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Juan Pérez de Lezcano (o Lascano)

Biografía

Pérez de Lezcano (o Lascano), Juan. Sevilla, c. 1570 – Santa Fe, Veraguas (Panamá), 5.III.1620. Alto funcionario de Hacienda en Lima, contador de Real Hacienda en propiedad en Panamá, juez de Residencia en Veraguas.

Fue hijo legítimo de Francisco de Lezcano (o Lascano) y de Gerónima Poses de Bibauri, “vecinos y naturales de la provincia de Guipuzcoa, en el señorío de Vizcaya”, ya difuntos en 1620. Su primer destino en América fue Lima, donde ejerció funciones de contador al servicio del arzobispo Bonilla, de México, quien hizo la visita a la Audiencia de esa ciudad, y a sus “oficiales reales y otros ministros”, durante los últimos veintiocho años que habían ejercido, lo que “redundó en mucho beneficio” para las Cajas Reales del virreinato. Luego tomó las cuentas de Lorenzo de Arana, que fue factor del puerto de Arica, “y sacó a luz un fraude de 500 pesos de azogue”; revisó las cuentas de la Real Hacienda que los virreyes Francisco de Toledo y Martín Henríquez le habían tomado a Juan de Pendones, a Carlos Corzo y a otros, sobre los azogues, “donde se descubrió un robo que se hacía cada año a la hacienda real por un balanzario de las Cajas, de quien se hizo justicia”.

Regresó a España y en 1605 el Rey le concedió título de contador de las Reales Cajas de Panamá con fecha de 14 de febrero de 1605, en sustitución del titular, que había fallecido, Juan Bautista de Nava. Este título se asentó en la Casa de Contratación de Sevilla el 14 de febrero de 1605, tras depositar Lezcano escrituras de fianzas por 6000 ducados de 9 reales.

Viajó a Panamá, donde tomó posesión del cargo el 7 de agosto de 1605, después de que una veintena de vecinos de la ciudad le sirviesen de fiadores por un total de 14.000 ducados.

Durante los siguientes diez años, Lezcano sirvió el oficio de contador de la Real Hacienda de Panamá con general aprobación y, según todas las fuentes conocidas, velando con reconocido celo por los intereses de la Corona. Durante ese tiempo, él mismo logró prosperar, pues quedan evidencias de que gozaba de una posición más que holgada, y casó con una vecina de Panamá, Catalina Gallegos de Ledesma, con quien, según él reconoció más tarde en su testamento, no tuvo ningún hijo. Pérez de Lezcano tuvo un hijo que llevaba su mismo nombre, probablemente de un matrimonio anterior, que fue miembro del Cabildo de Panamá en la década de 1620 y ejerció transitoriamente el cargo de contador de Real Hacienda en la de 1630.

Varios indicios sugieren que Pérez de Lezcano era hombre de carácter y de conducta proba, pues por oponerse a irregularidades de las autoridades superiores expuso su propia seguridad. Así sucedió a pocos meses de empezar a ocupar su cargo en Panamá. Él, junto con el tesorero de Real Hacienda, Cristóbal de Balbas, acusó a Francisco Valverde de Mercado, presidente, gobernador y capitán general de Tierra Firme, de nombrar antojadizamente en puestos sensibles a varios de sus criados y allegados. Empezaban señalando el caso de “un criado suyo llamado Juan de Salazar” al que había nombrado receptor de la alcabala de Panamá y tesorero de la Santa Cruzada. Decían que cobraba por estos cargos y, sin embargo, no salía de la casa del presidente Valverde, donde “lo tenía a su servicio”. A otro “criado suyo, llamado Diego del Portal”, lo había nombrado mayordomo de los negros en las fábricas de los castillos de Portobelo. A otro también criado suyo, “que se llama Alonso Sotelo, le ha nombrado sin orden de su majestad por factor de real hacienda de este reino, que lo tiene para que vote en los Acuerdos” de la Audiencia en materia de Hacienda Real. De esa manera, estos acuerdos se hacían “a su gusto y lo que quiere”. Finalmente, a otro criado lo nombró como gobernador del “pueblo de negros con 600 ducados de salarios” (al parecer, Santa Cruz la Real, de negros ex-cimarrones, situado a las cercanías de Portobelo). Y concluyen, “que estos sus criados los trajo a esta tierra cuando vino a servir la plaza de presidente, de manera que siéndolos son capaces, ricos y sin inconveniente alguno para usar estos oficios de tanta consideración”. Como Lezcano y Balbas se opusieron a estos nombramientos, sobre todo el de la receptoría de la alcabala, ya que este cargo se relacionaba directamente con sus responsabilidades en el manejo de la Hacienda Real, el presidente Valverde “nos ha cobrado tanto odio y enemistad que nos prendió y tuvo en la cárcel pública con prisiones muchos días”.

A Pérez de Lezcano le tocó ejercer su cargo durante una coyuntura económica de bonanza general, cuando prosperaba la producción argentífera de Potosí, las ferias de Portobelo se celebraban con bastante regularidad, se incrementaba la pesquería de perlas en el golfo de Panamá y la explotación de las minas de oro de Veraguas, e incluso se mantenían ventajosas relaciones comerciales con China y Filipinas. También el negocio esclavista se estaba expandiendo. Sin embargo, al mismo tiempo, Panamá no dejaba de ser “tierra de frontera”, y se encontraba con frecuencia amenazada por fuerzas enemigas, sobre todo holandesas, que obligaban a los vecinos a mantenerse constantemente “con las armas en las manos”. Fue durante una de esas amenazas externas que la exitosa carrera de Pérez de Lezcano quedó brutalmente truncada. El episodio que le tocó protagonizar, ilustra como pocos la época que le tocó vivir.

El año 1615, el holandés Spielbergen entró por el estrecho de Magallanes, derrotó a la Armadilla de la Mar del Sur frente a Cañete, hundiendo a la almiranta, y se temió que atacaría a Panamá, por lo que sus vecinos se aprestaron para la defensa. Estando acéfala la presidencia y gobernación, la Audiencia celebró acuerdo, donde autorizó armar varias fragatas y destinar fondos para costear la paga de los soldados con sus equipos y vituallas, sobre todo “biscocho y carne”.

Pero Lezcano, celoso funcionario de Hacienda según algunos, aunque también, según otros, “altivo”, “arrogante”, “envanecido” y “soberbio”, se rehusó a hacer el desembolso, alegando que de los fondos del Erario no se podía pagar a las milicias urbanas por no ser éstas regulares. En plena plaza mayor, repleta de gente y de soldados de las seis compañías que esperaban órdenes para partir, se enfrascó en una calurosa discusión con su viejo amigo el fiscal Melchor Suárez de Poago, que le exigía acatar la orden del acuerdo. Los ánimos estaban caldeados por el peligro pirático y porque la salida de la expedición militar estaba detenida debido a las reticencias de Lezcano.

Con “voces muy altas” y frases “descompuestas”, ambos se insultaron. Lezcano alzó sus brazos cerrando el puño e “hinchado”, dice un testigo, exclamó: “Voto a Dios que soy el mejor ministro, más fiel y leal que tiene el rey”. “Con mucha cólera”, Poago replicó: “Quítese de ahí, que no es nada ni es nadie”, o según otro testigo, “que no es nada ni hace nada”, o bien “que ni era Ministro ni era nada, ni sabía lo se hacía ni decía, que era un sucio desvergonzado”. Encolerizado por estas ofensivas palabras, Lezcano replicó a gritos: “Mentís voto a Dios”. Poago, más enardecido aún, reaccionó arrojándole un violento “sombrerazo” en la cara a Lezcano. Ambos iban vestidos en “hábito corto”. Lezcano sacó de inmediato su daga y le tiró tres puñaladas al fiscal, pero sin poder herirle, porque este se retiró dos o tres pasos. Luego Poago sacó su espada y le secundaron otros funcionarios que le acompañaban.

Atraídos por las voces y el ruido del metal, se agolpó una muchedumbre de curiosos, soldados y funcionarios, y se desenfundaron espadas en apoyo de Poago.

Como era grande la muchedumbre armada que se encontraba en la plaza, se produjo una gran excitación.

Encontrándose en desventaja, Lezcano decidió escapar por la tienda de un confitero situada en la esquina noroeste de la plaza, y de allí corrió por la Calle Empedrada para buscar refugio en el Convento de los jesuitas. Pero viéndose perseguido aún encontrándose en sagrario, huyó en dirección al Convento de San Francisco, donde casi en la puerta, lo apresó el capitán Tomás de Meneses, nativo de Panamá. Éste lo condujo con otros soldados en una “silla de manos” y cuando pasaron frente al Convento de monjas de la Concepción, Lezcano se arrojó a la calle para entrar a su iglesia, cuya puerta estaba abierta. Ya adentro, confiado en la protección que las leyes canónicas le ofrecían, se aferró a “la reja del coro bajo”, pero esto no detuvo a Meneses, que lo aprendió y condujo a la cárcel de la Real Audiencia “con dos pares de grillos y soldados de guardia”.

Entretanto, llegaron a la plaza el oidor decano Francisco Manso de Contreras, encargado interinamente del gobierno, y el oidor licenciado Gonzalo Mejía de Villalobos, que se encontraban recorriendo la ciudad a caballo, y puestos al corriente de lo sucedido, dieron inmediatamente órdenes para que se procediera a embargar a Lezcano. Este embargo es uno de los más completos de que se tiene noticia por lo que se refiere al menaje de vivienda en Panamá la Vieja, y revela que en la casa de cualquier vecino de fortuna se encontraban todas las comodidades y expresiones de la cultura material propias de un miembro de la elite de Madrid o Sevilla. En las paredes de su amplia casa colgaban cincuenta y siete lienzos, tenía un oratorio con Cristos, cuadros e imágenes religiosas, un rincón de la casa estaba destinado al estrado para su mujer con mullidos cojines y alfombras, tenía abundante plata labrada para uso de la mesa, costosa ropa de vestir propia de su rango, una arquimesa, un escritorio de lujo de Alemania, y una “cama de campo dorada con sus cortinas y demás aderezo de damasco y terciopelo carmesí”.

El embargo lo realizó el alcalde ordinario Rodrigo de Medina Zarauz, y los bienes fueron entregados en depósito a Baltasar Cortés de la Serna en presencia del escribano Juan de Quevedo. Según el expediente de Autos de este incidente, Pérez de Lezcano logró escapar de su prisión y se refugió en uno de los monasterios de la ciudad, donde se mantuvo durante dos años bajo protección eclesiástica. Se le condenó a muerte y en la Plaza Mayor se construyó un cadalso para ajusticiarle cortándole la cabeza. Al parecer esta pena fue conmutada por la de servir seis años en calidad de gentilhombre en las galeras del Rey, sin sueldo y con privación de su cargo como oficial real, así como al destierro de Tierra Firme por diez años y una multa de 3000 pesos “para gastos de guerra”.

Pérez de Lezcano viajó a España para apelar ante el Consejo de Indias, y luego de dos años de litigio en la Corte, gastando gran parte de sus bienes, el Rey “revocó la sentencia, declarándole por libre y restituyéndole en el cargo”, de manera que pudo regresar a Panamá en 1618 para seguir ejerciendo su oficio. Pero ya se encontraba empobrecido y enfermo por los padecimientos que había tenido que soportar durante los tres últimos años. No obstante, aceptó la comisión del Rey para tomar residencia al gobernador de Veragua Fernán González Lobo de la Lanza.

Para esta misión se trasladó al remoto poblado de Santa Fe, donde no había más que “siete u ocho bohíos de paja”, desprovisto de toda comodidad, médicos y medicinas, y a los cuatro días de llegar falleció, no sin antes dictar testamento. Allí declara haber gastado incluso “gran parte del caudal perteneciente a la dote de su mujer Catalina Gallegos Ledesma”, dejándola necesitada junto con su hijo del mismo nombre. Murió en este poblado el 5 de marzo de 1620.

Su mujer, Catalina Gallegos y Ledesma, solicitó poco después a la Audiencia que se le permitiera presentar una información de los servicios de su marido, y que se la compensara con una “merced de 6.000 ducados de ayuda de costa”. La Audiencia escribiría al Consejo de Indias apoyando esta solicitud. A Pérez de Lezcano le sucedió en la Contaduría Juan López de Cañizares, y su hijo homónimo ocupó el mismo cargo de contador en la década de 1630, apareciendo ocasionalmente para esos años entre los firmantes del Cabildo.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Indias, Panamá 15, Autos del presidente D. Francisco de Valverde y Mercado sobre el nombramiento del receptor de alcabalas de Portobelo y cabeza de proceso, Panamá, 16 de noviembre de 1606, con la carta de “los agraviados” Lezcano y Balbas, del 31 de mayo de 1607; Panamá 34A, Proceso criminal hecho contra el contador Juan Pérez de Lezcano sobre desacato a acuerdo de la Real Audiencia, Panamá, 17 de agosto de 1615; Panamá 69, Expediente sobre el fuero de inmunidad eclesiástica a Juan Pérez Lezcano, oficial real de Panamá y conflictos entre fray Francisco de la Cámara, obispo de Panamá y el presidente y oidores de la Audiencia, años 1615 a 1621; Panamá 17, Carta de la Audiencia de Panamá solicitando ayuda de costa para Catalina Gallegos, 26 de junio de 1623; Panamá 63 A, n.º 21, Información fecha por la Real audiencia de Panamá conforme a la Real Ordenanza de los servicios de Juan Pérez de Lascano contador que fue de la Real Hacienda de este reyno de Tierra Firme de pedimento de doña Catalina Gallegos y Ledesma, su muger. Va a Su Majestad en su Real Consejo de las Yndias a manos del secretario Pedro de Ledesma del mismo Consejo.

B. Torres Ramírez et al., Cartas de Cabildos hispanoamericanos, Audiencia de Panamá, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1978, n.º 141, pág. 80; A. Castillero Calvo, Sociedad, Economía y Cultura Material, Historia Urbana de Panamá la Vieja, Buenos Aires, Editorial e Impresora Alloni, 2006, págs. 345-352 y 749.

 

Alfredo Castillero Calvo

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