Enríquez de Porres, Antonio. Toro o Zamora, f. s. XVI – Zaragoza, 20.II.1648. Franciscano (OFM), predicador de Felipe IV, calificador del Santo Oficio, obispo de Málaga, virrey y capitán general de Aragón.
La información relativa a este personaje es desigual y aumenta a partir de su incorporación a la nómina de predicadores de Felipe IV. En ese momento, debido a la proyección alcanzada dentro del ámbito eclesiástico y político, las noticias son más abundantes, pudiendo rastrear algunos antecedentes de documentación dispersa.
El primer contratiempo surge a la hora de fijar el nacimiento, tanto en cuanto a la fecha como al lugar. Unos autores lo sitúan en Toro, mientras las referencias desprendidas de diversos informes, caso del expediente de limpieza de sangre previo a ostentar la plaza de predicador, dejan entrever la posibilidad del alumbramiento en Zamora, ciudad de vecindad de sus progenitores. Éstos eran el zamorano Manuel de Porres, e Isabel Henríquez de Guzmán, natural de Toro, quienes tuvieron a dos hijos varones más, Cristóbal de Porres, conde de Castronuevo, caballero del hábito de Alcántara, y García de Porres, corregidor de Valladolid en enero de 1631 y caballero del hábito de Calatrava. Además, la descendencia del matrimonio se completó con María de Porres y Henríquez, casada en Salamanca con Alonso Suárez de Solís, adelantado de Yucatán.
Su pertenencia a una de las familias notables de la ciudad zamorana, por parte de padre, y de Toro por la línea materna, facilitó la relación estrecha con componentes de la elite castellana. Esta buena posición social le permitió cursar también estudios en la Universidad de Salamanca, según expone Felipe de Porres, caballero del hábito de Alcántara y miembro del Consejo Real de Hacienda, aseverando que se crió junto a Antonio Enríquez y sus hermanos en la casa vallisoletana de Alonso de Porres, tío y curador del franciscano. Respecto al nacimiento, aunque sin precisar año alguno, los escasos datos encontrados lo sitúan en la década final del siglo XVI.
Los puestos desempeñados por fray Antonio Enríquez fueron diversos, y abarcaron desde la Inquisición como calificador del Santo Oficio, hasta los de carácter político caso de virrey y capitán general de Aragón en un momento especialmente sensible para la Monarquía hispánica, sin olvidar los ligados a su condición de perteneciente al estamento eclesiástico. En este sentido, y en la tónica de otros muchos ejemplos, destacó al frente de la comunidad religiosa de origen, la de los franciscanos, y llegó a la mitra de una diócesis en continua pujanza del sur peninsular, Málaga. Respecto a la primera, ocupó la plaza de lector de Teología en Salamanca, guardián del convento de Santiago y de la casa salmantina de San Francisco. En 1631 es nombrado custodio y definidor de su provincia en el Capítulo General de la Orden de esa fecha, puestos todos de gran responsabilidad, como lo demuestra el ser escogido para vicario general de su congregación.
El 20 de septiembre de 1630, Felipe IV le presenta a una plaza de predicador real, a la cual le acompañan los pertinentes gajes desde el 4 de febrero de 1631.
Obispo electo de Zamora en 1632, ejercería las funciones propias de un mitrado bastante más lejos del corazón geográfico de Castilla. En efecto, al año siguiente es promovido a la circunscripción de Málaga, a la que llegaría el 18 de abril de 1634, y presidiría el Cabildo catedralicio seis días después. Al frente de la diócesis malagueña ejerció una labor muy reconocida y, además de lo inherente al cargo, le fue encomendada la educación de un familiar que años más tarde ostentaría idéntico cometido y cuya vinculación con el Monarca le confería una posición especial. Se habla de fray Alonso de Santo Tomás.
Ya en la capital malacitana despliega una especial actividad en varias vertientes de carácter social y la estrictamente competencia de su prelatura. Entre éstas últimas sobresaldría la pretensión de celebrar un sínodo con el objeto de afrontar la reforma de todo lo contemplado bajo su ministerio. Pese a no poder llevarlo a cabo debido a los múltiples quehaceres de índole política encomendados por el Monarca, sirvió de base a la hora del convocado por su sobrino en 1671.
De igual modo destacó su entrega en el grave episodio epidémico sufrido por Málaga en 1637, donde al margen de cumplir los deberes pastorales ordenó preparar adecuadamente uno de los carneros que servirían de descanso final a cientos de fallecidos a causa del contagio.
Suya es también la iniciativa de impulsar la finalización de la sillería de un coro acorde a la categoría del principal templo de la diócesis, y sufragó los gastos ocasionados por la obra. Fruto de ese interés, y para dejar huella de su impronta, son un magnífico testimonio los blasones tallados en la madera del sitial del obispo, amén de otras donaciones realizadas por él.
Durante la etapa de prelado en Málaga, dada la estrecha relación con la Corte, desempeñó la representación real como embajador en Roma a lo largo de varios meses del año 1635. Legación a la que le precedió en la esfera del gobierno de la monarquía el puesto de consejero de Estado en 1626.
Felipe IV lo promueve al virreinato de Aragón en 1640, ausentándose durante un tiempo de la mitra malacitana, como atestigua el título de gobernador del obispado, expedido a favor del licenciado Rodrigo de Soto, canónigo de la SIC, mientras durara el cometido regio. De vuelta a la ciudad del Guadalmedina, fueron requeridos sus servicios de nuevo para el mismo cometido en 1645, presidiendo las Cortes de ese año, no sin levantar las tradicionales reticencias hacia un virrey “extranjero”.
El 23 de junio de 1646 predicó en las honras fúnebres celebradas en Zaragoza por el fallecimiento de la emperatriz María, hermana de Felipe IV. Nunca más volvió vivo al sur. Falleció el 20 de febrero de 1648. Aunque algunos autores fijan el óbito unos días antes, la data de su testamento otorgado en Zaragoza, no deja lugar a dudas al ser elevado a escritura pública el 18 de ese mes y año. El cadáver sería depositado en el convento de San Francisco de la capital zaragozana para emprender viaje posteriormente hasta la ciudad de Málaga y recibir definitiva sepultura, concretamente en la catedral.
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Juan Jesús Bravo Caro