Valdés Fernández-Bazán y Quirós Ocio-Salamanca, Antonio Joaquín. Burgos, 25.III.1744 – Madrid, 4.IV.1816. Almirante y ministro de Marina.
Su nombre completo era Antonio Joaquín Valdés Fernández-Bazán y Quirós Ocio-Salamanca. Nació en una noble familia, su padre era un prócer asturiano al servicio del Rey, y su madre una ricahembra de la Rioja burgalesa. Padre y abuelo eran corregidores de Burgos desde 1725. Desde que cumplió treinta meses se solicitó para él la soberana Orden de San Juan de Jerusalén o de Malta, pero el expediente no se cerró hasta doce años después, en que se recibió al muchacho como caballero de Justicia en la Orden de Malta, en la que llegó a Baylío y lugarteniente del Gran Prior. Antonio cumplió siempre sus obligaciones religiosas de caballero, con una ejemplar soltería y observancia de los votos.
Dedicado por su propia inclinación a la vida del mar, Antonio sentó plaza de guardiamarina en el Departamento de Cádiz el 26 de octubre de 1757; siguió su carrera en la Armada y obtuvo el ascenso a alférez de fragata el 29 de junio de 1761.
Cuando estalló la guerra con los ingleses embarcó en el navío Conquistador a las ordenes de don Luis de Velasco, dirigiéndose al puerto de La Habana. Atacada la plaza en 1762, Valdés fue destinado a la defensa del castillo del Morro, donde estuvo hasta la conclusión del sitio y rendición de La Habana. Allí cayó prisionero y, con sus compañeros, fue trasladado a Cádiz.
Destinado a los buques del apostadero de Algeciras, intervino en numerosas operaciones contra los piratas berberiscos en el Mediterráneo y en la costa de la Regencia de Argel, recuperando del enemigo una embarcación española, acción por la que el 17 de septiembre de 1767 se le concedió el ascenso a alférez de navío. Ejerció el mando de navíos, divisiones, escuadras y arsenales, obteniendo el ascenso a brigadier (contralmirante), con treinta y siete años, el 5 de mayo de 1781. El gran acierto con que había desempeñado sus diferentes mandos, hizo que Carlos III le confiase aquel mismo año la dirección de la importante fábrica de artillería de la Cabada, cargo que desempeñó con tal acierto que el Rey, obviando la antigüedad, le ascendió a Jefe de Escuadra (almirante) en diciembre de 1782, y dos meses después, en febrero de 1783 le nombró inspector general de Marina.
Pocos días más tarde, el secretario de Estado y del Despacho Universal de Marina enfermó grave y el 2 de marzo de 1783 pidió el cese, proponiendo al Rey ser relevado por don Antonio Valdés, quien sólo aceptó el cargo forzado tras decidida renuncia, por no tener más de treinta y ocho años.
Con Valdés, la Marina, naciente entonces, logró gran impulso, no sólo en lo relativo al material y al personal, sino en lo científico, tanto en Naútica e Hidrografía, como en Arquitectura. Conociendo la dificultad de distinguir a los navíos en la guerra, por el color de sus banderas, al predominar en muchas el blanco, borbónico o no, presentó al rey Carlos III doce modelos, con colores de la mayor visibilidad en el mar; y evocación histórica de los de Castilla, León, Aragón y Austria, combinando el rojo y amarillo o blanco en tres o cuatro listas. El Rey prefirió la primera, de dos listas extremas encarnadas, y amarilla la central, de doble anchura. La disposición se promulgó en Aranjuez el 28 de mayo de 1785, y la nueva bandera de la Armada, se arboló progresivamente en los mares desde enero de 1786, y la reina Isabel II la declaró bandera nacional el 20 de diciembre de 1843.
La Marina española multiplicó el número de oficiales y llegó a contar con ochenta navíos, cincuenta y cuatro fragatas y un buen número de buques menores. Carlos III, cada día más satisfecho de Valdés, le nombró también secretario de Estado y del Despacho Universal de Indias. Su labor allí aún está por estudiar. Siempre se recordará en Hispanoamérica, las mejoras de Valdés en la Hacienda, el Ejército y la Armada, durante los tres años, de 1787 a 1790, en que desempeñó el cargo. Especialmente se preocupó de la puesta a punto de las defensas y de la honorabilidad de los funcionarios. Como reconocimiento a su labor en 1787, el Rey le dio plaza en el Consejo de Estado.
A su llegada al trono en 1789, Carlos IV le ascendió a teniente general, y en 1791 le concedió la llave de gentilhombre de cámara. Al terminar la guerra con Francia, por el acuerdo de Basilea, en 1792, lo promovió al empleo de capitán general de la Armada y le concedió el collar de la Orden del Toisón de Oro.
El 28 de septiembre de 1792, a iniciativa suya, se creaba en “la nueva población de San Carlos (Cádiz)” el Museo de Marina, que además de la biblioteca general reuniría las ciencias necesarias para la instrucción de Cuerpo de la Armada. Para adquisición de material se envió a Francia e Inglaterra al capitán de navío Mendoza y a distintos archivos españoles a los tenientes de navío Martín Fernández de Navarrete y Juan Ponce de León para copiar manuscritos. Los acontecimientos político-militares lo interrumpieron, pasando la biblioteca a aumentar la del Depósito Hidrográfico, y los instrumentos científicos al Observatorio de Marina. El Museo Naval sólo lo inauguró Isabel II pasados cincuenta y un años, en 1843, situado en la Casa de los Consejos, hoy sede de la Región Militar Centro y por fin a su nuevo local en el Cuartel General de la Armada.
Tal era el prestigio de don Antonio Valdés, que a pesar de tener el número 13 en la escala de tenientes generales, fue ascendido sin que se presentase ninguna reclamación de los doce anteriores. Cesó a petición propia en el Ministerio de Marina el 13 de noviembre de 1795, conservando los honores y sueldo de ministro por decreto de Carlos IV, que le agradecía así sus desvelos.
En 1797 fue enviado a Cádiz para presidir el Consejo de Guerra que debía juzgar a los tenientes generales y demás jefes que tomaron parte en el desgraciado combate naval de San Vicente. Desempeñó dicha misión con acierto y rigor y regresó a Madrid.
Conocedor el Rey del gran saber de Valdés en todo lo relacionado con la Marina, le pidió informe para la mejor organización de la Armada, que adolecía de defectos que el tiempo y la experiencia hacían palpables. El capitán general Valdés desempeñó su cometido a entera satisfacción del Rey, pero la envidia que el informe Valdés produjo a diversos personajes que estaban entonces a la cabeza de la Armada, le movió a retirarse a Burgos, su ciudad natal, hasta que al advenimiento de Fernando VII, se le llamó a ocupar su plaza en el Consejo de Estado. La invasión francesa de 1808 le hizo abandonar Burgos, después de que el Rey y su séquito se dignaron a honrar su casa, camino de Bayona. Se dirigió a Palencia para desde allí realizar sus intenciones patrióticas, según las circunstancias.
Enterados los franceses del progreso que por su influencia hacia la insurrección en Castilla, trataron de apoderarse de su persona y familia, para lo que enviaron una división de 12.000 hombres, en vista de lo cual Valdés se traslado a León, donde la Junta de Gobierno le nombró su presidente.
Las penalidades de tan difíciles tiempos quebrantaron la salud de Valdés, quien decidió trasladarse a Gibraltar, donde se instalo la primera Regencia. Evacuada Andalucía por los enemigos, marcho al Puerto de Santa María, y en noviembre de 1813 a Madrid.
Al regresar a España Fernando VII le nombró lugarteniente del gran prior de Castilla, en la Orden de San Juan, y le repuso su plaza de Consejero de Estado más antiguo. En el ejercicio de sus funciones como decano del Consejo de Estado y presidente de la Asamblea de San Juan, falleció en Madrid el 4 de Abril de 1816, a los setenta y dos años de edad.
Don Antonio Valdés y Bazán fue, pues, caballero de la Ilustre Orden del Toisón de Oro, gentilhombre de Cámara de S. M., con ejercicio; primera Gran Cruz de San Hermenegildo; Gran Cruz comendador de Paradinas y lugarteniente de Gran Prior de Castilla en la Orden de San Juan y presidente de la Sacra Asamblea, consejero de Estado y capitán general de la Armada. La crónica contemporánea dice que fue modelo de honor y rectitud, y que su nombre ocupará siempre un distinguido lugar en los anales de la Marina española.
Bibl.: F. de P. Pavía, Galería Biográfica de los generales de Marina, Jefes y personajes desde 1700 a 1860, vol. III, Madrid, 1873; I. García Rámila, Un burgalés ilustre: El Baylío, Ministro, Capitán General de la Armada, caballero de San Juan y el Toisón, Frey Antonio Valdés Bazán, Burgos, Imp. Santiago Rodríguez, 1930; V. de la Cruz, Burgos: Capitanes Insignes II, Burgos, Caja de Ahorros Municipal, 1984, págs.18–25; F. Barrios, El Consejo de Estado de la Monarquía española (1521-1812), Madrid, Consejo de Estado, 1984; M. Valdés Ozores, El Baylío D. Antonio Valdés y Bazán, Madrid, Universidad Complutense, 1990; J. M. Cuenca Toribio y S. Miranda García, El poder y sus hombres. ¿Por quiénes hemos sido gobernados los españoles? (1705-1998), Madrid, Editorial Actas, 1998; A. de Ceballos-Escalera y Gila (dir.), La Insigne Orden del Toisón de Oro, Madrid, Palafox & Pezuela, s.l.. 2000.
José M.ª Gárate Córdoba