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Francisco de Toledo y Figueroa

Biografía

Toledo y Figueroa, Francisco de. Oropesa (Toledo), 10.VII.1515 – Escalona (Toledo), 21.IV.1582. Virrey del Perú (1569-1581).

Era hijo del II conde de Oropesa, Francisco Álvarez de Toledo Pacheco, y de María de Figueroa (hija del II conde de Feria, Gómez Suárez de Figueroa, y de María de Toledo, hija del I duque de Alba). Fue el último de cuatro hermanos: Fernando Álvarez de Toledo, que sería el IV conde de Oropesa; Juan de Figueroa, caballero de Santiago, castellano de Milán y embajador de Felipe II en Roma; y María de Figueroa, casada con Francisco de Ribera. Su madre falleció al poco de su nacimiento, y es frecuente encontrar en las biografías del virrey alguna referencia al impacto de esta temprana orfandad en su carácter austero y algo taciturno.

Los condes de Oropesa mantuvieron un cercano trato y colaboración con la Familia Real durante todo el siglo XVI. Su parentesco con la casa de Alba facilitaría esta cercanía y, en el caso de Francisco de Toledo, motivó que con ocho o nueve años entrara como paje en la Corte de la infanta Leonor de Austria, primero reina de Portugal y luego de Francia por su boda con Francisco I en 1526. A continuación pasó al servicio de la emperatriz Isabel hasta el año 1533, cuando ésta acudió a recibir en Barcelona a Carlos V, quien regresaba a España de su segundo viaje por Europa. Levillier (1935) hace referencia a la firme educación moral que existía en el entorno de la Reina, que sin duda influyó en el carácter del virrey. Se sabe que, al morir la Emperatriz, Francisco formó parte de la enorme comitiva de nobles que acompañaron su cadáver hasta Granada, en mayo de 1539.

De esta manera, a partir de los dieciocho años Toledo comenzó a servir al Emperador, acompañándole por Alemania, Flandes, África, Italia o Francia. Participó en hechos de armas, como Argel, y en dietas, juntas y concilios en tiempos de paz. Esto le serviría de provechosa experiencia para su labor gubernativa posterior, pues le puso en contacto con los problemas militares, políticos, teológicos y sociales más diversos, siendo todos ellos elementos integradores de su formación política.

En 1535 acompañó al Emperador en la conquista de Túnez, junto con sus hermanos Fernando y Juan. Pasó a Italia ese año, encontrándose allí con su tío Pedro de Toledo, virrey de Nápoles. Tras la invasión de la Provenza (donde moriría Garcilaso de la Vega), en 1536 regresó a España. Después del fallecimiento de la Emperatriz, Toledo volvió a unirse al séquito de Carlos V en su viaje de castigo a los Países Bajos (1540), participando poco después en la fallida toma de Argel (1541) y en la defensa de Perpiñán (1542). Tras otra breve estancia en Castilla, Francisco inició un largo viaje por Europa, combatiendo junto a Carlos V en la guerra de los Güeldres de 1543, colaborando en las conversaciones de Crèpy de 1544, asistiendo a las Dietas de Worms (1545) y Ratisbona (1546), hasta participar junto al duque de Alba en la batalla de Mühlberg de 1547.

Ese año de 1547 va a dar un giro en la carrera del virrey, pues tuvo lugar su profesión en la Orden de Alcántara, y a esta institución dedicó los siguientes veinte años de su vida; marcando, además, ciertos rasgos en la personalidad de Toledo que son necesarios para comprender su biografía posterior. Fue comendador del Esparragal (de 1546 a 1551) y luego de Acebuche, una pequeña localidad cacereña, hasta su muerte. Entre 1546 y 1565 sirvió en su Orden como administrador de algunas encomiendas, asistiendo al capítulo de Madrid de 1551-1552, como definidor y visitador de Alcántara, y llegó a viajar a Roma para defender los Estatutos hacia 1557 o 1559. Otro aspecto en el que han insistido siempre sus biógrafos son las expectativas que albergó Toledo de cargos de gobierno en la Orden: fue tesorero y —ya a su regreso del Perú— clavero; pero su anhelo manifestado repetidamente habría sido llegar a la encomienda mayor.

En 1565 asistió como delegado real al Concilio Provincial de Toledo, una de las primeras aplicaciones de la reforma tridentina en España. Aparte de la experiencia jurídica y teológica que le supuso este cometido, seguramente también fue la rampa de salida hacia su destino indiano. Porque durante los siguientes años Francisco se dirigió en alguna ocasión al flamante y todopoderoso cardenal Espinosa en petición de mercedes, o quejoso por no medrar en su Orden, o incluso renunciando a algún cargo ofrecido. Finalmente sus ruegos se vieron correspondidos con el nombramiento como virrey del Perú, hacia mayo de 1568.

Pero ya había sido destinado a este cargo desde algunos meses atrás, y para preparar esa importante tarea demoró su partida, primero estudiando a conciencia la documentación indiana disponible, para asistir después a la conocida como Junta Magna de 1568, convocada en el mes de julio, apenas unos días después de la trágica muerte del príncipe don Carlos. Ciertamente fue aquél un año complicado para el gobierno filipino (rebelión de las Alpujarras, ejecuciones de Egmont y Horn); triste por el fallecimiento de su hijo y poco después de su tercera y querida esposa, Isabel; y en lo referente al Perú, preocupante por las noticias llegadas del gobernador García de Castro, que venían a confirmar lo expuesto por el memorial de Luis Sánchez al cardenal Espinosa de dos años atrás: “Las necesidades de esta tierra son tan grandes que no las puedo significar”. A tal efecto se reunió un importante consejo de ministros, juristas y eclesiásticos. Estudiaron más de un centenar de documentos, y recogieron también los resultados de la visita de Juan de Ovando al Consejo de Indias, más las deliberaciones de la congregación que ese mismo verano convocó Pío V en Roma para analizar el estado de la Iglesia en América.

Hacia el mes de septiembre se clausuraron las reuniones, preparando una copiosa documentación que se enviaría al virrey de Nueva España y al tiempo se entregaba a Toledo, quien confirmaba su cargo con nuevos títulos en el mes de noviembre. Todavía aparecen algunas instrucciones en el mes de diciembre, y hasta marzo de 1569 no pudo zarpar el virrey rumbo al Nuevo Mundo.

Y es que el Perú que recibió a Toledo atravesaba una difícil situación. El primer virrey, Blasco Núñez de Vela (1544-1546), fue decapitado por los viejos conquistadores al querer aplicar las Leyes Nuevas de 1543. La presencia del pacificador La Gasca (1546- 1550) apenas sirvió para estabilizar brevemente la autoridad Real, que no terminaron de asentar el autoritario marqués de Cañete (1556-1560) ni el más displicente conde de Nieva (1561-64), siendo claramente un compás de espera el gobierno de García de Castro (1564-69). Ciclo que finalmente se cierra con Toledo, quien “echó las bases del dominio español en el Perú” (Hanke, 1978: 78).

Francisco de Toledo fue personaje de su tiempo y cabal reflejo de la contextura moral de Felipe II, aunque no siempre coincidieron ambos en los criterios de gobierno. Su carácter austero y hermético despertó alguna oposición tanto en la Corte castellana como en Lima. Sin embargo, hay que destacar su espíritu de justicia y honradez en el cargo. Su larga experiencia vital le dotó de una sabia previsión para tratar cuestiones políticas, económicas o religiosas, y referidas a los conquistadores españoles así como a la numerosa población indígena.

Su entrada en Lima se produjo en noviembre de 1569, y apenas un año después inició una larga visita de casi cinco años por el territorio peruano (encomendando a otros colaboradores la misma tarea en aquellas provincias a las que él no iba a llegar). En 1575 regresaba a la ciudad de Los Reyes, donde permaneció casi seis años más, a pesar de haber solicitado a Felipe II con alguna insistencia su relevo en el cargo.

Se puede resumir su actuación siguiendo los cuatro apartados que solían contener las Memorias de Gobierno (o Relaciones), exigidas a los virreyes americanos a partir de 1618:

Gobierno espiritual. Una de las mayores preocupaciones de la Junta Magna fue atender a la evangelización de los indios, así como velar por la situación moral del clero. Hubo un tema espinoso que resolver, a propósito del bien conocido Patronato Real que la Corona española ejercitaba en América. Porque desde Roma se había pretendido enviar allí un nuncio apostólico, con amplios poderes que chocaban con la más independiente práctica filipina; y Toledo debió mediar en esta cuestión con prudencia. Existe al respecto una larga instrucción sobre “doctrina y gobierno eclesiástico”, de diciembre de 1568, que provee desde el establecimiento de seminarios, la celebración de concilios, el reparto de curatos y doctrinas, hasta la estipulación de los diezmos. Las primeras decisiones de 1570 tienen que ver con esta materia religiosa, estableciendo el Tribunal de la Inquisición en Lima (que no se ejercitaría contra los indios). Toledo fue un escrupuloso defensor de los privilegios reales en la provisión de cargos eclesiásticos, pero también evitó con rigor el enriquecimiento de los frailes a su vuelta a España, la ausencia de éstos en sus misiones, y el abuso sobre los naturales.

Contemporáneos a Toledo fueron José de Acosta, provincial de los jesuitas (que viajaron con él por vez primera al Perú, a instancias del general Francisco de Borja) y el arzobispo de Lima Jerónimo de Loaysa, sustituido justo en 1581 por santo Toribio de Mogrovejo, impulsor del III Concilio Limense.

Gobierno temporal. La idea de hacer una visita general ya se había concebido en la Junta Magna, y no resultaba extraña para un visitador de la Orden de Alcántara. Esta averiguación vino precedida de un completo cuestionario para redactar las Informaciones, que se enviarían a la Corte desde el Cuzco en 1572, junto al conocido Parecer (o Anónimo) de Yucay, más la Historia índica escrita por Sarmiento de Gamboa, documentos todos ellos que venían a ofrecer una extensa descripción del Perú, además de terciar en el espinoso problema de los Justos Títulos de conquista y dominación, de nuevo en el candelero por una nueva ofensiva lascasista a este y al otro lado del Atlántico. Toledo zanjó definitivamente estas cuestiones, al poner de manifiesto la tiranía de los Incas sobre los otros pueblos aborígenes así como la usurpación del último emperador inca. Además de este objetivo político —que alguna bibliografía más indigenista todavía pone en cuestión—, las Informaciones sirvieron como noticia histórica del pasado prehispánico y su organización social.

Toledo viajó sucesivamente por Huamanga, Cuzco, La Paz, La Plata, Potosí y Arequipa, regresando por mar a Lima en noviembre de 1575. Le acompañaba un nutrido séquito de eclesiásticos, juristas, geógrafos y antiguos colonos. Durante su recorrido se iniciaron algunas trascendentales medidas para la historia del virreinato, como las “reducciones” de los indios en poblados (de unas cuatrocientas familias), que facilitarían su evangelización y su asimilación institucional. Para ello, se instauró el sistema peninsular de cabildos de naturales, pero manteniendo los viejos caciques o curacas (si bien, controlando sus posibles abusos). Esta decisión ha originado un interesante debate historiográfico sobre el supuesto papel de Toledo como “organizador” del Perú (para los intereses de la Monarquía Católica), que algunos autores interpretan más bien como “desestructurador”, desde una perspectiva indigenista. El complemento de las reducciones fue una Tasa General que estipulaba los impuestos de los indígenas: a través de un empadronamiento se determinaba la cuantía y los procedimientos del cobro, evitando también los abusos de caciques, corregidores, y oficiales castellanos. Aquí Toledo mantuvo la división provincial que había culminado su antecesor García de Castro.

El instrumento legal para consolidar toda esta labor fueron las colosales Ordenanzas que fue redactando el virrey durante su gobierno (por lo que León Pinelo se refería a él con el famoso apodo de Solón peruano). Aquí se ve otra muestra de su espíritu previsor y reglamentista, abarcando todos los posibles campos de la organización política, social y económica: nombramiento de autoridades, abastecimiento de agua, cultivo de la coca, trabajo artesanal, salarios y tributos, atención hospitalaria o educación de los nativos. Se trata de millares de documentos que han llegado a nuestros días, para “placer y desesperación de los historiadores” (Lohmann, 1986: XIV). La recepción de este corpus legislativo, tanto por las autoridades indianas como de la Península, fue casi unánime y muy prolongada en el tiempo (el virrey marqués de Mostesclaros habla de Toledo como “maestro del que todos somos discípulos”). Además de verificar su incorporación en la Recopilación de Leyes de Indias del siglo XVIII, también se encuentra eco de las ordenanzas toledanas incluso en las codificaciones americanas posteriores a la Independencia.

Otro tema complicado de resolver fue la concesión y duración de las “encomiendas”, viejo sistema de origen medieval trasladado al Nuevo Mundo, que ya había causado las revueltas de 1544, y que no se había resuelto ni con el gobierno de La Gasca ni tras el dictamen de los comisarios de la Perpetuidad de 1563. El caso es que Toledo tampoco zanjó esta cuestión, sobre la que no tenía autoridad para cambiar las leyes; pero sí legisló sobre impuestos, el trato a los indios y las obligaciones de los encomenderos. Y también escribió sus pareceres al Monarca, acerca de la transmisión de este beneficio a herederos.

No se puede terminar el gobierno temporal de Toledo sin hacer mención de sus relaciones con las instituciones metropolitanas y virreinales. En sendos artículos, Levillier (1935 y 1956; además de otro pionero de Schaefer, 1931) analiza las vicisitudes del virrey peruano en su correspondencia con el Monarca y el Consejo de Indias. A pesar de haber solicitado expresamente a Felipe II no ser desautorizado sin antes pedirle a él sus descargos (ya se ve que conocía bien los intrincados mecanismos de la Corte...), lo cierto es que tuvo algunas dificultades y contestaciones a la hora de poner en marcha sus reformas. Especialmente a partir del fallecimiento de su protector, el cardenal Espinosa, en 1572. Porque su nombramiento se hizo de manera bastante atípica, por parte del presidente del Consejo de Castilla, sin tomar en consideración los pareceres del de Indias; cosa que también le pidió expresamente a Felipe II que en lo sucesivo no se hiciera así.

En cuanto a su relación con el Monarca, no se puede pedir la cercanía en el trato que Felipe II era incapaz de sostener; pero que Francisco, algo mayor que su Rey, tampoco correspondió. Es muy conocida una supuesta frase de reprobación de Felipe II cuando Toledo, de regreso en la Península, fue a mostrarle su respeto. Pero se puede concluir que se trata de la exageración de los cronistas seguidores del Inca Garcilaso. Lo verdaderamente comprobado aquí es que se le mantuvo en el cargo casi diez años más desde que comenzara a solicitar su relevo.

Finalmente hay que hablar de sus colaboradores en el Perú, como el eficaz secretario Ruiz de Navamuel, los capitanes Barrasa, Pacheco o García de Loyola, y clérigos como Gutiérrez Flores. A pesar de las quejas de algunos oidores de las distintas audiencias, como Ramírez de Cartagena o Monzón —seguramente afectados por la disciplina impuesta por el virrey—, lo cierto es que Toledo contó con excelentes colaboradores de la talla de Matienzo, Bravo de Saravia, Polo de Ondegardo, Recalde o el propio García de Castro.

Hacienda. Junto a las preocupaciones evangelizadoras, en la Junta Magna de 1568 se trató de la situación fiscal en el Perú, por las noticias alarmantes de una mala gestión de los tributos así como de la explotación argentífera del Potosí. En cuanto a la Tasa de los indios, ya se ha visto cómo se ajustó al tiempo de la visita general y la reducción de los nativos en poblaciones.

Más interesante es la reforma toledana en la extracción de plata y todas sus ordenanzas sobre la mita o tandas obligatorias de trabajo indio en las minas, ya que unas de las razones de su declive era la escasez de mano de obra. También incorporó los yacimientos de mercurio en Huancavelica al sistema de producción estatal, logrando un imponente aumento de las remesas de plata hacia España mediante el procedimiento de la amalgama con el azogue. Además de legislar sobre las condiciones de vida y evangelización de los indios, erigió la primera ceca del virreinato en Potosí para controlar la circulación de plata amonedada. Y no descuidó velar por el futuro buen funcionamiento de las explotaciones, en aspectos como la tala y repoblación de los bosques, o el buen estado de las galerías mineras.

Guerra. El último apartado del análisis toledano tiene que ver con los hechos de armas sucedidos durante su gobierno. El más famoso es la campaña de Vilcabamba y el ajusticiamiento del último inca, Tupac Amaru (que evoca un recuerdo del de Atahualpa en Cajamarca). Esto sucedió durante su larga visita y estancia en Cuzco, en 1572. Además de un problema de seguridad militar, Vilcabamba suponía una dificultad política, al mantener un estado incaico clandestino, dentro de la propia organización virreinal. Ya durante el mandato del marqués de Cañete se había negociado con el inca Sairi Tupac su residencia en Lima, abandonando Vilcabamba (1558). Pero su hermano Titu Cusi había vuelto a alzarse en rebeldía, sin llegar a negociar con los enviados del gobernador García de Castro ni del propio Toledo. Las cosas se precipitaron con la sucesión de Tupac Amaru, quien debido a su resistencia sería decapitado en Cuzco tras un proceso sumarísimo, que ya en la época y también en la historiografía posterior ha levantado múltiples críticas a la decisión del virrey.

Poco después Toledo se enfrentó a una nueva rebelión indígena, durante su visita a La Plata (Charcas, hoy Sucre) en 1574. Se trataba de los indios chiriguanes, que obstaculizaban con sus correrías las comunicaciones con el Tucumán. La expedición no resultó tan victoriosa como lo fuera en Vilcabamba, pero al cabo se solventó la revuelta con muchos gastos y bajas para los españoles, incluyendo una grave enfermedad del virrey, quien llegó a temer por su vida.

En cuanto a la guerra de Chile, al poco de su llegada a Lima se organizó una expedición que no saldría hasta 1572, capitaneada por Rodrigo de Quiroga, y que no resolvió la amenaza de los araucanos durante el mandato de Toledo. Éste incluso había escrito al Rey sobre la conveniencia de suprimir la Audiencia nombrando un gobernador militar.

Por último hay que recordar que Toledo hubo de enfrentarse a las incursiones del pirata Francis Drake en su vuelta al mundo de 1577-1579. Ese año se presentó en el puerto de Callao, motivando una enérgica respuesta del ya envejecido virrey. Como consecuencia de este ataque se reforzaron las defensas marítimas, y se organizó una importante expedición naval capitaneada por Sarmiento de Gamboa.

Toledo fue reemplazado por Martín Enríquez de Almansa, a la sazón virrey de Nueva España al tiempo de su nombramiento (mayo de 1580). Sin embargo, no llegaron a encontrarse, pues Francisco salía de Lima en abril de 1581 para alcanzar la flota que partía de La Habana hacia España en mayo. Fue el primer virrey del Perú que regresaba a la Península. Con sesenta y seis años desembarcó en Cádiz y, tras pasar por Sevilla, fue al encuentro de Felipe II que se hallaba en Lisboa. Murió a los pocos meses en el castillo de Escalona, el 21 de abril de 1582.

Durante su gobierno en Perú se fundaron colegios, iglesias, hospitales y varias ciudades: Cochabamba y Oropesa durante su visita; o Salta y Jujuy (en la actual Argentina) por su mandato. Prestó una atención especial a la Universidad de San Marcos, en Lima, dotándola de nuevas cátedras (incluso de lenguas quechua y aymara), y desligando su dirección de la Orden de Santo Domingo. Con un rector seglar, nuevos edificios y autonomía económica, esta institución ha mantenido su enseñanza superior durante más de cuatrocientos años.

Menos conocida es su labor fundacional en su villa natal de Oropesa, donde levantó un colegio bajo el cuidado de la Compañía de Jesús, con la imponente iglesia de San Bernardo que le sirvió de sepultura. Éstas y otras disposiciones aparecen en su bien estudiado testamento (Levillier, 1935, y Cornejo, 1983).

 

Bibl.: M. Mendiburu, Diccionario histórico biográfico del Perú, t. VIII, Lima, Imprenta de J. Francisco Solís, 1890; E. Schäfer, “Felipe II, el Consejo de Indias y el virrey don Francisco de Toledo”, en Investigación y Progreso, 7-8 (1931), págs. 103-107; R. Levillier, Don Francisco de Toledo, supremo organizador del Perú, Madrid-Buenos Aires, Espasa Calpe 1935-1942, 4 vols.; A. F. Zimmerman, Francisco de Toledo, fifth viceroy of Peru (1569- 1581), Idaho, The Caxton Printers, 1938; L. Valcárcel, “El virrey Toledo, gran tirano del Perú”, en Revista del Museo Nacional, 2 (1940), págs. 153-174 y 277-309; A. Egaña, “El virrey don Francisco de Toledo y los jesuitas del Perú”, en Estudios de Deusto, 7 (1956), págs. 117-186; R. Levillier, “Don Felipe II y el virrey Toledo: un duelo de doce años”, en Revista de la Universidad de Buenos Aires, 2 (1956), págs. 192-206; G. Lohmann Villena, Las Relaciones de los virreyes del Perú, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano- Americanos, 1959; R. Vargas Ugarte, Historia general del Perú, t. II, Lima, Milla Batres, 1971; A. Málaga Medina, Visita General del Perú por el virrey don Francisco de Toledo (1570-1575), Arequipa, Imprenta Editorial El Sol, 1974; N. D. Cook, Tasa de la Visita General de Francisco de Toledo, Lima, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1975; L. Hanke, Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la Casa de Austria, t. I, Madrid, Atlas, 1978 (Biblioteca de Autores Españoles); P. Tineo, “La evangelización del Perú en las Instrucciones entregadas al virrey Toledo”, en VV. AA., Evangelización y teología en América, Pamplona, Universidad de Navarra, 1980, págs. 273-295; D. Ramos Pérez, “La Junta Magna y la nueva política”, en VV. AA., Historia General de España y América, t. VII, Madrid, Rialp, 1982, págs. 437-454; A. Cornejo, El virrey don Francisco de Toledo, verdadero fundador de Salta, propulsor del Derecho Indiano, Salta, Ediciones Limache, 1983, 2 vols.; I. Pérez Fernández, Bartolomé de Las Casas en el Perú, Cuzco, Centro de Estudios Rurales Andinos Bartolomé de Las Casas, 1986; G. Lohmann Villena y M. J. Sarabia Viejo, Francisco de Toledo. Disposiciones gubernativas para el virreinato del Perú (1569-1574), Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1986-1989, 2 vols.; L. Gómez Rivas, El virrey del Perú don Francisco de Toledo, Toledo, Instituto Provincial de Investigaciones y Estudios Toledanos, Diputación Provincial, 1994; M. C. Bravo Guerreira, “La consolidación de las instituciones americanas: el ejemplo del virrey Francisco de Toledo”, en Las sociedades ibéricas y el mar a finales del siglo XVI, t. VI, Madrid, Comisaría General de España en la Expo de Lisboa’98, 1998, págs. 139-160; M. Merluzzi, Política e goberno del Nuovo Mundo: Francisco de Toledo, vicerè del Perù (1569-1581), Roma, Carocci, 2003; J. Tantaleán Arbulú, El Virrey Francisco de Toledo y su tiempo, Lima Universidad de San Martín de Porres 2011, 2 vols.; M. Merluzzi, Gobernando los Andes. Francisco de Toledo virrey del Perú (1569-1581), Lima, Fondo Editorial PUCP, 2014 (Colección Estudios Andinos).

 

León María Gómez Rivas

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