Campo y Rodríguez de Salamanca, Nicolás del. Marqués de Loreto (II). Sevilla, 12.III.1725 baut. – Madrid, 17.II.1803. Virrey del Río de la Plata.
Procedente de una familia rica y noble de Sevilla de origen flamenco, fue el primer varón, pero tercero de los nueve hijos habidos de Josefa Arcadia Rodríguez de Salamanca y Solís, que casó el 12 de mayo de 1721 con quien presumiblemente era su tío Nicolás Ignacio del Campo y La Cuesta (Sevilla, 31 de octubre de 1687 – 27 de septiembre de 1772), primer marqués de Loreto por merced del rey Carlos III concedida en enero de 1766, con el vizcondado previo de San Nicolás.
Nicolás Felipe Cristóbal del Campo fue bautizado en la parroquia de San Nicolás de Sevilla, el 12 de marzo de 1725. Siguió la carrera militar y el 8 de junio de 1760 fue nombrado coronel del Regimiento Provincial de Sevilla, a cuyo mando estuvo durante veintitrés años.
Cuando la guerra contra Portugal, puso en armas a su regimiento y fue destinado a la guarnición de la plaza de Badajoz. Fue hecho prisionero por los portugueses en la sorpresa de Valencia de Alcántara, el 27 de agosto de 1762.
El 5 de agosto de 1763 le fue concedido el grado de coronel del Ejército y ascendió a brigadier de Infantería en la promoción del 10 de junio de 1779.
Estuvo presente en varios actos de armas, ganando reputación y honores. Así, al comenzar la guerra contra Inglaterra, se halló en la expedición de Menorca de 1782 que posibilitó su reconquista de las manos británicas, y marchó luego, en el mismo año, al sitio de la plaza de Gibraltar, a las órdenes del duque de Crillón, operación que infructuosamente no pudo concluirse con éxito para las armas españolas.
Sus méritos le granjearon los apoyos suficientes dentro del Consejo de Indias, como para que el 17 de julio de 1783 fuera nombrado virrey del Río de la Plata.
Embarcó en Cádiz el 15 de diciembre, en la fragata Sabina, y llegó a Montevideo el 20 de febrero de 1784, para tomar posesión del virreinato en Buenos Aires de su predecesor, el virrey Juan José de Vértiz.
Ocupó el cargo formalmente desde el 7 de marzo de 1784. El recientemente creado virreinato argentino estaba inmerso en ciertos problemas, generados por la nueva burocracia empleada en el virreinato y la necesidad de implementar importantes reformas económicas y militares. Durante el gobierno de Nicolás del Campo se establecieron ocho intendencias en el virreinato: Buenos Aires, Asunción de Paraguay, Córdoba del Tucumán, Salta, Cochabamba, La Paz, La Plata y Potosí; y, más tarde, también la intendencia de Puno.
Su antecesor, Juan José de Vértiz y Salcedo, fue el encargado de introducir en 1778 el Reglamento Libre de Comercio, una de las apuestas más decididas de Carlos III y su ministro José de Gálvez por aumentar significativamente los ingresos de la Corona mediante el tráfico libre entre ambas orillas atlánticas.
El virreinato del Río de la Plata, constituido precisamente por Gálvez en 1777 con fines comerciales y militares, representaba uno de los elementos decisivos de la nueva política comercial atlántica. Mas para ello era necesaria una mano firme que impusiera la nueva política, pese a las lógicas reticencias de algunos sectores criollos.
Del Campo siguió, en este sentido, la política emprendida por Vértiz, pues acentuó las medidas progresistas en el ámbito económico y comercial con el fin de relanzar las aduanas y los ingresos virreinales.
Impuso el trabajo obligatorio, mejoró las infraestructuras de las aduanas y fomentó el cultivo del trigo y la exportación de harina a La Habana.
El marqués de Loreto fue quien hizo saber a la población, mediante un bando del 5 de agosto de 1785, que tres días después se iba a celebrar la solemne ceremonia de apertura de la Audiencia de Buenos Aires, como institución de justicia, constituyó un elemento clave del nuevo virreinato, y levantó una gran expectación entre el gentío y los burócratas.
El virrey combatió bravamente el contrabando como uno de los grandes problemas del Río de la Plata. Tanto los ingleses como los portugueses y, por supuesto, no pocos españoles, utilizaban la inmensidad del territorio argentino para traficar con todo tipo de productos, lo que lesionaba gravemente los intereses hacendísticos de la Corona. Del Campo editó bandos y financió lanchas para la persecución del contrabando, ya que su idea era canalizar todas las importaciones y exportaciones a través de las aduanas, para lo cual se construyeron y mejoraron las infraestructuras portuarias y se siguió una política de coexistencia pacífica y comercial con los indios.
Heredero de las ideas ilustradas, trató asimismo de impulsar la economía, fomentando el desarrollo agrario y la industria ganadera.
Sin embargo, pese a sus buenas maneras en general, recibió críticas por su actitud y enfrentamiento con ciertos sectores oligárquicos locales. Por ello algunos de sus contemporáneos consideraron que el marqués de Loreto era persona de carácter áspero y agrio, de acceso difícil y de una gran altivez, que le enfrentó también a varios miembros del Gobierno, incluido el obispo Azamor y Ramírez. Destituyó al arcediano de la catedral, Miguel José Riglos, y trató con severidad a los presos políticos de Oruro.
Recibió el ascenso a mariscal de campo en la promoción del 14 de enero de 1789, por lo que cesó en el gobierno y fue sucedido en ese mismo año por Nicolás de Arredondo, quien asumió el virreinato el 4 de diciembre. El marqués de Loreto se trasladó a Montevideo para embarcarse en la fragata Sabina, con destino nuevamente al puerto de Cádiz.
Habiendo retornado a España, redactó una memoria justificativa de su gobierno que elevó al rey Carlos IV el 10 de febrero de 1790. En ella exponía con buena pluma sus cinco años de mandato, relatando la situación de las provincias bajo su mando, sus recursos y demarcación de límites fronterizos con Portugal, cuya colonia de Sacramento había sido tradicionalmente fuente de disputas con el vecino peninsular.
Indicaba las providencias que había incluido referentes al ganado, los principales productos constitutivos de la riqueza local, así como sus actuaciones referentes al contrabando. En este punto indicaba que era el problema principal que se debía combatir en el futuro.
Dedicaba especial atención a la población y al fomento industrial de la costa patagónica, a las islas Malvinas, a los estudios y reconocimientos geográficos practicados en diversos lugares, así como al fomento de nuevas poblaciones de pesquerías.
Dedicaba un capítulo especial al problema indio y a su trato, así como a la defensa de las poblaciones rurales. En este sentido se mostraba favorable a la extensión de las milicias en esa área. Estudiaba también la necesidad de dotar de un muelle y un fondeadero a Buenos Aires y Montevideo. Expresaba la necesidad de delinear correctamente y en extenso una carta geográfica de toda la costa, especialmente de la desembocadura del Río de la Plata.
Se detenía también el ramo de guerra, indicando la necesidad de ampliar los cuerpos auxiliares y dotar de mayor protección las zonas más pobladas y ricas.
Al comenzar la guerra contra Francia en 1793, fue designado para servir a las órdenes del general Antonio Ricardos en el ejército del Rosellón, pero al parecer no llegó a incorporarse a su destino.
En 1796, junto con su hermano Benito José del Campo, que llegó a ser veinticuatro y procurador de la ciudad de Sevilla, y otros aristócratas sevillanos, contribuyó a la creación de la Sociedad Económica de Amigos del País, institución en la que se materializaban nuevamente sus ideas ilustradas.
Con la llegada del nuevo siglo obtuvo un nuevo reconocimiento por parte de Carlos IV, que lo nombró gentilhombre de Cámara, con entrada, que le facultaba para acceder a los círculos más próximos al Rey, motivo por el cual se trasladó a Madrid, teniendo su domicilio en la carrera de San Jerónimo de la capital, donde finalmente falleció el 17 de febrero de 1803 a la edad de 79 años, soltero y sin descendencia, siendo enterrado en la bóveda (cripta) del altar mayor de la iglesia madrileña de San Sebastián.
Fuentes y bibl.: Archivo General de Simancas, Secretaria de Guerra, Hoja de servicio diciembre de 1765, leg. 2684, Cº 6, fol. 1; Hemeroteca Municipal de Madrid, Gaceta de Madrid, 11.II.1766, 15.VI.1779, 19.VIII.1783, 16.I.1789; Archivo Parroquia de San Lorenzo (Sevilla), Libro de Matrimonios, n.º 4, fol. 172 vto.; Libro de Bautismos, n.º 5, fol. 118 vto. y n.º 6, fol. 77 vto.; Archivo Parroquia de San Sebastián (Madrid), Difuntos Castrenses, fol. 51 vto.
H. J. Tanzi, Noticias sobre la economía del virreinato del Río de la Plata en la época de los virreyes Loreto y Arredondo 1784- 1794, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1965; H. Martínez Montero, El apostadero de Montevideo 1776-1814, Madrid, Instituto Histórico de la Marina, 1968; A. Torres, Diario de gastos del virrey del Río de la Plata, marqués de Loreto 1783-1790, Bilbao, Diputación Foral del Señorío de Vizcaya, 1977; G. Bleiberg (dir.), Diccionario de Historia de España, Madrid, Alianza Editorial, 1981; D. Ripodas Ardanaz, El obispo Azamor y Ramírez, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 1982; M. Fernández García, Parroquia Madrileña de San Sebastián. Algunos personajes de su archivo, Madrid, Caparrós Editores, 1995, pág. 467; E. O. Acevedo, La intendencia del Paraguay en el Virreinato del Río de la Plata, Buenos Aires, Ediciones Ciudad Argentina, 1996; J. M. Bueno García, La defensa del Río de la Plata, Madrid, Almena, 2000; A. Paula, Las nuevas poblaciones en Andalucía, California y el Río de la Plata (1767-1810), Sierra Morena, Baja Andalucía y Cádiz, Alta California, Cuenca del Salado Bonaerense, Uruguay, Entre Ríos. Historia y patrimonio, Buenos Aires, Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, 2000; R. Lesser, Los orígenes de la Argentina. Historias del Reino del Río de la Plata, Buenos Aires, Biblos, 2003; V. Tau (ed.), Los bandos de buen gobierno del Río de la Plata, Tucumán y Cuyo época hispánica, Buenos Aires, Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, 2004; T. Falcón, “El patrimonio artístico del I Marqués de Loreto (1687-1772) y de la Familia Del Campo”, en Laboratorio de Arte (Universidad de Sevilla), n.º 19 (2006), págs. 287-290.
José Manuel Serrano Álvarez, Alberto Martín-Lanuza e Iván F. Moreno de Cózar y Landahl, Conde de los Andes