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Pedro Antonio Fernández de Castro Portugal y Andrade

Biografía

Fernández de Castro Portugal y Andrade, Pedro Antonio. Conde de Lemos (X). Monforte de Lemos (Lugo), 1632 – Lima (Perú), 6.XII.1672. Virrey de Perú.

Hijo de Francisco Fernández de Castro Andrade y Portugal, IX conde de Lemos, y de Antonia Téllez Girón, hija a su vez del III duque de Osuna. De su infancia no hay información cierta, aunque es probable que transcurriera en su mayor parte en su natal Monforte de Lemos. Es presumible que el joven conde de Andrade —título que usó hasta el fallecimiento de su padre— acompañara a su progenitor cuando se desempeñó como virrey de Aragón y de Cerdeña, época que pudo haber sido importante para la adquisición de las dotes de gobernante que más adelante desplegó en el Perú. Sí hay constancia de su paso por Barcelona en 1662, de camino para Italia. Al año siguiente estaba en Nápoles, donde protagonizó un incidente, al ordenar a un criado suyo —por razones que se desconocen— disparar a un clérigo. A raíz de ese suceso, fue enviado a España por el virrey y fue recluido durante pocas semanas en el alcázar de Segovia.

En 1664 contrajo matrimonio con Ana Francisca Hermenegilda de Borja Centellas Doria y Colonna —prima suya en cuarto grado— en la iglesia de San Martín de Madrid. Ana Francisca era hija de Carlos de Borja, VIII duque de Gandía, siendo, por tanto, descendiente —al igual que su flamante marido— de san Francisco de Borja. Para ella se trataba de sus segundas nupcias, ya que había enviudado de Enrique Pimentel Enríquez de Guzmán, V marqués de Távara y virrey de Navarra y de Aragón. Al año siguiente, el nuevo matrimonio tenía ya una niña, y en 1666 nació el heredero varón, con quien terminó la línea directa de la casa condal de Lemos.

Precisamente fue en 1666 cuando el conde de Lemos recibió los despachos de virrey del Perú. Según testimonios contemporáneos, los motivos que llevaron al conde a pretender ese nombramiento fueron de carácter económico, debido a las deudas que su casa afrontaba, a pesar de las elevadas rentas que recibía.

Aparte de ser el gobierno de Perú fuente de interesantes ingresos, se le consideraba uno de los cargos de mayor calidad en la Monarquía hispana, luego de los virreinatos europeos. Los aspirantes al cargo se contaron por más de tres decenas, y para su nombramiento el conde de Lemos contó con el decisivo apoyo del confesor de la Reina gobernadora, el jesuita padre Everardo Nithard, quien al igual que sus hermanos en religión tenía en gran aprecio a la familia Borja.

Fue el conde de Lemos el segundo Grande de España en acceder a la posición de virrey del Perú, ya que anteriormente lo había sido el conde de Alba de Liste.

El 4 de febrero de 1667 presentó ante la Casa de Contratación la lista de quienes iban a componer su séquito en el viaje a Perú. Estaba compuesto por ciento trece personas, algunas de las cuales ya le habían servido anteriormente en Italia. Emprendieron viaje el 3 de marzo y llegaron el 28 de mayo a Portobelo.

Fue en Panamá donde el conde de Lemos hizo efectiva su autoridad, al destituir de su puesto al presidente de esa Audiencia, Juan Pérez de Guzmán, acusado de diversos abusos y delitos. Fue ésta una medida trascendente, dado que las autoridades de Panamá solían gozar de bastante autonomía con respecto al virrey del Perú, lo cual preocupó al conde de Lemos, teniendo en cuenta la estratégica ubicación del istmo y el hecho de ser lugar de paso obligado en el tránsito del Perú hacia la metrópoli y viceversa. Sin embargo, se trató de una decisión apresurada y, posteriormente, el Consejo de Indias ordenó reponer en su puesto al destituido presidente, lo cual supuso un revés para el nuevo virrey. Éste llegó al Callao el 9 de noviembre de 1667, por vía marítima desde Paita, y su entrada pública en Lima se verificó el 21 del mismo mes.

Desde un principio se propuso emprender un programa de reformas con el fin de fortalecer la autoridad real, al igual que modificar costumbres y suprimir excesos perjudiciales para la buena marcha del reino.

Pero no sólo se dedicó a velar por el aumento de su autoridad como representante del Monarca: puso atención también a asuntos menudos y tocantes, por ejemplo, a la vida cotidiana de la ciudad de Lima. Así, el 14 de diciembre de 1667 reguló el abastecimiento del pan, por medio de un bando que establecía graves penas para quienes lo fabricaran con menos peso del debido; por bando de 21 de enero de 1668 impuso peso y medida en los víveres, con el objetivo de terminar con los fraudes en la provisión de alimentos, en particular de la carne; y en un bando general de 1 de marzo de 1670 incluyó todas las normas anteriores sobre productos de primera necesidad.

El episodio más sonado de su gobierno fue sin duda la rebelión de los hermanos José y Gaspar de Salcedo —sevillanos de origen— en el yacimiento minero de Laicacota, en el altiplano peruano, muy cerca del lago Titicaca. Por la gravedad de los hechos, consideró el conde de Lemos que su presencia allí era imprescindible.

Emprendió el viaje, tomando la decisión de dejar a la condesa encargada en Lima del despacho de los asuntos administrativos. La dama desempeñó esa tarea de manera muy celosa y dedicada durante los casi seis meses que duró la ausencia del conde de la capital virreinal: de 7 de junio a 3 de diciembre de 1668.

Laicacota era un yacimiento argentífero de primera importancia, al punto de que se llegó a afirmar que después de Potosí era el principal centro productor de plata. Había sido descubierto en 1657 precisamente por los mencionados hermanos Salcedo, y en sus ocho primeros años de funcionamiento había rendido aproximadamente la mitad de los quintos reales que se percibían en el Perú. Unida esta circunstancia al hecho de la progresiva disminución de la producción de Potosí, fue creciente el número de personas que llegó a establecerse en Laicacota, tratándose en muchos casos de gente “revoltosa” o que buscaba hacer dinero sin escrúpulos. Así, Laicacota se fue convirtiendo en un lugar donde la autoridad del virrey no era acatada. Y más aún teniendo en cuenta que los hermanos Salcedo se acostumbraron a actuar en esa localidad de manera autónoma, sin tener en cuenta las disposiciones de las autoridades reales. Los disturbios en Laicacota habían surgido en realidad algunos años antes de la llegada del conde de Lemos al Perú, y tuvieron su origen —o bien fue el pretexto que les dio inicio— en las rivalidades entre los andaluces y los criollos —por un lado— y los vascongados —por otro—. Estos últimos tenían a su mayor representante en el vizcaíno Martín de Garayar, quien junto con los Salcedo formaba parte del pequeño grupo de más importantes mineros en Laicacota. Los enfrentamientos adquirieron un tono de mayor gravedad en marzo de 1666, cuando los andaluces asaltaron Laicacota y los vizcaínos tuvieron que huir a refugiarse en otras localidades.

Este suceso causó verdadera conmoción en todo el sur del Perú, y la situación se tornó más incierta cuando José de Salcedo, gracias a sus influencias en la capital virreinal, logró el nombramiento de teniente de corregidor de Laicacota. Así, la vara de la justicia quedaba formalmente en manos de la facción andaluza, con las evidentes ventajas para los intereses económicos y políticos de los Salcedo.

Llegado el conde de Lemos a Laicacota, luego de un largo y penoso viaje, los revoltosos huyeron de la localidad, y el virrey pudo tomar el poder sin mayor violencia.

Procesados los más importantes elementos del grupo rebelde, se ejecutaron las sentencias, incluida la condena a muerte de José de Salcedo. Además, ordenó el conde que se arrasara el pueblo de Laicacota, por estar situado en la boca de los socavones, lo cual iba en contra de las disposiciones legales. Se ordenó a todos sus habitantes que se trasladaran al caserío de Puno —a una legua del asentamiento minero—, el cual desde entonces se empezó a llamar San Carlos de Puno, en honor del Monarca reinante. La suerte de Gaspar de Salcedo fue distinta a la de su hermano: luego de un proceso que llegó a verse en el Consejo de Indias, en 1671 una Real Cédula ordenó su libertad, al igual que la devolución de sus minas e ingenios, lo cual fue obedecido por el conde de Lemos.

El trato brindado por los españoles a la población indígena fue objeto de preocupación del virrey. Verificó los innumerables abusos que aquélla sufría; constató que las reducciones de indios —aquellos pueblos en los que debían vivir los naturales, lejos de los excesos de los españoles— se encontraban en buena parte deshabitadas; comprobó que el sistema de la mita minera —el trabajo obligatorio por turnos— no se cumplía de acuerdo con lo debido, y que la labor evangelizadora dejaba mucho que desear. La despoblación de las reducciones era especialmente grave, ya que ello no eximía a los naturales que permanecían en ellas del pago del tributo por el conjunto de los indios tributarios originalmente censados allí. Por esas razones propició los trabajos de la Junta de Desagravio a los Naturales, con el fin de que estudiara los modos de mejorar el trato a la población indígena. Paralelamente, verificó que desde varias décadas atrás había ido disminuyendo el número de indígenas que acudían a servir en las minas de Potosí en el contexto del sistema de la mita. Sin embargo, la población de trabajadores en Potosí era muy numerosa, dado que muchos de los que cumplían la mita decidían quedarse allí para desempeñarse en las diversas labores que dicha villa requería. Teniendo ello en cuenta, sugirió el virrey en 1670 despojar a la mita de su carácter obligatorio.

Era una idea que se adelantaba a lo que casi ciento cincuenta años después establecerían las Cortes de Cádiz, pero que entonces le generó graves enfrentamientos con otras autoridades, y que no logró ponerse en práctica. Con estas duras palabras se refirió al trabajo obligatorio de los indígenas en las minas de Potosí: “Así tengo por cierto que las piedras de Potosí y sus minerales están bañados con sangre de indios, y que si se exprime el dinero que de ellos se saca, ha de brotar más sangre que plata”.

Fue el conde muy piadoso, y hay numerosos y variados testimonios acerca de su profunda religiosidad.

Tuvo como confidente y confesor al venerable jesuita limeño Francisco del Castillo, quien fue además padrino de bautizo de los tres hijos del conde que nacieron en el Perú. Durante su gobierno presidió tres excepcionales celebraciones religiosas: en 1669, la de la beatificación de Rosa de Lima, la de la canonización de la misma, efectuada en 1671 —cuando llegó a Lima la noticia—, y a su vez la de canonización de san Francisco de Borja, antepasado del conde de Lemos.

Habiendo cumplido cinco años en el gobierno del Perú, y teniendo sólo cuarenta de edad, a fines de noviembre de 1672 cayó enfermo con altas fiebres, complicándose luego el cuadro con la hidropesía que de tiempo atrás padecía. En el palacio virreinal de Lima falleció el conde de Lemos el 6 de diciembre siguiente.

Antes de ser embalsamado le fue extraído el corazón, el cual fue depositado en la iglesia de los Desamparados, que él había ayudado a edificar. Al año siguiente, al trasladarse su viuda a España, el cadáver del conde fue enterrado en su natal Monforte de Lemos.

 

Bibl.: D. de Vivero y J. A. de Lavalle, Galería de retratos de los gobernadores y virreyes del Perú (1532-1824), Barcelona, Maucci, 1909; M. de Mendiburu, Diccionario Histórico Biográfico del Perú, t. V, Lima, por Evaristo San Cristóval, 1933, págs. 163-177 (2.ª ed.); J. Basadre, El Conde de Lemos y su tiempo (Bosquejo de una evocación y una interpretación del Perú a fines del siglo xvii), Lima, EE. EE. AA., 1945; G. Lohmann Villena, El Conde de Lemos, Virrey del Perú, Madrid, Publicaciones de la Escuela de Estudios Hispano-Americanos de la Universidad de Sevilla, 1946; R. Vargas Ugarte, SI, Historia general del Perú. Virreinato (1596-1689), t. IV, Lima, Carlos Milla Batres, 1966; L. Hanke (ed.), Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la Casa de Austria. Perú, vol. IV, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, 1979, págs. 235- 306; A. Nieto Vélez, SI, Francisco del Castillo. El apóstol de Lima, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 1992.

 

José de la Puente Brunke