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Álvaro Flórez Estrada

Biografía

Flórez-Estrada de la Pola y Navia, Álvaro. Pola de Somiedo (Asturias), 27.II.1766 – Noreña (Asturias), 16.XII.1853. Político y economista.

Hijo de Martín de los Santos Flórez-Estrada, titular de un importante mayorazgo en el Principado de Asturias, y de Ramona de la Pola y Navia Osorio, también de estirpe noble. Álvaro Flórez-Estrada era el primogénito de once hijos, pero no se limitó a desempeñar su papel administrando los beneficios del mayorazgo; como su padre y otros varones ilustrados, fue crítico con las vinculaciones y mayorazgos, aunque era el suyo uno de los más notables en la Asturias de entonces.

Con llamativas dotes intelectuales, había cursado las primeras letras en su villa natal en la cercana localidad de Grado, donde estudió Lenguas Clásicas y Humanidades.

Muy probablemente, entre 1780 y 1781, pasó a la Universidad de Oviedo. En sus Facultades de Filosofía y Jurisprudencia cursó los estudios de las dos disciplinas con suma celeridad, tanto que llegó a ser investido de licenciado con edad menor de la usual y fue, luego, en la Chancillería de Valladolid, recibido de abogado cuando aún no había cumplido los veinte años, según testimonio de Pedregal (no confirmado por biógrafos posteriores, como Martínez Cachero o Uría Rius). Uría Rius señala la posibilidad de que en estos años universitarios tuviera Flórez-Estrada su primer contacto con la literatura enciclopedista del país vecino.

Contaba veinte años de edad, cuando, en 1786, casó —en primeras nupcias— con Juana Queipo de Llano, emparentada con los condes de Toreno. El mismo día de su casamiento viajó a la Corte y durante su estancia en Madrid falleció su esposa en Somiedo, donde había permanecido lejos del marido.

Las circunstancias y motivos de este viaje —refiere Pedregal y Cañedo— no fueron nunca bien esclarecidos. Y, según señala Martínez Cachero, no faltan argumentos para dudar de la existencia de tal matrimonio. En todo caso, en Madrid, el 22 de abril de 1797, casó con María Amalia Cornejo Juareguiundo, hija del miembro del Consejo de Castilla del mismo apellido y dama de honor de la reina María Luisa.

Asentado en la capital del reino, se ha dicho —sin pruebas concluyentes— que Flórez-Estrada conoció a varios miembros de la minoría ilustrada, como Jovellanos —por amistad con su padre—, Campomanes y otros altos dignatarios como Floridablanca, el conde de Aranda, Llaguno y Cea Bermúdez. Suele aceptarse que tales relaciones, si existieron, no dejaron huella perceptible en su trayectoria política.

Por lo que atañe a su actividad intelectual, es de señalar su labor como traductor. Anónimamente, tradujo —entre 1791 y 1794— el trabajo del jurisconsulto francés Antoine Ives Goguet De l’origine des lois, des arts et des sciences, et de leurs progrés chez les anciens peuples (París, 1758). En 1798 también vertió al español la obra del amigo y discípulo de Rousseau, Jacques-Henri Bernardin de Saint Pierre, titulada Etudes sur la nature (París, 1784), traducción que, debido al cordón sanitario establecido por Floridablanca para evitar la contaminación de las ideas de la Revolución Francesa, no llegó a publicarse. Goguet y Saint Pierre compartían, con otros autores como Rousseau, Locke y el abate Mably, de quien Flórez-Estrada habría de ser lector temprano, deudor intelectual y traductor, su creencia iusnaturalista en el gobierno por consentimiento, y en el uso heurístico del supuesto conjetural del pacto social, basado en la hipótesis del “estado de naturaleza”. Todo ello desembocaba en la afirmación de unos derechos del hombre inalienables y en la noción de soberanía popular.

Su participación en determinada “tertulia”, una de tantas sociedades políticas existentes en la época, precipitó el alejamiento de la Corte a su pueblo natal por orden de Godoy. La Universidad de Oviedo le invistió, entre tanto, doctor honoris causa. Transcurrido un breve plazo, volvió a la capital donde fue nombrado tesorero principal de Rentas de la Corte, en 1796. Cesante de su cargo, retornó a su tierra y fijó su residencia en Grado, hasta 1808, donde le nacieron dos hijas: Ramona y Manuela (los dos primeros, Carlos y Álvaro, habían venido al mundo en Madrid y ya le acompañaron en su destierro a Asturias).

Entre 1802 y 1805 fue nombrado miembro de la Diputación General de Asturias, institución que acogía a los representantes de las más poderosas familias asturianas y ejecutaba lo dispuesto por la Junta General del Principado. En ella tuvo Flórez-Estrada ocasión de exponer un esbozo de sus futuras ideas agrarias.

El 11 de mayo de 1808, la Junta General del Principado le nombró procurador general. Como tal, debía de ejecutar —en conjunción con la Diputación— las disposiciones de la Junta General. Flórez-Estrada debía tomar posesión en septiembre, pero un tiempo antes —el día 16 de mayo— se personó en Oviedo y participó en los acontecimientos que desembocaron en la declaración de guerra a Napoleón por parte de dicha Junta, la cual se había proclamado soberana. Ese mismo año, en calidad de procurador general, redactó la Proclama de la Junta General del Principado y, junto con el conde de Agüera, también dio a la estampa la Proclama a los asturianos. Participó asimismo en la decisión de la Junta asturiana de enviar una embajada (formada por Toreno, De la Vega Infanzón y Fernando Álvarez de Miranda en calidad de secretario), con una carta, a Jorge III de Inglaterra, en demanda de apoyo para la defensa contra Napoleón. Cuando Inglaterra comunicó su disposición favorable al socorro, que extendía más allá del propio principado, Flórez-Estrada se encargó de difundir entre todas las juntas existentes dicha comunicación inglesa, fechada el 19 de junio de 1808. Tanto los dos opúsculos citados como las gestiones ante Inglaterra buscaban levantar los ánimos populares contra el invasor más que establecer doctrina, si bien sus ideas y posiciones políticas ya estaban expresadas, todavía en tono templado, ante la misma Junta. También participó en la confección de dos cartas ficticias —publicadas el 26 y 27 de mayo de 1808— que ponían en pluma de Fernando VII una supuesta incitación al pueblo para rechazar la usurpación napoleónica.

Cuando, en 1809, el marqués de la Romana disolvió la Junta General del Principado, Flórez-Estrada protestó, airado, y pasó clandestinamente a Sevilla a través de Portugal con el propósito de exponer ante la Junta Central sus quejas por la actuación arbitraria del militar.

La Junta Central, con el apoyo de Jovellanos y el marqués de Campo-Sagrado, atendía favorablemente sus quejas cuando, súbitamente, falleció el marqués de la Romana. Entre tanto, Asturias era invadida por las tropas del general Ney, y Flórez-Estrada, no pudiendo regresar al Principado, permaneció en Sevilla donde se precipitaban los acontecimientos para reorganizar la nueva arquitectura política del país mediante la convocatoria de Cortes y el diseño de los mínimos instrumentos de gobierno que habían colapsado bajo el rudo hollar del ejército napoleónico.

La Junta Central convocó la denominada por el historiador Miguel Artola “consulta al país”, y su mera actuación sirvió de acicate para que el 1 de noviembre de 1809 Flórez-Estrada remitiera a la Comisión de Cortes de la Junta Central su proyecto de Constitución titulado Constitución para la Nación española presentada a S. M. la Junta Suprema Gubernativa de España e Indias en 1º de noviembre de 1809. El 17 del mismo mes y año presentó a la Junta Central unas Reflexiones sobre la libertad de imprenta, lo que hoy se llamaría libertad de prensa, en las que defiende, para la eficiente implantación de una norma suprema, la “absoluta libertad de imprenta”.

Su proyecto constitucional denota numerosas influencias.

Desde la visión contractualista de la sociedad á la Locke, hasta la herencia de Montesquieu (cuando para evitar el “gobierno despótico”, sostiene con Rousseau y autores de la misma estirpe la necesidad de dividir y equilibrar los poderes del Estado).

Sobresale la idea lockeana de pacto social protector de los derechos naturales del hombre, pero con ella se entretejen ideas de Bentham, Mably, Sieyes y otros escritores europeos de la época. Todo el proyecto pivota sobre una institución: el Parlamento. Un tanto confusamente, le denomina “Congreso Nacional Soberano”.

Su “Constitución” refleja visibles influencias de la Carta Magna de 1795 adoptada en la vecina Francia. Se restringen seriamente los poderes regios y las juntas provinciales conservan un papel notorio en el Congreso, un congreso con cierto aroma federal y de fuerte sabor democrático. Estos rasgos afectaban tanto al órgano legislativo como al propio Gobierno.

Los jueces serían un cuerpo electivo y renovable. La libertad religiosa, de imprenta y otro conjunto de derechos y garantías encuentran también cobijo en este proyecto de Flórez-Estrada, que —dado su radicalismo— no triunfó, aunque suscitó alguna controversia en su tiempo.

El conocido Decreto de 28 de octubre de 1809 —publicado el 27 de noviembre del mismo año— convoca las Cortes y en ellas, curiosamente, no figura el insigne asturiano. Es posible que su candidatura fuese vetada en el mismo principado por los resquemores suscitados por sus actuaciones en la época de procurador general. Pero no por ello se desvinculó de una institución cuya génesis tanto había defendido.

Así lo prueba el Discurso con ocasión de la reunión de las Cortes, escrito para ser leído en la solemne sesión de apertura, cosa que no sucedió. El discurso fue publicado en El Español, en diciembre de 1810. Ese mismo año, Flórez-Estrada, por esta o quizá por otras razones, se trasladó a Inglaterra donde residió hasta el verano del año siguiente. Allí dio a la imprenta su Proyecto de Constitución y sus Reflexiones sobre la Libertad de Imprenta.

También publicó el trabajo Introducción para la Historia de la Revolución española, que mereció su traducción al inglés, obra en la que vierte un juicio favorable a la Revolución Francesa, aunque matizado por el deplorable derramamiento de sangre y el final despótico que tuvo con Napoleón.

Blanco White había fundado en Londres El Español, periódico que sirvió de cauce para sus ideas constitucionales, mucho más anglófilas que las del asturiano.

En él recibieron acogida varios escritos de Flórez-Estrada, algunos extractados, y aparecieron, además, las educadas y respetuosas críticas del sevillano White al Proyecto de Constitución y al escrito sobre la Revolución española del asturiano. Aún en 1811 vio la luz en Londres un nuevo trabajo de Flórez-Estrada, titulado Examen imparcial de las disensiones de la América con la España, de los medios de su recíproco interés, y de la utilidad de los aliados de la España. La segunda edición en español (Cádiz, 1812) tomó el título de Examen imparcial de las disensiones de la América con la España, de los medios de su reconciliación y de la prosperidad de todas las naciones.

Además del examen de las relaciones de España con sus provincias ultramarinas, la segunda edición presenta un meritorio análisis de la decadencia económica del imperio español. Sostiene que las prohibiciones del comercio con las provincias de ultramar constituían causa primordial de la decadencia tanto de estos territorios como de la propia metrópoli. Se ha señalado la influencia de Jeremy Bentham en el trabajo de Flórez-Estrada; se ha hecho notar, por ejemplo, la coincidencia de su rechazo del judicialismo (interpretación judicial del Derecho) con Betham, con algunos doceañistas y con los jacobinos franceses; pero también se han subrayado las grandes divergencias con el pensamiento del inglés. Mientras Bentham defendía la independencia de América, Flórez-Estrada sostenía la tesis de la unión con el resto de las provincias ultramarinas españolas. Por lo demás, las opiniones del asturiano sobre la soberanía y sobre el origen del poder le separan sensiblemente de su inspirador del otro lado del canal.

Tras su breve estancia en Londres ya referida, regresó a España en 1811 y en Cádiz emprende su labor periodística. En 1812, anónimamente, traduce De los derechos y deberes del ciudadano, obra de Gabriel Bonnot de Mably, escrita en 1753. Aunque quizás lo hubiera leído antes, también Mably dejó su huella en el espíritu de Flórez-Estrada. En esta etapa se entregó con ahínco al periodismo, fundando y dirigiendo en Cádiz El Tribuno del Pueblo Español (el primer número salió el 3 de noviembre de 1812, el último, el 1 de abril de 1814), con la intención de difundir las ideas constitucionalistas de su fundador, abordar los temas candentes de su tiempo (libertad de imprenta y de reunión), amén de divulgar muchos contenidos de la filosofía política de la Revolución Francesa, publicitar las sesiones del Congreso Soberano y, a través de sus páginas, abiertas a todas las plumas, ofrecer un diálogo franco con la opinión pública.

En 1813, el Gobierno le nombró intendente del Ejército de Andalucía. Por entonces vio la luz otro trabajo de Flórez-Estrada titulado Constitución política por lo tocante a la parte militar. Además, en cumplimiento riguroso de sus obligaciones como intendente militar, escribió, en 1814, un Plan para formar la estadística de la provincia de Sevilla. Por obra del mismo, se cursaron instrucciones para la elaboración y tratamiento de datos estadísticos en los que descuellan por su importancia los económicos.

También en 1814, con la anulación absolutista de la Constitución de 1812 (Decreto de 4 de mayo de 1814), se vio obligado a expatriarse, huyendo, probablemente acompañado de su hijo, de las persecuciones desatadas por Fernando VII. Al poco tiempo fue condenado a la pena capital y a la confiscación de todos sus bienes; algunos autores hacen notar que viajó a Roma con el fin de convencer a Carlos IV para que reclamase la Corona que impropiamente había ceñido su hijo al hilo del motín de Aranjuez. Restaurada la Junta General del Principado de Asturias —durante la reacción absolutista—, Flórez-Estrada fue nombrado procurador general por segunda vez. Desterrado y bajo condena a muerte, no pudo, naturalmente, ocupar el cargo.

Durante esta estancia en Inglaterra publicó, en 1818, la Representación a S. M.C. el señor D. Fernando VII en defensa de las Cortes. Vio la luz en las prensas del periódico El Español Constitucional, fundado en Londres por exiliados españoles y dirigido por Fernández Sardinó. En el mismo órgano también dio a la estampa su Impugnación del decreto dado en Valencia el 4 de mayo de 1814, dirigido a Fernando VII.

Sin duda, la importancia capital se la lleva la Representación, espejo fiel del pensamiento constitucionalista de Flórez-Estrada, que data al parecer de 1814, y que, según diversos autores, su difusión entre los liberales exiliados y los del interior contribuyó mucho a caldear el ambiente proclive al pronunciamiento de Riego.

En la Representación, además de recordarle al rey Fernando la pérdida de sus derechos sucesorios a causa de la renuncia de Bayona —generosamente devueltos por las Cortes—, defiende con ardor la recuperación de las libertades y de todos los derechos de los ciudadanos; también vitupera sin miramientos el retroceso que en el plano internacional había sufrido la España fernandina frente al vigor exultante —en materia de libertades— de la España de 1812. Finalmente, recomienda el asturiano al Monarca el restablecimiento de las libertades y la convocatoria de Cortes. En este punto, acepta una futura reforma constitucional estableciendo un esquema bicameral; el sistema es, seguramente, ofrecido por Flórez-Estrada como elemento de transacción no sólo ante Fernando VII, sino ante los mismos liberales moderados, intentando aunar voluntades a favor de la causa constitucional.

Es quizás por estas fechas —hacia 1815— cuando tuvo lugar la primera gran fisura registrada en el liberalismo español entre los “exaltados”, partidarios de la reposición de la constitución doceañista en su primitiva expresión, y la de los “moderados” que aceptaban la Constitución de 1812, aunque reformada, en obsequio de una transacción con quienes todavía conservaban un pie en el Antiguo Régimen. La ocasión la brindaría, precisamente, el levantamiento de Riego en enero de 1820.

Con tal motivo, Flórez-Estrada retornó a España, vía París y Barcelona; fue recibido con homenajes varios y el 13 de mayo de 1820 llegó a Madrid. En junio del mismo año diputado a Cortes por Asturias y ocupó su escaño hasta junio del siguiente, cuando, por obra de la disolución y previo acuerdo de las Cortes sobre la inelegibilidad de sus diputados para las siguientes, hubo de abandonarlo. Restaurada la Constitución de Cádiz, en 1820, las tensiones entre el Monarca y los constitucionalistas de diverso signo fueron la norma más que la excepción. El liberalismo español se mostraría siempre escindido, entonces entre doceañistas y moderados, después entre moderados y progresistas. Querían los “exaltados” que la Revolución pasase cuanto antes del mundo abstracto de la norma jurídica a la realidad de la vida nacional. Con Calvo de Rozas, Romero Alpuente, Istúriz, Moreno Guerra y hasta el mismo “exaltado” de primera hora, Alcalá Galiano, figuraba en lugar destacado Flórez-Estrada. Huérfanos de apoyo en el mundo rural, los exaltados cifraban sus esperanzas en las clases urbanas y en su doble brazo, las sociedades patrióticas y las milicias populares. Los moderados buscaban, en cambio, un espacio de entendimiento entre ambos elementos, los representativos del Antiguo Régimen y los defensores del nuevo orden liberal naciente. La relación de fuerzas —los moderados eran conscientes del hecho— no favorecía la exaltación y defensa encendida del régimen constitucional; si algo enseñaba la experiencia histórica reciente, era, más bien, lo contrario.

Basándose en la falta de cualidades oratorias y en el presunto seguimiento de las líneas de pensamiento trazadas por su coterráneo Argüelles, ha señalado el profesor Artola la falta de relieve parlamentario de Flórez-Estrada. El segundo argumento lo niega, sin embargo, el profesor Joaquín Varela, en un minucioso trabajo sobre Flórez-Estrada a quien califica, ya en el título, como “un liberal de izquierdas”. Aduce en su defensa la colaboración con Francisco Martínez Marina y con José María Calatrava en la redacción del primer Código Penal y su intervención, técnicamente solvente, en los debates sobre materias de Hacienda y Ejército en las que se movía con soltura. En efecto, durante su primera etapa de diputado en Cortes —legislatura 1820- 1821—, Flórez-Estrada desplegó una intensa labor formando parte de dos comisiones, la de Comercio y la de Milicias Nacionales. El 22 de agosto de 1820 se formaron, como señala Martínez Cachero, diversas comisiones para redactar los proyectos de Código Civil, Mercantil y Penal y en esta última figuró el diputado asturiano.

Es de mencionar, asimismo, el discurso de Flórez-Estrada, con fuerte tinte ideológico, pronunciado el 20 de octubre de 1820, al hilo del debate sobre las sociedades patrióticas. Los exaltados exigían su legalización —algunos derechos, como el de reunión y asociación, carecían de reconocimiento constitucional en 1812— contra la reticencia de los moderados que, como el conde de Toreno, apelaban al extremismo encendido de muchas de ellas, pues, a su entender, hacían peligrar la libertad y la misma Constitución.

Al año siguiente, 1821, regresó a Pola de Somiedo en su Asturias natal, donde nuevamente dedicó breve atención a su languideciente herrería. Alboreaba el año 1822 cuando volvió Flórez-Estrada a Madrid, que por entonces era un hervidero de fuerzas políticas en pugna.

Luchaba el Rey contra los liberales de sus primeros gabinetes, con los que, dado el acendrado constitucionalismo de éstos, no llegaba a entenderse. La inestabilidad de los gobiernos era proverbial, primero los tres gabinetes moderados, luego el gabinete presidido por el “exaltado” Evaristo San Miguel; la intriga de asociaciones como la masonería, o la más radical, “Comunería”, desprendida de aquélla o el papel de las Cortes imponiendo al Rey los componentes del Ejecutivo, conferían al escenario político un sello inconfundible de inestabilidad. Precisamente en el gabinete del 28 de febrero de 1923, impuesto por los “comuneros”, Flórez-Estrada figura como secretario de Estado, con funciones de presidente de Gobierno entonces. El desencuentro de este Ejecutivo con el Monarca fue clamoroso, más aún si cabe que en los gabinetes anteriores presididos por Argüelles, Feliú y Martínez de la Rosa. Cuando, con la complacencia del soberano, penetraron los Cien Mil Hijos de San Luis en territorio patrio —ante la perfecta inhibición del pueblo, ajeno a toda veleidad liberal-constitucionalista—, las Cortes hubieron de trasladarse a Sevilla.

No quiso acompañarlas el Rey, por lo que las Cortes —en aplicación del artículo 187 de la Constitución— consideraron al Monarca ayuno del pleno uso de la razón y nombraron una Regencia. Antes habían impuesto al Soberano la destitución de Álvaro Flórez-Estrada junto con Calvo Rozas. El Rey les sustituyó por Calatrava y Zorraquín.

De nuevo, hubo Flórez-Estrada de apurar el cáliz del exilio, en octubre de 1823, cuando entraron en España las tropas del duque de Angulema. Otra vez condenado a la pena capital, como en 1814, salvó su vida saliendo por Gibraltar rumbo a Inglaterra. De nuevo en Londres —que en los años 1824-1830, era un vivero de emigrantes— colaboró en El Español Constitucional, de orientación exaltada; se produce su polémica con Calatrava, en The Times, sobre cierta intolerancia religiosa que rezumaba el artículo 12 de la Constitución gaditana y sobre la facultad real, otorgada por la misma Carta Magna, de nombrar y promover jueces según su real designio. Por lo demás, en 1821, David Ricardo había fundado, en Londres, el Club de Economía Política y se ha especulado con la posible participación de Flórez-Estrada en las discusiones de tan selecto círculo. Sea como fuere, la inclinación a la economía, arraigó con fuerza en nuestro hombre y habría de tener muy pronto plasmación en letra impresa.

Antes, ha de señalarse otra publicación menor también sobre tema económico. Se trata de la obra titulada Efectos producidos en Europa por la baja en el producto de las minas de plata, que vio la luz en Londres en 1824 y fue traducido al inglés en 1826. Dos años después conoció su segunda edición con otro título: Reflexiones acerca del mal extraordinario que en el día aflige y que más o menos incomoda ya a las naciones más industriosas de Europa. La publicación de más envergadura fue, sin embargo, su Curso de Economía Política editado en Londres en 1828 el primer tomo y en 1829 el segundo. Nada menos que seis ediciones conoció la obra en vida de su autor: dos en París, en 1831 y 1833, mereciendo la de este último año ser traducida al francés (con el título Cours éclectique d’economie politique). La versión del Cours realizada sobre el texto impreso en París dos años antes estaba precedida de un Avant-Propos, obra de León Galibert, que contribuyó, con el texto francés en su conjunto, a la difusión europea del trabajo de Flórez-Estrada. En 1930, Flórez-Estrada había pasado a vivir en París, de donde —salvo un viaje esporádico— no salió hasta volver a España en el año 1834. Subsidiado, alejado políticamente de las polémicas y divisiones de sus correligionarios del exilio, dedicó gran parte de su estancia parisina al estudio de la Economía Política en la Biblioteca Nacional francesa. En la imprenta Gautier-Laguionie se editó la segunda edición del Curso. Tres ediciones más vieron la luz en Madrid (la cuarta de 1835, la quinta de 1840 y la sexta de 1848) y, en Oviedo, fue entregada a las prensas una séptima edición, luego reimpresa, con una Introducción de Luis Alfonso Martínez Cachero, en Obras de Álvaro Flórez Estrada.

A la confección del Curso con sus ediciones sucesivas dedicó Flórez-Estrada la mayor parte del resto de sus energías vitales e intelectuales. No dejaba de significar un giro importante en su trayectoria de político en ejercicio: desde la óptica constitucional a la de la pura economía política. En la economía se hallaba el fundamento del fracaso —hasta entonces— del escaso asentamiento de un orden liberal. Y a diagnosticar y aconsejar en este campo se dedicó con ahínco. Recibió Florez múltiples influencias. Su obra, de enorme fama, es prácticamente un producto sincrético, pero también se ha señalado que su posición, propia de la estirpe de los radicales ricardianos, no le convierte en un liberal. En aspectos como la propiedad y otras cuestiones afines su pretendido liberalismo ha recibido algunos reparos (M. J. González, “Estudio preliminar”, en Á. Flórez Estrada, 1994, o, más recientemente, C. Rodríguez Braun, 2008).

En todo caso, tras la quinta edición del Curso, Flórez-Estrada fue deslizándose hacia el análisis de cuestiones como los derechos de propiedad sobre la tierra y temas afines ligados a la denominada “cuestión social”. Florez aceptaba, en tiempos del Ministerio Mendizábal, la decisión gubernamental de apropiarse —con muy dudosa conformidad a derecho— de los llamados “bienes nacionales”. Sólo se separaba de él en la decisión de venderlos, después, en pública subasta. Prefería que el Gobierno arrendase las tierras desamortizadas a los campesinos en contratos de enfiteusis a cincuenta años. La polémica —ya en su tiempo— estaba servida y las respuestas no se hicieron esperar.

En 1839, publicó, como resultado de sus inquietudes, un interesante folleto titulado La cuestión social, o sea, origen, latitud y efectos del derecho de propiedad. Indicaciones acerca de la cuestión social que actualmente se ventila con empeño por los economistas europeos, sometida a la discusión de los sabios (en Á. Flórez Estrada, 1984), que incluyó en la quinta edición del Curso al año siguiente.

Enfrascado en estas cuestiones se hallaba todavía cuando anotó y tradujo el artículo “Propiedad” publicado en la Enciclopedia Británica en 1820 y que pasó a formar parte del Curso, en su sexta edición. Anciano ya —y un tanto desengañado por el escaso eco que habían conseguido sus propuestas, no plasmadas en reformas efectivas—, Flórez-Estrada descansó en su edad postrera en el palacio de Miraflores que poseía una tía materna suya, Josefa Pola y Navia —apodada la Mariscala por haberse casado con el mariscal de Campo, Jacinto Acevedo—, en la localidad de Noreña (Asturias).

En este palacio pudo aún revisar la séptima edición de su predilecto Curso. Preparaba la octava cuando le sorprendió la muerte. Poco antes pudo conocer que el Instituto de Argel en París le había nombrado vicepresidente honorario; y un año después, en 1851, la Academia Francesa de Ciencias Morales y Políticas le nombró miembro correspondiente. Fue enterrado en el cementerio parroquial de Noreña. No fue grande el reconocimiento que recibió en su propio país: en 1846 había recibido el nombramiento de senador vitalicio, una lápida con detallada inscripción de algunos rasgos vitales del “varón virtuoso” en la pared del cementerio —destruida, por cierto, en 1930—, algunas ediciones póstumas y poco más.

 

Obras de ~: “Reflexiones sobre las consecuencias inmediatas de la emancipación de las Américas”, London (en Biblioteca del Palacio Real, Manuscritos de América, n.º 2635, y en Obras de Álvaro Flórez Estrada, op. cit.); Introducción para la historia de la revolución de España, London, Imprenta de R. Juigné, 1810; Examen imparcial de las disensiones de la América con la España, de los medios de su reconciliación, y de la prosperidad de todas las naciones, London, Imprenta de R. Juigné, 1811, [reed. Cádiz, Imprenta de Manuel Ximénez Carreño, 1812, y en Obras de Álvaro Flórez Estrada, ed. y estudio preliminar de M. Artola Gallego, Madrid, Atlas, 1958 (Biblioteca de Autores Españoles, ts. 112 y 113)]; Examen imparcial de las disensiones de la América con la España, de los medios de su recíproco interés y de la utilidad de los aliados de las Españas, Cádiz, M. Carreño, 1812 (2.ª ed.); Constitución para la Nación Española, Birmingham, Impresores Swinney y Ferrall, 1812; Constitución política de la nación española por lo tocante a la parte militar, Cádiz, Imprenta Tormentaria, 1813 (Montevideo, 1822); Representación hecha a SMC el Señor Don Fernando VII en defensa de las Cortes, Brick Lane, Whitechapel, Imprenta de E. Justius, 1818 (reed. Valencia, José Ferrer de Orga, 1820, y en Obras de Álvaro Flórez Estrada, op. cit.); Carta dirigida al Rey desde Londres, México, Imprenta de Vega y compañía, 1820; Efectos producidos en Europa por la baja en el producto de las minas de plata, London, 1824; Curso de Economía Política, London, Imprenta Española de M. Calero, 1828 [reed. y estudio preliminar de S. Almenar Palau e Introducción de E. Lluch, Madrid, Instituto de Estudios Fiscales, 1980, 2 vols. (col. Clásicos del pensamiento económico español)]; “Del uso que debe hacerse de los bienes nacionales”, en El Español, 28 de febrero de 1836; La cuestión social: origen, latitud y efectos del derecho, de propiedad, Madrid, 1839; Elementos de economía política, Madrid, Imprenta Don Miguel de Burgos, 1841; Obras de Álvaro Flórez Estrada, ed. y estudio preliminar de M. Artola Gallego, op. cit.; “Contestación de D. Álvaro Flórez Estrada a las impugnaciones hechas a su escrito sobre el uso que debe hacerse de los bienes nacionales”, en Revista de Economía Política, n.º 30 (1962), pág. 130; En defensa de las Cortes, ed. de Jesús Munárriz, Madrid, Editorial Ciencia Nueva, 1967; Escritos Políticos, estudio preliminar y notas de M. J. González, Oviedo, Junta General del Principado, 1994 (Clásicos Asturianos del Pensamiento Político, n.º 5), págs. XI-CV; Historia de la Revolución en España, prólogo de E. Aguirre e introd. de F. García Cortázar y de J. Vilches, Madrid, Espasa, 2009.

 

Bibl.: J. Arias y Miranda, Examen crítico-histórico del influjo que tuvo en el comercio, industria y población de España su dominación en América, Madrid, Real Academia de la Historia, 1854; A. Buylla y G. Alegre, Flórez Estrada, Madrid, Imprenta de la Revista de Legislación, 1885; M. Pedregal y Cañedo, D. Álvaro Flórez Estrada. La organización industrial y mercantil de la España antigua. La libertad de trabajo y de cambio. La situación y las necesidades actuales de la industria y del comercio, conferencia pronunciada en el Ateneo de Madrid dentro del ciclo La España del siglo xix, Madrid, 1886, en Biblioteca Digital del Ateneo de Madrid, Libros y Folletos http:// www.ateneodemadrid.com/biblioteca-digital/LibrosFolletos.htm; M. Sierra Monet, Ideas Económicas de Flórez Estrada, conferencia pronunciada en el Centro Asturiano de Buenos Aires, bajo los auspicios del Ateneo Jovellanos, Buenos Aires, agosto 1945; J. 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Manuel-J. González

 

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