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Manuel José Quintana y Lorenzo

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Biografía

Quintana y Lorenzo, Manuel José. Madrid, 11.IV.1772 – 11.III.1857. Ministro, poeta, filólogo, periodista y senador.

Estudió en la Universidad de Salamanca en el Colegio de la Magdalena, hacia 1787 y 1788, y obtuvo una formación excelente en autores clásicos, estudiando Retórica y Filosofía, Arte Poética y Derecho Civil y Canónico. Sus maestros fueron en esta época Meléndez Valdés, Estala y Jovellanos. Dérozier señala su “mezcla de filantropía sensualista y de enciclopedismo revolucionario” que creó una ideología nueva.

Además, el inquisidor de Jaén había concedido licencia a su padre para leer y retener libros prohibidos, que fueron definitivos en su formación. En 1788 aparecieron sus primeras Poesías dedicadas al conde de Floridablanca, cuando tenía el autor dieciséis años.

En 1790 recitó en la Academia de Bellas Artes la Epístola a Valerio, donde se defiende que la religión católica degenera en fanatismo supersticioso y la Monarquía en tiranía, y busca que la Enciclopedia ilumine este pensamiento religioso.

En 1790 presentó el ensayo en tercetos Las Reglas del drama a un concurso de elocuencia de la Real Academia Española. La crítica —salvo Dérozier— se ha visto engañada quizás por este texto, que no publicó este autor hasta 1821 con nuevas notas. De su lectura podría deducirse que Quintana es un escritor neoclásico ilustrado, pero nada más falso, ya que es probablemente el primer autor romántico español, o más bien protorromántico. Existe toda una corriente de opinión que va desde los artículos hoy olvidados de Adolfo Bonilla (1908), a los de Azorín (1913), pasando por la tesis doctoral de César Vallejo (1915) que permiten considerarlo como autor de pleno siglo XIX, protorromántico y pacífico revolucionario, que potenció las reformas liberales de las Cortes de Cádiz con gran protagonismo.

Quintana era abogado en Madrid en 1795 y el 24 de diciembre fue nombrado fiscal de la Junta de Comercio y Moneda. Casó en 1800 con María Antonia Florencia, aunque su vida amorosa es una incógnita.

Realizó un estudio sobre la vida y obra de Cervantes para la edición de Don Quijote de 1797 en la Imprenta Real. Dérozier indica que escribió tres prólogos (1795, 1796, 1797) para la Colección de poetas españoles de D. Ramón Fernández donde comenta a Juan de la Cueva y a Francisco de Rioja. Es de importancia su prólogo a Romanceros y Cancioneros, con lo que se anticipa en mucho a la labor de Agustín Durán con una defensa muy romántica y democrática del romancero español, que reiterará en las Poesías selectas castellanas (1807), donde estudia a Góngora, Quevedo, Lope, Villegas. En 1802 publicó sus Poesías con gran éxito. En esta época sintió una gran atracción por los enciclopedistas y los philosophes franceses, en especial Montesquieu, Rousseau, Voltaire, Diderot, d’Alembert y Marmontel.

Era censor de Teatros de la Corte desde marzo de 1806 al estallido de la Guerra de la Independencia, en la que desempeñó un papel importante como cerebro en la sombra del poderoso grupo de intelectuales liberales españoles. Frente a otros intelectuales que tuvieron que cambiar de bando, como Alberto Lista, por ejemplo, Quintana, al llegar los franceses a Madrid, abandonó la ciudad en diciembre de 1808. En Sevilla, en donde estaba formándose la Junta Central Suprema Gubernativa del Reino, fue nombrado oficial mayor de la Secretaría General el 11 de enero de 1809, y en 1810 fue secretario de la Interpretación de Lenguas durante el Primer Consejo de Regencia, y luego secretario de la Cámara y Real Estampilla desde el 9 de abril al 14 de julio de 1811. Participó en 1813 en la Junta de Instrucción Pública, en la Dirección General de Estudios y en la Junta Suprema de Censura, sucesivamente. Fue también académico de San Fernando en febrero de 1814 y miembro de la Real Academia Española.

El estudio de la obra y la vida de Quintana demuestra que hay que adelantar la llegada del romanticismo a España. Muchos autores de finales del XVIII y principios del XIX, y también la juventud de Rivas, Espronceda, y sus amigos, vivieron el movimiento romántico sin conceptualizarlo todavía, ya que la voz romántico aparece en Lista y Quintana simultáneamente en 1821. Existe por tanto un primer romanticismo español desde aproximadamente 1795 a 1834, que coexiste con el inglés y el del resto de Europa, hasta el romanticismo maduro que se instaura en 1834 con el Don Álvaro y luego los textos de Larra, Espronceda y los posteriores de Zorrilla —que enlaza casi con el modernismo—.

Este primer romanticismo —al que pertenecerían también José Marchena, sus epístolas entre Abelardo y Eloísa por ejemplo, y Juan Nicasio Gallego, su elegía a la muerte de la duquesa de Frías por ejemplo— se muestra en Quintana en poemas como Ariadna (1795), con suicidio de la heroína por amor romántico en proceloso acantilado; o en su Al mar (1798), poema panteísta y apasionado, que inspiraría el final de La peregrinación de Childe Harold de Byron, quien viajó a Cádiz tras leer este poema para conocer el mar que había cantado Quintana.

Quizás se pueden considerar las Cortes de Cádiz como unas Cortes revolucionarias en las que surge en España el sentimiento de soberanía popular. En este sentido consta la misteriosa desaparición del documento de convocatoria de Cortes en cámaras separadas, lo que hizo que éstas se celebraran en una sola cámara democrática, con modos más progresistas que las Cortes inglesas y las francesas. Se ha pensado que el cerebro que había instigado a la desaparición de este texto de convocatoria fue Quintana, si bien se sabe que él lo negó rotundamente ante la Inquisición.

El sentimiento de patriotismo, que es, con casi toda seguridad, el más importante que define y explica la poesía y prosa de Quintana, no ha sido probablemente bien comprendido por la crítica. Los historiadores españoles de la segunda mitad del XIX, como Leopoldo Augusto de Cueto, Antonio Alcalá Galiano, Antonio Pirala y Antonio Sánchez Moguel, han contribuido a legar la imagen de un Quintana patriotero de dimensiones reducidas, lo que está muy lejos de la realidad. La nación que él pretendía era una España progresista y distinta, evolucionada desde lo que llamó “una gran revolución sin escándalo y sin desastres”, pero con una visión nueva y moderna del país que nada tenía que ver con el patrioterismo conservador.

Por todo ello, hay que leer a Quintana con ojos nuevos, y, si su poesía posee sentimiento poderoso y pulsión protorromántica, su prosa es la de un hombre comprometido, que abandonó por ejemplo la temática amorosa para ofrecer su vida y su pluma a una causa, la de la revolución liberal progresista española, en un intento de hacer un país moderno y democrático.

Por otro lado, aún hay que estudiar la importante labor que desarrolló en Quintana El Semanario patriótico en 1809, durante su segunda época, en la Guerra de la Independencia, de un sentir revolucionario y antimonárquico que motivó las protestas de la Junta. Su dedicación a la poesía será muy ocasional desde 1808.

Durante la represión fernandina, fue encerrado en la Ciudadela de Pamplona, respondiendo con singular valentía a las cuestiones del proceso inquisitorial de la Inquisición de Logroño, y alegando que las ideas por las que se le juzgaba, de control del poder real, podían encontrarse en textos de Lope, Saavedra Fajardo y otros autores españoles que habían sido autorizados por el Santo Oficio. De todo ello da constancia el libro Defensa de las Poesías ante el Tribunal de la Inquisición, y la Memoria sobre el proceso y prisión de Manuel José Quintana en 1814, que se pueden encontrar en las Obras inéditas de Manuel José Quintana (Madrid, Medina y Navarro, 1872, con prólogo de Manuel Cañete) de sumo interés para comprender el temple humano de este singular autor tan injustamente postergado y olvidado hoy, que contrasta con la, por otro lado, comprensible actitud de sumisión y arrepentimiento de coetáneos como Manuel María Arjona o —en este caso desde la distancia del exilio— de Alberto Lista, como sólo dos ejemplos.

Su mujer, de buena familia y gran belleza, murió en 1820, apenas salido su marido de la Ciudadela de Pamplona, y no tuvo hijos.

Como se ha dicho, el 11 de marzo de 1820 salió de la cárcel con el triunfo de la revolución de Riego, y ocupó diversos cargos durante el trienio: Dirección General de Estudios, Junta Suprema de Censura, Junta Protectora de la Libertad de Imprenta.

Al finalizar el trienio, después de 1823, fue exiliado a Cabeza del Buey, en Extremadura, hasta septiembre de 1828. De esta época data la correspondencia con su amigo Antonio Uguina, publicada por Eloy Díaz-Jiménez Molleda (Madrid, Victoriano Suárez, 1833), de sumo interés para conocer su temple humano. Durante este exilio, como puede observarse por dicha correspondencia, trabajó en condiciones económicas difíciles, y los arrieros le traían los libros en sus carros desde Madrid, para la redacción del segundo volumen de las Vidas de españoles célebres.

Estuvo en este destierro hasta septiembre de 1828, en que pudo volver a Madrid. En 1833, cuando murió el rey Fernando VII llegó a la Dirección General de Estudios, a la Interpretación de Lenguas. En 1834 fue prócer del Reino, y en 1835 ministro del Consejo Real. De 1840 a 1843 fue ayo instructor de la reina Isabel II y de la infanta María Luisa Fernanda. Fue varias veces senador, luego vitalicio, y presidente en 1850 de la Comisión encargada de corregir los escritos extranjeros sobre la Guerra de la Independencia.

En 1852 la editorial Rivadeneyra publicó sus Obras completas en la Biblioteca de Autores Españoles (BAE) que, sin embargo, no son en absoluto obras completas, como tampoco las que con ese título y mucho lujo publicó en Madrid la imprenta Administración (1897-1898) en tres gruesos tomos, si bien —aunque Dérozier las califica de “edición monumental, menos interesante de lo que pudiera haber sido”— son de interés para comprender muchos aspectos ignotos de la edición de la BAE, que hasta hace poco estaba en catálogo todavía. También importantes las Obras inéditas [...], con juicio crítico de Manuel Cañete, editadas en Madrid, Medina y Navarro, 1872, que fue la primera forma de acceder por los lectores al proceso de prisión de Quintana por la Inquisición y conocer la valiente gallardía de sus respuestas.

Tras la Revolución de 1854, jóvenes posrrománticos consideran la idea de coronar al autor como padre de dichas ideas revolucionarias, pues se encontraba en situación económica apurada, aunque como se refleja en la correspondencia inédita con José Musso y Valiente, nunca aceptó —por orgullo— la ayuda de nadie en este sentido, pese a los ofrecimientos de su amigo. El 13 de septiembre se representó su tragedia Pelayo, el 14 los jóvenes progresistas de La Iberia publicaron un encomiástico artículo sobre él, que sugería la coronación que tuvo lugar el 25 de marzo de 1855 por Isabel II en el Senado. Pero murió dos años más tarde, el 11 de marzo de 1857.

Las Obras inéditas de Manuel José Quintana se publicaron en Madrid, imprenta Medina y Navarro, en 1872; contienen un interesante bosquejo biográfico del sobrino del autor, en el que se basa Dérozier para su exposición biográfica, con relación completa de los cargos oficiales que ocupó. Su sobrino señala el éxito de su Pelayo en 1805, por el sentimiento patriótico que poseía, y la Colección de poesías selectas castellanas, editada entre 1830 y 1833 debió influir sobre el joven Espronceda, que redactaba a la sazón su Pelayo, tanto por lo menos como el manual del Colegio de San Mateo de Alberto Lista, Colección de trozos escogidos de los mejores hablistas castellanos, en verso y prosa (texto en 1821, con 2.ª edición corregida y aumentada en Madrid en 1846, y en Sevilla en 1859).

El bosquejo biográfico de su sobrino es muy completo y abarca desde los años anteriores a la Guerra de la Independencia hasta su coronación poética en la vejez. El texto de la Coronación del eminente poeta D. Manuel José Quintana, celebrada en Madrid el 25 de marzo de 1855 (Madrid, 1855) puede consultarse en el folleto mencionado, y se produjo por iniciativa de jóvenes revolucionarios que lo sugirieron en artículo en La Iberia (n.º 76, 14 de septiembre de 1854), siendo la reina Isabel II la encargada de ofrecer dicha corona al poeta, que envejecía entre sus libros y sus amigos, aunque en unas condiciones muy difíciles desde el punto de vista económico. Es interesante ver cómo Quintana es considerado por sus coetáneos el padre de la revolución española: de la incruenta de las Cortes de 1812, con la invitación a la libertad a los diputados americanos, que fue vista como una incitación a la independencia; y también obligado punto de referencia para todos los revolucionarios, tanto en el trienio como en su vejez, hacia 1854 en que se vuelve a representar su Pelayo.

Era Quintana un autor muy respetado que no es acreedor del injusto olvido en que hoy yace. Personaje apasionante de una época apasionada que no merece ser enterrado en legajos de erudición, y cuya lectura es sumamente gratificante e insustituible para poder comprender todo su momento histórico en el que fue protagonista de primera magnitud. El estudio de Quintana es también una invitación a evitar la cosificación de nuestro pasado histórico, y proporciona las claves para entender de modo auténtico una serie de pulsiones vitales de la época, patentes en los intelectuales liberales y también en el pueblo que acudía a las Cortes o protagonizaba los enfrentamientos en los diversos períodos revolucionarios que vivió, con un sentimiento romántico de la existencia, antes de que se conceptualizara el movimiento e incluso antes de que llegara el término —como se ha dicho de la mano de Quintana en 1821 y de Lista en la misma fecha—.

El prólogo de 1872 del historiador Cañete a estas Obras inéditas muestra el intento, por parte de la crítica y la historiografía conservadora, de asimilar a sus parámetros el nacionalismo progresista de Quintana, quien por el contrario luchaba por convertir España en una nación moderna desde el punto de vista ideológico.

Se contiene aquí la Defensa de las Poesías ante el Tribunal de la Inquisición, donde defiende la edición de 1813 de sus Poesías desde su prisión en 1818, donde señala a Saavedra Fajardo, fray Diego Murillo y Lope de Vega, como precedentes de su propio pensamiento acerca de una “Monarquía templada y mitigada por las Leyes”. Constituye una admirable lección de valentía que debió sorprender a sus jueces.

También la Memoria sobre el proceso y prisión de Manuel José Quintana en 1814, donde lejos de retractarse, se refiere a “la bajeza de los acusadores”, y menciona el primer volumen de sus Vidas de españoles célebres como escrito de intención didáctica y utilidad cívica y social, quizá para formar a la juventud en un nuevo concepto, moderno y progresista, de nación.

Se manifiesta a favor de una revolución incruenta y pacífica, lejana de los excesos de la experiencia francesa del siglo anterior, pero, aunque estas ideas se encuentren después también en el liberalismo moderado de Lista, por ejemplo, hay una enorme diferencia entre ambos autores, ya que Quintana defiende el principio de soberanía popular, que es la piedra de toque del liberalismo progresista en su época. La valentía de Quintana en estos escritos es de una gallardía osada y admirable, contra la que ni siquiera sus jueces se atrevieron a actuar. Es además un texto de sumo valor histórico para comprender las actividades de la Junta Central, la convocatoria de Cortes y la aventura del Semanario Patriótico, que espera quien la estudie con ojos nuevos. Y contiene un bellísimo alegato a favor de la libertad, que fue lo que siempre defendió con el compromiso de su pluma y de su vida.

En las Obras completas de Manuel José Quintana (Madrid, 1946 [BAE, XIX]), se contiene un texto de gran interés histórico y humano del autor: las Cartas a Lord Holland, fundamental no sólo para comprender el pensamiento político de Quintana, sino también los motivos profundos del fracaso de la revolución liberal durante el trienio, con un retrato estremecedor de la psicología de Fernando VII. En estos breves apuntes se contiene toda una lección de Historia, que los liberales de épocas posteriores no quisieron comprender.

En dichas Obras completas se pueden leer también sus valiosas Vidas de españoles célebres, que se publicaron inicialmente en tres volúmenes: el primero en 1807, en pleno momento patriótico; el segundo en 1830 y el tercero en 1833. Quintana busca en estas obras la ejemplaridad, pero basándose en lo que seguramente entendería Emilio Zola más tarde como haute morale, la moral de los sentimientos nobles y elevados que se encuentran en el espíritu humano. Todas estas Vidas son una lección de virtudes humanas, y van mucho más allá de la mera ejemplaridad neoclásica instrumentalizada por los estamentos del poder político.

Quintana transmite su admiración hacia los valores humanos de los protagonistas, pero lo curioso es que al indagar en cada personaje principal, lo acompaña del conocimiento intrahistórico de una corte de personajes secundarios a los que dota del mismo valor, con sentido profundamente democrático, recogiendo noticias de primera mano que corrían aún de boca en boca acerca de dichos protagonistas, con lo que aporta una información intrahistórica de primera mano contada con objetividad y documentación. En 1833 se reimprimieron los dos volúmenes anteriores con un tercero, en el que se contienen las vidas de Álvaro de Luna y la muy polémica —por cuanto desató la indignación de los conservadores, que no fueron capaces de aceptar la autocrítica histórica— de fray Bartolomé de Las Casas. Estas Vidas son un auténtico precedente de los recursos de la novela histórica romántica española, porque tienen movimiento narrativo.

Suelen basarse en la existencia de una anécdota significativa sobre la que se cimenta toda la definición de un temperamento admirable que se biografía.

La aparición del primer volumen se explica por la necesidad en la España anterior a la Guerra de la Independencia de un sentimiento patriótico que la animara; y en la década de 1830, por coincidir con los momentos de exaltación nacionalista que generó el romanticismo más maduro en toda Europa, también en España, aunque se encontrara sometida por el absolutismo fernandino. Quintana convierte a sus biografiados en auténticos héroes románticos, y se sigue con tenso interés la trama de su historia como si de una novela se tratara, basándose sobre todo, como ya se ha insistido, en sus valores humanos, que operan como lección de ética laicista.

Como aspecto que completa estas Vidas, debe señalarse la colección de epítomes que Quintana publicó en los Retratos de los españoles más ilustres con un epítome de sus vidas, editados por la Imprenta Nacional sin firma. En la correspondencia de Quintana con José Musso y Valiente, se demuestra por una carta de Quintana cuáles eran los que se debían a su pluma, por una relación que él mismo facilitaba (Martínez Torrón, 1993). Son breves epítomes o retratos de personajes históricos, redactados antes de 1831, y que vienen a completar la información que aportan las Vidas pero con un tratamiento más moderno y sintético, de una gran belleza en ocasiones: por ejemplo en los retratos de la vida de soldados y conquistadores; o en los retratos de la vida de artistas como Josef Ribera, el pintor mendigo, que rechazó la tutela de un cardenal renacentista italiano porque le impedía crecer en su proceso creativo, y acabó casándose con la hija del dueño de un taller de pintura, comenzando con autenticidad aquí su verdadera carrera como pintor.

Son casi doscientas páginas de textos que no tienen desperdicio y que ha recopilado Martínez Torrón en 1995: los epítomes de Alonso Tostado, Navía-Osorio, Luis Requesens, Bartolomé Leonardo Argensola, Juan de Palafox, Francisco Valles, Juan de Rivera, fray José de Sigüenza, Diego de Covarrubias, Juan de Urbina, Hugo de Moncada, cardenal Silíceo, Bartolomé de Carranza, Pedro González de Mendoza, cardenal Cisneros, Vasco Núñez de Balboa, Gil Carrillo de Albornoz, Hernando de Soto, Diego García de Paredes —admirable—, Francisco Pizarro, José Ribera — espléndido—, Pablo de Céspedes, Diego Velázquez, Alonso Cano, Bartolomé Murillo, Juan de Herrera, marqués de Santillana, Juan Ginés de Sepúlveda, Francisco de Salinas, Feijoo, Guzmán el Bueno, Pedro Navarro, Bernardo de Balbuena, Pedro de Rivadeneira, Diego de Álava y Beaumont, conde de Gondomar, conde de Floridablanca y obispo de Orense.

Sobre este último personaje, de cuyo pensamiento estaba muy distante —se negó a jurar la Constitución de 1812—, a quien debió conocer bien y que fue su enemigo en la juventud, dio una versión beatífica glosando su devoción y caridad cristiana.

En las Obras completas de Manuel José Quintana citadas se encuentra, por otro lado, un interesante artículo sobre Cervantes. Lo concibió como un apéndice a las Vidas. También se contiene la Noticia histórica y literaria de Meléndez Valdés, de interés para conocer su pensamiento acerca del poeta más influyente en la España de su época, e indudablemente el más valioso.

Y una Introducción histórica a una colección de poesías castellanas, donde relaciona la poesía con la verdad.

En todos estos textos hay, sin embargo, la rémora de la formación neoclásica heredada de Luzán: los basamentos tan profundos que fundamentan la estética neoclásica, van a influir en el pensamiento estético español incluso durante períodos de romanticismo en la poesía, novela y drama. Esta Introducción contiene noticias de interés sobre el modo en que eran considerados diversos textos literarios clásicos españoles por los autores protorrománticos como Quintana. Se contiene finalmente un Discurso de la Junta creada por la Regencia para proceder al arreglo de los diversos ramos de la instrucción pública, útil para conocer la vertiente que el autor desarrolló en la política cultural del país.

En la correspondencia de Quintana (Martínez Torrón, 1993) alude el autor a una Vida de don Juan de Austria que quería trabajar y en la que estaba muy interesado, pero ha debido perderse.

Quintana es un autor de gran talla intelectual y humana, que está esperando aún a quien le rescate de la fría erudición para hacer más accesible su verdadero temple humano. La labor de recopilación con fijación textual correcta y completa de sus obras está aún por hacer, aunque los trabajos de Dérozier sean de interés impagable, así como sus aproximaciones, antes citadas, a aspectos biográficos y literarios. Pero el trabajo de Dérozier se centra casi exclusivamente en los primeros años de su labor política y literaria.

Ojalá que se editen sus obras completas en edición moderna. Es una deuda de justicia, que habla de la actual situación de la edición de nuestros clásicos por la que atravesamos, siendo nuestra literatura quizás la más rica del universo, aunque las actuales generaciones, si continúa así el mundo editorial, vayan a ser ignorantes de la misma.

La influencia de Manuel José Quintana sobre las jóvenes generaciones románticas fue admirable. Notemos que aparece en lugar discreto y apartado en el famoso cuadro de Esquivel que recoge el canon de autores románticos.

Quintana fue admirado por autores próximos y ajenos a su pensamiento: Blanco White le llamó “el hombre más sincero que conozco”. Menéndez Pelayo, tan distante de él, le llamó acertadamente “hombre todo de una pieza”.

 

Obras de ~: Poesías, se editaron progresivamente aumentadas en Madrid, 1798; Madrid, Imprenta Real, 1802; Madrid, Imprenta Nacional, 1821; Burdeos, Pedro Baume, 1825 (ed. de N. Alonso Cortés, Madrid, Espasa Calpe, 1927 [4.ª ed., 1969]; ed. de A. Dérozier, Madrid, Castalia, 1969, Clásicos Castalia, 16. También destaca la Selección poética, ed. de R. Reyes Cano, Madrid, Editora Nacional, 1978); Obras completas, Madrid, 1852 (ed. Madrid, Atlas, 1946 [Biblioteca de Autores Españoles, XIX]); Obras inéditas, Madrid, Medina y Navarro, 1872; Obras completas, Madrid, Administración, 1897-1898, 3 vols.; Memoria del Cádiz de las Cortes, ed. de F. Durán López, Cádiz, Universidad, 1996 (contiene la Memoria sobre el proceso y prisión de Manuel José Quintana en 1814, que hasta ahora sólo podía leerse en la edición de Obras inéditas [1872] op. cit.).

 

Bibl.: E. Díaz-Jiménez y Molleda, Epistolario inédito del poeta Manuel José Quintana, Madrid, 1833; M. Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, Madrid, 1881, t. III, cap. 5, 7.° libro; Historia de las ideas estéticas en España, Madrid, 1886, cap. 3, págs. 204-224; E. Piñeyro, Manuel José Quintana (1772-1857). Ensayo crítico y biográfico, Chartres, 1892 (en J. Simón Díaz figura como París, 1892); A. Pirala y A. Sánchez Moguel, Discursos, leídos en la Real Academia de la Historia, 1892; M. Menéndez y Pelayo, “Manuel José Quintana. La poesía lírica al principiar el siglo XIX”, en Estudios y discursos de crítica histórica y literaria, 4 (1942), págs. 229-263; L. Augusto de Cueto, Poetas líricos españoles, t. III, Madrid, Atlas, 1953 (BAE, LXVII]) págs. 184-205; J. Vila Selma, Ideario de Manuel José Quintana, Madrid, 1961; D.-H. Pageaux, “La gènese de l’oeuvre poétique de Manuel José Quintana”, en Revue de Littérature Comparée, 37 (1963), págs. 227-267; A. Dérozier, Manuel José Quintana et la naissance du libéralisme en Espagne, Paris, Les Belles Lettres, 1968, 2 vols. (el primero estudio, el segundo documentos; trad. del vol. I, Madrid, Turner, 1978); Poesías completas, Madrid, Castalia, 1969 (Clásicos Castalia, 16); R. P. Sebold, “‘Siempre formas en grande moldeadas’: sobre la visión poética de Quintana”, en El rapto de la mente, Madrid, Prensa Española, 1970, págs. 221-233; M. A. Martínez Quinteiro, Quintana, revolucionario, Madrid, 1972; D. Martínez Torrón, Los liberales románticos españoles ante la descolonización americana (1808-1834), Madrid, Fundación Mapfre, 1992; El alba del romanticismo español. Con inéditos recopilados de Lista, Quintana y Gallego, Sevilla, Alfar, 1993; Manuel José Quintana y el espíritu de la España liberal. Con textos desconocidos, Sevilla, Alfar, 1995; I. Aranzabe Pérez, “Personajes históricos en el poema El panteón del Escorial” y “Un poema al Panteón del Escorial: análisis de la obra de Manuel José Quintana”, en VV. AA., Literatura e imagen en El Escorial. Actas del Simposium 4 nov. 1996, San Lorenzo de El Escorial, 1996, págs. 549-558 y págs. 559-566, respect.; M. Moreno Alonso, La forja del liberalismo en España: los amigos españoles de Lord Holland (1793-1840), Madrid, Cortes Generales-Congreso, 1997; L. Gutiérrez Hermosa, “La musa épica: Manuel José Quintana y la reflexión sobre la época renacentista”, en A. González Troyano (coord.) y M. Cantos Casenave y A. Romero Ferrer (eds.), IX Encuentro de la Ilustración al Romanticismo (1750-1850). Historia, memoria y ficción, Cádiz, Universidad, 1999, págs. 149-162; J. Cañas Murillo, “Manuel José Quintana y su ‘Contextación a los rumores y críticas que se han esparcido contra él en estos días’”, en Anuario de Estudios Filológicos (Cáceres), XXIV (2001), págs. 85-93; M. Moreno Alonso (ed.), M. J. Quintana. Cartas a Lord Holland, Sevilla, Alfar, 2010.

 

Diego Martínez Torrón

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