Seso, Carlos de. Verona (Italia), c. 1515 – Valladolid, 8.X.1559. Caballero, corregidor, protestante.
Originario, al parecer, de familia de alto rango eclesiástico, quizá por línea bastarda, se estableció de joven en Logroño, presumiblemente hacia la década de los años treinta. Había servido con prestigio y con valor en los Ejércitos imperiales de Carlos V, tan vinculado a Logroño por mutuo afecto y fidelidad.
Seso perteneció, como dice algún autor, a la Cofradía logroñesa de San Urbán, establecida en la iglesia conventual de los franciscanos. Contrajo ventajoso matrimonio con Isabel de Castilla, descendiente de una rama bastarda del rey Pedro I el Cruel. Era sobrina de Alonso de Castilla y Zúñiga, consejero de Carlos V, oidor del Consejo Real y obispo de Calahorra desde 1523 hasta su muerte en 1541.
Carlos de Seso estaba muy sensibilizado con las doctrinas luteranas desde que las conoció en Italia. En la primavera de 1544 tuvo una entrevista en Valladolid con fray Bartolomé Carranza, predicador de la Capilla Real, más tarde arzobispo de Toledo. Carranza “no confutó” las razones de Seso sobre el purgatorio y el beneficio de Cristo, ni lo denunció a la Inquisición, lo que le trajo posteriormente muchas complicaciones.
Carlos de Seso estuvo en Trento en 1546, en casa y compañía del obispo de Calahorra, Bernal Díaz de Luco, quien quizá lo llevó consigo al concilio como buen conocedor de la lengua italiana. Posteriormente, hacia 1550, viajó de nuevo a Italia, sin duda con estancia especial en Verona; de allí acarreó para España libros y escritos sospechosos de Occhino, de Lucero, de Calvino, de Músculo, de Müsli y de Juan de Valdés.
El veronés, afincado en La Rioja, fue en realidad un decidido introductor del protestantismo en España. Ganó para su causa a su esposa, aunque ésta volvió al redil de la Iglesia tras la muerte trágica de su marido; también a una sobrina, Catalina de Castilla; al sacerdote y licenciado Diego Sánchez, de Villamediana, y al licenciado Francisco de Herrera, fiscal de sacas o de puertos, que residió algún tiempo en Viana, cerca de Logroño. Influyó mucho en Pedro de Cazalla y quizá también en un borrascoso personaje, el clérigo Palacios, beneficiado de Arnedo, que estando en 1553 en la ciudad austriaca de Graz, pretendió curiosos matrimonios.
Carlos de Seso, bien relacionado con la Corte, ayudado entre otros por el confesor de Felipe II fray Bernardo de Fresneda, tan vinculado a La Rioja, fue nombrado corregidor de la importante plaza de Toro (Zamora) hacia 1554, donde intensificó sus actividades propagandísticas y puso como teniente corregidor a su amigo y confidente el licenciado Herrera. En el otoño de 1557, Seso vivía en Villamediana, cerca de Logroño, donde debía de tener una buena mansión, a la que invitaba a sus amigos, por ejemplo al dominico fray Juan de Villagarcía, que declinó la invitación, perfilando la personalidad de Seso como “parlón”, “suelto en hablar de cosas de Dios”, liviano y presumido en el vestir.
Cuando en 1558 el inquisidor Valdés iniciaba el proceso de pesquisa contra los luteranos castellanos, Carlos de Seso pretendió salir de España y fue apresado en la frontera de los Pirineos navarros, junto con el dominico fray Domingo de Rojas. Tal compañía no hacía sino comprometer seriamente a Carlos de Seso, aunque éste declaró que no pretendía huir, sino viajar a su tierra italiana por haber ocurrido la muerte de su madre y de su hermano. Conducidos presos a Valladolid, tras año y medio de interrogatorios y penalidades, fueron condenados a la máxima pena, ejecutados y quemados en la hoguera en el auto de fe celebrado solemnemente en Valladolid el 8 de octubre de 1559 ante la presencia del Rey y de su Corte. Se dice que Carlos de Seso increpó a Felipe II en ese momento por permitir su muerte. Este gesto decidido y valiente demuestra un grito de su sangre de alta alcurnia.
Las declaraciones de Carlos de Seso, que se recogen dentro del proceso de Carranza, ofrecen un doble aspecto.
Mientras tuvo alguna esperanza de salvar su vida, no se cansó de hacer retractaciones, haciendo recaer toda la culpa de sus errores en el arzobispo Carranza y en los Cazalla. Sólo la noche antes del auto, conocida ya la sentencia irreversible, volvió atrás y se ratificó en sus antiguas doctrinas.
Bibl.: J. A. Llorente, Histoire critique de L´Inquisition d´Espagne, vol. II, Paris, Treuttel et Wurtz, 1818, págs. 235- 236 (Historia crítica de la Inquisición Española, Madrid, Hiperión, 2004); J. I. Tellechea Idígoras, Fray Bartolomé Carranza: Documentos Históricos, Madrid, Real Academia de la Historia, 1962-1981; E. Sainz Ripa, “Alonso de Castilla”, en Sedes episcopales de La Rioja, vol. III, Logroño, 1966, págs. 177-191; J. I. Tellechea Idígoras, “Don Carlos de Seso y el arzobispo Carranza: un veronés introductor del protestantismo en España”, en Tiempos recios: Inquisición y heterodoxias, Salamanca, Sígueme, 1977, págs. 53-110; M. Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, vol. LIV, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1992, caps. II y VII; M. Delibes, El hereje, Barcelona, Destino, 2001.
Felipe Abad León