Ceballos y Guerra de la Vega, Pedro Félix de. San Felices de Buelna (Cantabria), 1.VIII.1759 – Sevilla, 29.V.1838. Diplomático y ministro.
Era hijo de Francisco Javier de Ceballos (nacido en 1718) y de Margarita Guerra de la Vega y Peredo (nacida en 1732), que contrajeron matrimonio en Santander el 16 de febrero de 1747 y en cuya casa infanzona y solariega de la Montaña nació, en el seno de familia de noble estirpe. Era su hermano Manuel de Ceballos, conde de Villafuertes, caballero de Calatrava y gentilhombre de cámara del Rey.
Estudió Jurisprudencia en la Universidad de Valladolid y se doctoró en Derecho Canónico. Ejerció seguidamente como abogado. Optó más tarde por ingresar en la carrera Diplomática, en la que fue nombrado por el conde de Floridablanca secretario de Legación, obteniendo así el primer destino de secretario, sin pasar por el empleo inferior de agregado, siendo el 25 de mayo de 1791 destinado a Lisboa, en cuya embajada tomó posesión el 28 de julio. Le correspondió allí servir la vacante y ejercer en calidad de encargado de negocios ad interim a la partida del anterior encargado José de Caamaño, el 28 de agosto de 1791, y hasta la llegada el 12 de abril de 1792 del nuevo embajador Vicente María Imperiali, marqués de Oyra.
Teniendo asentado su matrimonio con persona de distinción, lo desbarató el nuevo plan de contraer nupcias en Lisboa, en 1793, con Josefa Álvarez de Faria Pelliza, hija de José Álvarez y prima de Godoy, a la sazón duque de Alcudia. Ese parentesco le valió el favor del ministro y el 9 de junio de ese mismo año recibió el nombramiento de consejero de Hacienda, cargo del que tomó posesión en Madrid el 12 de agosto siguiente. Su carrera diplomática lo hubiera conducido a la Italia borbónica al ser nombrado por Carlos IV ministro plenipotenciario en la Corte de Nápoles el 3 de septiembre de 1797, pero el empeoramiento producido por entonces en las relaciones entre ambas Cortes le impidió tomar posesión. El 18 de febrero de 1798 se le hizo merced en Madrid de la llave de gentilhombre.
Tras la caída de Urquijo, acaecida el 13 de diciembre de 1800, fue nombrado por decisión de Godoy primer secretario de Estado y del Despacho el 28 de ese mes.
Ejerció interinamente también las secretarías de Gracia y Justicia, y de Guerra desde el 7 de agosto de 1805 hasta el 27 de noviembre de 1807. En 1802 ingresó en la Orden de Carlos III, siendo sus testigos, entre otros, los duques de Medinaceli y del Infantado y el capitán general de la Armada, Manuel de Lángara.
Durante el período en que estuvo al frente de la Secretaría, le tocó suscribir el tratado con Francia de 1801, que determinó la Guerra de las Naranjas con Portugal, y negociar con Francia el canje de la Luisiana por el reino de Etruria a favor del infante Luis de Parma, cuyos ingratos avatares fueron motivo de sus instrucciones al embajador español en París, Azara, en 1803. También por entonces (1805) se produjo el desastre de Trafalgar y la destrucción de la flota española. Ceballos firmó el canje de ratificaciones del Tratado de Fontainebleau (27 de octubre de 1807) que fue la base de la intervención francesa en Portugal y en España.
Sin embargo, Ceballos se manifestó contrario a la política de alianza profrancesa que Godoy propugnaba y su paulatino alejamiento de éste lo acercó a la posición del príncipe de Asturias don Fernando, el cual, en su efímero reinado tras el motín de Aranjuez, lo confirmó en la Secretaría de Estado sin que fuera óbice para ello su afinidad con el derrocado valido, porque, según reza el Real Decreto de 21 de marzo de 1808, “nunca había entrado en las ideas y designios injustos” de aquél, antes bien “acreditaba tener un corazón noble y fiel a su soberano”.
Producidos los sucesos del 2 de mayo de 1808 y el inicio de la Guerra de la Independencia, fue nombrado miembro de la Junta Suprema y Gubernativa del reino por Fernando VII, si bien retuvo la Secretaría de Estado. A pesar de que él mismo hubo de marchar a Bayona acompañando a los reyes y fiando en las promesas napoleónicas.
En su calidad de secretario de Estado y junto a los dos oficiales mayores de la Secretaría, Eusebio Bardají y Luis de Onís, acompañó Ceballos a Fernando VII en su viaje a Bayona. En Francia negoció con el ministro francés de Negocios Extranjeros Champagny acerca de las cesiones dinásticas que habían de culminar en las abdicaciones de Carlos IV y de Fernando VII a favor de Napoleón y luego de éste a favor de su hermano José. En tales negociaciones se esforzó en mantener los derechos de los monarcas españoles, de suerte que, resultando negociador no grato a Napoleón, éste exigió su sustitución, lo que en efecto se hizo, viéndose relevado por el canónigo Escóiquiz y por Pedro Gómez Labrador, quienes prosiguieron los tratos con el obispo de Poitiers, Dominique de Pradt, mientras Godoy y su agente Izquierdo hacían lo propio, en nombre de Carlos IV, con Duroc. Más tarde, Ceballos habría de referir aquellos sucesos en una Exposición patriótica con un tinte favorable a sus gestiones, alegando haber cursado a Madrid un real decreto por el que ordenaba oponerse a las exigencias napoleónicas en Bayona, pero hay razones para dudar de tal versión.
En todo caso, el ominoso colofón de aquellos tratos fueron las sucesivas abdicaciones de Fernando VII y Carlos IV en Bayona, por las que Napoleón impuso a su hermano José como rey de España.
Si bien es cierto que, en el curso de tales conversaciones con los franceses, Ceballos no se había dejado avasallar por éstos en cuanto al despojo de que se deseaba hacer objeto a la familia real española, también lo es que Ceballos, consumado aquél, no mostró escrúpulo en suscribir la Carta de Bayona y someterse a José Bonaparte, quien lo nombró ministro de Negocios Extranjeros el 7 de julio de 1808 e interino de Gracia y Justicia. El propio Ceballos manifestó las más lisonjeras esperanzas de que José I se haría con la confianza de los españoles, según manifestó en carta a Bardají el 8 de junio de 1808. Más tarde, sin embargo, él mismo excusó su acción como el único posible subterfugio para poder evadirse del poder napoleónico y buscar el modo de sumarse a la causa patriótica.
Ceballos acompañó a José I en su viaje desde Bayona hasta Madrid, pero los sucesivos avatares de la guerra y concretamente la noticia de la victoria de Bailén, le propiciaron efectivamente la ocasión de un nuevo cambio y abrazó la causa nacional, lo que le acarreó ser incluido por Napoleón entre los “enemigos de Francia y España y traidores a ambas Coronas”, condenados a ser pasados por las armas, si fueren habidos, y a serles confiscados sus bienes. En efecto, después de la batalla de Bailén, hizo público el 1 de septiembre de 1808 un manifiesto o Exposición de los medios empleados por el emperador Napoleón para usurpar la Corona de España. Al mismo tiempo se puso a las órdenes de la Junta Central, de la que obtuvo la primera Secretaría de Estado por reunir “confianza pública y un patriotismo acendrado”.
Ceballos comenzó a desempeñar la Secretaría el 15 de octubre de 1808.
El deseo de la Junta de alejarlo por tenerlo en poca estima determinó el que fuese nombrado para una embajada extraordinaria en Londres el 30 de diciembre de 1808, aunque sin afectar a la representación ordinaria que allí desempeñaba Juan Ruiz de Apodaca.
García de León Pizarro, que se le muestra muy hostil en sus Memorias, describe el hecho diciendo que “poseído de miedo por los franceses, pidió una embajada extraordinaria a Londres, diciendo que si no se la daban se iría, pero con la precaución de conservar el ministerio, para después de pasado el peligro”.
De hecho, no perdió en principio el cargo de secretario de Estado, que en su ausencia fue ejercido por Martín de Garay, hasta el nombramiento definitivo de Francisco de Saavedra en octubre de 1809.
Embarcó Ceballos en el navío Algeciras con rumbo a Inglaterra, cuya costa tocó en Portsmouth el 13 de febrero de 1809. Lo acompañaban Manuel Abella, como secretario, y José de Virués y el marqués de las Torres, como agregados; también la ocasión de alejar a estos últimos había sido causa de incluirlos por la Junta en la misión.
El motivo de la embajada que se había confiado a Ceballos era dar las gracias al monarca británico por la ayuda a la causa patriótica española en la Guerra de la Independencia. En tales cometidos estaba el de ofrecer a Jorge III el Toisón de Oro, lo que fue un error de la Junta, toda vez que los monarcas británicos no aceptaban distinciones extranjeras, por lo que el honor fue rehusado. Había asimismo de solicitar Ceballos los auxilios militares ingleses para la guerra, consistentes en armamento y dinero, si bien en proporciones tan desmedidas, que no vio aceptada su demanda.
La misión quedó, pues, sin que se satisficiesen sus propósitos. Ceballos se despidió de Jorge III en 1810, pero permaneció en Londres todavía algunos meses. Desde Londres escribió a las Cortes de Cádiz, recomendando la elaboración de una Constitución del reino. Terminada la embajada en Londres, recibió orden de cese de la Junta el 30 de diciembre de dicho año.
Retornado Ceballos a España, ocupó puesto en el Consejo de Estado el 20 de febrero de 1812 en Cádiz.
Una vez concluida la Guerra de la Independencia y restaurado en el trono Fernando VII, nombró éste a Ceballos secretario de Estado el 15 de noviembre de 1814, para sustituir al duque de San Carlos. Ocupó el puesto hasta el 31 de octubre de 1816, así como interinamente la Secretaría de Gracia y Justicia (27 de enero de 1816).
El más grave empeño de la diplomacia española entonces radicaba en las decisiones que se iban a adoptar en el Congreso de Viena, para reconstruir la situación europea tras el período napoleónico. Correspondió, pues, a Ceballos dirigir la política exterior española durante las negociaciones del Congreso y dar las pertinentes instrucciones al plenipotenciario español Pedro Gómez Labrador, sin que la diplomacia española en el Congreso consiguiera obtener, dentro del nuevo orden europeo, la posición internacional a la que su papel en la lucha contra Napoleón hubiera debido hacerle acreedora. Las instrucciones de Ceballos a Labrador insistían en las reivindicaciones borbónicas en Italia, complementadas con una utópica restitución de la Luisiana en América del Norte. Era criterio de Ceballos mantener la Monarquía de España en una cautelosa imparcialidad entre las potencias, encargando para ello al plenipotenciario Labrador en Viena que “trabajase sin comprometerse, huyendo siempre de tomar partido hasta el punto en que pudiese decorosamente conseguirlo”. Los propósitos de la diplomacia española en el Congreso de Viena resultaron fallidos y su acción inoperante y toda esa cadena de frustraciones condujo a que España no suscribiese el acta final del congreso.
Durante el tiempo de su desempeño de la Secretaría de Estado, Ceballos promulgó un decreto (18 de julio de 1816) que reguló el modo y condiciones de acceso a la carrera Diplomática española. En ese mismo año, la intriga palaciega con la intervención del embajador ruso Tatischeff y la gestión de los matrimonios portugueses del rey y del infante Carlos con doña María Isabel y doña Francisca, hijas de Juan VI, obtenidos sin la intervención de la Secretaría de Estado, determinaron la caída de Ceballos, que fue reemplazado por José García de León Pizarro el 30 de octubre de ese año.
Seguidamente Fernando VII nombró a Ceballos embajador en Nápoles el 6 de noviembre de 1816, donde tomó posesión el 15 de mayo de 1817. En Nápoles hubiera querido quedar y así lo solicitó a Madrid, pero no le fue aceptada su petición, sino que fue nombrado embajador en Austria el 16 de marzo de 1817 para suceder al duque de San Carlos. Ocupó la embajada en Viena hasta 1820, en que regresó a Madrid, donde recuperó su puesto en el Consejo de Estado, sin que le afectase el cambio político del inicio del Trienio liberal. Concluido éste en 1823, terminó también la actividad de Ceballos.
Su versatilidad política lo había llevado a servir a Carlos IV, Fernando VII, José Bonaparte, la Junta Central y de nuevo a Fernando VII, al frente de la política exterior de dichos regímenes. El conde de Toreno lo reputó hombre “de propensión fácil a acomodarse a varios y encontrados gobiernos”. Su carrera concluyó el 1 de octubre de 1823 en que fue declarado cesante, no sin que él intentara en 1826 desde Sevilla ser rehabilitado en las purificaciones que puso en marcha el nuevo régimen absolutista.
Acabado éste con la muerte de Fernando VII, trató Ceballos de retornar a la Corte en 1834, en calidad de prócer del reino en el nuevo ordenamiento constitucional.
Motivos de salud, sin embargo, le hicieron presentar su dimisión, desde Sevilla, al secretario de Estado, Martínez de la Rosa. Retirado al fin de la política, a la que había dedicado tantos desvelos en su vida, falleció en Sevilla en 1838. Había obtenido el Toisón de Oro el 20 de febrero de 1816.
Era Ceballos, según parece, hombre de escasa prestancia física, torpe de andares, envarado y adusto, si bien dotado de honda cultura, alcanzada en sus estudios universitarios de Leyes y de Cánones. Al margen de sus actividades gubernamentales y diplomáticas, cuidó de promover el fomento de la cultura. Fue protector de la Real Academia de San Fernando, del Real Gabinete de Historia Natural y de otras instituciones.
León Pizarro lo describe en sus Memorias como hombre “blando, frío, torpe de piernas y pies, inmóvil de cuerpo, entrecejo arrugado, más por ponderación que por ningún otro significado”, que no era tonto ni ignorante, pero que actuaba como tal, que odiaba la fatiga y el trabajo que deseaba el bien pero dejaba hacer el mal, que entendía poco de política y menos de práctica, difícil en expresarse y en lenguas aún más.
De su esposa Josefa Álvarez de Faria, Pedro tuvo cuatro hijos: Josefa, Valentina, Ignacia e Inés. María del Carmen Álvarez de Faria, hermana de la esposa de y, como ella, prima de Godoy, fue luego la tercera esposa del diplomático Vargas Laguna.
Obras de ~: Exposición de los hechos y maquinaciones que han preparado la usurpación de la Corona de España y los medios que el Emperador de los Franceses ha puesto en obra para realizarla, Cádiz, Josef Niel, 1 de septiembre de 1808.
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Miguel Ángel Ochoa Brun