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Francisco de Toledo

Biografía

Toledo, Francisco de. Córdoba, 4.X.1532 – Roma (Italia), 14.IX.1596. Jesuita (SI), teólogo del Santo Oficio, predicador del Papa, diplomático y cardenal.

Ángel Santos Hernández lo ha definido como una de las grandes personalidades en los ámbitos de la filosofía, de la teología y del estudio de la Sagrada Escritura, aunque no siempre supo desarrollar adecuadamente su condición de jesuita, lo que generó un importante debate dentro de la Compañía de Jesús sobre la aceptación y promoción de las dignidades eclesiásticas, plasmado en sucesivos Memoriales.

Como ocurrió con otros jesuitas, como Juan Alfonso Polanco y Gaspar de Loarte, el cordobés Francisco de Toledo era de ascendencia de cristianos nuevos.

No todos los autores aceptan una fecha concreta de su nacimiento. Su padre Alfonso de Toledo era escribano y de la mencionada ascendencia judía. De su entrada en la Compañía de Jesús informaba el propio Francisco de Borja al entonces prepósito general Diego de Laínez: “En Salamanca se han aceptado dos sujetos, raros en su manera. El uno es el Maestro Toledo, tenido por la mejor habilidad de aquella Universidad en Artes y Teología” (Monumenta Historica Societatis Iesu, Borgia III: 340). En ese momento, era catedrático de Artes en esa Universidad, en su Facultad preparatoria. Había escuchado estas lecciones en la Universidad de Zaragoza —también Astrain había dicho en Valencia, pero esto no es aceptado—. Ya, en el libro de matrículas de la Universidad de Salamanca del curso 1556-1557, aparecía su nombre, oyendo las lecciones del prestigioso dominico Domingo de Soto, el cual afirmó que su intelecto era prodigioso. Podía haber llevado a efecto una situación simultánea como catedrático de Artes y estudiante de Teología. De ahí que Borja le calificase como “una de las cosas raras que en Salamanca había”. También la información de entrada en la Compañía indicaba que era sacerdote, pues afirmaba que “es de misa”.

Finalmente, fue recibido en el Colegio de Salamanca, justo diez años después de la fundación de éste, mencionando tras el examen, algunos de los datos familiares anteriormente señalados. Detalla, además, el reparto de sus hermanas, dos casadas, tres monjas y otras dos “doncellas” y, por tanto, no casadas, además de un hermano. Francisco de Toledo reunía una bagaje importante, no sólo intelectual, formativo, sino también de preparación teológica. Su paso por el noviciado de Simancas —el primero de la Compañía en España, todavía en vida de Ignacio de Loyola— fue breve y de manera rápida Laínez lo llamó a Roma para ser profesor y enseñar en el Colegio Romano, por indicación de Francisco de Borja.

El que era entonces comisario para España y Portugal, subrayaba a su superior general que al maestro Toledo su Universidad se lo disputaba en Salamanca: “En Salamanca tenía toda la Universidad puestos los ojos en él, y llevó cátedra allá de veinticuatro años o veintitrés, que fue cosa harto nueva” (Borgia III: 433-434).

Como se ve, para Francisco de Borja, la entrada en la Compañía no significaba el olvido de una etapa anterior.

En una epístola posterior, subrayaba las muchas materias que la preparación intelectual le permitían leer: “Puede leer donde quiera Teología, Artes, Matemáticas, Fisiología, etc., y Gramática, si fuere menester; y tiene grande inclinación a cosas de estudio, y para ello muchas fuerzas” (Borgia III: 454).

Con todo, Francisco de Toledo empezaba a manifestar su rebeldía. El propio Borja advertía que era mejor tratarle con suavidad para asegurar la obediencia. Fue, a finales de mayo de 1559, cuando este jesuita llegó a Roma y comenzó a leer sucesivamente Metafísica, Dialéctica y Lógica, así como Física y Metafísica después.

Con todo este primer bagaje, Francisco de Toledo pudo ofrecer sus comentarios a Aristóteles. Considerando la utilidad de estos textos, sus superiores impulsaron la impresión de los mismos para el uso de los estudiantes jesuitas, tratando de evitar que tuviesen que ser escritos. Era un importante avance en el ámbito de lo pedagógico, la introducción de los libros de textos que sustituyesen a los “apuntes” y evitasen el dictado. De esta manera, se convirtió en autor de uno de los primeros textos académicos. Entre 1562-1563 y 1569, Francisco de Toledo comenzó a leer Teología, comentando la Suma de santo Tomás de Aquino. Naturalmente, también Francisco de Toledo escribió sus comentarios teológicos, aunque éstos no fueron editados de manera temprana, pues fueron publicados por el padre Paria en el siglo xix. Al mismo tiempo, este jesuita dirigió los ejercicios prácticas de moral o casos de conciencia, una disciplina que resultaba muy práctica en la vida pastoral, siendo publicado este texto poco tiempo después de su muerte como “Instructio sacerdotum”.

En realidad, llevaba diez años en la Ciudad Eterna cuando un Sumo Pontífice que había sido fraile dominico, Pío V, le nombró teólogo de la Sagrada Penitenciaría y de la Inquisición, además de predicador ordinario del Papa y del Colegio de cardenales, así como consultor del Santo Oficio y de casi todas las congregaciones romanas. Sermones muy elogiados, por ejemplo, por el cardenal Federico Borromeo, destacando su amenidad pues afirmaba que nunca se escuchaban “con tedio”.

Con estos oficios se mantuvo por espacio de veinte años. Como predicador era tan clarividente que ni siquiera se detenía delante de algunos pontífices de carácter como ocurría con Sixto V. Pío V le había hecho morar en el palacio pontificio y todavía su puesto en la curia romana le irá alejando todavía más de la Compañía de Jesús. Gregorio XIII indicaba que ningún asunto importante que ocurriese en Roma se había dejado de consultar anteriormente con Francisco de Toledo. Incluso, en 1570, fue llamado a intervenir en el proceso contra el arzobispo Bartolomé de Carranza, el cual había sido trasladado a la Ciudad Eterna. Se desconoce hasta qué punto le fue favorable a este prelado que había recibido de tan buen grado a los jesuitas en la ciudad imperial de Toledo. El jesuita podía entender este proceso, pues su origen era el de una familia conversa. Aquella separación de la Compañía iba a culminar, cuando fue promovido al cardenalato.

Antes habrían de comenzar sus misiones o legaciones diplomáticas. En primer lugar, en 1571, habría de acompañar al cardenal Commendone, legado pontificio en Polonia, Alemania y Austria. Los jesuitas alemanes preguntaron sobre aquella situación que se había planteado en aquel país acerca de la opinión —que había sido apoyada por Pío V— por la cual se podía percibir un interés de un cinco por ciento sobre una cantidad prestada. Habitualmente, los católicos de aquel ámbito se identificaban con la doctrina tradicional en la que se anunciaba la inmoralidad de la percepción de cualquier interés. El asunto debía de ser tratado, a juicio de Francisco de Toledo, en Roma e incluso él presidiría una comisión que examinase el tema dentro de la Congregación General de la Compañía.

En 1572, habría de dirigirse al rey Segismundo II de Polonia. En ese mismo momento, el papa Gregorio XIII le pedía que acudiese a Viena para entrevistarse con el emperador Maximiliano II, primo hermano y cuñado de Felipe II de España, para que diese su aprobación sobre la concesión del título de gran duque otorgado en 1569 por su antecesor a Cósimo I de Toscana. Este mismo pontífice le hacía legado pontificio a Lovaina con el fin de conseguir la sumisión de Miguel Bayo, tras haber sido condenadas sus proposiciones en 1567, sin que por ellos se despertasen los recelos de los teólogos. Un problema que, tanto Felipe II como la Universidad, le pidieron al papa Gregorio que lo solucionase a través de un legado pontificio. Francisco de Toledo llegaba a Lovaina en marzo de 1580, entrevistándose personalmente con el propio Bayo, el cual terminó reconociendo sus errores ante la Facultad universitaria. A pesar de los trabajos del padre Toledo, los partidarios de Bayo continuaron teniendo una notable presencia.

Francisco de Toledo colaboró en la edición de las Biblias Sixtina y Clementina, junto con el papado.

El mencionado Gregorio XIII lo nombró miembro de una comisión que habría de conseguir la revisión crítica del texto, ocupándose durante mucho tiempo de estas tareas. Posteriormente, Gregorio XIV nombraba una comisión de cardenales que contaban con la asistencia de expertos entre los que se hallaba el jesuita Toledo. Tras otros breves pontificados, con el papa Clemente VIII —el que habría de cerrar el siglo xvi— le confió casi en exclusividad este trabajo a Toledo, contribuyendo el de la Compañía con sus propias notas. La revisión sería finalizada el 28 de agosto de 1592, publicándose como la Vulgata Clementina —concluida en el pontificado del mencionado Pontífice—, cuando en realidad, como señala Ángel Santos Hernández, se tendría que haber denominado como “Vulgata Toletana”. Tal influencia no fue extraña para que el Pontífice dictaminase su promoción al Colegio cardenalicio.

Sin duda, ésta fue la culminación de esa separación entre la Compañía de Jesús y Francisco de Toledo. Las Constituciones ignacianas establecieron que ninguno de los miembros de la Compañía pudiese aceptar dignidades, ni que pudiese ser nombrado obispo o promocionado al cardenalato. Sin embargo, también establecieron las excepciones oportunas, considerando que la Iglesia no podía verse privada de algunos de sus hijos más destacados. Francisco de Toledo habría de convertirse en un príncipe de la Iglesia de gran valía intelectual, muy capacitado para las relaciones sociales y para la superación de conflictos de diversa índole a través de la vía diplomática. Sin duda, este asunto iba a ser otro elemento más de enfrentamiento entre el quinto prepósito general, Claudio Aquaviva, y el propio Toledo, además de elevarse la tensión que existía por diversos asuntos con el papa Clemente. En menor medida, caso paralelo al de Toledo fue, años después, el de Fernando de Mendoza, confesor de los condes de Lemos, el cual intentó por todos los medios que Aquaviva acudiese a España. La solución de aquel otro se consiguió cuando el papa Pablo V nombró a Mendoza obispo de Cuzco.

Aquaviva, a través de un Memorial, hacía al pontífice Clemente recorrido sobre todos aquellos casos de promoción eclesiástica de miembros de la Compañía que no habían culminado. No ocultaba los problemas que Francisco de Toledo había tenido ya con algunos de sus predecesores en el gobierno de la Compañía. Decía este jesuita que había obtenido secretamente un breve de Gregorio XIII, ante la intención de sus superiores de “reducirle a vivir en el Colegio, sin ninguna singularidad, pues éstas eran de muy mal ejemplo para la juventud que allí se educa”.

Por el contrario, Aquaviva le había realizado algunos tentadores ofrecimientos pero Francisco de Toledo rehuía todas ellas e, incluso, intentó permanecer sólidamente en sus habitaciones de los palacios apostólicos, a pesar de las pretensiones de los camarlengos en las sucesivas sedes vacantes que vivió. Detallaba algunas particularidades de su modo de vivir, como era el tomar dinero, procurar beneficios eclesiásticos para sus parientes o incluso condescender con algunos particulares caprichos de los papas.

Los superiores de la Compañía de Jesús tenían que procurar evitar esta promoción, pues con ella se abrirían las puertas para la admisión de dignidades por parte de los jesuitas, sirviendo especialmente de “vía de escape” para con los miembros más difíciles, notables y bien apoyados de entre los del Instituto ignaciano.

Las faltas que Aquaviva había resaltado en su Memorial dirigido al papa Clemente fueron apoyadas por otros documentos de la época. Toledo rehuía la convivencia con otros jesuitas, pues ni siquiera aceptó el servicio de hermanos coadjutores y prefería contar con criados seglares. Aquaviva procuró la presencia de otros testimonios ante el papa Clemente o ante el Rey de España, Felipe II. Una de estas voces fue la siempre autorizada de Pedro de Ribadeneira, dirigida hacia el Monarca a través del secretario Juan de Idiáquez, miembro del Consejo de Estado. Un Memorial que se encuentra fechado el 10 de septiembre de 1592. Éste y otros documentos no fueron los únicos, aunque ninguno de ellos resultó efectivo, pues el Pontífice creaba cardenal a Francisco de Toledo el 17 de septiembre de 1593, con sesenta y un años de edad.

Una vez alcanzado este paso, los grupos más descontentos dentro de la Compañía creyeron oportuno que el cardenal Toledo presidiese la congregación general que se estaba preparando, la primera que iba a ser celebrada sin que el prepósito general hubiese fallecido.

Aquaviva ya no daba crédito a lo que se podía actuar contra él con la aparente anuencia de la Santa Sede. Un gesto de esta clase alentaría aún más la división de la Compañía, responsabilizando algunos de esta corriente al padre José de Acosta, muy cercano en la amistad con el nuevo cardenal Francisco de Toledo.

Este príncipe de la Iglesia pretendía introducir nuevos aspectos en la cotidianidad del Instituto ignaciano, cuya discusión no fue admitida en su totalidad por Clemente VIII. Uno de esos puntos de discusión fue el periodo de reunión de las congregaciones generales, ámbito de actuación y de intervención del cardenal Toledo en los asuntos internos de la Compañía de Jesús. Trató incluso de que el Papa nombrase a Aquaviva como arzobispo de su Nápoles natal, con el fin de que fuese retirado del gobierno de la Compañía. Por otra parte, ese nombramiento podría tener un efecto negativo, pues acercaría a Aquaviva a su posible promoción cardenalicia. Sin embargo, antes, Francisco de Toledo presentó su renuncia al capelo cardenalicio, cuando apenas hacía un año que lo había recibido.

Clemente VIII, naturalmente, no lo aceptó.

En otra de las misiones encomendadas a Francisco de Toledo, Clemente VIII no tuvo en cuenta la oposición de Felipe II de España a la llegada al Trono francés de Enrique de Navarra, con el nombre de Enrique IV, tras haber dado muestras de su supuesta conversión al catolicismo. El monarca español no podía considerar que aquella había sido una conversión sincera. Por eso, un contemporáneo de aquella importante circunstancia política había afirmado que Francisco de Toledo había sido el tercer responsable de la absolución de Enrique IV después de Dios y del papa Clemente.

En su testamento, Francisco de Toledo establecía un legado anual para que doce sacerdotes pudiesen decir una misa diaria en el altar de Santa María la Mayor, basílica romana que eligió para su enterramiento en prueba de su devoción mariana. El monarca francés se mostró agradecido a los trabajos que en su favor había prestado el cardenal Toledo. Por eso, estableció un servicio fúnebre en París, ordenando que se celebrasen misas de réquiem en todas las ciudades de Francia. Fue el propio Clemente VIII el que escribió el epitafio de su tumba, tras su muerte acaecida el 14 de septiembre de 1596, cuando contaba sesenta y tres años.

En el campo de la teología, Francisco de Toledo contribuyó a la revitalización de la escolástica en el siglo xvi que le tocó vivir. Sus mencionados Comentarios a la obra de Aristóteles fueron reimpresos en diversas ocasiones, continuando en ellos la línea interpretativa de santo Tomás de Aquino, el Doctor Angélico.

Después llegó su citada obra sobre casos de conciencia, cuya primera edición se sitúa en 1599. Pero su escrito más importante desde el punto de vista de la teología dogmática no fue publicado hasta la segunda mitad del siglo xix, In Summam Theologiae Sancti Thomas Aquinatis enarratio. A juicio de Donnelly, sus mejores obras podían ser los comentarios que escribió a los Evangelios de Juan y Lucas, así como a la carta del apóstol san Pablo a los romanos. Mostraba en sus escritos un sentido crítico que no era habitual, manifestándose como teólogo tan claro en la expresión como se había mostrado en la predicación. No fue, eso sí, un innovador como teólogo, pero puede ser retratado como el primer profesor del Colegio Romano que enseñó la predestinación en razón de los méritos previstos en el transcurso de la vida. Buena parte de su obra está esperando su publicación y se encuentra inédita, especialmente, su dimensión como orador.

Tampoco los historiadores de la Iglesia han dedicado esfuerzos definitivos para poner de relevancia sus aportaciones a través de una monografía.

 

Obras de ~: Introductio in Dialecticam Aristotelis, Roma, apud Valerium Doricum, 1561; Commentaria una cum quaestionibus, in universam Aristotelis Logicam, Roma, 1572; In octo libros de physica auscultatione, Venecia, 1573; In tres libros de anima, Venecia, 1574; “De distributione materiae in docenda philosophia”, en Monumenta Historica Societatis Iesu, Monumenta Paedagogica, ed. L. Lukács, Roma, Institutum Historicum Societatis Iesu, 1974, vol. II, págs. 436-438; In sacr. Ioannis Evangelium, Roma, 1588; Summa de instructione sacerdotum, Lyon, 1599 (ed. ampliada en Instructio sacerdotum, Roma, 1601); Commentarii in 12 cap. Evang. Sancti Lucas, Roma, 1600; In Ep. Ad Romanos, Roma, 1602; In Summam Theologiae Aquinatis enarratio, Roma, 1869, 4 vols.

 

Bibl.: J. E. Nieremberg, “Padre Francisco de Toledo”, en Firmamento religioso de luzidos astros en algunos claros varones de la Compañía de Jesús, Madrid, por María de Quiñones, 1644; C. Sommervogel, Bibliothèque de la Compagnie de Jesús, vol. VIII, Bruxelles, O. Schepens, 1898, págs. 63-82; A. Astrain, Historia de la Compañía de Jesús en su Asistencia de España, Madrid, Razón y Fe [1912], vol. II, pág. 64, vol. III, págs. 595-604, 630-633, vol. IV, págs. 55-59; M. Vázquez de Padilla, “Carta al Padre Arana sobre las virtudes del cardenal Toledo”, en Estudios Eclesiásticos, 5 (1926), págs. 39-43; F. Cereceda, “En el cuarto centenario del nacimiento del P. Francisco de Toledo”, en Estudios Eclesiásticos, 13 (1934), págs. 90- 108; L. Gómez Hellín, “Toledo lector de Filosofía y Teología en el Colegio Romano”, J. Antonio de Aldama, “Un tratado desconocido de Toledo sobre Melquisedec”, R. S. Lamadrid, “El tratado del Cardenal Toledo sobre la canonización de los santos”, y M. Nicolau, “Fragmento de un tratado del Cardenal Toledo sobre la humildad”, en Archivo Teológico Granadino, 3 (1940), págs. 7-18, págs. 114-149, págs. 171-210 y págs. 151-169, respect.; J. M. Bover, “La acción del Espíritu Santo en la Encarnación según el cardenal Toledo”, en Archivo Teológico Granadino, 9 (1946), págs. 69-114; B. Santos, “La Santa Madre de Dios, según el Cardenal Toledo”, en Estudios Eclesiásticos, 28 (1954), págs. 533-562; S. del Páramo, “La plenitud de la gracia de la Santísima Virgen, según el Cardenal Francisco de Toledo”, en Estudios Marianos, 24 (1963), págs. 176-192; J. I. Tellechea, “Censura inédita del P. Francisco de Toledo sobre el Catecismo del arzobispo Carranza”, en Revista Española de Teología, 29 (1969), págs. 3-35; P. Súñer, “Toledo, Francisco de, SI”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. IV, Madrid, CSIC, Instituto Enrique Flórez, 1972-1987, págs. 2572-2574; A. Luis Iglesias “Josefología de Francisco de Toledo”, en Estudios Josefinos, 31 (1977), págs. 157-181; J. Fernández Alonso, “El Cardenal Francisco de Toledo, S.J., y su fundación en Santa María la Mayor”, en Anthologica Annua, 37 (1990), págs. 363-380; Á. Santos Hernández, Jesuitas y obispados. La Compañía de Jesús y las dignidades eclesiásticas, vol. 1, Madrid, Universidad Pontificia de Comillas, 1998, págs. 106-124; J. P. Donnelly, “Toledo, Francisco de”, en Ch. O’Neill y J. M.ª Domínguez, Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús, vol. IV, Roma-Madrid, Institutum Historicum Societatis Iesu, Universidad Pontificia de Comillas, 2001, págs. 3807-3808.

 

Javier Burrieza Sánchez

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