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Bernardino de Mendoza

Biografía

Mendoza, Bernardino de. Guadalajara, c. 1540 – Madrid, 3.VIII.1604. Embajador, militar y escritor.

No hay que confundir a éste con su homónimo y contemporáneo (1501-1557), hijo del II conde de Tendilla y I marqués de Mondéjar, que fue capitán general de las galeras de España, error muy común, por otra parte, que se ha venido dando incluso entre especialistas en la materia. Al primero se le solía conocer en su tiempo como el Viejo, por la avanzada edad a la que llegó, y el Ciego, por haber perdido la vista al final de su vida.

Décimo hijo de Alonso Suárez de Mendoza, III conde de Coruña y vizconde de Torija, y de Juana Jiménez de Cisneros, sobrina del famoso cardenal.

Bernardino presumía de pertenecer a una de las familias más importantes de España, al juntarse en su persona uno de los más antiguos y respetados linajes de Castilla –perteneciente al “clan” de los Mendoza, descendía por línea directa del tercer hijo de Íñigo López de Mendoza, I marqués de Santillana–, con otro, que, si bien no era tan aristocrático, nadie podía discutirle su rancio abolengo, además de aunar en él dos valores de amplia consideración en la España del siglo XVI, como eran el catolicismo triunfante y el haber llegado a una de las más altas cotas de poder, encarnados ambos en la personalidad de su tío abuelo, el cardenal Cisneros.

Fue Bernardino, en palabras del historiador Fernández Álvarez, uno de los personajes más representativos de la Monarquía filipina.

Cursó estudios en la Universidad de Alcalá de Henares, llegando a licenciarse en un tiempo récord –tenía tan sólo diecisiete años– en Arte y Filosofía, perteneciendo al Colegio Mayor de San Ildefonso, donde llegó a ser nombrado “porcionista”. Pero el ardor y espíritu inquieto del joven Mendoza le llevaron a abandonar los estudios para dedicarse de lleno a la vocación de su vida: las armas.

En 1563 se produjo su bautismo de fuego en la campaña de Orán, en el norte de África; al año siguiente participó en la toma del Peñón de Vélez de la Gomera y en 1565 aparece entre los jóvenes nobles de la corte acaudillados por un jovencísimo Juan de Austria que acudieron a la llamada de socorro de la isla de Malta, asediada por los turcos. Su consagración como militar no se produjo, sin embargo, hasta 1567, cuando Fernando Álvarez de Toledo, III duque de Alba, al mando de diez mil hombres, fue enviado por Felipe II para sofocar la revuelta de los Países Bajos. Desde este momento, Bernardino inició su carrera militar y política, pues en su calidad de miembro de la más alta nobleza, emparentado incluso con el mismo duque, fue ascendiendo rápidamente hasta convertirse en uno de los “hombres” de Alba, quien se sirvió de él cada vez con más frecuencia, pasando a formar parte de lo que en la época se llamaba “entretenido”, o lo que es lo mismo, su persona de confianza.

De camino hacia los Países Bajos, realizó su primera misión diplomática al ser enviado por el duque de Alba a Roma para dar explicaciones al pontífice Pío V de por qué no se iban a detener los tercios ante las puertas de Ginebra para dar un escarmiento a los calvinistas de esa ciudad.

Ya en territorio flamenco, Bernardino intervino directamente en la mayoría de los hechos militares y políticos que se produjeron entre los años 1567 y 1577, esto es, durante el período en el que estuvo allí destinado como capitán de una compañía de la caballería ligera, acontecimientos de los que dejó, como testigo directo, un testimonio histórico de incalculable valor en sus Comentarios a la Guerra de los Países Bajos, escrito años más tarde, cuando era embajador en Francia, basándose únicamente en sus recuerdos.

Bernardino da una visión bastante fidedigna sobre las campañas del duque de Alba en Frisia contra Luis de Nassau y contra Guillermo de Orange en 1568-1569; del sitio y la toma de la ciudad de Mons en 1572; de las campañas del hijo del duque de Alba, Fadrique, contra Malinas, Zuthpen y Naarden, así como del costosísimo y trágico asedio a la ciudad de Haarlem en 1573, que se saldó con un buen número de bajas por parte española, así como del fracasado asedio a la ciudad de Alkmaar. Con el sucesor de Alba como gobernador y capitán general de los Países Bajos, el comendador mayor Luis de Requesens, Mendoza siguió manteniendo el puesto de privilegio que había tenido con su mentor. En sus Cometarios se pueden seguir también los sucesos que acontecieron en Flandes en estos años, en los que siguió tomando parte importante: tuvo un destacado papel en la batalla de Moock (abril de 1574), a orillas del río Mosa, en la que su genio militar, heredado del duque de Alba, fue decisivo para la victoria española. En julio de 1574 fue elegido por el comendador para llevar a cabo una importante misión diplomática en Inglaterra, donde pocos años después desempeñó su labor como embajador. En esta ocasión, en la que sólo se demoró un mes, Bernardino tenía que conseguir la aceptación, por parte del gobierno inglés, de dar refugio en sus puertos en caso de necesidad a los barcos de la armada de Pedro Menéndez de Avilés con destino a los Países Bajos.

Bernardino de Mendoza permaneció todavía en los Países Bajos hasta principios de 1577, cuando fue nombrado por Felipe II para ocupar el puesto vacante dejado por el anterior embajador en Inglaterra, Antonio de Guaras. Aquí es donde comenzó su larga y fecunda, aunque también tortuosa, carrera diplomática, que es por lo que mejor se le conoce. Bernardino llegó a Inglaterra para ocupar su puesto en marzo de 1578. Hombre de rígidos principios contrarreformistas, católico a ultranza y de una fidelidad sin fisuras a su Monarca y a los principios hegemónicos y religiosos que éste representaba, Mendoza llegó a ser conocido a lo largo de su carrera diplomática por su intolerancia hacia el dogma protestante y hacia todo lo que se opusiera a la hegemonía de la Monarquía católica, lo que le acarreó no pocos problemas. Además, le perdían muchas veces su fuerte carácter y orgullo nobiliario, más apropiados quizás para un militar que para un diplomático, y que le hicieron chocar frontalmente con los monarcas de las cortes donde estuvo acreditado. No es de extrañar que, con estas credenciales, en Inglaterra se le esperara con un gran recelo, dado que este reino había abrazado oficialmente el protestantismo desde el advenimiento al trono de Isabel I. Bernardino hizo todo lo posible por desmentir la mala fama que le precedía y consiguió mantener, al menos al principio, una cordial relación con la Reina y con algunos de sus ministros, a pesar de la malquerencia y adversidad manifiesta que muchos personajes de la corte, especialmente el puritano secretario Francis Walsingham y Cristopher Hatton le profesaban.

Pero, con el tiempo y especialmente a partir del año 1581, el entendimiento y buenas relaciones entre la Reina y el embajador se hicieron imposibles. Entre los principales motivos de fricción que provocaba la política inglesa estaban: la piratería de Francis Drake contra los intereses españoles en América, consentida y avalada por el gobierno inglés; la ayuda soterrada de la reina Isabel a la causa de Guillermo de Orange en los Países Bajos; el acercamiento a Francia, intentando enemistarla con España, a través del compromiso matrimonial de la Reina con el hermano menor del rey de Francia, el duque de Alençon –matrimonio que nunca se llevó a efecto–; y el apoyo y cobijo prestado por el gobierno inglés al pretendiente a la Corona portuguesa y, por tanto, oponente de Felipe II, Antonio, el prior de Crato. A todo esto, había que añadir la creciente persecución y acoso contra los católicos en Inglaterra, quienes depositaron en el embajador español todas sus esperanzas de mejorar su situación.

La verdad es que Isabel ejercía un doble juego político con Felipe II; por un lado, le temía y por eso intentaba mantener un aparente clima de buenas relaciones, pero, por otro, hacía todo lo posible para minar su creciente poder en Europa. La supuesta alianza era sólo nominal. Cuando Mendoza se cercioró de que esto era así, de que sus constantes quejas ante la corte por las innumerables afrentas infligidas a España no tenían ningún efecto y desde que la Reina dejó de recibirle en audiencia debido al insolente tono amenazador que Bernardino utilizaba con ella, el embajador empezó a cambiar su táctica, pasando de una actividad diplomática “normal” a otra más conspiratoria.

Mendoza se dejó convencer por los católicos ingleses y escoceses que acudían a él en masa para que intercediese ante un reticente Felipe II, con el fin de que prestara apoyo militar en sus vagos proyectos de derrocar a Isabel y poner en su lugar en el trono inglés a la católica María Estuardo, a la sazón prisionera de su prima. En esta nueva actividad secreta, Bernardino se reveló como un consumado maestro, distinguiéndose por su gran capacidad para comprar, sobornar y atraerse confidentes secretos y adeptos hacia su causa, los cuales le tenían informado de todo lo que se decidía en las altas esferas del gobierno. Incluso llegó a tener confidentes dentro del mismo consejo privado de la Reina. María Estuardo, desde su reclusión, empezó a mantener correspondencia con él cada vez con más frecuencia, hasta el punto de llegar a afirmar que no quería que otro dirigiera las operaciones encaminadas a su liberación más que Mendoza. La carta de despedida que le dedicó al embajador, cuando ya era rea de muerte, es realmente conmovedora por el sincero agradecimiento que le muestra por todos sus servicios prestados.

En noviembre de 1583, los espías de Walsingham descubrieron una trama católica encabezada por Francis Throckmorton para derrocar a Isabel I y liberar a María Estuardo de su cautiverio. Los conspiradores delataron bajo tortura la participación del embajador español, que fue convocado ante el consejo con el fin de comunicarle la decisión de la Soberana de expulsarle inmediatamente del reino. Pero Mendoza, tocado en su inefable orgullo por considerarlo una afrenta insufrible a un ministro de Su Majestad, les amenazó diciéndoles que “pues no le había dado satisfacción [a la Reina] siendo ministro de paz, me esforzaría de aquí adelante para que la tuviese de mí en la guerra”; pronunciando acto seguido la frase que le ha dado fama entre la posterior historiografía anglosajona como prototipo del arrogante orgullo hispánico, al exclamar: “Don Bernardino de Mendoza no había nascido para revolver Reinos, sino para conquistallos”.

Mendoza salió de Inglaterra en enero de 1584. Desde este mismo momento, las relaciones hispano-inglesas pasaron de un estado de guerra fría, en el que se mantenían las formas bajo la práctica diplomática del disimulo, a un estado de franco y abierto enfrentamiento.

De hecho, ya no hubo más intercambio de embajadores entre Inglaterra y España hasta después de la muerte de ambos soberanos, ya en el siglo XVII.

Sin embargo, Felipe II, lejos de amonestar a su embajador por haber alejado para siempre la esperanza de un entendimiento con Inglaterra, le nombró inmediatamente su embajador en Francia, desde donde Bernardino continuó tramando complots contra sus enemigos declarados de Inglaterra.

Francia pasaba por uno de los peores momentos de su historia, desgarrada por las guerras de religión. Ante el inminente final de la dinastía Valois por la falta de herederos de su último vástago, Enrique III, y la supuesta sucesión en manos de un príncipe protestante, Enrique de Borbón, Felipe II decidió intervenir en el país vecino para inclinar la balanza a favor del partido católico. Su instrumento para conseguir tales fines era precisamente su embajador Bernardino de Mendoza. Éste fue enviado a París en septiembre de 1584 con la excusa de llevar el pésame de Felipe II a la Familia Real francesa por la reciente muerte del duque de Alençon, pero en realidad iba a ocupar la embajada, desplazando al hasta ese momento su ocupante, Juan Bautista de Tassis. Bernardino ocupó la embajada española en Francia justo durante los años de mayor efervescencia y agitación en el reino vecino: asistió al asesinato del duque de Guisa, a la muerte de Enrique III, asesinado a su vez a manos de un fanático liguero, y al asedio de París por las tropas de Enrique de Navarra. A raíz de la muerte del duque de Alençon en julio de 1584, tanto el partido católico como el hugonote se prepararon para la lucha encarnizada por situar en el trono de Francia a su candidato.

Para la ardua tarea que Bernardino llevaba encomendada se requería la preparación, abnegación, y sobre todo energía de un hombre como él. Nada más llegar suscribió un tratado secreto entre el rey de España y la Liga Católica francesa, el Tratado de Joinville, por el que Felipe se comprometía a ayudar a la Liga Católica con cuantiosas sumas de dinero. Aquejado por un glaucoma que le fue dejando progresivamente ciego y con una delicada salud, Mendoza tuvo que desempeñar una fabulosa tarea, repartiéndose el trabajo entre la dirección de las intrigas de Felipe II en Inglaterra y la negociación con los principales jefes de la Liga. Además de esto, debía procurar que el voluble Enrique III se mantuviera fiel a su compromiso con los católicos y no se aliara con el protestante Enrique de Borbón, cosa que fue incapaz de conseguir, y recopilar, interpretar y enviar toda la información posible a Felipe II de todo aquello que ocurría en Francia y en buena parte de Europa, manteniéndose en cooperación con otros ministros del Rey en el extranjero, especialmente con el gobernador de los Países Bajos, Alejandro Farnesio; alentar y apoyar a los católicos de Francia para que no cesaran en su lucha, distribuyendo generosamente las enormes cantidades de dinero que Felipe II gastaba en ese país; y por último, suplir la falta de embajador en Inglaterra, alentando a los católicos y a su reina cautiva María Estuardo, de quien se hizo portavoz y principal valedor, recopilando la mayor información posible sobre este reino.

Todo ello, Mendoza lo llevó a cabo sin descanso y con total dedicación, llegándose a convertir en el hombre mejor informado de Francia. Se puede afirmar que su embajada en París se convirtió en el centro de espionaje proespañol y procatólico, a la cual acudían todos aquellos fervorosos católicos, ya fueran franceses, ingleses o escoceses, que buscaban el apoyo de Felipe II contra sus soberanos. Mendoza mantenía una red de espías, confidentes a sueldo y deudos que le informaban de todo lo que sucedía a ambos lados del canal de la Mancha, información que trasladaba inmediatamente al Gobierno español a través de sus numerosos informes y despachos. La habilidad de Mendoza para conseguir información secreta era tal, que llegó a atraerse a su causa al primer ministro de Enrique III, Villeroy, e incluso se sospecha que llegó a sobornar al embajador inglés en Francia, sir Edward Stafford, de quien consiguió valiosísima información que hizo llegar a Felipe II en el preciso momento en que se disponía a invadir las islas británicas.

Además, desde su embajada en Francia, Bernardino siguió conspirando contra el gobierno de Isabel I, recibiendo en ella a todos los ingleses y escoceses que le presentaran un plan viable de invasión. Uno de ellos fue el cura Ballard, quien fue enviado desde Inglaterra para confirmar el apoyo de Felipe II a través de Mendoza en la que sería la última aventura de María Estuardo y de sus adeptos por conquistar el trono inglés de modo fraudulento, la conjura de Babington.

Pero esta conspiración, al igual que las anteriores, fue puesta al descubierto también por los servicios secretos de Walsingham. Esta vez la reina Estuardo fue condenada a muerte por el Parlamento y ejecutada en febrero de 1587. Se podría decir que esta ejecución, que escandalizó a todos los católicos de Europa, fue la que decidió al monarca español a enviar su poderosa Armada contra Inglaterra. La historia de la fracasada empresa es de sobra conocida. Lo que no es tan sabido es la participación que Mendoza tuvo también en este asunto, pues se le encargó la tarea de neutralizar a Francia mientras la Armada se dirigía a las islas británicas. No fue ajena la hábil actuación de Mendoza en la famosa “jornada de las Barricadas” (mayo de 1588), justo cuando la Armada zarpaba del puerto de Lisboa, en la que el duque de Guisa entraba triunfalmente en París como un rey potencial, mientras el verdadero, Enrique III, huía de la ciudad de forma vergonzante. Fue Mendoza también quien, desde su atalaya de París, enviaba a Felipe II las primeras noticias sobre el estado de su Gran Armada, aunque esta vez erró en su información, que era de un tono más bien triunfalista.

En la víspera de la Nochebuena de 1588 el monarca francés, envalentonado por el fracaso naval español y resentido desde la “jornada de las Barricadas”, mandó asesinar a su rival, el duque de Guisa, en su castillo de Blois, con lo que la Liga Católica quedó descabezada.

Aunque Guisa fue sustituido por su hermano el duque de Mayenne en la jefatura de una Liga Católica cada vez más fuerte, Mendoza se convirtió en uno de sus dirigentes, entrando así a formar parte de la historia de Francia. Aunque ciego y enfermo, Mendoza todavía habría de protagonizar la actuación más importante de toda su vida. El 1 de agosto de 1589 moría el rey Enrique III a manos de Jacques Clément; el trono de Francia quedaba vacante en medio de un verdadero caos. Había tres candidatos para tres partidos religiosos y políticos: el de los hugonotes, que apoyaba a Enrique de Borbón, quizá el que contaba con una posición más cercana en el orden sucesorio; el de los católicos, quienes se negaban a aceptar a un monarca hugonote, apoyando al viejo y caduco cardenal de Borbón; y los que apoyaban la candidatura de Felipe II, representado en la persona de su propia hija, la infanta Isabel Clara Eugenia, en virtud de ser nieta de Enrique II de Francia y de Catalina de Médicis. En medio de esta gran contienda civil que representaron las Guerras de Religión en Francia en su recta final, recrudecida por la cuestión sucesoria, la posición española era de gran peso; los católicos sabían que sólo con el poder de Felipe II podían conquistar el trono de Francia y Mendoza, como instrumento y mediador, se convertiría en gran protagonista de esta historia.

Para empezar, debía promocionar entre los católicos la candidatura de Isabel Clara Eugenia, aunque ésta tenía pocas posibilidades por el hecho de ser mujer, ya que el principio dinástico de la ley sálica siempre estuvo muy arraigado en el país vecino. Un hecho vino a complicar más la situación para el embajador al ser París asediada por las tropas de Enrique de Borbón.

Entonces Bernardino tuvo un papel destacado como dirigente de la Liga, alentando, dirigiendo y poniéndose a disposición de las tropas asediadas, dando sabios consejos de un experto militar. Cuando el asedio se prolongó, llegó incluso a vender sus joyas y sus enseres más valiosos para comprar pan y harina, distribuyéndola entre la población hambrienta, poniendo todo su esfuerzo y dedicación con el fin de que la ciudad de París no se rindiera a un príncipe hereje.

Felipe II mandó entonces a su lugarteniente en los Países Bajos, Alejandro Farnesio, al mando de los tercios de Flandes a levantar el sitio, lo que se logró en agosto de 1590. Después de tantos trabajos que habían quebrantado su salud y sintiéndose ya más que satisfecho de su actuación, Bernardino pidió encarecidamente a Felipe II que le relevara de su cargo y le dejara regresar a España, de donde había salido hacía veintitrés años habiendo regresado sólo en tres ocasiones y durante un brevísimo espacio de tiempo. Permiso que le fue concedido por el Rey. Salió de París en la noche del 3 de enero de 1591, pero se demoró casi un año en su regreso a España.

Desde 1592 a 1604, año de su fallecimiento, Bernardino se dedicó a la redacción y publicación de sus obras: publicó en español sus Comentarios a la Guerra de los Países Bajos (1592), que ya habían sido publicados en francés el año anterior en París. Los Comentarios, aparte de ser un libro histórico sobre la Guerra de Flandes, es un manual “para los que han de seguir la profesión militar y exercitar las armas, y así mismo para los que gobiernan tratando materias de Estado” y significaba para él, ya completamente ciego, una forma de seguir sirviendo a la Monarquía al volcar en el papel el cúmulo de su larga experiencia militar y política, como él mismo refiere en la dedicatoria al príncipe Felipe: “Que es ocasión de no poder hazer ya otro servicio a V. Alt. que el de los archivos, refrescando con el guardar escrituras, la memoria de las cosas passadas”. Más tarde publicó su Teórica y practica de Guerra (1595), tratado militar de corte tacitista dedicado al príncipe Felipe, futuro Felipe III, en el que teoriza sobre las guerras en el último tercio del siglo XVI, dando consejos prácticos basados en su gran experiencia militar, sobre cómo han de llevarse a cabo las guerras para conseguir en ellas el mejor provecho posible. Libro muy útil para un príncipe que está a punto de heredar una Monarquía que se ve obligada a mantener varios frentes abiertos para no perder su hegemonía. Por último, tradujo del latín al castellano la obra del humanista flamenco Justo Lipsio Los seis Libros de las Políticas, salido de la Imprenta Real y dedicado a “la nobleza española que no entiende la lengua latina”. Esta obra tuvo una importancia trascendental en los tratadistas políticos de la siguiente generación.

Bernardino entró a formar parte de la prestigiosa Orden de Santiago en 1576. Obtuvo la encomienda de Peñausende en 1582 y la de Alhange en 1595, llegando a ser nombrado caballero “trece” de dicha Orden.

Vivió sus últimos años retirado de la política –aunque se le pedía consejo en temas de política internacional, dada su gran experiencia–, residiendo en una casa anexa al convento de monjes bernardos de Santa Ana en la calle de Convalecientes, actual San Bernardo, acudiendo esporádicamente a la Academia Real de Matemáticas, donde “con sus ingeniosos y útiles argumentos traía la verdad a su punto”. Murió en Madrid, soltero y sin descendencia, dejando una considerable fortuna que repartió entre su sobrino y los monjes de los monasterios de Lupiana y Torija en Guadalajara, para quienes fundó doce capellanías y una Cátedra de Gramática. A través de su inventario de bienes se sabe que Mendoza fue también un hombre exquisito no sólo por la interesante biblioteca que dejó al morir, sino también por el gran número de obras de arte e instrumentos musicales. Está enterrado en la iglesia parroquial de Torija.

 

Obras de ~: “Glosas en tres décimas del cartel puesto por la Magistral de Alcalá en las fiestas de la traslación de los santos Justo y Pastor”, en A. de Morales, La vida, el martirio, la invención, las grandezas y las translaciones de los gloriosos niños mártires san Justo y Pastor, Alcalá de Henares, 1568 (atrib.); Comentario de Cipriano fraile del Cister de la orden de San Bernardo catedrático de sagrada scriptura en la Universidad de Alcala de Henares sobre el Psalmo 130, trad. del lat. al esp. por ~, ¿1579? (ms.); “[La verdad con que razon siempre es loada]”, en G. García de Alarcón, La victoriosa conquista que D. Alvaro de Bazan hizo en las Islas de los Azores, Valencia, 1585 (atrib.); La Harangue au roi trés chretien faite à Chartres par monsieur l’Ambasadeur pour le Roi d’Espagne vers sa Majesté, Paris, 1588; La Relación del subçesso de la muerte del Rey Christianissimo de Francia Enrique tercero deste nombre, a primero de agosto 1589, y referida por sus correos (ms.) (atrib.); Commentaires memorables de Don Bernardin de Mendoce chevallier ambassadeur en France pour le Roy Catholique, des guerres de Flandres & pays bas depuis l’an 1567 iusques à l’an mil cinq cens soixante et dixsept, Paris, 1591; Comentarios de Don ~, de lo sucedido en las Guerras de los Payses baxos, desde el Año de 1567 hasta el de 1577, Madrid, Pedro Madrigal, 1592; Historiadores de sucesos particulares, vol. II, Madrid, M. Rivadeneyra, 1853 (Biblioteca de Autores Españoles, n.º 28), págs. 389-560 (trad. en inglés: Londres, 1597); “Commentaires de ~ sur les évènements de la guerre des Pays Bas, 1567-1577”, en Collection de Mémoires relatifs a l’histoire de Belgique, trad. por Loumier y con anotaciones al margen del Coronel Guillaume, Bruxelles, Societé de l’Histoire de Belgique, 1860-1862; “Odas en la conversión de un Pecador”, en D. Velázquez de Velasco, Odas a imitación de los Siete Salmos Penitenciales del Real Propheta David, Amberes, Imprenta Plantiana, 1593; Theorica y practica de guerra, escrita al Principe don Felipe nuestro señor, Madrid, Viuda de Madrigal, 1595 (Amberes, Imprenta Plantiana, 1596; Madrid, Ministerio de Defensa, 1998) (trad. en it., Venezia, 1596; trad.

en ingl., London, 1597; trad. en fr., Bruxelles, 1597 o 1598; trad. en al., Frankfurt am Main, 1617); Testimonio de don ~, de la comisión que, durante su embajada en Francia, llevó a Escocia el coronel Semple, Madrid, 1601 (ms.); Los Seys libros de las Políticas o Doctrina Civil de Iusto Lipsio, que sirven para el gobierno del Reyno o Principado. Traducidos de lengua Latina en Castellana por ~, Madrid, Imprenta Real, 1604 (ed. con est. prelim. y notas de J. Peña Echeverría y Modesto Santos López, Madrid, Tecnos, 1997).

 

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José Miguel Cabañas Agrela

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