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Ana María Lorenza de Loyola Coya

Biografía

Loyola Coya, Ana María Lorenza de. Ana María Lorenza García Sayri Tupac de Loyola; marquesa de Santiago de Oropesa (I). Concepción (Chile), 1593 – Madrid, 7.XII.1630. Noble.

También conocida como Ana María Lorenza García Sayri Tupac de Loyola, fue la única hija de Beatriz Clara Coya y el capitán Martín García Óñez de Loyola. Nació en Chile por haber sido nombrado gobernador de Chile su padre. Con respecto a su ascendencia materna, sus abuelos eran Diego Sayri Tupac y María Cusi Huarcay; ambos, hijos de Manco Inca, el gran rebelde incaico que cumplió el papel de líder del imperio Neoinca de Vilcabamba, un título que Sayri heredó. Sayri Tupac gobernó junto con la coya Cusi Huarcay, siendo Beatriz el único fruto de su matrimonio, por lo que era una princesa incaica de gran importancia.

En relación al padre de Ana, era conquistador español del País Vasco y descendiente directo de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús en 1540. Nacido en 1549, Martín llegó a Perú en 1569. Lideró la expedición a Vilcabamba en 1572 que logró capturar al medio hermano de Sayri Tupac llamado Tupac Amaru, quien había heredado el liderazgo después de la sumisión de Sayri a los españoles y el fallecimiento del medio hermano mayor de Tupac, Titu Cusi. Considerado un rebelde, Tupac Amaru fue condenado a muerte. El premio que Martín recibió por entregar al líder a los españoles fue casarse con Beatriz Clara Coya, la sobrina de Tupac Amaru. Doce años después de su compromiso, la boda finalmente tuvo lugar en 1590, tras años de disputas con el español, que había violado a Beatriz de niña y que, por tanto, afirmaba estar comprometido con ella.

No mucho después de la boda, Martín fue promovido a la posición de gobernador de Chile y Beatriz a la posición de gobernadora o primera dama de Chile, por lo cual la pareja se mudó de Cusco a esa región en 1592.

Llegó al mundo su hija mestiza, Ana María Lorenza de Loyola Coya, un año después, en la ciudad chilena de Concepción en la actual región del Biobío. Ana era un símbolo de la unión de la realeza incaica con el catolicismo español (por ser familiar del fundador de los jesuitas).

Vale la pena mencionar que, en aquel entonces, Beatriz Clara Coya compró una capilla funeraria para sí misma y su familia en el Convento de Santo Domingo en Cusco, que era el antiguo Coricancha, un complejo de templos incaicos. De hecho, las momias de sus antepasados (anteriores coyas y emperadores) solían ser colocadas allí en ciertas épocas del año. Pareciera que la madre de Ana tuviera la intención de que su hija algún día fuera enterrada en tal convento y muy pronto después del nacimiento de su bebé, la madre parecía estar contemplando esta idea.

Sin embargo, no fueron ni Beatriz ni Ana las primeras en morir, sino Martín Óñez de Loyola. Perdió su vida en una batalla contra los mapuches (también llamados araucanos), quienes eran guerrilleros expertos y nunca fueron sometidos por los españoles. Este evento, que sucedió el 23 de diciembre de 1598, cuando Ana tenía la edad de 5 años, provocó que la madre e hija fijaran su residencia de nuevo en Perú, siguiendo la orden del marqués de Salinas. Beatriz escogió Lima (en aquel entonces conocida también como Ciudad de los Reyes), la capital del virreinato, para residir con su medio hermana mestiza, Melchora Sotomayor Coya. El viaje, de más de 3.700 kilómetros, marcó la primera vez que Ana vio el país natal de su madre.

Por desgracia, aproximadamente un año después de su llegada, Beatriz murió el 21 de marzo de 1600 a los 43 o 44 años. A la tierna edad de 7 años, Ana de Loyola Coya se había quedado huérfana de ambos padres.

Dado que repentinamente había heredado una gran fortuna de sus padres, la niña se convirtió en una futura esposa muy deseable. Esto la puso en una situación muy delicada, junto con el hecho de que por parte de su madre era princesa incaica muy respetada por la población indígena y por parte de su padre la hija de un español de alto rango. Por lo cual, al igual que su prima en la distancia, Francisca Pizarro Yupanqui, llegó la orden de que Ana fuera exiliada a España por temor a que se le utilizara como peón en una posible conspiración de rebelión contra el rey de España. En 1603, apenas tres años después de la muerte de su madre, la niña de 10 años tuvo que atravesar el océano Atlántico para quedarse en la península ibérica bajo la tutela de un primo lejano por matrimonio, Juan de Borja y Castro. A tan tierna edad, perdió a sus progenitores y luego su hogar para viajar a un continente desconocido. A pesar de los grandes y múltiples riesgos de navegar el mar en esa época, la mestiza llegó exitosamente a su destino.

La niña creció hasta convertirse en una señorita de 17 años de valentía. Para entender el gran logro de Ana, hay que volver al año 1572 en que el virrey había confiscado cuatro pueblos en el valle de Yucay en Perú que pertenecían a los incas de Vilcabamba. Martín había contestado el hecho, pero el tribunal tardó en solucionar el asunto y Martín murió sin verlo resuelto. Por fin en 1610, el Consejo de Indias se manifestó a favor de Ana y pudo heredar lo que le correspondía. Sin embargo, el proceso había durado casi cuatro décadas, así que Ana comenzó un juicio contra la Corona para recuperar 40 años de ingresos. Tras varias negociaciones, aceptó recibir una pensión considerable, la formación de un feudo en sus tierras y ser conocida como la primera marquesa de Santiago de Oropesa, tomando el nombre del pueblo principal en su territorio, que se encuentra a unos 25 kilómetros al este de Cusco. Constituyó el primer título noble otorgado en el virreinato de Perú.

Al año siguiente se casó con un caballero español rico y poderoso, elegido por el rey Felipe III, a la edad de 18 años. El señor se llamaba don Juan Enríquez de Borja y era sobrino del santo jesuita Francisco de Borja y a la vez sobrino del tutor de Ana.

Como si no fueran suficientes sus consecuciones de 1610, el rey Felipe III la reconoció en 1614 como la “única heredera legítima del Imperio Inca”, que se trataba más bien de un título honorífico. La historiadora peruana María Rostworowski indica que Ana de Loyola Coya tuvo la suerte de que su distinguida sangre indígena fuera reconocida. El honor que se le mostró se debió en gran parte a que sus abuelos incaicos habían sometido a los españoles. Son innumerables las otras mujeres de la nobleza incaica que no fueron tan afortunadas.

La mayoría de mestizos exiliados a España por la Corona española no volvieron a ver el virreinato de Perú; fue el caso de Francisca Pizarro Yupanqui, Inés Pizarro Inguill o Inca Garcilaso de la Vega. Sin embargo, doña Ana viajó a Perú junto a su esposo en 1615. En aquel país, la pareja recibió un cordial saludo de parte de los indígenas, que se sentían orgullosos de ella. La marquesa dio a luz a sus tres hijos en Lima; el mayor, llamado Juan Francisco, nació el 29 de diciembre de 1615. Por ser una cuarta parte indígena y tres cuartas partes españolas, se les consideraba a los hijos como “castizos”. Después de su estancia en la capital, la familia vivió en el valle de Yucay durante siete años.

Ana de Loyola Coya y Juan Enríquez de Borja regresaron a Madrid con sus hijos en 1627. Tres años más tarde, el 7 de diciembre de 1630, Ana fallecía a la edad de 36 años. Heredó su título noble su hijo mayor, Juan Francisco, convirtiéndole en el marqués de Santiago de Oropesa. El tercer individuo en gozar del marquesado fue la hija de Juan Francisco y, de tal forma, el título se mantuvo en la familia.

La única imagen disponible de la prominente marquesa no es contemporánea, sino que data del siglo XVIII y procede de una obra de un pintor cusqueño anónimo. Se trata de la inmortalización de dos bodas, titulada Matrimonios de Martín de Loyola con Beatriz Ñusta y de Juan de Borja con Lorenza Ñusta de Loyola, demuestra lo que se describe en su título y Ana aparece en primer plano a la derecha. La pintura incluye la presencia de ambos santos, Ignacio de Loyola y Francisco de Borja, que se encuentran entre las dos parejas. Alojada en el Museo Pedro de Osma en Lima, detrás de los padres de la marquesa, se ve a sus abuelos maternos, Sayri Tupac y Cusi Huarcay, que tiene un pájaro en la mano. La harmonía de la pintura no otorga una representación realista de la historia. Esconde el conflicto entre los incas de Vilcabamba con los españoles y además omite la disputa que tuvo lugar entre Ana y la Corona Española para que ella consolidara su riqueza y se convirtiera en marquesa.

 

Bibl.: E. Dunbar Temple, “El testamento inédito de doña Beatriz Clara Coya”, en Revista Nacional de Lima, 7 (1950), págs. 109-122; J. Hemming, The Conquest of the Incas, London, Pan Macmillan, 1993; K. Burns, “Gender and the Politics of Mestizaje: The Convent of Santa Clara in Cuzco, Peru”, en The Hispanic American Historical Review, 78 (1998), págs. 5-44; K. Nowack, “Como cristiano que soy’. Testamentos de la elite indígena en el Perú del siglo XVI”, en Indiana, 1 (2006), págs. 51-77; R. Quispe-Agnoli, “Taking Possession of the New World: Powerful Female Agency of Early Colonial Accounts of Perú”, en Legacy, 28 (2011), págs. 257–289; G. Muto (dir.), Estrategias culturales y circulación de la nueva nobleza en Europa (1570-1707), Aranjuez (Madrid), Doce Calles, 2015; M. Rostworowki, Mujer y poder en los Andes Coloniales, Lima, Instituto de Estudios Peruanos (IEP), 2015).

 

Helen Pugh

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