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Vicente Sancho Cobertores

Biografía

Sancho Cobertores, Vicente. Petrés (Valencia), 5.IV.1784 – Madrid, 29.V.1860. Político y militar.

Hijo de una familia de comerciantes, Vicente Sancho se formó en la Universidad de Valencia, en la que estudió Teología, Cánones y Leyes. A pesar de no ser militar de profesión, el estallido de la Guerra de la Independencia orientó sus pasos hacia el Ejército. Combatió a las tropas francesas en Valencia, Cataluña y Aragón, siendo hecho prisionero el 10 de enero de 1812 durante la defensa de Valencia. Logró sin embargo escapar de su prisión y llegar a Cádiz. Su bravura y fidelidad a la causa nacional se vería recompensada con sucesivos ascensos: si en 1812 figuraba como sargento mayor del segundo batallón del regimiento de Zapadores Minadores, un año después ya poseía el grado de brigadier o mariscal de campo, siempre dentro del cuerpo de Ingenieros y Artillería.

En lo político, Sancho se identificó con las ideas liberales, como demuestran los escritos que de esta época se le conocen, en concreto Ensayo de una constitución militar deducida de la Constitución política de la Monarquía española (1813) y Proyecto de una constitución de Milicias Nacionales (1814).

El primero de esos textos, que remitió como memoria a las Cortes de Cádiz en octubre de 1812, pretendía aplicar al ámbito castrense los principios de la Constitución. Inspirado en la tesis revolucionaria de “nación en armas”, Sancho proponía la creación de un Ejército permanente de ciudadanos de entre veinte y veintiún años, en el que estarían prohibidas las exenciones y las redenciones en metálico. El acceso a la oficialidad se obtendría por méritos castrenses, y no por privilegios de cuna. Sólo un Ejército así, cimentado sobre “el amor de la Patria y de las virtudes públicas”, podría a su juicio servir a los intereses de una nación liberada del “capricho” de los reyes.

El segundo pilar de este edificio castrense serían las milicias. Estarían formadas por reservistas en continuo adiestramiento militar y se dividirían en dos cuerpos, uno de apoyo al Ejército permanente en circunstancias especiales, y otro que haría las veces de policía local bajo supervisión de las diputaciones provinciales y de las Cortes. Sin embargo, la falta de tiempo y el regreso de Fernando VII al Trono absoluto en 1814 no permitieron que las propuestas de Sancho fueran aplicadas.

La vida pública del brigadier Sancho no se circunscribió esos años al ámbito militar. Sus buenas dotes de escritor (aunque apenas tiene obra publicada) y su fidelidad a la causa liberal no pasaron inadvertidas por las Cortes, que le nombraron en 1814 vocal de la Junta Suprema de Censura, un órgano constitucional encargado de juzgar en última instancia los posibles delitos de abuso a la libertad de imprenta.

Entre 1814 y 1820 Sancho se mantuvo alejado de la actividad política, aunque no hay constancia de que fuera represaliado por su fervor constitucional, que no se apagó. Sus simpatías liberales no le impidieron dirigir el tercer batallón del regimiento de Infantería de León entre 1817 y 1818. Cuando en marzo de 1820 triunfó de nuevo la revolución, Vicente Sancho formó parte de la Junta Consultiva Provisional, un órgano extraordinario con funciones ejecutivas y legislativas, y que rigió los destinos de España hasta el inicio de las sesiones de Cortes en julio de ese mismo año. Sancho, que era el vocal más joven de la Junta (y que por eso actuó como secretario), fue también el más audaz en un cuerpo en el que predominaban liberales más tibios; contra el criterio de sus compañeros, votó por ejemplo a favor de reponer en sus cargos a los militares y funcionarios depurados en 1814.

Dedicado ahora por entero a la vida pública, Sancho sería elegido diputado a Cortes por Valencia, su provincia natal, para la legislatura 1820-1822. En dichas Cortes, intervino decisivamente en debates tan dispares como el de reforma de las órdenes religiosas o el de las nuevas normas castrenses. En materia religiosa defendió la sujeción de todos los regulares a los obispos, el cierre de la mayoría de conventos y la expropiación de sus bienes; de hecho, una proposición suya sirvió de base para la discusión de la polémica Ley de Regulares, aprobada finalmente en septiembre de 1820. En el campo militar, insistió en el doble modelo de soldado activo y miliciano reservista, aunque ahora con mayor éxito. Fue Sancho sin duda el principal ideólogo de la comisión parlamentaria de Organización de Fuerza Armada, que redactó el primer borrador de la futura Ley Constitutiva del Ejército Permanente. La ley finalmente aprobada por las Cortes, no recogía sin embargo todas las ideas de Sancho, pues si bien se prohibían en teoría las redenciones del servicio por dinero, en algunos supuestos sí se autorizaban las “sustituciones” de los llamados a filas.

El célebre cronista parlamentario Juan Rico y Amat describe al Sancho de esas Cortes como un político “liberal por convicción”, “de carácter firme y consecuente”, “reformista apasionado” y “constitucional fervoroso”, aunque de “condición templada y conciliadora” en las formas. Siempre según Rico, Sancho tenía “condiciones de orador elocuente, de improvisador espontáneo y fácil, de declamador vehemente y apasionado”. Aunque se tenía por liberal avanzado, Sancho despreciaba el lenguaje y los métodos del liberalismo exaltado; condenó por ello las revueltas urbanas que estallaron en febrero de 1822, argumentando que “los que quieren el desorden no pueden querer la libertad”. Cuando acabó su diputación en 1822, desempeñó sucesivamente los puestos de jefe político de Barcelona, comandante militar de la provincia de Murcia y gobernador de Cartagena. Clausuró no pocas sociedades liberales exaltadas, que estimaba eran perjudiciales para la causa constitucional. No pudo defender Cartagena de la invasión de la Santa Alianza en 1823, y huyó de España en compañía del general Torrijos.

Exiliado en Francia, se dedicó al estudio de las más recientes tendencias del pensamiento liberal, y en particular de las prácticas representativas auspiciadas por Constant, Royer-Collard, Bentham y otros liberales doctrinarios. No perdió tampoco el contacto con otros exiliados españoles, como Mendizábal, Bertrán de Lis, Calatrava, Vadillo o Istúriz. Con algunos de ellos fundó en París el “Directorio Provisional del levantamiento en España contra la tiranía” (1830), un grupo clandestino de oposición que al trasladarse de París al sur de Francia cambió su nombre por el de Junta de Bayona. La Junta, con el propósito de ser el referente necesario de todos los exiliados políticos españoles, se dirigió a los diputados de las pasadas Cortes animándoles a “restablecer la libertad de la Patria” mediante una acción de fuerza; aunque pocos respondieron, al menos consiguieron el apoyo del laureado general Espoz y Mina, que asumiendo el mando militar de la Junta se sublevó en Vera de Bidasoa (Guipúzcoa). La operación se saldó con un rotundo fracaso, y Sancho consideró más prudente trasladarse a Londres, donde viviría hasta su vuelta a España en 1834. En cualquier caso, esta fallida experiencia le sirvió para consolidar su amistad con Mendizábal, con quien se identificaría políticamente los años siguientes.

Aunque varias fuentes afirman que Sancho regresó del exilio en 1835, es seguro que su vuelta a España se produjo un año antes. En 1834 fue nombrado vocal del Consejo Real de España e Indias, como director de la sección de Indias. Poco después, Mendizábal le reclamó junto con otros militares liberales (López Baños, Quiroga, Espoz y Mina) para ocupar una capitanía general, maniobra con la que el líder progresista pretendía frenar la amenaza del movimiento juntero en las provincias. También Mendizábal, en su condición de presidente de Gobierno, nombró a Sancho secretario del Consejo de Ministros, con la misión de levantar actas y de organizar el despacho de los asuntos más urgentes. Aunque la de secretario pueda parecer una responsabilidad oscura, lo cierto es que Sancho fue uno de los inspiradores de los decretos anticlericales del gabinete Mendizábal, como el masivo cierre de conventos y la desamortización de bienes de la Iglesia, unas medidas que él ya había defendido en las Cortes en 1820.

Tras la caída en desgracia de su mentor, Sancho siguió su propio camino. Fue elegido procurador por la provincia de Castellón en 1836, y eso a pesar de no disponer de las rentas necesarias que el Estatuto Real exigía para desempeñar dicho cargo. Tras la revolución de La Granja, Sancho obtuvo acta de diputado por Valencia para las Cortes Constituyentes que habrían de elaborar la Constitución de 1837. En esas Cortes Sancho jugó un papel esencial, como presidente que fue de la comisión redactora de la Carta Magna, un puesto estratégico además que le permitiría ser uno de los artífices del Partido Progresista.

La Constitución de 1837, aunque considerada progresista, incorporaba no pocos elementos doctrinarios, muy en línea con el pensamiento político que Sancho se había forjado en el exilio, y que podría definirse como progresismo templado. Enemigo acérrimo del modelo constitucional de 1812 (que consideraba “malísimo”), defendió con vigor la institución de un Senado, una segunda cámara que a su juicio moderaría los conflictos entre el poder ejecutivo y el legislativo, cuyos continuos roces habían terminado por destruir el régimen liberal en 1823; no consiguió, sin embargo, que los senadores fueran vitalicios, como era su deseo. No menos firme se mostró Sancho en sus alegatos a favor del sufragio censitario y del voto directo por distritos, propuestas que sí logró sacar adelante en la nueva Constitución.

Sancho fue sin duda uno de los líderes progresistas más abiertos al pacto y al diálogo, siendo quizá, con Salustiano Olózaga, el principal referente del ala centrista del progresismo. Fue reelegido diputado por Valencia y Castellón de la Plana en sucesivas legislaturas entre 1837 y 1843. En 1839 sería nombrado ministro del Tribunal Supremo de Guerra y Marina, sin abandonar su escaño en la cámara baja.

En el verano de 1840, cuando la solución moderada parecía agotada y el riesgo de una revolución era más que evidente (acababa de ser aprobada la polémica Ley de Ayuntamientos), la regente María Cristina intentó salvar su posición formando un gobierno de progresistas contrarios al general Espartero. Vicente Sancho sería miembro destacado de ese gabinete, el “gobierno González”, ocupando la cartera de Gobernación. El ejecutivo dimitió dos meses después incapaz de atajar la crisis política, y ya a la desesperada, María Cristina echó mano de la experiencia de Sancho, al que nombró presidente del Consejo de Ministros a la vez que ministro de Estado. Nada pudo hacer Sancho por enderezar la situación, ya que su gabinete duró menos de una semana (del 11 al 16 de septiembre de 1840), y arrastró en su caída a la regente.

Durante la regencia de Espartero, Sancho siguió ocupando un puesto relevante dentro del Partido Progresista; aunque no sentía por el duque de la Victoria una gran simpatía, por sentido de Estado le apoyó en su proyecto de regencia única. Su encargo más relevante en aquellos años fue la tutoría de la futura reina Isabel que, por expreso deseo de su madre ausente, Sancho ejerció junto con personajes de la talla de Manuel José Quintana, Francisco Cabello, Juan Donoso Cortés y Manuel Montes de Oca.

Durante la Década Moderada, la estela política de Sancho fue languideciendo. Como premio a su larga trayectoria política, fue nominado senador vitalicio en 1847, un sillón que ocuparía hasta su muerte en 1860, y en el que volvió a dar su autorizado parecer en los debates sobre materias militares y eclesiásticas. Sancho tan sólo reverdeció viejos laureles a mediados de la década de los cincuenta, primero como componente del comité progresista que se opuso al ministerio semidictatorial de Bravo Murillo y de Roncali (1853); luego, durante el Bienio Progresista, sería diputado por Castellón de las Cortes Constituyentes (1854-1856), aunque sin alcanzar la relevancia que tuvo en los debates de 1837. Vuelto a su sillón vitalicio en el Senado en 1857, enfermó de gravedad en 1859, para morir en mayo del año siguiente.

 

Obras de ~: Ensayo de una constitución militar deducida de la Constitución política de la monarquía española, Cádiz, Imprenta Tormentaria, 1813; Proyecto de una Constitución de Milicias Nacionales, Madrid, 1814.

 

Fuentes y bibl.: Archivo del Congreso de los Diputados, Serie documentación electoral, 6 n.º 30, 12 n.º 11, 13 n.º 7, 15 n.º 21, 16 n.º 2, 17 n.º 18, 19 n.º 2, 20 n.º 5, 20 n.º 22, 21 n.º 13, 21 n.º 30, 23 n.º 11, 23 n.º 28 y 37 n.º 19; Archivo del Senado, Exps. personales, HIS-0423-01.

P. Saiz Castellanos, Suplemento a las anotaciones sobre las campañas de Cataluña de 1822 y 23, Madrid, Repullés, 1836; J. Rico y Amat, El libro de los diputados y senadores. Juicio crítico de los oradores más notables desde las Cortes de Cádiz hasta nuestros días, con inserción íntegra del mejor discurso que cada uno de ellos ha pronunciado (2.ª parte de la Historia política y parlamentaria de España), Madrid, Vicente y Lavajos, 1862; A. Pons y Umbert, Organización y funcionamiento de las Cortes, Madrid, Congreso de los Diputados, 1906; P. Janke, Mendizábal y la instauración de la monarquía constitucional en España (1790-1853), Madrid, Siglo XXI, 1974; A. Gil Novales, Las sociedades patrióticas (1820-1823). Las libertades de expresión y de reunión en el origen de los partidos políticos, Madrid, Tecnos, 1975; C. Marichal, La revolución liberal y los primeros partidos políticos en España, Madrid, Cátedra, 1980; I. Burdiel, La política de los notables: moderados y avanzados durante el régimen del Estatuto Real (1834-1836), Valencia, Edicions Alfons el Magnànim, 1987; R. L. Blanco Valdés, Rey, cortes y fuerza armada en los orígenes de la España liberal, 1808-1823, Madrid, Institució Valenciana d’Estudis i Investigació, Siglo XXI, 1988; B. E. Buldain Jaca, Régimen político y preparación de Cortes en 1820, Madrid, Publicaciones del Congreso de los Diputados, 1988; I. Castells, La utopía insurreccional del liberalismo: Torrijos y las conspiraciones liberales en la Década Ominosa, Barcelona, Crítica, 1989; A. Gil Novales (dir.), Diccionario biográfico del Trienio Liberal, Madrid, El Museo Universal, 1991; M. C. Romeo Mateo, Entre el orden y la revolución. La formación de la burguesía liberal en la crisis de la monarquía absoluta, Alicante, Instituto Juan Gil Albert, 1993; M. C. Romeo Mateo, “Lenguaje y política del nuevo liberalismo: moderados y progresistas, 1834-1845”, en Ayer, 29 (1998), págs. 37-62; J. R. Urquijo Goitia, Gobiernos y ministros españoles (1808-2000), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2001.

 

Carlos Rodríguez López-Brea

 

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