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Francisco Arango y Parreño

Biografía

Arango y Parreño, Francisco. La Habana (Cuba), 12.I.1764 – 21.III.1837. Abogado y político cubano.

Nacido en el seno de una familia patricia de La Habana poco después de que los ingleses devolvieran la ciudad, que habían tomado en el curso de la Guerra de los Siete Años. Realizó los estudios de bachiller en Artes en el Colegio Seminario de San Carlos, el centro universitario de carácter ilustrado preferido por el patriciado criollo. Se licenció en Leyes por la Universidad de San Jerónimo de La Habana, regida por los dominicos, y fue titular de la cátedra de Derecho Natural en el San Carlos durante dos años.

Un pleito familiar le llevó, primero, a Santo Domingo, donde llamó la atención, por su preparación intelectual y jurídica, del famoso oidor Francisco Javier Gamboa y de su compañero Francisco Emparan, que le pidió su opinión sobre el borrador que había preparado para un “código negro” o reglamento para el trato de los esclavos que le había encargado la Corona. El fallo de la Audiencia fue favorable a los Arango, pero el pleiteante apeló al Consejo de Indias, lo que motivó la marcha de Francisco a Madrid en 1787. Así comenzó la brillante carrera política de Arango, centrada en obtener de la metrópoli toda una serie de privilegios fiscales y comerciales que facilitarían el despegue económico de Cuba desde los últimos años del siglo xviii.

Al poco de llegar a la Corte fue admitido en la Real Academia de Derecho Patrio y Común Santa Bárbara, sita en la Casa de Estudios de San Isidro, donde asistió por dos años a la cátedra de Derecho natural y de gentes. Fue sin duda un período muy bien aprovechado por Arango para conocer la literatura ilustrada, en especial lo relacionado con la economía política, y para establecer contactos y relaciones que serán decisivos en su carrera. Consta que entre 1787 y 1791 trata en la Corte a personajes como Luis de las Casas (futuro gobernador de La Habana), Francisco Moñino (hermano del ministro Floridablanca y director de la Academia de Santa Bárbara), Antonio de Viaña (director de la Junta de Comercio) y Diego de Gardoqui y Francisco de Saavedra (más tarde ministros), entre otros.

En 1788, su paisano Francisco Calvo de la Puerta, conde de Buenavista, le traspasó la función de apoderado del Ayuntamiento de La Habana en la Corte, una tarea que Arango afrontó, a diferencia de sus antecesores, como un auténtico trabajo profesional. En ese mismo año y el siguiente fue consultado varias veces por el ministro de Marina e Indias, Antonio Valdés, sobre asuntos de política económica que afectaban a Cuba y a toda la América española. La más conocida de esas consultas se refería a la liberalización de la trata negrera, que Arango apoyó abiertamente con los argumentos del liberalismo económico que entonces se venían imponiendo; el resultado fue la Real Cédula de 29 de febrero de 1789 que, por primera vez, otorgó libertad para el comercio esclavista a los súbditos de la Monarquía. Ese mismo año obtenía el título de abogado por los Consejos de Castilla y de Indias, un privilegio muy raro en esa época para un habanero. Al mismo tiempo solicitaba una plaza para cubrir una vacante de oidor en la Audiencia de Santa Fe, que no llegó a obtener.

En noviembre de 1791 llegaba a Madrid la noticia de la rebelión de esclavos del Saint Domingue francés (Haití), que fue el inicio de la ruina de esa colonia. Incitado por el ministro de Indias, Arango redactó entonces un Discurso sobre la agricultura de La Habana y modo de fomentarla, al que adjuntaba un Proyecto que contenía una serie de medidas concretas dirigidas a aprovechar la oportunidad de la ruina de Haití para lograr que Cuba se convirtiera en la sucesora de esa colonia francesa como primera productora y exportadora de azúcar de América. Gracias a sus excelentes relaciones con el nuevo ministro de Hacienda, Diego de Gardoqui, y otros personajes de la Corte, obtuvo el apoyo del Gobierno a la gran mayoría de las propuestas contenidas en su Proyecto. De esa forma, se constituyó la Junta de Agricultura y Comercio, también llamada Consulado, del que fue nombrado asesor de alzadas a perpetuidad, con el título de oidor honorario de la Audiencia de Santo Domingo. En 1795, tras un viaje por Inglaterra y Jamaica acompañado del conde de Casa Montalvo, gran hacendado habanero, expresaba su programa político-económico para Cuba en el discurso de apertura de la Sociedad Económica de La Habana: progresiva liberalización comercial, expansión de la agricultura difundiendo los conocimientos de ciencias naturales, mejora de las infraestructuras de la isla y fomento de la población blanca pero manteniendo la esclavitud. Desde entonces, Arango se convirtió en el consejero de los capitanes generales de La Habana y en el auténtico director de la política metropolitana para Cuba.

Después de la libertad de exportación de azúcar concedida en 1794, Arango logrará sacar adelante, con el decidido apoyo de los capitanes generales de la isla, sucesivas disposiciones que asegurarán la libertad de comercio y de la trata negrera, además de otras medidas liberalizadoras, como la exención de diezmos para los nuevos ingenios azucareros y la eliminación de las restricciones a los cortes de madera, del abasto obligatorio de carne y la supresión del estanco del tabaco.

Manifestó, además, una constante preocupación por promover la educación pública en la isla, en especial de las ciencias físicas y naturales; sin embargo, se encontrará con la apatía general del público y de las autoridades, a excepción de su amigo y colaborador, el obispo ilustrado Díaz de Espada (1802-1832).

Aunque su familia nunca había formado parte de la gran “sacarocracia” habanera, en la última década del siglo xviii Arango se convirtió en un gran hacendado azucarero, gracias a los beneficios obtenidos de su asociación con el criollo conde de Mopox y Jaruco en la gestión del privilegio concedido a éste por Godoy de importación de harinas de Norteamérica.

El ingenio de Arango, La Ninfa, que visitó el viajero ilustrado prusiano Alexander von Humboldt, fue uno de los mayores y más productivos de la época, debido a las mejores tecnológicas que aplicó su dueño al proceso de fabricación del azúcar.

Pero su encumbramiento va a encontrar una fuerte oposición, dentro de la isla, en el sector comerciante ligado a los intereses del Consulado gaditano, el más afectado por la libertad comercial concedida a los cubanos.

Ese sector le acusó de traidor en 1808, al fracasar una propuesta suya, presentada de acuerdo con al capitán general Someruelos, para la formación de una junta al estilo de las que se habían constituido en la Península. Pero su figura y prestigio no resultaron dañados. Renunció voluntariamente a su puesto de síndico en el consulado, pero a propuesta de Someruelos fue nombrado vocal perpetuo. En 1810 resultó elegido por ocho ayuntamientos de la isla para formar parte de la Junta Suprema Central, pero renunció.

En las elecciones siguientes, para diputados de las Cortes extraordinarias resultó el más votado, aunque finalmente la suerte recayó en otro; pero él fue quien dictó la defensa de los intereses habaneros en las Cortes gaditanas, muy en especial el tema de la esclavitud, frente a las propuestas abolicionistas del llamado grupo liberal (Guridi, Argüelles). Ese mismo año, la Regencia le otorgó el título de oidor honorario de la Audiencia de México y le nombró superintendente de la renta de tabacos, y al año siguiente recibió el título de consejero honorario del Consejo de Indias.

En enero de 1813 fue elegido diputado a las Cortes ordinarias por La Habana. Participó en las últimas sesiones de esas Cortes en Cádiz, durante el otoño de 1813, pero no pudo trasladarse con ellas a Madrid a principios del año siguiente por motivos de salud.

Cuando por fin lo hizo, le sorprendió el regreso de Fernando VII y el inicio de la represión de los liberales, de la que quedó a salvo desde el primer momento.

Permaneció en la Corte desde la primavera de 1814 hasta finales de 1817. Contrajo matrimonio en Madrid, cuando contaba cincuenta y cuatro años, con María Rita de Quesada y Vial, nacida en Santiago de Chile e hija de los condes de Donadío, con la que tuvo cuatro hijos: Juana, Miguel, Francisco y Julián.

Con la restauración del Consejo de Indias fue nombrado consejero togado, en julio de 1814, y en los tres años siguientes intervino decisivamente en el extenso expediente sobre la conveniencia de otorgar la libertad de comercio a toda la América española, como un recurso extremo ante el avance de la independencia.

Antes de regresar a su patria logró que se concretara una casi completa libertad comercial a Cuba, con la Real Orden de 10 de febrero de 1818.

De nuevo en La Habana, colaboró estrechamente con el intendente Alejandro Ramírez en el fomento de la economía de la isla. Decisiva fue también su participación para lograr una prórroga en la aplicación del tratado con Inglaterra sobre la abolición de la trata esclavista (1817), que consideraba necesaria para obtener, con el fomento de la población blanca, la eliminación progresiva del nefasto comercio negrero. Ya entonces se manifestaba abiertamente en contra de la esclavitud, como un obstáculo para el progreso económico de la Gran Antilla.

Al iniciarse el Trienio Liberal en 1820, los mismos que le tildaron de traidor y afrancesado en 1808 le acusaron ahora de oponerse a la Constitución. Se trataba del mismo sector españolista dirigido por el clérigo Gutiérrez de Piñeres, vocero público de los comerciantes peninsulares enemigos del poder criollo que representaba Arango. En su defensa, Arango publicó un manifiesto, en 1821, en el que declaraba al mismo tiempo su patriotismo criollo y su oposición a la independencia de la isla, usando como argumento la penosa situación de las nuevas repúblicas hispanoamericanas.

Una vez más recibió el apoyo de los capitanes generales —primero Mahy, luego Dionisio Vives— y del Gobierno liberal metropolitano, que le nombró consejero de Estado en noviembre de 1820.

En estos años, la intervención de Arango con el apoyo de Mahy fue decisiva para que no se aplicara en Cuba la proteccionista ley arancelaria aprobada por las Cortes de 1821, que un año más tarde confirmaban la “excepción cubana”, o sea, la libertad comercial de que ya gozaba la isla y que fue ratificada en 1824 por un Fernando VII restituido en su absolutismo.

Ese mismo año fue confirmado como consejero de Indias, y se le nombró intendente de la isla, que contribuía ya con fuertes asignaciones al tesoro nacional. Desde su nueva responsabilidad se encargó del arreglo de los aranceles de la isla. A fines de 1825 se mostraba partidario de reconocer a las nuevas repúblicas hispanoamericanas en lugar de empeñarse en su reconquista, que consideraba inútil.

Tras dejar la intendencia en 1825, se retiró prácticamente de la vida pública, dedicándose con ahínco al encargo que recibió de la Corte de estudiar y proponer la reforma del plan de estudios de la isla. Tres años más tarde presentaba sus propuestas que, sin embargo, no serán aplicadas por falta de interés no sólo oficial sino también de parte de la poderosa burguesía habanera (peninsular y criolla), sólo interesada en aprovechar el auge económico que venía experimentando Cuba. En esta última etapa de su vida se manifestó ya abiertamente en contra del sistema esclavista, convencido ya de que suponía un obstáculo al progreso real de la economía y un peligro para la estabilidad social futura de la isla.

En una última manifestación de su talante liberal, Arango rechazó el título de marqués de la Gratitud que se le concedió en 1834 —gestionado por sus admiradores y del que gozarán sus herederos—, pues sólo reconocía los méritos del trabajo y la “virtud” ilustrada, los mismos criterios que le había llevado a aceptar, en cambio, el hábito de la Orden de Carlos III. Falleció en La Habana en 1837, a la edad de setenta y tres años.

Con una excelente formación ilustrada, especialmente en la nueva ciencia de la economía política, Arango es reconocido por toda la historiografía como el primer líder “reformista” de la isla, ya que logró un alto grado de autonomía para la elite criolla dentro de la política metropolitana, sin dejar de defender la “españolidad” de Cuba. En todo caso, fue el líder político e intelectual indiscutible de la gran burguesía cubana en la época en que la isla se convirtió en la primera exportadora mundial de azúcar de caña, entre 1790 y 1830.

 

Obras de ~: Obras de Don Francisco de Arango y Parreño, La Habana, Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, 1952.

 

Bibl.: A. W. Quiroz, “The Scientist and the Patrician: Reformism in Cuba”, en R. Erickson, M. A. Font y B. Schwartz (coords.), Alexander von Humboldt. From de Americas to the Cosmos, Bildner Center for Western Hemisphere Studies, The City University of New York, s. f.; A. Carrillo y Arango, Elogio histórico del Excmo. Sr. D. Francisco de Arango y Parreño, La Habana, Imprenta de M. Minuesa, 1862; W. W. Pierson, “Francisco de Arango y Parreño”, en Hispanic American Historical Review, 16 (1936), págs. 451-478; F. J. Ponte Domínguez, Arango y Parreño. Estadista colonial cubano, La Habana, Imprenta Molina y Cía., 1937; M. Moreno Fraginals, El ingenio. El complejo económico social cubano del azúcar, La Habana, Comisión Nacional Cubana de la Unesco, 1964; Cuba/España, España/Cuba: historia común, Barcelona, Crítica, 1996; A. Perotin, “Le projet cubain des grands planteurs de La Havane: jalons pour une lecture de Francisco de Arango y Parreño (1769-1839)”, en Mèlanges de la Casa de Velázquez n.º 10 (1974), págs. 273-313; M. Zeuske, “La sacarocracia cubana y los inicios del ciclo revolucionario burgués en España. El papel de Francisco Arango y Parreño”, en A. Gil Novales (ed.), La revolución burguesa en España, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 1985, págs. 277- 285; J. B. Amores Carredano, “El joven Arango y Parreño: origen del proyecto político-económico de la sacarocracia habanera (1786-1794)”, en Temas Americanistas n.º 12 (Sevilla, 1995), págs. 12-17; “Francisco de Arango y Parreño: la transición hacia la modernidad en Cuba”, en J. Fisher (ed.), Actas del XI Congreso Internacional de AHILA, II, Liverpool, 1998, págs. 507-522; D. Tomich, “The Wealth of Empire: Francisco Arango y Parreño, Political Economy, and the Second Slavery in Cuba”, en Comparative Studies in Society and History n.º 45 (2003), págs. 4-28; J. B. Amores Carredano, “Liberalismo ilustrado y liberalismo político en Cuba (1790- 1840)”, en M. Chust e I. Frasquet (eds.), en La trascendencia de las Cortes de Cádiz en el mundo hispánico. Libertad, igualdad y raza, Valencia, 2006, págs. 46-71.

 

Juan Bosco Amores Carredano

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