Palma, Luis de la. Toledo, 1559-1560 – Madrid, 20.IV.1641. Jesuita (SI), escritor espiritual.
Alonso de Andrade recuerda que era hijo de “padres nobles y ricos de los bienes de fortuna”, a los que él precisamente había conocido. Lo cierto es que Luis de la Palma escribió la Vida de su padre, Gonzalo de la Palma, ejemplo de caballero cristiano en el siglo xvi y notable protector de la Casa Profesa de Toledo, el cual ayudó a los jesuitas a comprar los terrenos donde se habían establecido finalmente. Eran una familia de once hijos de los cuales otros dos fueron jesuitas: Esteban (1566-1636) y Gabriel (muerto en 1594). Pudo comenzar su formación en el colegio toledano de Santa Catalina, elevado a Universidad en 1520. Antes de entrar en la Compañía contaba con el grado de bachiller en Artes, habiendo podido acudir a la Universidad de Alcalá. Luis de la Palma confesaba haber estudiado dos años en la ciudad complutense, acompañado de su hermano Fernando, cuando podía contar entre doce y quince años. Con esta última edad fue admitido en la Compañía por el provincial de Toledo, Antonio Cordeses.
Fue remitido a la casa de probación de Alcalá, pasando posteriormente a la de Navalcarnero. Además existía un noviciado en Villarejo de las Fuentes desde 1567, pero se había establecido un grupo de novicios en Alcalá, aunque después fueron trasladados a la segunda de las ciudades. En la ciudad complutense pudo tener como maestro de novicios —según lo confirma él mismo en Camino Espiritual— a Luis de Guzmán. Tras hacer los votos del bienio, Luis de la Palma regresó al Colegio de Alcalá donde cursó Filosofía primero y Teología después, mientras leía esta materia Gabriel Vázquez. Se distinguió por su capacidad intelectual y una vez que realizó su Acto, comenzó a enseñar Teología en el Colegio de Murcia, perteneciente también a la provincia jesuítica de Toledo. La interrupción de este ministerio lo fija el que fuera su secretario, Francisco Aguado, por la ausencia de salud. Por esta razón, el padre Palma fue nombrado predicador del Colegio de Madrid. Eran los primeros años noventa. Andrade retrataba sus cualidades como orador y su efectividad en el camino de la predicación. Los superiores, posteriormente, le consideraron apropiado para el gobierno del Colegio de Talavera en febrero de 1592. Una casa que había sido fundada diez años antes por el cardenal Quiroga, aunque su primer rector había sido precisamente Luis de Guzmán.
Tras sufrir cuartanas —que le obligaron a salir de Talavera— y con la necesidad de acudir a la última enfermedad de su padre Gonzalo, Luis de la Palma escribió en forma de carta y dirigida a su hermano, el mencionado jesuita Esteban de la Palma, la biografía de su predecesor. En ese año de 1595 y mientras se hallaba en Toledo, pronunció su profesión de cuatro votos. Concluido el trienio de su rectorado en Talavera un año después, prosiguió con su oficio de predicador en el Colegio de Madrid. Eran los últimos días del reinado de Felipe II y muchos de los destacados de aquella Corte acudieron a este jesuita como confesor y director espiritual. Por aquellos años vivió muy cerca del padre Ribadeneira, residente en Madrid desde 1593. Pudo así recoger muchos de los conocimientos de este destacado escritor, llegando a reunir algunos de sus trabajos tras su muerte. Ribadeneira, por su parte, consideró que Luis de la Palma era uno de los jesuitas más destacados de la Compañía, indicando que si hubiese dependido de él, le hubiese nombrado prepósito general.
Tras la muerte de Felipe II y la llegada al poder del duque de Lerma, éste y su círculo más próximo consideró que Luis de la Palma no era adecuado para tenerlo cerca, pues había dirigido a muchos de los hombres del reinado anterior. Precisamente, en 1599, Claudio Aquaviva le encomendó el oficio de inspector —muy promovido por el general napolitano para la vigilancia de la observancia de los colegios—, proyectando este trabajo sobre las casas de la Provincia de Toledo, al mismo tiempo que Luis de La Puente hacía lo propio con las de Castilla. Sin embargo, la Palma convenció a Aquaviva de la ineficacia de este oficio, de lo que entraba en competencia con otros y consiguió la supresión del mismo. En aquellos momentos se encontró vacante el rectorado del noviciado de Villarejo de Fuentes, en Cuenca, cuyos novicios pasaron después a Alcalá y Madrid, fundado en la Corte por la marquesa de Camarasa. La falta de salud condicionó su regreso a Villarejo con parte de los novicios, quedando el resto en la nueva casa de Madrid, bajo el gobierno del que había sido ayudante del padre Luis Francisco Aguado. De esta manera, se había distinguido durante más de diez años como un hombre de formación de novicios —quizás unos doscientos pasaron por él— para su Provincia de Toledo.
De nuevo, los superiores le enviaron como rector a Alcalá en 1607, siempre una importante cantera para los jesuitas. Promocionó en aquellos años las congregaciones marianas e impulsó la práctica de los ejercicios espirituales. Los estudiantes fueron muy atendidos por este rector, especialmente a través de la mencionada Congregación, realizándoles además las pláticas pertinentes. Fundó también una para sacerdotes y otra para seglares. Impulsó la celebración de las fiestas por la beatificación de Ignacio de Loyola en 1609, implicando al patrono de la casa, el marqués de Mondéjar, así como al Cabildo de la Iglesia Colegial de San Justo y a la Universidad. Se ocupó de la publicación de las obras que había dejado inéditas Gabriel Vázquez, tras su muerte inesperada en la casa de campo del Colegio “Jesús del Monte”. Eran días de grandes teólogos, escritores y ascetas. Por aquellos años se encontró con el caso de las “Sagradas Formas”, aquellas que un penitente forastero había entregado al jesuita Juan Juárez, afirmando que estando consagradas, habían sido robadas de un sagrario por algunos moriscos. Tras haberlas situado en un lugar digno por consejo de Gabriel Vázquez, el rector Luis de la Palma las volvió a examinar y con el apoyo del provincial testimonió su incorruptibilidad. Fueron situadas en el relicario próximo al altar mayor y las volvió a examinar como provincial de Toledo en 1615. Un año después mandaba que fuesen situadas en el sagrario del altar mayor dentro de un “cofrecito de tortuga”, insistiendo en la incorruptibilidad de las mismas.
Cuando finalizó su trienio como rector de Alcalá en 1610, Palma se retiró al noviciado de Madrid, empleándose en la vida de un novicio. Allí pudo conocer, al año siguiente, la muerte de su admirado Ribadeneira. Oficialmente era predicador, consultor y admonitor. Siguiendo los ejercicios ignacianos, entregó a la imprenta su obra Camino de Perfección. Sin embargo, los superiores le enviaron como operario al Colegio de Murcia, a sesenta leguas de la Corte. En la ciudad del Segura se convertía en 1612 en rector de la casa. Se mostró preocupado por la población de negros y mestizos que vivían en la ciudad, necesitados a su juicio de la pertinente doctrina cristiana. Encomendó a un jesuita que reuniese a este colectivo todos los domingos y en las principales fiestas, pidiendo que otro se dedicase a la conversión de la población de esclavos moros. Vivía entonces el Reino de Murcia las consecuencias de la expulsión de los moriscos. Una estrategia de evangelización que se extendía a los pueblos y aldeas en forma de misiones populares: “iban por la mañana a pie, predicaban a mediodía, hacían la doctrina por la tarde y volvían a la noche a casa”. Dos jesuitas del colegio debían estar misionando continuamente por el obispado de Cartagena, predicando el propio padre Luis en el colegio cada tarde de los domingos. Como recuerda Andrade, los sermones se fijaron en las Cartas del apóstol San Pablo.
Tras la conclusión del gobierno provincial sobre Toledo de Hernando Lucero, los superiores se lo encomendaron a Luis de la Palma, llegando la patente con fecha de noviembre de 1614. Alentó a los operarios que salían mucho de sus casas, les animó a los trabajos entre los más pobres, impulsó la confesión en los colegios que visitaban, dirigía pláticas a los estudiantes y fundó, una vez más, congregaciones. Puso mucho interés en las misiones populares, solicitando ayuda a expertos operarios que venían de otras provincias como la de Castilla. También en aquellos días se fundó, por el duque de Lerma, la Casa Profesa de Madrid, además de los colegios de Alcaraz, Guadalajara y el de la villa de Brozas. La fundación del valido servía para acoger el cuerpo de su abuelo Francisco de Borja, traído desde Roma a instancias del duque en diciembre de 1617, antes de producirse su beatificación en 1624.
A partir de 1618 inició el rectorado sobre el Colegio Imperial de Madrid, tiempos de expansión del prestigio de la Compañía, con las fiestas de la beatificación de Francisco Javier en 1620, las trazas y el comienzo de la construcción del edificio y la presencia del rey Felipe IV en la colocación de su primera piedra. Conoció Palma los tiempos en que se producían cambios políticos junto al Monarca, lo que también suponía un mayor o menor acercamiento de los hombres de gobierno a los jesuitas y a sus obras, así como el peligro del desarrollo de actitudes aulicistas por parte de los miembros de la Compañía. Luis de la Palma —como confirma su antiguo ayudante— quiso permanecer ajeno a los juegos políticos que se pudiesen generar entre los confesores de los hombres de gobierno, sobre todo cuando el conde-duque de Olivares le llamó a su lado y el jesuita se resistió a acudir. Tras finalizar su trienio de gobierno, el padre Palma permaneció en el Colegio Imperial aunque como ayudante del predicador principal, atendiendo además a las congregaciones de sacerdotes, estudiantes, seglares y abogados y distinguiéndose como director espiritual.
Desde 1627 fue consultor de la Provincia de Toledo, en el mismo año en que preparaba para la imprenta su célebre Historia de la Pasión, además de otras obras. Aquella, que contó con nuevas traducciones y ediciones, era una exposición de la tercera semana de los ejercicios, presentada en forma de “historia evangélica”, donde el autor permitía la concordia de los cuatro evangelistas, comunicando al lector un estilo intensamente lírico, convirtiéndose en una pieza única para la lectura espiritual. Para aquel año de 1627 había concluido su segundo período de gobierno de la Provincia de Toledo, iniciado tres años antes. Cumplió en aquellos momentos con el acercamiento de la Casa Profesa de Madrid desde las afueras y proximidades de las casas del duque de Lerma hasta el centro de la Villa y Corte, en la concurrida plaza de Herradores, aunque con la oposición de la familia del que había sido valido. Mayores problemas supuso el recoger la obra de Juan de Mariana “Sobre las cosas dignas de remedio en el gobierno de la Compañía”, impidiendo su publicación a través de la Inquisición; los debates que se generaron por la organización de los estudios del Colegio Imperial, los Estudios Reales, impidiendo que nada se hiciese en contra de las Constituciones del Instituto; la vigilancia sobre la actuación política efectuada desde su puesto de confesor por el padre Hernando de Salazar, alejando a los jesuitas aulicistas y cortesanos del ámbito madrileño; así como los primeros pasos de los tumultuosos pleitos de los diezmos, entre la Compañía y las iglesias catedrales de España.
En el mencionado año de 1627, tras dejar de ser provincial, se convirtió en prepósito de la Casa Profesa, aunque como indica Alonso de Andrade, “como la casa estaba tan en sus principios hubo de trabajar en acomodarla”. Fueron tantos los continuados esfuerzos, que su sucesor como provincial, Francisco Aguado, le permitió retirarse al noviciado de Villarejo. Una disposición que no aceptó el prepósito general, pues desde 1629 le convertía —por segunda vez en su vida— en rector del Colegio de Alcalá. Se preocupó Luis de la Palma, en aquellos momentos de la observancia religiosa de los jesuitas que allí vivían y se formaban, llamando a su lado a algunos maestros espirituales. Impulsó la escucha de los sermones de importantes predicadores, cuidó la vida de las congregaciones —no reducidas a los religiosos, sino extensivas a los seglares y a los estudiantes—. Tuvo noticia de la necesidad de misiones que existía en las islas Canarias, por lo que permitió el envío de Alonso de Andrade y Miguel de Mompeán, haciendo el primero de ellos minucioso relato de los trabajos. De nuevo se mezclaron los asuntos políticos del reinado de Felipe IV en el período de gobierno alcalaíno de este jesuita. Luis de la Palma intervino en las tensiones que se generaron entre Felipe IV y la propia Compañía de Jesús, con motivo de la correspondencia del que era confesor del emperador Fernando II, el padre Guillermo Lamormaini, el cual se había mostrado escasamente afecto a la Monarquía hispánica, a pesar de la teórica afinidad política que existía entre los Habsburgo de Madrid y los de Viena. El Monarca llamó a su presencia, en noviembre de 1631, a los provinciales peninsulares de la Compañía y el de Toledo, Juan Pacheco, consideró oportuno llevar junto a sí a un hombre de consejo como era Luis de la Palma. Fue éste el que informó al prepósito general Mucio Vitelleschi de las quejas que contra él y contra la propia Compañía había esgrimido el Monarca. Vitelleschi, por su parte, respondió a través de una carta dirigida al provincial de Toledo con el fin de que éste se la expusiera a Felipe IV y a su hombre de confianza que era el condeduque de Olivares. Eso sí, Vitelleschi consideró que Luis de la Palma era un hombre débil en el gobierno y uno de los responsables de la crisis que se produjo en su Provincia.
Aunque había dejado de ser rector, los superiores no le quisieron retirar a lugar desierto y oculto, sino que permaneció en Madrid como consultor de la Provincia, tal y como quedó patente en los catálogos. Vivió entre libros, confesiones y pláticas en el Colegio Imperial los últimos siete años de su vida, de los cuales los cinco más postreros se encontraba imposibilitado para leer, necesitando ojos y manos ajenas para poder continuar escribiendo las obras que había iniciado.
Contaba con 81 años a la hora de su muerte.
Obras de ~: Biografía de su padre, el Sr. Gonzalo de la Palma, 29 de abril de 1595, Madrid, Imprenta F. Maroto e hijos, 1879 [publicada en El Mensajero del Corazón de Jesús, vol. 22, II (1901), págs. 403-412, 501-511; vol. 23, I (1902), págs. 19-30, 112-123, 215-226, 308-318]; Carta de la vida y muerte del P. Francisco de Porres de la Compañía de Jesús, Madrid, 1621; Meditaciones o Historia de la Sagrada Pasión sacada de los cuatro evangelistas, Alcalá de Henares, por Juan de Orduña, 1624; Camino Espiritual de la manera que lo enseña el bienaventurado Padre San Ignacio en su libro de Exercicios, Alcalá de Henares, por Juan de Orduña, 1626; Práctica y breve declaración del Camino Espiritual, como lo enseña el B.P. Ignacio, Fundador de la Compañía de Iesus en las qvatro semanas de su libro de los Exercicios, Madrid, por la viuda de Alonso Martín, 1629; Medico religioso de las enfermedades espirituales y sus remedios, compuesto en latín por el padre Carlos Scribani de la misma Compañía de Iesus; traducido en romance por el padre Luis de la Palma de su misma Compañía de Jesús, Madrid, por la viuda de Alonso Martín, 1635; Del uso y abuso de la Santa Comunión, Preparación para la Comunión, Meditaciones sobre la vida y muerte de la Santísima Virgen, trad. por N. Bonaert, Dryderhande Trátate d’Eerste, Amberes, 1662; Vida del Padre Pedro de Ribadeneira, Buenos Aires, Imprenta de Mayo, 1859; Piisima, oficios del Corazon de Jesús, de la Inmaculada, de San José y Rejol de la Pasión, Madrid, Gr. Del Almo, 1890; Obras completas, ed. de C. M.ª Abad, Madrid, Ediciones Atlas, 1961- 1963 (Biblioteca de Autores Cristianos, n.os 144, 145 y 160), 3 vols.; Obras, ed. de F. X. Rodríguez Molero, Madrid, Editorial Católica, 1967; Carta al Padre Vitelleschi (1631) sobre las acusaciones del Rey a la Compañía, trad. en Précis historiques, 43 (1894), págs. 209-213.
Bibl.: F. Aguado, Carta que escriuio el Reverendo Padre Francisco Aguado, Provincial de la Compañía de Iesus en la Prouincia de Toledo, a los Colegios de dicha prouincia dando cuenta de la muerte del Padre Luis de la Palma de la misma Compañía, Madrid, 1641; A. de Andrade, Varones Ilustres en santidad, letras y zelo de las almas de la Compañía de Iesvs, Tomo quinto, a los qvatro que saco a lvz el Venerable y Erudito Padre Iuan Eusebio Nieremberg, de la Compañía de Iesus, Madrid, Joseph Fernandez de Buendía, 1666, págs. 303-345; C. Sommervogel, Bibliothèque de la Compagnie de Jésus, Bruxelles, Oscar Schepens, 1894, vol. VI, págs. 150-155, vol. XII, pág. 1118; F. Cereceda, “Carta necrológica sobre el padre Luis de La Palma”, en Manresa, 17 (1945), págs. 155-161; C. M.ª Abad, “Recopilación, introducción y notas”, en Obras completas del Padre Luis de La Palma, de la Compañía de Jesús, Madrid, Ediciones Atlas, 1961, págs. I-XXXVII; C. M. Mesa, “El inmarchito Luis de la Palma”, en Boletín Academia Colombiana, 24 (1974), págs. 447-449; F. Rodríguez Molero, “Palma, Luis de la”, en Ch. O’Neill y J. M.ª Domínguez, Diccionario Histórico Compañía de Jesús, vol. III, Roma-Madrid, Institutum Historicum Societatis Iesu, Universidad Pontificia Comillas, 2001, págs. 2960-2961.
Javier Burrieza Sánchez