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Antonio Barceló y Pont de Terra

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Biografía

Barceló y Pont de la Terra, Antonio. Palma de Mallorca (Islas Baleares), 29.XII.1717 – 30.I.1797. Corsario y marino de guerra.

Hijo de Onofre Barceló y de su segunda esposa, Francina Pont de la Terra, descendía de una familia oriunda de Tarragona y de origen provenzal. Desde muy joven se dedicó a la vida del mar, bajo la supervisión de su padre, quien era patrón de un jabeque y concesionario del servicio de correo marítimo entre Barcelona y Palma, aprendiendo navegación y pilotaje en este tipo de barcos locales que ejercían peligrosamente el comercio siempre bajo la amenaza de los corsarios berberiscos. Con dieciocho años fue nombrado patrón del citado jabeque-correo, sucediendo a su padre en esta misma ruta que se cubría dos veces al mes (17 de junio de 1735), obteniendo asimismo el título de piloto. Destacó muy pronto por su pericia, bravura y dominio del combate marítimo que le proporcionaron varios éxitos sonados. Como consecuencia del que sostuvo contra dos galeotas argelinas, en defensa de sendos destacamentos militares que llevaba de transporte, se le graduó de alférez de fragata de empleo, pero sin sueldo (6 de noviembre de 1738); acción de la que existe un meritorio óleo de Ángel Cortellini en el Museo Naval de Madrid.

Con motivo del escándalo local ocasionado por el rapto y huida en un barco francés de una religiosa del convento de la Misericordia, Barceló recibió de las autoridades el cometido de alcanzar el bajel fugitivo y de apresar a los prófugos, lo que consiguió no sin arriesgar su propia vida, ya que el capitán del barco capturado le disparó un tiro que consiguió desviar uno de sus marineros.

Ante la carestía de grano que sufría Mallorca, agravada por la dificultad de que llegasen barcos por las continuas tempestades que azotaron las costas baleares en el año 1748, Barceló fue el único patrón que, comisionado por el capitán general, se arriesgó a traer de Barcelona el trigo, los panes y el bizcocho blanco que consiguieron evitar el racionamiento, por lo que los beneficiados solicitaron de Fernando VI una recompensa, que se tradujo en su ascenso al grado, también honorario, de teniente de fragata (4 de mayo de 1748).

Con motivo del incremento de los ataques argelinos, se ordenó ese mismo año armar en corso en Palma cuatro jabeques en unas condiciones especialmente atractivas. El armamento y los gastos de manutención y sueldo de las tripulaciones habrían de correr por cuenta del Estado, concediéndoseles además el importe total de las presas que hicieran (3 de septiembre de 1748). Barceló acudió a este llamado con su jabeque Santo Cristo de Santa Cruz, convirtiéndose en el jefe de toda la flotilla que fue disuelta en octubre del año siguiente, pero consiguiendo Barceló el flete de su barco por cuenta de la Real Armada para el servicio de correo que incluía el abastecimiento y relevo de las guarniciones militares.

En 1753 una osada galeota argelina consiguió capturar en la misma entrada del puerto de Palma un mercante. Lanzáronse en su persecución Barceló y otro patrón, Benito Capo, consiguiendo capturarla y recuperar la presa, lo que le supuso su graduación de teniente de navío (4 de agosto de 1753). En el verano de 1756, mientras navegaba a la altura de la desembocadura del Llobregat fue perseguido por dos galeotas de moros a las que plantó cara, haciendo huir a una de ellas y abordando y capturando la segunda, recibiendo dos heridas. Esta última acción determinó su incorporación definitiva al Cuerpo General de la Armada, ocupando plaza en propiedad de teniente de navío (30 de junio de 1756). Asignado al departamento de Cartagena, continuó al mando del jabeque- correo de Mallorca y poco después obtuvo el de los jabeques de guerra Catalán y Cuervo Marino con los que capturó sendas presas en junio de 1762 que, como en otras ocasiones, facilitaron su siguiente ascenso a capitán de fragata (29 de junio de 1762). El Gobierno puso bajo sus órdenes una flotilla de cuatro jabeques de nueva construcción, con base en Cartagena, con la que consiguió ese mismo año la hazaña de apresar otros tantos de moros en la costa catalana, y sólo con el que montaba, capturó poco después otro (30 de agosto de 1762). A finales de año, con su insignia arbolada en el Garzota, se le encargó vigilar la costa malagueña al mando de cinco jabeques y dos galeotas, y al año siguiente Barceló reclutó numerosa marinería en sus islas natales para la flotilla cartagenera que ya contaba con siete buques, consiguiendo uno de sus más celebrados éxitos al rendir tras encarnizado abordaje el barco del famoso capitán argelino Selim, haciéndole prisionero, pero a costa de recibir Barceló un balazo en el carrillo izquierdo del que le quedaría la cicatriz de por vida.

A principios de 1764, mandó otro jabeque de nueva generación, el Atrevido, que fue uno de sus favoritos y en el que llevó a cabo algunas reformas en el aparejo, proponiendo a sus superiores jerárquicos la continuación del corso en la época invernal del año en que los barcos destinados a esta misión solían permanecer desarmados en puerto, y obtuvo la autorización para llevarlo a la práctica con el Atrevido y el correo de Mallorca, el San Antonio, para cuyo mando había sido nombrado patrón por instancia suya su hermano José Barceló, hasta volver a asumir el mando general de los jabeques cartageneros en primavera. José Barceló continuó prestando sus servicios a la Corona durante una década y ambos hermanos protagonizaron un encuentro con otros tantos enemigos en la costa alicantina en el que consiguieron rescatar un número considerable de cautivos (21 de enero de 1766), quienes dedicaron una tabla exvoto a Nuestra Señora de Montserrat que se conserva en el Museo Marítimo de las Atarazanas de Barcelona. Cuatro días después apresaron dos pingues y los depositaron en el puerto de Málaga. Antonio Barceló simultaneó, por lo tanto, el mando de escuadrillas y el de buques sueltos, utilizando con frecuencia la táctica de llevar otro barco “en conserva” junto al suyo, para facilitar los apresamientos y el mutuo apoyo.

El don de mando y la habilidad proverbial de Barceló consiguieron que sus dotaciones, valerosas y disciplinadas, le fueran muy afectas, incluso los marineros con los que se proveyeron las vacantes y los reclusos embarcados por fuerza, como se demostró también en 1766 en que el Rey indultó a estos últimos por su buen comportamiento. Tras llevar a cabo otras numerosas acciones de guerra y de recibir el cometido de trasladar con su flotilla a los expulsados Jesuitas desde Cartagena a los Estados Pontificios en el verano de 1767, al año siguiente conseguía apresar uno de los jabeques mejor armados de Argel, el Caballo Blanco, frente al Peñón de Vélez de la Gomera, que por tratarse de un excelente barco pasó al servicio de la Armada y años después canjeado por el correo que había construido a sus expensas Antonio Barceló, dándosele a él el mando del Lebrel de treinta y dos cañones.

De regreso a su base cartagenera a principios de 1769, recibió amplias atribuciones para organizar el contracorso de la manera que estimase más conveniente y ante la enorme fama que dentro y fuera de su ámbito había adquirido su figura, el secretario de Marina, Arriaga, ordenó que se le remitiesen el listado de presas capturadas por el capitán de fragata Barceló durante los siete años en los que había disfrutado de este empleo (1762-1769), calculándose que en ese período había echado a pique o apresado diecinueve buques de moros, entregando más de mil prisioneros entre argelinos, marroquíes y turcos, como forzados a los arsenales del Rey, liberando a otros tantos cristianos cautivos que se encontraban presos a bordo o canjeados posteriormente en Argel.

Barceló fue promovido a capitán de navío (20 de marzo de 1769) y continuó prestando servicios con toda la escuadrilla o bien con sólo dos de sus buques, protegiendo las costas catalanas, levantinas y malagueñas y las comunicaciones con los presidios de África, llegando a represar barcos napolitanos que, pese a ser declarados “buena presa” por los tribunales españoles, hubieron de ser devueltos por razones diplomáticas.

En otoño de 1774 se vio resentida su salud, por lo que solicitó y obtuvo una licencia para convalecer en Mallorca, donde le sorprendió el ascenso a un grado preexistente en el Ejército, pero de nueva creación en la Armada, el de brigadier (22 de enero de 1775), reintegrándose más tarde al servicio en Cartagena. En el año de 1775 fue especialmente activo. Participó en el socorro de Alhucemas y Melilla, atacadas por el sultán de Marruecos, al mando de los guardacostas, que bombardearon el campo enemigo hasta el levantamiento de ambos cercos. En la frustrada operación de Argel de ese mismo año, como comandante de los convoyes y jabeques, el apoyo de fuego de sus barcos permitió el difícil reembarque una vez fracasado el ataque. Para esta expedición había donado al Rey su galeoncete de doce cañones El Carmen, sufragando también su mantenimiento durante toda la campaña.

De regreso a España, el secretario de Marina, el marqués de González de Castejón, le encargó convoyar las embarcaciones mercantes con destino a Indias en su primera etapa desde los puertos mediterráneos.

Ascendido a jefe de escuadra (24 de abril de 1779), tres meses después fue nombrado comandante de las fuerzas navales destinadas al bloqueo de Gibraltar como consecuencia de la guerra (1779-1783) contra Inglaterra. Establecido su plan de ataque y al considerar escaso el apoyo de fuegos, mandó construir bajo su dirección diversos tipos de lanchas blindadas con planchas de hierro, de construcción suficientemente fuerte como para portar un cañón de grueso calibre, que constituirían el precedente de nuestra marina sutil del siglo XIX. El empleo táctico de estas embarcaciones y su combinación con otros medios, explicado por Barceló en septiembre de 1783, constituye a su vez la primera doctrina sobre la materia. A las cuarenta cañoneras iniciales que llegaron a construirse en el río Palmones, se añadieron otras veinte obuseras con que batir con tiro curvo las defensas enemigas y cinco baterías flotantes de doble cubierta de cuya construcción se encargó el francés d’Arçon. Fracasado el ataque por mar a la plaza (13 de septiembre de 1782) y habiendo conseguido hacer entrar suministros y refuerzos los ingleses, Barceló continuó batiendo día y noche los bastiones enemigos con sus lanchas hasta el cese de las hostilidades, siendo herido otras dos veces.

Sus cañoneras y bombarderas fueron de nuevo utilizadas en los bombardeos de Argel de 1783 y 1784, encomendados a Antonio Barceló, nombrado ya teniente general (16 de febrero de 1783), como jefe de ambas escuadras que, partiendo de Cartagena, cumplieron eficazmente su cometido punitivo. Entre una y otra acción, Barceló, tras desembarcar de su buque insignia, el navío Terrible, fue llamado a la Corte, donde el Rey le concedió el sueldo de teniente general de por vida (26 de septiembre de 1783), por los méritos contraídos en el primer bombardeo. La segunda expedición punitiva, que zarpó de Cartagena en julio de 1784, fue mayor: se reunieron ciento treinta embarcaciones de todo tipo a las que se sumaron las escuadras de Nápoles y de la Orden de Malta, todo el conjunto al mando de Barceló que colocó su insignia a bordo del navío Rayo. Los daños que se infringieron a la ciudad fueron grandes, pero el mayor de todos fue la pérdida de buena parte de la flotilla corsaria argelina que ya nunca volvería a recuperar la pujanza anterior. Una vez más, Antonio Barceló estuvo a punto de perder la vida cuando la falúa desde la que dirigía las operaciones se hundió, salvándole su mayor general, José Lorenzo de Goicoechea.

De regreso en Cartagena, obtuvo permiso para ir a descansar a Palma mientras no se le diera destino, confiriéndosele allí el mando de comandante general de las fuerzas navales destinadas al corso en las islas Baleares y costas de Berbería, con la merced de disfrutar de dietas de embarque aunque permaneciese en tierra (27 de septiembre de 1784), siendo condecorado con la orden de Carlos III.

El último de los servicios prestados por Barceló fue el alistamiento de la escuadra aprestada en Algeciras para el bombardeo de Tánger en 1792, que fue suspendido por la muerte del sultán de Marruecos y las nuevas perspectivas de paz. Finalizadas las operaciones en junio de ese año, se ordenó su retiro a Mallorca, donde falleció. Sus restos reposan bajo el pavimento de su capilla familiar dedicada a san Antonio, en la iglesia de la Santa Cruz de Palma, y un sencillo cenotafio le recuerda en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando (Cádiz).

El genio de Barceló como marino fue reconocido plenamente en su época, pero su integración en la escala básica de la Armada y más tarde su promoción al generalato despertó algunas suspicacias de quienes estimaban imprescindible una compleja formación de la que Barceló carecía. El conde de Fernán-Núñez, antiguo capitán general de las galeras de España, a las que los jabeques de Barceló vinieron a sustituir, encabezó la lista de los agraviados por sus ascensos señala: “Barceló, aunque excelente corsario, no tiene, ni puede tener por su educación, las calidades de un general”.

Para el pueblo fue un auténtico ídolo, quedando para la posteridad el apotegma de “ser más valiente que Barceló por la mar”. Valiente, sacrificado y audaz, resultó el hombre ideal para las misiones que se le encomendaron donde otros con más estudios fracasaron y que justificaron la confianza que en él puso el secretario de Marina Arriaga. En sus tiempos, se imprimió anónimamente una coplilla en la que inevitablemente se hacían veladas comparaciones: “Barceló no es escritor, / ni finge ser santulario, / ni traza de perdulario, / ni lleva pompa exterior: / persuade y no es orador, / su aseo no es presumido; / va como debe ir vestido, / fía poco en el hablar, / mas si llega a pelear, / siempre será lo que ha sido”.

En recuerdo de las hazañas de Antonio Barceló, al que se conoció en su tierra natal como “es capitá en Toni”, diversos buques de guerra de diferente tipo han figurado con su nombre en las listas de la Armada española.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de la Marina Álvaro de Bazán (Viso del Marqués, Ciudad Real); Archivo General de la Zona Marítima de Cartagena, Sección Histórica; Museo Naval de Madrid.

F. Mariano Nipho, Digno aplauso del Excmo. Sr. D. Antonio Barceló por la expedición contra Argel en el mes de Agosto de 1783, Madrid, Imprenta de Miguel Escribano, 1783; V. García de la Huerta, Elogio del Excmo. Sr. D. Antonio Barceló, con motivo de la expedición contra Argel en Julio de este año de 1784, Madrid, Hilario Santos Alonso, 1784; F. de P. Pavía, Galería Biográfica de los Generales de Marina y Jefes Notables que figuraron en la misma corporación desde 1700 1868, vol. I, Madrid, Imprenta J. López, 1873, págs. 126-131; F. Ferrari Belloch, Barceló, Barcelona, Ed. Patria, 1941; A. R. Rodríguez González, Antoni Barceló, Barcelona, Gent Nostra, 1990; J. A. Gómez Vizcaíno, “El teniente general de la Armada D. Antonio Barceló y Pont de la Terra”, en Milicia y Sociedad Ilustrada en España y América (1750-1800) (Actas XI Jornadas Nacionales de Historia Militar, Sevilla, 11-15 de noviembre de 2002), vol. I, Madrid, Deimos-Cátedra General Castaños (Región Militar Sur), 2003, págs. 141-155.

 

Hugo O’Donnell y Duque de Estrada