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Luis de las Casas y Aragorri

Biografía

Casas y Aragorri, Luis de las. San Sebastián (Guipúzcoa), 25.VIII.1745 – El Puerto de Santa María (Cádiz), 19.VII.1800. Militar, capitán general de la isla de Cuba y gobernador de Cádiz.

Las Casas fue uno de esos vascos que en el siglo xviii se convirtieron en los mejores servidores de la monarquía borbónica, a través de una brillante carrera en el Ejército y la Administración. Como para muchos de sus paisanos, el entorno familiar fue decisivo para su carrera al servicio del Estado. Por parte de la madre, María de Aragorri y Olavide, era sobrino carnal de Simón de Aragorri, marqués de Iranda. La familia paterna, Las Casas y Cuadra, fue una de las que gozaron de mayor poder político y económico en las encartaciones vizcaínas a lo largo del siglo xviii. Especialmente importante era la familia Cuadra, donde destacaba la presencia de Sebastián de La Cuadra y Llarena, primer marqués de Villarías, que ocupó cargos relevantes en la Administración del Estado. A este personaje se debió la promoción social y política de buena parte de sus familiares, entre los que se encontraba Manuel Antonio de Las Casas y de La Cuadra, sobrino del marqués y padre de Luis de Las Casas, caballero de Santiago, síndico y regidor en Sopuerta (Vizcaya), oficial de la Secretaría del Despacho de Estado e intendente de marina de Guipúzcoa (1739).

Sin embargo, el futuro capitán general de Cuba siempre tuvo mayor relación con su familia materna.

De hecho, Luis de Las Casas se desvinculó totalmente de su tierra de origen y de la tradición de engrandecimiento de la casa familiar paterna, debido probablemente a la temprana muerte de su padre y el posterior segundo matrimonio de su madre (1757) con Juan Felipe de Castaños y Urioste, ordenador de los Reales Ejércitos, que tuvo mucho que ver en la carrera militar de Luis.

Él permaneció soltero, pero sus hermanos y hermanastros enlazaron con personajes ilustres. Simón fue embajador en Venecia, Inglaterra y Berlín; Rosa María casó con Alejandro O’Reilly, el militar de más prestigio en su época, que tuvo una influencia decisiva en la vida de Luis; Isabel casó con Jerónimo Girón y Moctezuma, marqués de las Amarillas, gobernador de Barcelona y virrey de Navarra; Engracia enlazó con Pedro Gómez Iribar-Navarra, oidor de la Real Audiencia de Cataluña. De sus hermanastros, Francisco Javier Castaños y Aragorri fue el victorioso duque de Bailén, y María de Castaños y Aragorri casó con el barón de Carondelet y Noyelles, gobernador de la Luisiana y la Florida al mismo tiempo que Luis lo era de Cuba, y luego presidente de la Audiencia de Quito.

Luis de Las Casas recibió su primera educación en tierras vascas, hasta que debido a los contactos de su familia en la Corte, en concreto a través del conde de Aranda, consiguió una plaza de paje del Rey a la edad de trece años.

En julio de 1759 ingresaba como cadete en el Regimiento de Cantabria y en 1762 era ascendido a capitán.

Ese mismo año fue destinado a la expedición a Portugal —durante la Guerra de los Siete Años—, donde sirvió de ayudante de campo del teniente general conde de Ricla; en esta campaña recibió las primeras lecciones prácticas del arte de la guerra bajo el mando del brigadier Alejandro O’Reilly, que sería más tarde su cuñado y protector. En 1769 participó en la expedición del mismo O’Reilly para ocupar la Luisiana, cedida por Francia. Ya con el grado de teniente coronel desempeñó en Nueva Orleans el empleo de sargento mayor y, desde allí, pudo visitar las colonias angloamericanas, que estaban a punto de iniciar su proceso de independencia. Regresó con el resto de la expedición a Cádiz en mayo de 1770; poco después era ascendido a coronel.

En marzo de 1772 sus ansias de aventura y vocación militar le llevaron a iniciar un viaje por distintos países europeos. En 1773 solicitó incorporarse al ejército ruso, y participó en la guerra que aquel país sostenía entonces con los turcos, sobre las orillas del Danubio y del mar Negro. De Rusia viajó a Berlín, donde su hermano el embajador le presentó a la familia real prusiana, y pudo conocer de cerca la organización de los ejércitos prusiano y austríaco. De allí continuó su viaje por los Países Bajos, Inglaterra y Francia, lo que le dio ocasión de conocer más de cerca el ambiente cultural ilustrado centroeuropeo. El mariscal O’Reilly le llamó de regreso a España para formar parte de la expedición contra Argel (1775), en la que participó como coronel y jefe del Regimiento de Infantería de Saboya; su actuación en aquella fracasada operación le valió el ascenso a brigadier.

Con motivo del inicio de las hostilidades contra Inglaterra (1779), acudió con el regimiento de su mando al bloqueo de Gibraltar, donde permaneció dos años, y posteriormente a la expedición que reconquistó Menorca (1782). Fue ascendido a mariscal de campo y, poco tiempo después, se le concedió la comandancia general de Orán, donde permaneció hasta abril de 1789, un destino que le permitió mantenerse al margen de las intrigas políticas contra quienes habían sido sus dos mentores, Aranda y O’Reilly, ahora caídos en desgracia.

Poco después fue nombrado gobernador de La Habana y capitán general de Cuba, Luisiana y Florida, cargo en el que permaneció desde el 9 de julio de 1790 hasta el 6 de diciembre de 1796. La historia cubana le suele presentar como uno de los mejores gobernantes de la isla de todo el período colonial. Típico representante del despotismo ilustrado, dio un fuerte impulso a las obras públicas en la capital y sus alrededores: durante su mandato se construyeron dos nuevos caminos, la carretera de Güines y la Calzada del Monte, dos arterias vitales para la comunicación de la capitalcon su productivo hinterland; se empedraron muchas calles de La Habana y Matanzas, y se construyeron algunos puentes. También se ocupó de finalizar la obra del magnífico palacio de gobierno de La Habana, el mejor edificio colonial de la isla, que fue el primero en habitar.

Otro de sus empeños fue la difusión de la cultura y la enseñanza, muy atrasados en Cuba. Fundó el Papel Periódico, primera publicación de información general en la isla y una de las primeras de toda la América española, que contribuyó a la difusión de las nuevas ideas económicas. Inició la publicación anual de la Guía de Forasteros, un directorio muy útil para disponer de una información actualizada sobre personas y el estado de la isla en general. Ordenó la elaboración del primer censo o padrón que se considera fiable, que mostró un notable incremento de la población.

Bajo sus auspicios se estableció la primera biblioteca pública en La Habana.

Al estar el mundo de la cultura en esta época estrechamente ligado al estamento eclesiástico, Las Casas mantuvo siempre una intensa relación con el obispo de La Habana, diócesis, por cierto, recién creada (1789) como sufragánea de la primada de Santiago de Cuba.

Las Casas no logró entenderse con el primer obispo de la capital, Felipe José de Trespalacios, de edad avanzada y carácter difícil, que puso resistencia a las iniciativas ilustradas del gobernador. Pero Trespalacios falleció pronto y su sucesor en la mitra, Juan José Díaz de Espada, mostró un talante muy diferente. Con él colaboró estrechamente Las Casas en la dotación de nuevas cátedras en el Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio, primera institución de educación superior ilustrada del país, directamente dependiente del obispo, así como en la fundación de la Casa de Beneficencia, primera institución de asistencia pública de la isla, donde se recogieron y educaron centenares de huérfanos o expósitos en el siglo siguiente. Durante su gobierno se estableció también la Sociedad Económica de Amigos del País, de la que fue su primer presidente y especial valedor en sus esfuerzos para incrementar el número de escuelas de primeras letras.

En época de Las Casas se inició el gran despegue de la industria azucarera, que supuso un fuerte incremento de los ingresos fiscales y convertiría poco después a Cuba en la primera productora y exportadora mundial de dicho producto. Aunque fueron la revolución de Haití (1791) y el alza del precio del azúcar sus causas principales, algunas oportunas decisiones de Las Casas, auxiliado por el intendente José Pablo Valiente, contribuyeron decisivamente al inicio de este proceso, como fueron: abrir el comercio de la isla a los buques neutrales (en su mayoría norteamericanos) al inicio de la guerra con Francia (1793); eliminar trabas legales para la explotación de los recursos naturales como la libertad para el desmonte de grandes haciendas, con vistas a la expansión del cultivo de la caña azucarera, o para el corte de maderas, que se encontraba restringido por las exigencias de la construcción naval. Facilitó el establecimiento de colonos franceses emigrados de Haití, que fomentaron el cultivo del café en la isla; promovió la introducción de nuevas especies animales y vegetales, etc.

Él mismo participó del entusiasmo general por la expansión azucarera intentando aplicar las novedades técnicas, importadas del extranjero, en su ingenio “La Amistad”, regalo de los ricos hacendados cubanos en agradecimiento por los beneficios que les había reportado su gobierno.

Instrumento fundamental de ese despegue económico fue la actuación del nuevo Consulado de Agricultura y Comercio de La Habana, establecido también durante su mandato (1795). Las Casas se entendió perfectamente con quien fue el promotor y agente más activo del consulado, el abogado habanero Francisco de Arango y Parreño, al que había conocido en Madrid antes de su salida para Cuba.

El impulso a la economía azucarera trajo consigo también un fuerte incremento en la entrada de negros esclavos en la isla. Las Casas apoyó decisivamente en 1791 la ampliación del permiso otorgado dos años antes para la libre introducción de esclavos. De esa manera, en pocos años se transformó la composición étnica de la isla, quedando la población blanca en minoría.

Las Casas se mostró también como un típico gobernante ilustrado en sus intentos por controlar a los sectores marginales de la población y la creciente delincuencia, en claro crecimiento como consecuencia de las transformaciones económicas y demográficas.

En este sentido, prodigó la publicación de bandos de buen gobierno y policía, así como la persecución de esclavos huidos o cimarrones y desertores del Ejército y Marina. Pero también se preocupó por mejorar la situación de las cárceles y los presos, actuó con decisión para reformar la justicia criminal y creó el empleo de protector de pobres.

Una buena parte del gobierno de Las Casas en Cuba coincidió con la guerra con Francia (1793-1795), hasta la paz de Basilea. Tropas regulares de la guarnición de La Habana fueron destinadas a la vecina Santo Domingo para participar en el intento de conquista de Haití y para la defensa de la parte española de la isla. Además hubo que enviar refuerzos a la Luisiana y a Florida, donde la amenaza provenía tanto de una eventual invasión francesa como de la presión que ejercían sobre el territorio español las ansias expansivas de los nuevos Estados Unidos de América.

Todo ello supuso que las necesidades defensivas consumieran gran parte de las preocupaciones del capitán general de la isla, sobre todo por la dificultad que encontró para mantener en buen estado las dotaciones de los regimientos militares veteranos, donde la deserción era muy frecuente, y de las milicias de la isla; la necesidad de tropas llegó a tal punto que propuso a la Corte la creación de nuevos cuerpos de milicias y la incorporación de negros y mulatos libres a los regimientos veteranos, propuesta que no fue mal acogida en Madrid, pero que no se llevó a cabo por la pronta llegada de la paz. Casi al mismo tiempo, la Corte española firmaba el Tratado de San Lorenzo con Estados Unidos, por el que se fijaba la frontera entre el territorio español en Norteamérica y la nueva república, un tratado en el que se cedió la soberanía española sobre la mayor parte del territorio de la provincia de Luisiana y se permitió la libre navegación por el Misisipi. Las Casas, como su cuñado el barón de Carondelet, gobernador de La Luisiana, no pudieron ser más que espectadores pasivos de este acuerdo.

Al cesar su gobierno en la gran Antilla y regresar a la Península, fue nombrado capitán general del reino de Valencia —aunque renunció a este empleo por su delicado estado de salud— y posteriormente, vocal de la Junta Suprema de Caballería. En diciembre de 1799 tomó posesión del gobierno de la plaza de Cádiz, cargo que desempeñó junto con la capitanía general de Andalucía hasta su muerte, ocurrida el 19 de julio de 1800 en El Puerto de Santa María después de haber ingerido alimentos preparados en una vasija de cobre mal estañada. En su testamento, fechado el 11 de julio, solicitó ser enterrado en la iglesia mayor prioral de Cádiz con un entierro “lo más sencillo y liso que sea posible sin género de pompa alguna”.

Murió pobre, de modo que para hacer frente a sus deudas los albaceas debieron vender su ingenio de azúcar en Cuba —cuyo valor ignoraba—, los muebles y efectos de su casa y su equipaje.

 

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Juan Bosco Amores Carredano