Valdés y Flórez, Cayetano. Sevilla, 28.IX.1767 – San Fernando (Cádiz), 6.II.1835. Capitán general de la Armada, regente del reino.
Nació en Sevilla durante el reinado de Carlos III. Sus padres eran Cayetano Valdés Bazán, comisario de Guerra de los Reales Ejércitos, y María Antonia de Flórez Peón. Era, asimismo, sobrino del bailío Antonio Valdés Bazán, capitán general de la Armada, a la que gobernó con indudable acierto. Cayetano Valdés sentó plaza de guardia marina en Cádiz el 23 de abril de 1781 con apenas catorce años y ya pertenecía a la Orden de San Juan, pero su precocidad no fue obstáculo para que, terminados sus estudios, embarcara en la escuadra de Luis de Córdova que sostenía el bloqueo de Gibraltar, encontrándose también en el combate sostenido por dicha Escuadra contra la flota inglesa del almirante Howe en 1782.
En un rotundo cambio de escenario, participó en la expedición de Argel a las órdenes de Antonio Barceló, formándose en acciones de guerra que determinarían su carácter. La nota más destacada de su hoja de servicios en tiempos de juventud, fue su participación en la expedición de Malaspina, de quien gozó extrema confianza hasta el punto de proponerlo, junto a su compañero Dionisio Alcalá Galiano, para la exploración del estrecho de Fúcar, misión que cumplieron de forma satisfactoria.
Ascendido a capitán de navío antes de cumplir los veintisiete años, se halló en la desgraciada jornada del cabo San Vicente el 14 de febrero de 1797 al mando del Pelayo, con el que se encontraba a barlovento a gran distancia de los demás buques, pero cerciorado de que la flota inglesa de Jervis atacaba al grueso de la española, se incorporó a lo más duro del combate, acudiendo en auxilio del Santísima Trinidad que, desarbolado, era batido por tres buques ingleses que le obligaron a arriar el pabellón español. Desde el Pelayo, Valdés arengó a su gente con aquella famosa frase de “Salvemos al Trinidad o perezcamos todos”; consiguió enarbolar nuevamente el pabellón arriado y, secundado por el navío San Pablo al mando de Baltasar Hidalgo de Cisneros, arrebató su presa a los ingleses, heroica acción que no sería la última en el historial del marino.
Embarcado en la Escuadra de Mazarredo en 1797, se encontró en la defensa del puerto de Cádiz, atacado por los navíos ingleses del almirante Horacio Nelson, siendo Valdés uno de los comandantes que, con retención del mando de sus navíos, salieron a batirse al frente de las fuerzas sutiles en acciones de inmediato riesgo que merecieron las recomendaciones y aplausos de sus jefes.
La nueva alianza franco-española ya bajo el mandato de Napoleón Bonaparte, lo incorporó en Cartagena a la agrupación francesa del almirante Bruix, con el que navegó a Cádiz y posteriormente a Brest. En ese puerto pasó a mandar el Neptuno insignia del general Gravina ya que el Pelayo había sido transferido a la República francesa. Una nueva misión lo llevó a Santo Domingo, en la expedición organizada para sofocar su rebelión. Valdés figuró entonces como mayor general de la Escuadra y asistió a la toma de Guarico y Puerto Delfín, recalando después en La Habana, regresó a Cádiz en 1802.
Desembarcado de su buque en Ferrol para atender a sus reparaciones, Valdés disfrutó de una corta licencia, necesaria para el restablecimiento de su salud, pero declarada nuevamente la guerra contra Inglaterra, volvió a petición propia al mando del Neptuno, perteneciente esta vez a la Escuadra de Grandallana. En agosto de 1805, salió de Ferrol con su navío y Escuadra, uniéndose a la combinada de Francia y España, al mando de Villeneuve y Gravina verificándose el punto de reunión en Cádiz.
La actuación de Valdés en el combate de Trafalgar fue tan heroica como destacada. Ocupaba con su navío la cabeza de línea y después de sostener combate contra el buque que lo atacaba, acudió en auxilio del Bucentaure, buque insignia de Villeneuve y del Santísima Trinidad que maltrechos y desarbolados, estaban a punto de sucumbir ante el enemigo, conduciéndose Valdés con “un valor y denuedo insuperables, sin abandonar la pelea a pesar de estar herido gravemente”.
Su conducta en el combate le valió el ascenso a jefe de escuadra, cargo que desempeñó en el mando de la que, situada en Cartagena, debía pasar a Tolón siguiendo órdenes de Napoleón pero el instinto político de Valdés receló una añagaza y, con el pretexto de mal tiempo arribó a las Baleares. Allí tuvo noticia del alzamiento de la nación contra los franceses, por lo que la arribada de la flota impidió que ésta pudiera ser utilizada contra sus propias armas.
Ya en plena Guerra de la Independencia, Valdés tomó parte en operaciones de tierra, participando en diversos combates como general de división del ejército del general Blake, sufriendo otra nueva herida por una bala de fusil en la batalla de Espinosa de los Monteros. Nuevamente en su medio natural, el mar, ascendió en 1809 a teniente general y fue nombrado capitán general y jefe político de Cádiz, teniendo destacadísima actuación en la defensa de la isla gaditana al mando de las fuerzas sutiles, de patrulla por los angostos y complicados caños isleños y manteniendo a raya a las fuerzas enemigas más numerosas y con mayores efectivos.
Significado por sus ideas liberales, la vuelta de Fernando VII y la implantación nuevamente del régimen absoluto, le supuso el confinamiento en el castillo de Alicante, donde ni los intentos de su tío el bailío Valdés, ni la mediación de otros cargos influyentes lograron su libertad, pero los acontecimientos políticos de 1820 tras la sublevación de Riego lo sacaron de aquel penoso estado, volviendo a ser nombrado gobernador de Cádiz, plaza que volvería a defender armas en mano ante el asedio del buque de Angulema.
El 13 de diciembre de ese mismo año contrajo matrimonio con Isabel Roca de Togores Valcárcel, viuda de treinta y siete años, hija del conde de Pinohermoso; había estado casada con Francisco de Paula Valcárcel, hermano del Príncipe Pío. No tuvieron descendencia. Antes había desempeñado el Ministerio de la Guerra con el gabinete de Argüelles y fue diputado en la legislatura de 1822-1823, en la que supo combinar la energía con la prudencia características muy acusadas en el temperamento del marino.
Los acontecimientos se precipitan y la última de las regencias de vida efímera se constituyó cuando, desde Sevilla, Fernando VII se negó a cumplimentar el mandato de las Cortes de Cádiz. Fue entonces cuando el diputado Alcalá Galiano, hijo del jefe de escuadra don Dionisio, muerto gloriosamente en el combate de Trafalgar, propuso a las citadas Cortes la incapacitación del Monarca, considerándolo loco, para trasladarlo a la fuerza a Cádiz. Aceptada la propuesta, la nueva regencia constituida por Ciscar, Valdés y Vigodet, ejercieron únicamente durante tres días sus poderes, resignándolos cuando el Rey llegó a Cádiz.
El 1 de octubre de 1823, a bordo de una falúa gobernada por el propio Valdés, Fernando VII llegó a El Puerto de Santa María y abrazó a Angulema, que le pidió moderación, aunque el Rey hizo nuevamente oídos sordos y restableció el régimen de 1814 con declaración de nulidad de los actos del trienio constitucional y una nueva etapa represiva, si cabe más dura que la anterior, alcanzó a Valdés que, en unión de sus compañeros de regencia, fueron condenados a la horca.
Advertido Valdés por el general francés gobernador militar de Cádiz, no quiso ponerse a salvo, y hubiera perecido víctima de las represalias, de no haber sido por la estratagema del francés de arrestarlo preventivamente en uno de los buques de su pabellón y al que dio orden de zarpar enseguida para Gibraltar con el único propósito de salvarlo. Desde la colonia inglesa, pudo trasladarse a Londres, donde permaneció diez años en forzado exilio, siendo tratado con exquisita caballerosidad y aprecio por los que un día fueron adversarios en San Vicente y Trafalgar.
Concedida, a la muerte de Fernando VII, una amplia amnistía por parte de la Reina Gobernadora, Valdés volvió a España, recuperó sus rangos y prominencias y se le reconoció como capitán general de la Armada con cargo en el departamento de Cádiz. También fue nombrado prócer del Reino. No obstante, las persecuciones padecidas y las injusticias sufridas habían minado seriamente su salud, falleciendo en San Fernando el 6 de febrero de 1835 siendo enterrado en el cementerio de dicha ciudad. Por Real Orden de 11 de junio de 1851 se reconocieron sus gloriosos méritos y se dispuso su traslado al Panteón, donde sus cenizas reposan para ejemplo de la posteridad.
Hombre de espíritu e ideas liberales y patriota a ultranza fue uno de los marinos más distinguidos del último tercio del siglo XVIII y principios del XIX.
Fuentes y bibl.: Archivo Museo don Álvaro de Bazán (El Viso del Marqués, Ciudad Real), Expedientes personales.
J. Cervera Jácome, El panteón de marinos Ilustres, historia y biografías, Madrid, Ministerio de Marina 1926; J. M. Martínez Hidalgo (dir.), Enciclopedia General del Mar, Barcelona, Garriga, 1982.
José Cervera Pery