II, Madrid, Alianza Editorial, 1994, págs. 189- 228; M. M.ª Birriel Salcedo, “Las instituciones de la repoblación del Reino de Granada (1570-1592)”, en M. Barrios Aguilera y F. Andújar Castillo (eds.), Hombre y territorio en el Reino de Granada (1570-1630). Estudios de repoblación, Almería, Instituto de Estudios Almerienses, 1995, págs. 89- 132; J. Martínez Millán y C. J. de Carlos Morales (coords.), Felipe II (1527-1598). La configuración de la Monarquía hispana, Salamanca, Junta de Castilla y León, 1998; L. Cabrera de Córdoba, Historia de Felipe II, rey de España, ed. de J. Martínez Millán y C. J. de Carlos Morales, t. I, Salamanca, Junta de Castilla y León, 1998; M. Barrios Aguilera (ed.), Historia del Reino de Granada. II. La época morisca y la repoblación (1502-1630), Granada, Universidad y El Legado Andalusí, 2000; Granada morisca, la convivencia negada. Historia y textos, Granada, Comares, 2002; I. Gómez González, La justicia, el gobierno y sus hacedores. La Real Chancillería de Granada en el Antiguo Régimen, Granada, Comares, 2003; A. Jiménez Estrella, Poder, ejército y gobierno en el siglo XVI. La Capitanía General del Reino de Granada y sus agentes, Granada, Universidad, 2004.

 

Manuel Barrios Aguilera

Personajes similares