Malaspina Meliluppi, Alessandro. Mulazzo (Italia), 5.XI.1754 – Pontremoli (Italia), 9.IV.1810. Marino de origen italiano y comandante de la expedición política y científica a América y Oceanía (1789- 1794), proyectista.
Segundo hijo de Carlo Morello y Caterina Meli Lupi de Soragna, Alessandro Malaspina nació y vivió sus primeros siete años en Mulazzo, un pequeño marquesado perteneciente a su familia paterna y situado en la Lunigiana, una región montañosa entre Liguria y Toscana. Sobre una de esas montañas se alzaba (y aún lo hace) el castillo de los Malaspina en Mulazzo.
Pasados los años, en 1796, el hermano mayor de Alessandro, Azzo Giacinto, marqués de Mulazzo a la sazón, hizo ondear la tricolor sobre sus almenas y ordenó acuñar la leyenda Liberté-Egalité-Fraternité sobre el viejo espino seco, blasón secular de su noble estirpe.
Los Malaspina de Mulazzo, en efecto, eran una de las ramas de una familia de la vieja nobleza, uno de cuyos antepasados, incluso, figuraba en la Divina Comedia.
Sin embargo, a mediados del siglo XVIII la Lunigiana vivía bajo una economía semi-feudal, carecía de una mínima burguesía y los señores de la tierra estaban en franca decadencia. Los Malaspina de Mulazzo no fueron una excepción. En 1762 Carlo Morello aceptó la invitación de Giovanni Fogliani Sforza de Aragón, tío de su mujer y ministro entonces del rey de las Dos Sicilias, el futuro Carlos III de España.
El matrimonio y sus tres hijos mayores marcharon a Palermo, donde es posible que Alessandro estudiara en el Colegio Carolino de Nobles, como su hermano mayor, el primogénito Azzo. En todo caso su paso por el Mezzogiorno fue breve.
En 1765 figura inscrito como alumno en el Colegio Clementino de Roma, donde cursó estudios hasta 1773. Había viajado desde Palermo a Roma acompañado por Antonio María de Lugo, su tutor y nuevo director del Clementino, una institución docente de la Orden Somasca, cuya fórmula pedagógica era parecida a la de los jesuitas. Allí los hijos de la nobleza se instruían en las disciplinas clásicas, pero también en las nuevas ciencias, con especial atención a la filosofía experimental. El Methodus studorium (1741), la piedra central de la escolástica somasca, prescribía la formación primero en Gramática, para después pasar al nivel de los humaniorum litteratum, cuando los alumnos pasaban a estudiar Mundo Clásico, Latín, Geografía, Historia y Retórica. El programa incluía autores clásicos y modernos, desde Virgilio, Horacio y Ovidio hasta Claude Delisle o Ludovico Antonio Muratori. En Historia seguían el texto del padre somasco Jacopo Stellini, De Ortu et Progressu, un manual inspirado en la Scienza Nuova de Giambattista Vico. La Filosofía Natural y la Experimental ocupaban un lugar estratégico en los estudios del Clementino.
Sus alumnos replicaban los experimentos sobre el vacío y la gravedad que se realizaban en la Academia del Cimento, y conocían bien la trayectoria de las ideas sobre la naturaleza, desde los presocráticos hasta el moderno empirismo.
Así lo muestra el primer escrito de Alessandro del que se tiene noticia, las Theses ex Physica Generali (1771), una suerte de conclusione jesuítica. Ejercicio académico al uso, el joven Malaspina repasa en él las diferentes escuelas de pensamiento (pitagóricos y platónicos, peripatéticos, experimentalistas y mecanicistas), apostando por un eclecticismo calculado, pero sin ocultar la supremacía de la observación, la inducción y el método newtoniano. En este terreno, en el Clementino se seguía la obra de John Keill, un newtoniano habitual en colegios y universidades católicas.
En la primavera de 1773 abandonó Roma. Fue investido caballero de la Orden de Malta en La Valletta y realizó su primera navegación por el Mediterráneo persiguiendo piratas berberiscos. Pasó fugazmente por Sicilia, en junio de 1774 murió su padre y su hermano mayor heredó el feudo. A finales de ese año llegó a Cádiz, donde sentó plaza de guardia marina de la Real Armada el 18 de noviembre, recién cumplidos los veinte años.
Entre 1774 y 1788 se formó como oficial científico, así en las aulas como en el mar. Es posible distinguir dos etapas dentro de este período. La primera comprende hasta 1783. En la década de 1770 el complejo gaditano formado por el Observatorio y la Academia no pasaba por su mejor momento. Primero fue destinado a Cartagena, donde coincidió con José de Mazarredo, superior y profesor suyo, uno de los impulsores de las reformas docentes que se avecinaban en la Armada.
Embarcó en la fragata Santa Teresa y participó en el socorro de la plaza de Melilla (1775). Llegaron sus primeros ascensos: alférez de fragata y alférez de navío. En 1777 subió por primera vez a la fragata Astrea, pero una epidemia y una tempestad abortaron el viaje, cuyo destino era Manila. A finales de ese año la Astrea zarpó de nuevo. Malaspina cruzó la equinoccial por primera vez el 21 de enero de 1778, un hecho notable en la vida de cualquier marino. Doblaron el cabo de Buena Esperanza y lograron fondear en Cavite.
Fue ascendido a teniente de fragata. Una vez de regreso, embarcó de nuevo en el navío San Julián, a bordo del cual participó en la batalla que libraron las escuadras de Juan de Lángara y George Rodney en el cabo de Santa María (1780). El San Julián fue apresado por los ingleses y, al poco, liberado en una acción en la que Malaspina tuvo cierto protagonismo.
Ascendió a teniente de navío. La guerra continuó y se embarcó sucesivamente en el navío Firme, la fragata Santa Clara (fue entonces cuando se le abrió un proceso inquisitorial: parece que defendió la transmigración de las almas) y en el navío San Justo, incluido éste en la escuadra dirigida por Luis de Córdoba que se enfrentó al almirante Howe en el cabo de Espartel (1782). Ya era capitán de fragata cuando la guerra tocó a su fin.
En 1783 se implantó el Curso de Estudios Mayores, un ambicioso programa docente que convertirá a la Armada en una institución de primera línea dentro del panorama científico español. El viejo proyecto de Jorge Juan cobró forma con una nueva generación de marinos, encabezada por el propio Mazarredo, Gabriel Ciscar, Antonio Valdés (nuevo secretario de estado de Marina e Indias) y Antonio Tofiño, de quien Malaspina fue alumno en Cádiz y a cuyas órdenes trabajó en algunas mediciones para la elaboración del Atlas Marítimo de España (1783-1788), uno de los hitos hidrográficos del período. Entre julio de 1784 y septiembre de 1786 Malaspina cursó en Cádiz los Estudios Mayores, un ciclo que comprendía Navegación Astronómica, Cálculo Infinitesimal, Álgebra, Trigonometría Esférica, Levantamiento de Cartas, Hidrostática, Construcción Naval, Óptica y Física Experimental. Allí, siendo teniente de la Compañía, coincidió con algunos de los futuros integrantes de la gran expedición alrededor del mundo (1789-1794), como Dionisio Alcalá-Galiano, José de Espinosa, Juan Belmonte y Juan Vernaci.
Pese a la intensificación de los estudios a partir de 1783, Malaspina siguió navegando. Ya en ese mismo año viajó a las islas Filipinas con la fragata Asunción.
Más tarde dirigió la circunnavegación de la fragata Astrea (1786-1788), una experiencia de gran envergadura desde el punto de vista náutico (de hecho Malaspina fue el primer italiano en comandar un viaje alrededor del mundo) y colonial (la empresa era fruto del acuerdo entre la Armada y la Compañía de Filipinas).
En ambos sentidos este viaje resultó fundamental en su formación. La Astrea dobló el cabo de Hornos, luego cruzó el Pacífico y, tras una estancia de seis meses en Manila, regresó a Europa por el cabo de Buena Esperanza. Durante la travesía, Malaspina redactó informes sobre la derrota, las escalas y diversos asuntos mercantiles. Sus ideas sobre las posibilidades, dificultades y formas de mejorar un dominio tan lejano como las Filipinas cuajaron entonces. Al regreso era ya un experto navegante y un oficial científico con elevados conocimientos de física newtoniana y experimental.
Su sintonía con Valdés y la elite de la Armada era absoluta.
En ese momento, junto con José Bustamante y Guerra, elevó al Rey la propuesta de una gran expedición científica y política alrededor del mundo (10 de septiembre de 1788). Se trataba de fletar una expedición geográfica y disciplinarmente enciclopédica. En cierto sentido se perseguía una réplica española de los viajes de James Cook, Bougainville o La Perouse en el Pacífico. La Secretaría de Marina e Indias quería, además, trasladar las operaciones de Tofiño en las costas peninsulares sobre el conjunto de las posesiones españolas en la cuenca de dicho océano: levantamiento de cartas hidrográficas y derroteros para la navegación mercantil. A esto se añadía la investigación de la situación en los diferentes puertos tras la crisis de saturación de los mercados en 1787, evaluación de las defensas, reconocimientos de los espacios fronterizos en los dos extremos del Nuevo Mundo y de la reciente colonia inglesa en Nueva Holanda (Australia). El plan comprendía igualmente estudios en diferentes campos de la historia natural, especialmente en botánica, geología, recolección de especies y curiosidades para el Jardín Botánico y el Real Gabinete. La expedición, así entendida, venía a ser una culminación de todo el ciclo de expediciones hidrográficas y naturalistas impulsado por el reformismo borbónico en las últimas tres décadas. En materia de política internacional, además, coincidía con muchos de los objetivos expuestos por el conde de Floridablanca en su Instrucción reservada (1787).
Por otra parte, la documentación previa al viaje demuestra que ya en 1788 Malaspina tenía sólidos conocimientos sobre el funcionamiento de la Monarquía, así como ideas reformistas muy asentadas. Al igual que décadas atrás Juan y Ulloa habían emitido un juicio político sobre el dominio (las Noticias secretas de América, redactadas en 1747), Malaspina entendió la empresa también en este sentido. Esto explica que antes de partir de Cádiz redactara Los axiomas políticos sobre la América, decálogo que resume su visión sobre los males del Imperio y sus remedios, un texto cuyos contenidos están inspirados en la emergente economía política (es decir, favorable al libre comercio y a una fórmula de gobierno colonial próxima a la federación) y cuya forma y retórica expositiva resuenan en el ámbito de la filosofía natural newtoniana. La aspiración de trasladar el método científico al estudio de las sociedades humanas (en este caso, a la Monarquía hispana), una transferencia que atraviesa el pensamiento occidental desde Locke hasta Adam Smith (por no invocar a Comte y el nacimiento de las no en vano llamadas “ciencias sociales”), domina también el pensamiento colonial del navegante italiano, quien encarnó la fusión apuntada por Juan y Ulloa entre la ciencia y el proyectismo. Malaspina no se limitó a dirigir las operaciones científicas de la expedición.
Quiso ejercer también de verdadero philosophe en el Mar del Sur, dejó escritas sus ideas históricas, económicas, antropológicas y hasta morales, y dio rienda suelta a su vocación política En el primer semestre de 1789 tuvieron lugar los preparativos de esta gran expedición, bautizada posteriormente por la historiografía como la Expedición Malaspina (1789-1794). No se escatimaron medios ni fondos. Se construyeron dos corbetas para la ocasión, la Descubierta y la Atrevida, cuyos nombres remiten a dos de los barcos de Cook, el gran explorador inglés. Fueron seleccionados algunos de los mejores oficiales hidrógrafos (Felipe Bauzá, José Espinosa, Dionisio Alcalá-Galiano) y tres naturalistas notables (Antonio Pineda, Louis Née y Tadeo Haenke). Recabaron informes y documentos en diferentes archivos y bibliotecas, y mantuvieron correspondencia con academias y sabios de Europa y América (entre ellos Joseph Banks, Lalande, Berthoud, Dalrymple, Spallanzani).
La Descubierta y la Atrevida zarparon de Cádiz el 30 de junio de 1789 y efectuaron su primera escala en Montevideo. Casi dos meses permanecieron en el Río de la Plata, visitando Sacramento, Maldonado y Buenos Aires, donde les recibió el marqués de Loreto, el virrey. La campaña sirvió para establecer el método a seguir durante el resto del viaje e incluyó operaciones geodésicas, observaciones astronómicas, formación de cartas, estudios naturalistas y etnográficos y obtención de información diversa en archivos. Malaspina ordenaba las distintas comisiones y elaboraba personalmente determinados informes, especialmente las memorias geográficas y políticas, donde desplegó los argumentos de los citados Axiomas. En este sentido, es posible entender la expedición como un trabajo de campo, una experimentación a través de la cual el navegante italiano fue confirmando y desarrollando sus propias hipótesis de trabajo.
Tras reconocer Puerto Deseado (Patagonia) y las islas Malvinas, doblaron el cabo de Hornos a finales de 1789 y arribaron a Chiloé en febrero de 1790. Ascendieron por el litoral occidental tocando en los puertos de Talcahuano, Concepción, Valparaíso, Coquimbo y Callao, el puerto vecino a Lima, la capital del virreinato de Perú, donde permanecieron cuatro meses, desde finales de mayo hasta finales de septiembre de 1790. La estancia en Lima contó con la estrecha colaboración del virrey Gil y Lemos, marino de carrera, hombre cercano a Valdés y conocido por Malaspina con anterioridad. Si la estancia en el virreinato de La Plata estuvo focalizada hacia el estudio de la frontera patagónica, ahora en Lima se centró en recoger información científica, histórica y comercial en uno de los epicentros de la América nuclear. Malaspina y sus hombres se sirvieron en buena medida de los trabajos de la elite impulsada por Gil y Lemos, entre ellos los artífices de El Mercurio Peruano, una publicación periódica característica de la Ilustración criolla.
Rumbo al norte, las corbetas visitaron Guayaquil (actual Ecuador) y Realejo (Nicaragua). En marzo de 1791 llegaron a Acapulco, ya en Nueva España. Malaspina y algunos de sus hombres pasaron a México, la gran metrópoli del Nuevo Mundo. Allí departieron con el virrey, el conde de Revillagigedo, activo promotor de numerosas reformas e impulsor también de exploraciones y reconocimientos geográficos en la costa noroeste. Entre los colaboradores de los viajeros aparecen nombres propios de la Ilustración mexicana, como José de Alzate o Antonio León y Gama. A continuación la expedición se dividió. Mientras Pineda, Née y Alcalá-Galiano permanecieron en México para desarrollar los trabajos naturalistas y las observaciones astronómicas en suelo novohispano, Malaspina y Bustamante pusieron proa hacia los límites inconclusos de la América septentrional.
La campaña del Noroeste se prolongó durante el verano de 1791. Sus mayores resultados fueron el levantamiento cartográfico de aquellas costas hasta la altura de la actual Alaska, el descarte definitivo del último gran mito geográfico americano, el Paso del Noroeste (cuya existencia se suponía en el estrecho de Juan de Fuca), y los estudios antropológicos sobre los pobladores indígenas de Mulgrave y Nutka (en la actual isla de Vancouver). Sus minuciosos y precursores estudios de la región constituyen hoy parte del patrimonio cultural de Canadá y Estados Unidos, así como sus trabajos en las colonias españolas contribuyeron a forjar las señas de identidad de las emergentes culturas y naciones criollas. Malaspina siguió redactando sus descripciones y reflexiones políticas, acusando a partir de esta campaña un giro en su discurso colonial, progresivamente menos axiomático y más cercano a lo singular, menos matemático y más histórico. Es decir, cada vez más lejos de Newton y más próximo a Vico.
Regresaron a Acapulco en octubre de 1791. Dos meses después salieron rumbo a las islas Filipinas, cuya visita se prolongó desde marzo hasta diciembre de 1792. Estudiaron su flora y fauna, levantaron mapas y trazaron derroteros, investigaron el estado del comercio y participaron en la vida científica y pública de la colonia. Como en el resto de las escalas, en Filipinas también fueron apoyados por las autoridades y las elites locales (el gobernador de Manila, Félix Berenguer, el secretario de la Compañía de Filipinas, José García Armenteros, y el naturalista Juan de Cuéllar).
Las dos últimas visitas de la expedición en el Mar del Sur tuvieron lugar en Australia y las islas Vavao. Ambas revistieron un carácter propio, no fueron escalas como las otras. En Puerto Jackson (la actual Sydney) Malaspina y sus hombres estuvieron casi un mes (marzo de 1793) intercambiando información con las autoridades inglesas. Era la primera vez que unos navíos españoles fondeaban en el puerto de la colonia penitenciaria de Nueva Gales del Sur, fundada en 1788. La visita discurrió entre la cordialidad de las relaciones científicas, el espionaje encubierto y la tensa diplomacia de dos naciones rivales.
Descubierta por Mourelle en 1781, Malaspina incorporó la isla de Tonga (Vavao) al dominio español. Allí puso un digno colofón al viaje, recreando y proyectando la Edad de Oro en las islas del Pacífico, el espacio característico de la utopía en el siglo XVIII. La Descubierta y la Atrevida no completaron la circunnavegación prevista. Malaspina prefirió volver a la América meridional para concluir tareas atronómicas y cartográficas pendientes. Así que regresaron a España por donde habían venido, doblando el cabo de Hornos. Tras cinco años de exploración e investigación en el Pacífico, las corbetas arribaron a Cádiz el 21 de septiembre de 1794.
A su regreso, Malaspina fue celebrado como “un nuevo Cook”. La expedición había sido un éxito, los materiales reunidos pronto fundarían el acervo original del Depósito Hidrográfico, el antecedente del actual Archivo del Museo Naval de Madrid. El ascenso del navegante italiano le permitió acceder a la Corte madrileña e incluso al Palacio Real, donde se urdió la trama que desembocó en su encarcelamiento.
En noviembre de 1795 Godoy reunió, con carácter urgente, al Consejo de Estado y le hizo ver al rey Carlos IV que Malaspina había esgrimido “ideas sediciosas” en unos escritos “demasiado adictos a las máximas de la Revolución y la anarquía”. Malaspina se encontraba entonces preparando la publicación de los resultados del viaje, tarea para la que le había sido asignado un asesor literario, el padre Gil. En esos textos Malaspina proponía reformas en la administración colonial, confirmando las ideas de los Axiomas, liberales pero en absoluto jacobinas. Sin embargo, la España de 1795 (en plena Guerra de la Convención) no era la misma que había dejado en junio de 1789, catorce días antes de la Toma de la Bastilla. Más que por sus propuestas coloniales, Malaspina fue procesado por conspirar contra el valido. Ese año de 1795 llegó a redactar unas Reflexiones relativas a la paz de España con Francia e incluso un Memorial a la Reina, en el que proponía cambios ministeriales, incluyendo la destitución de Godoy.
En abril de 1796, Malaspina fue arrestado y condenado a diez años y un día en la prisión de San Antón de La Coruña. Allí, recluido, tuvo tiempo para seguir con sus inquietudes intelectuales. Escribió tres pequeños opúsculos: el Tratadito sobre el valor de la monedas en España (1797), la Meditación filosófica sobre la existencia de un bello esencial e invariable en la Naturaleza (1798) y la Carta crítica sobre el Quijote (1799).
En 1803 fue liberado gracias a Melzi d’Eril, vicepresidente de la recién creada República Italiana, quien intercedió ante Napoleón Bonaparte. Se le prohibió, sin embargo, residir en España, por lo que decidió exiliarse en su país natal.
En Lunigiana transcurrieron sus últimos años. Rechazó el Ministerio de la Guerra que le ofrecieron, aunque sí participó en la vida pública local. Mantuvo correspondencia con sus oficiales y amigos en España, muchos de los cuales cayeron en Trafalgar (1805). El 9 de abril de 1810 murió en Pontremoli, a pocos kilómetros de Mulazzo. Allí sigue enterrado el comandante de la última gran exploración científica española en el Nuevo Mundo, estudioso del Imperio en la víspera de la Emancipación y claro predecesor de Alexander von Humboldt.
Obras de ~: Viaje político-científico alrededor del mundo por las corbetas Descubierta y Atrevida al mando de los capitanes de navío don Alejandro Malaspina y don José Bustamante y Guerra desde 1789 a 1794, ed., estud. prelim. y notas de P. Novo y Colson, Madrid, Imprenta de la Viuda e Hijos de Abienzo, 1885; Diario de viaje de Alejandro Malaspina, ed., estud. prelim. y notas de M. Palau, A. Zabala y B. Sáiz, Madrid, El Museo Universal, 1984; En busca del Paso del Pacífico, ed., estud. prelim. y notas de A. Galera, Madrid, Historia 16, 1990; Tratadito sobre el valor de las monedas de España (200 a. C-1797), ed., estud. prelim. y notas de M. P. Bottari, Sarzana, Grafiche Lunensi, 1990; Diario general de viaje, ed. y notas de R. Cerezo, Madrid, Lunwerg, 1991, 2 vols.; Los axiomas políticos sobre la América de Alejandro Malaspina, ed., estud. prelim. y notas de M. Lucena Giraldo y J. Pimentel, Madrid, Doce Calles-Quinto Centenario, 1991; Antropología y noticias etnográficas, ed. y estud. prelim. de J. Pimentel, Madrid, Lunwerg, 1993; Descripciones y reflexiones políticas, ed. y estud. prelim. de J. Pimentel, Madrid, Lunwerg, 1995; The Malaspina Expedition 1789-1794. The Journal of the Voyage by Alejandro Malaspina, ed., estud. prelim. y notas de A. David, F. Fernández- Armesto, C. Novi y G. Williams, London, Hakluyt Society, 2001-2004, 3 vols.; Carta crítica sobre el Quijote, ed. de M. Ruiz, Alicante, Universidad, 2006; Alexandro Malaspina’s Meditation on Beauty in Nature, ed., estud. prelim. y notas de J. Black y O. Clemotte, Lewiston, Edwin Mellen Press, 2007.
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Juan Pimentel