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José García de León Pizarro y Jiménez de Frías

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Biografía

García de León Pizarro y Jiménez de Frías, José. Madrid, 19.X.1770 – 27.I.1835. Diplomático y ministro.

Oriundo de Andalucía, nació en Madrid, en la calle de la Espada, hijo del segundo matrimonio de José García de León (1730-1797) y de Micaela María Jiménez de Frías y Pizarro (1746-1759). Fue su madre su primera maestra, de la que aprendió a leer y escribir.

Su padre, que era fiscal de Sevilla, y “que había llamado la atención del Ministerio por sus singulares talentos y elocuencia”, fue destinado a Indias en 1777 para desempeñar la regencia de la Audiencia de Quito, como “presidente, regente, capitán y visitador general del Reino de Quito”, en expresión de su hijo.

Allí se trasladó, pues, la familia. Por su “inclinación a la devoción”, según él explica, obtuvo a los trece años de edad un beneficio eclesiástico (la “Sacristía de Guayaquil”) que le procuró 2.000 duros, amén de la tonsura y cuatro grados de la carrera de Iglesia. En el Colegio-Universidad de Quito se graduó de bachiller de Filosofía el 3 de marzo de 1784.

Cuando su padre regresó a España para tomar posesión de una plaza de consejero de Indias en 1785, la familia pasó primero a Cartagena de Indias y después emprendió viaje a La Habana para finalmente continuarlo hacia España a bordo de la fragata Correo de Lanzarote que arribó a La Coruña en 1786.

Instalada la familia en Madrid, se encontró José muy a disgusto en la capital, en una casa de la calle del Amor de Dios, que describe “chica y lóbrega”, “mezquina y angustiosa” en una ciudad que le pareció un calabozo, comparada con la anchura que había conocido en América. Su descontento le inspiró un intento de fuga, con vistas a retornar al Nuevo Mundo, pero al fin quedó en Madrid, donde cursó los estudios de Filosofía en el colegio de San Isidro y luego los de Leyes en la Universidad de Alcalá, en 1789, donde su porte fue “bastante arreglado, puntual en el estudio, sin desmán en lo demás, aunque siempre propendiendo al espíritu de alegría y diversión”, según él mismo refiere.

Tras desechar su primera vocación eclesiástica y renunciar a su “Sacristía” ecuatoriana, optó por aspirar al ingreso en la carrera diplomática, bajo los auspicios del conde de Floridablanca. En 1790 se inició en el extranjero como agregado a la legación en Berlín. Por consejo de Floridablanca, rehuyó el camino por Francia, a causa de la Revolución, y se embarcó en Bilbao con rumbo a Ámsterdam, y desde allí por tierra, por la ruta de Westfalia, se encaminó a Berlín. Sirvió allí a las órdenes del ministro plenipotenciario, que era el general Orazio Borghese. No fue aquel puesto una experiencia grata para León Pizarro, quien pidió el traslado a la legación en Dresde, regida por Luis de Onís, pero no le fue dado obtenerlo. Tuvo, sin embargo, la satisfacción de recibir el 8 de marzo de 1791 la concesión de la Cruz supernumeraria de la Orden de Carlos III.

También en 1791 se le expidió orden de traslado a la embajada en Londres, pero ello no tuvo efecto, porque se resolvió en Madrid enviarlo a Viena para reforzar aquella embajada con motivo de los sucesos que se preparaban para la entronización del emperador Leopoldo II. Ocupó, pues, León Pizarro la oficialía de la embajada a las órdenes del marqués de Llano. El ambiente de la Corte de Viena le complació más que el reducido de Berlín. Recomendaban a Pizarro su experiencia y el conocimiento que, entretanto, había adquirido de la lengua alemana. Allí tuvo ocasión de ser testigo del paso por Viena de los emigrados franceses, huidos de la Revolución, y también de la visita de Simón de Las Casas, que por entonces era embajador de España en Venecia y que se ocupaba de las relaciones con la Corte francesa exiliada.

En 26 de noviembre de 1793 fue trasladado a Madrid con una plaza de oficial noveno en la Secretaría de Estado. Hizo viaje por Venecia donde disfrutó del carnaval de 1794 y viajó por Verona, Milán, Génova y Liorna, donde encontró a la escuadra española que iba a recoger a Luis de Parma en viaje para casar en España con la infanta María Luisa. En aquel puerto, León Pizarro se embarcó en una nave al cargo de Cayetano Valdés, que lo llevó a Cartagena. Llegó a Aranjuez el 29 de mayo y tomó posesión de su cargo en la Secretaría, “a cuya vida tuvo siempre horror” (confiesa) y que ocupó hasta 1797.

En ese año fue designado secretario de la embajada extraordinaria que, al mando del conde de Cabarrús, se mandó a París y Lille. En París frecuentó la casa de madame Tallien, hija de Cabarrús, que fue un “correctivo a los furores” de la Revolución. Recorrió Francia y Holanda formando parte de esa embajada que no tuvo la esperada virtualidad, por cuanto el Congreso de Lille, al que se designó como plenipotenciarios a Cabarrús y al marqués del Campo, no llegó a celebrarse.

Fue luego León Pizarro nombrado secretario de la embajada en Viena, donde prestó servicio de 1798 a 1799. El 8 de octubre de ese año, el ministro Urquijo lo reclamó para la Secretaría de Estado en Madrid, donde fue oficial mayor el 13 de marzo de 1800 y dos años después secretario del Consejo de Estado por nombramiento del mismo Urquijo. Se jacta en sus Memorias de haberse hallado a los treinta años de edad en posición tan ventajosa. En ellas refiere cómo se desenvolvió entre los hilos que tejían su jefe Urquijo, el poderoso ministro Godoy, el “gótico, sombrío y atravesado Marqués Caballero”, el enviado de la Francia revolucionaria Guillemardet, a quien sucedió el embajador Luciano Bonaparte.

Tuvo lugar por entonces la guerra contra Portugal, en cuya precipitada preparación intervino León Pizarro, quien criticó mucho la ligereza con que se procedía en tal materia, a la vez que describió el viaje de los Reyes a Badajoz, la toma de Olivenza y el famoso regalo del ramo de naranjas, que daría nombre a la guerra.

De 1802 a 1808, ejerció León Pizarro como secretario del Consejo de Estado. Estallada la Guerra de la Independencia, pese a haber jurado inicialmente obediencia al rey José (aunque sólo en su calidad de miembro del Consejo de Estado), más tarde León Pizarro abrazó la causa patriótica, a la que solicitó e intentó servir con las armas en las tropas a las órdenes del general Castaños. Salió de Madrid para trasladarse con la Junta Central a Sevilla y luego a Cádiz.

Allí colaboró en el Redactor General. El 6 de febrero de 1812, la regencia lo nombró secretario interino de Estado, cargo que aceptó rechazando percepción de sueldo alguno ante los males y penurias de la patria, y que desempeñó hasta el 12 de mayo, en que cesó a causa de haber rehusado suscribir un tratado con Inglaterra referente a las Indias, que estimaba inconveniente para España. No perdió por ello su influjo en la política exterior de la regencia, en la que siguió actuando hasta que fue nombrado en 1813 secretario del nuevo despacho para la gobernación de la Península e islas, cargo en el que Gómez Labrador lo confirmó hasta que él mismo decidió asumirlo (14 de enero de 1813).

Su oposición a los poderes dados a Wellington por la regencia determinó la dimisión de León Pizarro, el cual, en ese mismo año, fue nombrado ministro en Berlín y plenipotenciario en el Congreso de Praga.

Aunque el congreso se había disuelto antes de que Pizarro pudiera acudir a él, su posición desde su puesto en Berlín y subsiguientes viajes le permitió estar presente en los avatares del fin de la época napoleónica en Centroeuropa, al acompañar al Cuartel General aliado hasta París en 1814, si bien careciendo de credenciales formales para actuar en nombre de España, a pesar de lo cual suscribió el tratado de paz el 23 de abril de 1814, que él calificaría como la “primera y más plausible pieza del edificio de la paz”. En ese año, el 18 de agosto, casó en París con Clementina Bouligny, natural de Constantinopla e hija de José Heliodoro Bouligny y Marconié, ministro de España que fue en Turquía y Suecia, y de una familia que prestó numerosos servicios diplomáticos a España en el Oriente europeo.

Tras la conspiración palaciega urdida por la camarilla en Madrid que buscaba una aproximación exterior al Imperio Ruso y que determinó el cese de Pedro de Ceballos en la Secretaría de Estado, Fernando VII nombró a León Pizarro para el cargo en octubre de 1816, al que acumuló interinamente la cartera de Gracia y Justicia. Fue nombrado consejero de Estado en 1817 y obtuvo la Gran Cruz de Carlos III, amén de otros cargos y distinciones: protector de la Real Academia de San Fernando, del Museo de Ciencias Naturales y del Real Estudio de Medicina, superintendente general de Correos, presidente de la Junta de Apelaciones de Correos y protector de la Academia Médica de Madrid. Fue, además, miembro de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Valencia y de la Real Academia de San Carlos de Valencia.

Como ministro de Estado, hubo de afrontar los temas que a la sazón ocupaban la política exterior española, tales como la definitiva adhesión al tratado de paz, la negociación de las Floridas con Estados Unidos y la de la trata de negros con Inglaterra, así como la emancipación de las Indias. Reformó León Pizarro la Secretaría de Estado, aligerándola de personal, y a la vez cuidó de regular la comunicación con las embajadas y legaciones en el extranjero y de ellas entre sí, regulando la escala de remuneraciones en el exterior y dignificando la función, promoviendo con todo ello lo que él llamó un “orden natural en la Secretaría”.

Le correspondió disponer el acceso de España al tratado de Viena y negociar por el Tratado de 10 de junio de 1817 la solución del contencioso sucesorio del ducado de Parma, mediante su expectativa de reversión a la rama borbónica, en la persona de la reina viuda de Etruria, María Luisa, y su descendencia, así como la cuestión de las indemnizaciones francesas a España por los daños de la Guerra de la Independencia (21 de marzo de 1818).

Previendo su declive en la confianza del Rey, León Pizarro pidió ser destinado a acudir al Congreso de Aquisgrán, pero ello no le valió, porque Fernando VII lo cesó abruptamente en la Secretaría de Estado el 14 de septiembre de 1818, conminándolo además a abandonar la Corte y retirarse a Valencia. Retornado bajo el Gobierno liberal en 1820, éste ordenó su expulsión en 1821 a Ibiza por orden del general San Miguel. Pizarro consiguió fugarse y, ayudado por el cónsul inglés, pudo salir de España por Alicante y Gibraltar a Génova y desde ahí a París. Allí se presentó al duque de San Carlos e incluso visitó a Víctor Damián Sáez, recién nombrado secretario de Estado de la regencia realista. Ello no le impidió que, a su regreso, después del fin del Trienio Liberal, el gobierno absoluto, reputándolo sospechoso de comunero, lo exonerase del Consejo de Estado y hasta le privase de sus remuneraciones. Tras un largo proceso iniciado en 1827, consiguió al fin, en 1830, el perdón y el permiso para residir en la Corte.

Se jubiló en enero de 1831. Después de la muerte de Fernando VII en 1833, recuperó su posición política al ser nombrado miembro del Estamento de Próceres, en el marco constitucional del Estatuto Real, pero ello le acaeció sólo muy poco antes de su muerte.

Dejó cuatro hijos: José, Teodoro, Federico y Matilde.

Fue hombre de vasta cultura. Aficionado desde niño a las lenguas, llegó a conocer bien el latín, el francés y el alemán. Poseedor de buena pluma, la ejercitó diversamente: tradujo al alemán El delincuente honrado de Jovellanos, refiere haber escrito unas Relaciones mercantiles de la Monarquía austríaca, que no se conservan, así como haber intentado redactar una Estadística de Prusia, en alemán, que no llegó a concluir. Se le atribuyó maliciosamente ser autor del Tutilimundi y de la Arlequinada diplomática, atribuciones que él taxativamente rechazó. A la posteridad dejó, sin embargo, unas Memorias que constituyen muy valiosa fuente histórica para el conocimiento directo, aunque necesariamente parcial y subjetivo, del importante período político, tanto interior como exterior, que le tocó vivir y, en ocasiones, protagonizar.

Fueron publicadas como obra póstuma en 1894- 1897 y posteriormente reeditadas. En ellas León Pizarro no sólo refiere prolijamente los detalles de su biografía y los avatares del tiempo en que vivió, sino que analiza la política exterior de España y su posición entre las potencias europeas. “No soy francés, ni inglés, ni ruso”, alega, “pero lo soy todo con proporciones diferentes, según las cuestiones”. Promovía una buena inteligencia con Inglaterra a causa de intereses comunes en las Indias, mientras que estimaba que “la unión con Francia nos trajo guerra, destrucción y malos tratos y una humillante servidumbre doméstica”.

Proponía para España una actitud de independencia, que no debiera traducirse en un “aislamiento huraño”. Con todo, es indispensable distinguir entre los planteamientos teóricos de León Pizarro y el ejercicio de la política exterior, tal como él lo llevó a cabo.

Acreditó León Pizarro dotes de tacto y de ductilidad que, junto con su vasta cultura, le aprovecharon en el ascenso en su carrera.

 

Obras de ~: Memorias, Madrid, Est. Tipográfico Sucesores de Rivadeneyra, 1894-1897 (reed. 1942; ed. de Á. Alonso Castrillo, Madrid. Revista de Ocidente, 1953, 2 vols.; ed. de Á. Alonso Castrillo, Madrid, Centro de Estudios políticos y constitucionales, 1998).

 

Bibl.: Conde de Toreno, Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, Madrid, Alegría, 1848, 4 vols.; A. Alcalá- Galiano, Memorias, Madrid, Imprenta de Enrique Rubiños, 1886; F. Antón del Olmet, marqués de Dosfuentes, Proceso de los orígenes de la decadencia española. El Cuerpo diplomático español en la Guerra de la Independencia, vol. V, Madrid, Imprenta Artística Española, ¿1911?; Marqués de Villaurrutia, Relaciones entre España e Inglaterra durante la Guerra de la Independencia, vol. II, Madrid, Imprenta de la Revista de Archivos, 1912; España en el Congreso de Viena, Madrid, Tipografía Artística, 1928; G. Bleiberg (dir.), Diccionario de Historia de España, Madrid, Revista de Occidente, 1968-1969, 3 vols. (ed. corr. y aum.); J. Martínez Cardós, “Introducción”, en Primera Secretaría de Estado. Ministerio de Estado. Disposiciones orgánicas, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 1972, págs. CXX-CXXII; J. A. Escudero, Los cambios ministeriales a fines del antiguo régimen, Sevilla, Publicaciones de la Universidad, 1975 (reed. Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1997); A. Gil Novales, Diccionario biográfico del Trienio liberal, Madrid, El Museo Universal, 1991; Y. Moreno Fernández, Pensamiento político y Diplomacia en la crisis del antiguo régimen. José García de León Pizarro (1170-1835), Madrid, Universidad Complutense, 1992; F. Ruiz Cortés y F. Sánchez Cobos, Diccionario biográfico de personajes históricos del siglo XIX español, Madrid, Rubiños, 1998; D. Ozanam, Les diplomates espagnols du xviii e siècle, Madrid-Bordeaux, Casa de Velázquez- Maison des Pays Ibèriques, 1998; M. Artola, La España de Fernando VII, intr. de C. Seco Serrano, Madrid, Espasa Calpe, 1999; J. R. Urquijo Goitia, Gobiernos y Ministros españoles (1808-2000), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2001.

 

Miguel Ángel Ochoa Brun

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