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Domingo de Pérez de Grandallana y Sierra

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Biografía

Pérez de Grandallana y Sierra, Domingo. Jerez de la Frontera (Cádiz), 1753 – Madrid, 10.VIII.1807. Marino, ministro de Marina y teniente general de la Armada.

Nació en el seno de una familia acaudalada e hidalga por ambas ramas, originaria, la de su padre Francisco, de Castropol (Asturias) y emigrada a tierras andaluzas de Jerez. Su padre fue alcalde de la Santa Hermandad en Castropol en 1740. Su madre, María de Sierra y Souza, era nieta del almirante de la flota de Nueva España Luis Francisco de Sierra (1698). La juventud de Domingo Pérez de Grandallana transcurrió en la casa jerezana de sus padres, sin hechos dignos de mención.

Estudió lo mismo que los adolescentes de su época y condición, y, guiado por la inclinación y afectos de familia –su hermano José, diez años mayor, era alférez de fragata– sentó plaza de guardia marina en el departamento de Cádiz (13 de octubre de 1766). Enseguida, embarcó en una fragata de guerra e hizo un viaje redondo (ida y vuelta) a Lima y Manila, atravesando cuatro veces el Ecuador y dando la vuelta al mundo. A su regreso a Cádiz, después de aquella científica e instructiva navegación, desembarcó y ascendió a alférez de fragata (21 de agosto de 1770) y se le confió, tan sólo once meses después, el mando de la balandra San Juan Nepomuceno. Debido a sus méritos y el destacado concepto que supo granjearse de excelente navegante y marino, hizo que su carrera en los primeros grados fuera bastante rápida, así ascendió a alférez de navío (28 de abril de 1774) y, apenas dos años más tarde, a teniente de fragata (16 de marzo de 1776). Fue nombrado ayudante de la compañía de Guardia Marinas de Cartagena (19 de noviembre de 1776). Otros dos años después, fue promovido a teniente de navío (23 de mayo de 1778) y obtuvo el mando de los jabeques Mallorquín y Gamo, con los que navegó mucho en el océano y en el Mediterráneo y tuvo varios encuentros con buques berberiscos, que merecieron la felicitación de su jefe el general Antonio Barceló. Mandando el Gamo, y en la división de jabeques del capitán de navío Juan de Araoz, sostuvo una reñida acción en el Mediterráneo contra tres argelinos, con el resultado del apresamiento de dos y la quema de otro. Se distinguió Grandallana en este combate y como resultado del mismo fue ascendido a capitán de fragata (25 de mayo de 1779) y obtuvo el mando de la fragata Santa Cecilia.

A los pocos meses, con la propia fragata y formando parte de la escuadra de Juan de Lángara, se halló también Grandallana en el combate naval que la misma sostuvo con la inglesa del almirante Rodney en el saco de Cádiz (16 de enero de 1780), y por los méritos contraídos en la referida acción ascendió a capitán de navío (3 de febrero de 1780), es decir, cuando apenas llevaba catorce años de servicio; prodigiosa carrera que sólo se justifica en los extraordinarios méritos demostrados y la continua participación en sobresalientes hechos de armas. En este empleo y en el de brigadier que consiguió años más adelante (14 de enero de 1789), desempeñó los mandos de los navíos San Francisco de Paula, Magnánimo, San Agustín, San Eugenio, San Leandro y Mejicano, con los que participó en importantes operaciones de guerra: en la expedición del marqués de Casa-Tilly contra el Brasil y toma de la isla de Santa Catalina, en el socorro a Melilla, bloqueo de Gibraltar, ataque de las baterías flotantes y auxilio de las mismas con las embarcaciones menores del navío de su mando, siendo herido en esta ocasión.

También se halló en el combate que la escuadra combinada del mando de Luis de Córdova sostuvo con la inglesa del almirante Howe (octubre de 1782) a la desembocadura del Estrecho en las proximidades de cabo Espartel. También fue nombrado capitán de la Compañía de guardia marinas de Ferrol (15 de junio de 1788), cargo en el que se mantuvo durante casi seis años (29 de abril de 1794) y donde conoció al teniente de navío Vázquez de Figueroa, que se convertiría en fiel subalterno y con el tiempo en yerno, además de tres veces ministro de Marina.

Grandallana perteneció después, con los navíos de su mando, a las escuadras de los generales Borja y Lángara.

Con la primera concurrió a la toma de las islas de San Pedro y San Antioco, que pertenecían al rey de Cerdeña, y en ese momento se hallaban en poder de los republicanos franceses, también al apresamiento de la fragata Hélène y a la quema de la Rigchout; a continuación, realizó operaciones sobre las costas de Italia y Francia y con sus vigilancias y maniobras protegió las operaciones de los ejércitos piamonteses y napolitanos sobre las orillas del río Var. Con la de Lángara en combinación con la inglesa del almirante Hood, tomó posesión del puerto, arsenal y fortalezas de Tolón, para cuya defensa sostuvieron las fuerzas aliadas repetidos y sangrientos combates, en los que tomó parte directamente Grandallana dando pruebas de valor y habilidad, siendo herido levemente en uno de ellos. En plena acción, ascendió a jefe de escuadra y arboló su insignia en el mismo navío Mejicano, que anteriormente mandaba, quedando como general subalterno en la escuadra de Lángara y continuando las operaciones sobre Tolón hasta la evacuación de la ciudad.

Pasó en seguida con la escuadra a Cartagena, y trasladó su insignia al navío Vencedor, con el que participó en el traslado de Liorna a Barcelona al príncipe de Parma, pasando al terminar como segundo del general Gravina al sitio y defensa de la ciudad de Rosas, hallándose en muchas acciones de guerra, continuando Grandallana, solo o incorporado a la escuadra, con el mando de una división de cuatro navíos en operaciones sobre Santa Margarita, Tolón, islas Hyeres y otros puntos del Mediterráneo hasta la Paz de Basilea en 1796, momento en el que arrió su insignia y cesó en el mando, siendo promovido a teniente general de la Armada.

En los primeros meses de 1797, después del desastre del cabo San Vicente, fue nombrado el general Grandallana tercer jefe de la escuadra del Océano, que mandaba José de Mazarredo y se organizaba en la bahía de Cádiz. Para ello se trasladó allí y arboló su insignia en el navío de tres puentes Santa Ana. Concurrió Grandallana a todas las acciones que hubo y a los encuentros casi diarios con motivo del bloqueo que los ingleses, dirigidos por el almirante Nelson, sometían a Cádiz, a quien bombardearon intentando forzar el puerto, pero fueron rechazados por los españoles.

En 1798 salió con su escuadra a perseguir a la inglesa del bloqueo, regresando al puerto de salida.

Por Real Orden de 2 de abril de 1799 fue elegido juez del Consejo de Guerra formado para juzgar la conducta de los generales José de Córdova y conde Morales de los Ríos y varios capitanes de navío, sobre lo acontecido en el combate naval dado a la escuadra inglesa en las proximidades del cabo de San Vicente en el día 14 de febrero de 1997. No obstante, cesó de la comisión por tener que repetir la salida a la mar por segunda vez para el Mediterráneo, fondeó en Cartagena, donde se unió a la escuadra francesa del almirante Bruix y con ella regresó a Cádiz, saliendo después para Brest. En esta salida tuvo la mala suerte de varar en las Puercas con su buque insignia, el navío Santa Ana y, por consiguiente, no pudo continuar con la escuadra combinada. Salió de la varada con muchos esfuerzos y gracias a las acertadas disposiciones marineras adoptadas por el general, que tuvo que desembarcar al tener que entrar el navío en dique para reparar los daños producidos en la quilla. Izó su insignia en el navío Atlante, quedando en consecuencia de comandante general de Bahía, en cuyo destino permaneció hasta el 29 de agosto de 1799, que fue nombrado comandante general del nuevo apostadero de Málaga, donde volvería a tener bajo sus órdenes a su futuro yerno, el teniente de navío Vázquez de Figueroa, al mando del bergantín San León. Este apostadero se había organizado, a las órdenes del capitán general de la provincia marítima, conde de la Conquista, con los objetivos primordiales de socorrer y aprovisionar las ciudades de Melilla, Alhucemas y el peñón de Vélez de la Gomera, vigilar y recorrer la costa hasta Cartagena para proteger nuestro comercio, escoltar convoyes y perseguir corsarios enemigos.

Este acontecimiento, que pudo parecer un contratiempo para la carrera de Grandallana, fue contrariamente la causa que produjo su encumbramiento a los primeros puestos de la Armada. Nombrado generalísimo el príncipe de la Paz, se organizó en Madrid un estado mayor de todas las armas, eligiendo para que se pusiese al frente del ramo de Marina al teniente general Domingo de Grandallana, que tenía un gran prestigio dentro del cuerpo. Se trasladó a la Corte para presidir la comisión encargada de la reforma de las ordenanzas de la Armada y al mismo tiempo organizar el personal de su nueva dependencia, en lo que tuvo sumo acierto y discreción.

Al terminar se dedicó a los cometidos que ofrecía el desempeño de unas materias tan vastas y complicadas como reúne la Marina en general (23 de octubre de 1801). La ordenanza naval y la de matrículas se publicaron en aquel tiempo. La incorporación de los correos marítimos a la Armada, que fueron mandados por oficiales de la misma según propuso al Gobierno; proporcionó una gran escuela para el aprendizaje de la navegación. Estos trabajos y otros de mayor consideración que se conservan en los archivos, dejaron buena memoria del Estado Mayor.

El general Grandallana era subalterno caballero de la Orden de Santiago y en esta época le fue concedida por Su Majestad la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden de Carlos III.

Domingo Pérez de Grandallana fue nombrado secretario de Estado y Despacho Universal de Marina por Real Decreto de 3 de abril de 1802 e inmediatamente eligió a su yerno Vázquez de Figueroa, sin solicitud de su parte, pero indudablemente con consentimiento, para ocupar puesto de oficial de la Secretaría del Despacho de Marina. Este cambio de destino, considerado siempre como una elección honrosa por parte del Gobierno, abrió a Figueroa un vasto campo donde poder completar con utilidad del servicio sus anteriores conocimientos en las diferentes ramas que constituyen la Marina; no obstante, resulta sorprendente, pues en esa época se conocía que los altos cargos de la Armada sólo los ocupaban los llegados por la vía del escalafón de Cuerpo General, ya que se ven obligados a solicitar el pase al retiro en el citado escalafón, como así tuvo que hacer el propio yerno. Por tanto, es lícito pensar que hubo una razón de peso para consentir en semejante cambio, sobre todo cuando la carrera de Vázquez de Figueroa se podía considerar meteórica, y la causa no fue otra que su padecimiento de un asma crónico que le hacía cada vez más irresistibles las largas navegaciones y la salida que le conseguía su suegro era muy digna.

Él también correspondería a la confianza depositada, pues llegó a ser tres veces ministro de Marina y de otros departamentos. En esta época de su vida, Grandallana patentizó su laboriosidad, celo, desinterés y patriotismo, cualidades que le incrementaron su prestigio público y la consideración de todos sus subordinados.

Al Monarca expuso siempre toda la verdad sin disimulo ni reticencias, aunque esta conducta noble y honrada le valió más de un disgusto en la corrompida Corte de Carlos IV; así es que, aprovechándose el nuevo rompimiento con Inglaterra, a consecuencia del apresamiento de las cuatro fragatas que con caudales regresaban de América, se cesó al general y se le designó para mandar la escuadra de Ferrol (6 de febrero de 1805), siendo nombrado el director general de la Armada, Francisco Gil de Lemos, como nuevo encargado del Despacho Universal de Marina.

Con prontitud se trasladó el general Grandallana a Ferrol (8 de febrero), donde llegó el día 18. En 1 de marzo arboló su insignia en el navío Príncipe de Asturias y el día 30 del mismo mes reforzó con su falúa y cinco lanchas cañoneras al capitán de fragata Rafael Meneses que con una división de fuerzas sutiles se batía contra un navío, una fragata y una balandra enemigos; duró la acción desde las cinco y media de la tarde hasta el anochecer, habiendo llegado Grandallana a la mitad del combate tomó tanta parte en él, que obligó a los enemigos a forzar la vela y ponerse en huida desde cabo Prior, donde se había roto el fuego.

Gracias a su continua actividad y desvelos consiguió armar diez navíos, tripularlos y ponerlos operativos, que, junto con algunas fragatas y buques menores, constituyeron la escuadra de su mando. Con ella se puso a la vela en los primeros días de agosto y reunido en la ría de Ares con la escuadra combinada de Francia y España que regían el almirante Villeneuve y el teniente general Gravina, salieron en demanda de Cádiz, en donde fondearon el 16 del mismo mes. Al ser confirmado éste por Godoy como jefe del componente español de la combinada, a pesar de ser Grandallana más antiguo, no le quedó más remedio a éste que desembarcar, lo cual hizo el 31 de agosto y arbolando Gravina su insignia en el propio Príncipe.

Fue nombrado por Su Majestad consejero de Estado, aunque permaneció viviendo momentáneamente en El Puerto de Santa María hasta el 5 de mayo de 1806, que se presentó en Madrid, donde falleció al año siguiente de muerte natural. Fue enterrado el general Grandallana en la iglesia parroquial de San Martín con el merecido homenaje a su memoria que le tributó la Marina española.

En sus pocos momentos de ocio se dedicó el general a escribir varias obras que acreditaban su buen juicio y conocimientos facultativos sobre marina; pero su modestia las mantuvo ocultas sin ver la luz pública por no creerse capaz de acertar con sus contenidos.

Tuvo gran aceptación la obra del general que dejó inédita, titulada Reflexiones sobre los defectos de la constitución militar y marinera de la Marina española, para el desempeño de los combates de sus escuadras, con el paralelo que hace entre esta y las constituciones francesa e inglesa, en que se demuestra la equivocación de nuestros principios y la necesidad de reformarlos para volver a los de nuestra antigua Ilustración.

 

Fuentes y bibl.: Archivo-Museo don Álvaro de Bazán (El Viso del Marqués, Ciudad Real), leg. 620/919.

F. P. Pavía, Galería biográfica de los generales de Marina, jefes y personajes notables que figuraron en la misma corporación desde 1700 a 1868, t. III, Madrid, Imprenta de F. García, 1873, págs. 165-170; D. de la Válgoma y El Barón de Finestrat, Real Compañía de guardiamarinas y Colegio Naval. Catálogo de pruebas de Caballeros aspirantes, Madrid, Instituto Histórico de la Marina, 1955, asiento 1467, pág. 226; C. Martínez-Valverde, “Biografía de Domingo Pérez de Grandallana”, en Enciclopedia general del mar, t. VI, Barcelona, Ediciones Garriga, 1957, págs. 1010-1011; C. Fernández Duro, Armada Española, t. VIII, Madrid, Gráficas Lormo, 1972, págs. 109-110, 116, 140, 179, 189, 246-247, 257, 261, 270 y 445; F. Barrios, El Consejo de Estado de la Monarquía española (1521-1812), Madrid, Consejo de Estado, 1984; F. González de Canales, “Biografía de Domingo Pérez de Grandallana y Sierra, teniente general de la Armada”, en Catálogo de pinturas del Museo Naval, t. II, Madrid, Ministerio de Defensa, 2000, págs. 208-209.

 

José María Madueño Galán

 

 

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