Ulloa y de la Torre-Guiral, Antonio de. Sevilla, 12.I.1716 – Isla de León (Cádiz), 5.VII.1795. Científico y marino de la Ilustración.
Segundo de los diez hijos de Bernardo y Josefa. Formaban parte los Ulloa, oriundos de Galicia, de la nobleza hidalga sevillana y estaban radicados en la ciudad desde la época de la conquista de Granada. Antonio nació en la casa esquina de la calle del Clavel (hoy Almirante Ulloa) con la de Armas (hoy Alfonso XII), desarrollándose su vida, que abarca el reinado de cinco borbones, entre el Tratado de Utrecht y la Revolución Francesa. En la fachada de la casa donde nació fue colocada una lápida en la efemérides del segundo centenario de su muerte por el Ayuntamiento para honrar la memoria de este “sevillano de renombre universal, descubridor del platino”.
Inició Antonio de Ulloa sus estudios de Latín y Matemáticas en el vecino Colegio de los Dominicos de Santo Tomás, para enrolarse como “aventurero”, es decir, voluntario, cuando sólo tenía catorce años, en la Armada de Galeones. En el galeón San Luis hizo, efectivamente, su primer viaje a América, volviendo a Cádiz en 1732 con conocimientos que le permitieron realizar lúcidos exámenes y obtener en 1733 plaza en la Real Academia de Guardias Marinas, recién creada por Patiño, ministro de Felipe V, cuya Corte residió en Sevilla de 1729 a 1733. Este mismo año, Ulloa se embarcó de nuevo en Cádiz como guardia marina en el navío Santa Teresa, que intervino con éxito contra las fuerzas del emperador de Austria en la campaña de Italia para defender la causa del infante don Carlos —más tarde Rey de España— en sus aspiraciones a ocupar el Trono de Nápoles. En 1734, la Academia de Ciencias de París decidió organizar, en colaboración con la Corona de España, una expedición geodésica a Quito para medir la longitud del arco de un grado del meridiano en tierras del ecuador y dilucidar la cuestión de la figura de la Tierra, una de las controversias científicas más apasionadas y de más fuerte impacto social del siglo XVIII. De hecho, se trataba también de establecer la primacía de la ortodoxia cartesiana versus la newtoniana, pues los defensores de Newton defendían frente a los de Descartes que la Tierra era un esferoide, con un diámetro ecuatorial mayor que el eje polar. Voltaire comentó con su proverbial ironía que la expedición tenía como objeto determinar si la forma de la Tierra era la de un melón o la de una sandía. Los expedicionarios franceses eran todos científicos de primera fila: Bouguer (astrónomo e hidrógrafo), De la Condamine (geodesta y naturalista), Godin (astrónomo) y Jussieu (botánico), entre otros. El ministro Patiño tomó la decisión, muy atrevida en principio pero muy acertada en su desenlace, de elegir como miembros españoles de la expedición a dos inteligentes y prometedores guardia marinas: el alicantino Jorge Juan y el sevillano Antonio de Ulloa, de veintiuno y dieciocho años, respectivamente. Para que no desentonaran de sus colegas franceses, ambos fueron ascendidos de golpe cuatro grados en la escala de la Marina (alférez de fragata, alférez de navío, teniente de fragata y teniente de navío). Fue esta exitosa expedición al virreinato del Perú, comandada por el académico Godin, la primera expedición científica al continente americano; a ella seguirían otras cuarenta, fundamentalmente botánicas, dirigidas para orgullo de la España de la Ilustración por científicos españoles. Durante su estancia en Quito se inició un proceso contra Ulloa y Juan con motivo de un pintoresco episodio por desacato en el trato al presidente de la Audiencia Araujo (“merced”, no “señoría”). También tuvo resonancia el “pleito de las pirámides”, pues los marinos españoles consideraron una cuestión de prestigio y un agravio al honor de la Nación española que en la inscripción latina propuesta por La Condamine y Bouguer para perpetuar la gesta de la expedición hispano- francesa no figurase junto a la flor de lis el emblema de la Corona real de España y que les quisiesen incluir como assistentibus; tampoco aceptaron los términos alternativos de auxiliantibus ni de cooperantibus. La polémica fue enconada y se prolongó hasta 1747, ya que los españoles pugnaron defendiendo su tesis de equipararse a los franceses como astrónomos e incluso académicos, figurando, al fin, como oficiales de Marina y matemáticos. Juan y Ulloa fueron encargados en 1740 de la defensa del Mar del Sur contra las incursiones de la armada inglesa del vicealmirante Anson. Cumplidas sus misiones militares, regresaron a Quito en 1744 para terminar, junto con Godin, las mediciones geométricas y observaciones astronómicas y retornar a España desde Callao por la vía del cabo de Hornos en 1745, diez años después de su salida de Cádiz. Si los dos marinos navegaron en distintas naves a su ida a América (Juan en El Conquistador y Ulloa en El Incendio), lo mismo hicieron a su vuelta. Juan regresó sin problemas en la fragata francesa Lys, pero Ulloa embarcó en la Dèlivrance, que fue apresada por los ingleses en Louisbourg. Conducido prisionero a Portsmouth, se le concedió permiso para trasladarse a Londres en 1746 con objeto de recuperar los documentos científicos que le habían sido incautados, pues los más comprometedores (“todos los planos y noticias que pudieran ser de perjuicio si la desgracia los ponía en manos de enemigos”) habían sido arrojados al mar por el precavido marino. A instancias del presidente de la Royal Society, fue elegido miembro de esta prestigiosa sociedad, y el mismo presidente, Martin Folkes, le dedicó el famoso libro de Newton Principia Mathematica. Ulloa llegó a Madrid, vía Lisboa, el mismo año, encontrándose con la agradable sorpresa de haber sido ascendido a capitán de fragata.
Ulloa y Juan se reunieron en Madrid en 1746, fecha de la muerte de Felipe V, y durante tres años desarrollaron un ímprobo trabajo escribiendo y publicando conjuntamente tres obras de gran categoría científica y literaria, de cuya trascendencia dan una idea las numerosas ediciones, traducciones, comentarios y estudios de que fueron y siguen siendo objeto: Relación histórica del viage a la América Meridional (1748), Observaciones astronómicas y phísicas en los reynos del Perú (1748) y Dissertación histórica y geográphica sobre el meridiano de demarcación entre los dominios de España y Portugal (1749). La cuarta de las obras escritas por los marinos ilustrados fue un reservado informe crítico sobre la realidad de Hispanoamérica, ejecutado en 1747 a instancias del marqués de la Ensenada.
Curiosamente no fue hecho público hasta 1826, en que un inglés del que no se conoce mucho, David Barry, lo sacó tendenciosa y morbosamente a la luz en Londres y en castellano con el título de Noticias secretas de América. La obra, como en el siglo xvi la de fray Bartolomé de Las Casas, tuvo un tremendo impacto en Europa y América, con numerosas ediciones y traducciones, y contribuyó a ennegrecer la imagen de la colonización española, así como a realzar la fama de sus fidedignos y leales autores. El reinado de Fenando VI estuvo marcado por la paz —de hecho, se inicia con la firma de la Paz de Aquisgrán— y por el desarrollo de la industria, el comercio, la Marina y el Ejército, gracias sobre todo al marqués de la Ensenada, artífice del reformismo ilustrado. Para salir de la situación de atraso en que se encontraba España, Ensenada recurrió al expeditivo método del espionaje industrial, enviando al extranjero misiones de hombres capacitados con objeto de visitar arsenales, canales, puertos, fundiciones, manufacturas textiles, minas, para recabar información sobre las nuevas técnicas y contratar especialistas (ingenieros, cartógrafos, relojeros, impresores, naturalistas, químicos, cirujanos, etc.). Ensenada escogió a los capitanes de navío Juan, que viajó a Inglaterra, y Ulloa, que, después de inspeccionar el arsenal de Cartagena, la industria de la seda de Valencia y las obras del puerto de Barcelona, visitó durante más de dos años (1749-1752) Francia, Suiza, los Países Bajos, Dinamarca, Suecia y Alemania. Ulloa quedó impresionado en su recorrido por el canal de Languedoc, la más importante obra de ingeniería hidráulica de Francia, lo que le influyó decisivamente a su regreso a España en la gestación y ejecución del Canal de Castilla, en que estuvo directa e intensamente implicado. Las familias reales de Suecia y Prusia distinguieron a Ulloa con especial deferencia. A su vuelta, Ulloa, hombre de pensamiento y de acción, convencido como todos los ilustrados de que las reformas eran el mejor medio y remedio para conseguir el despegue y la modernización de España como potencia mundial, desarrolló en nuestro país una actividad tan intensa como variada: Canal de Castilla, Casa de Geografía, Gabinete de Historia Natural, Laboratorio Metalúrgico, Jardín de Plantas de Madrid, minas de azogue de Almadén, fábrica de paños de Ezcaray, Navarra y Segovia, dedicándose a partir de 1755 en su querida Cádiz —donde sufrió y dio cuenta de los efectos del devastador terremoto de Lisboa— a tareas docentes y científicas, junto a Godin y Juan, en la Academia de Guardias Marinas y en el Observatorio Astronómico.
Por su honestidad y voluntad de servicio y por sus ideas renovadoras y profundos conocimientos técnicos, Ulloa fue nombrado por Fernando VI gobernador de Huancavelica en el Perú y superintendente de sus minas de azogue, cargos que desempeñó desde 1758 a 1764 con autoridad y responsabilidad y en difíciles circunstancias, por tratarse de un centro minero en franca decadencia y dominado por fuertes intereses locales. La firma de la Paz de París, que puso fin a la Guerra de los Siete Años (1756-1763), supuso para España la pérdida de Florida en beneficio de Inglaterra y la cesión de Luisiana por parte francesa. Carlos III encargó a Ulloa (residente desde 1765 en La Habana, adonde había llegado procedente de Perú, vía Panamá) el gobierno de la recién incorporada colonia. Ulloa, con perfecto dominio del francés, desempeñó la gobernación de la nueva colonia con su habitual probidad y autoridad desde 1766 a 1768, pero tuvo que hacer frente bajo grandes tensiones a una economía deficitaria y a la oposición de los pobladores franceses. Víctima de una revuelta, se vio obligado a zarpar con destino a La Habana para regresar finalmente a Cádiz en 1769, siendo entonces distinguido con el nombramiento de jefe de escuadra. El año 1767 —fecha de la expulsión de los jesuitas de España— fue muy importante en la vida de Ulloa, pues pudo reunirse en Nueva Orleans con su mujer, la limeña Francisca Remírez de Laredo, hija del conde de San Javier y treinta y cuatro años más joven que él, con quien se había casado por poderes en la capital de Perú el año anterior. En la capital de La Luisiana nació la primera hija del gobernador, que fue también la primera criolla española. Sus otros ocho hijos nacerían uno en Cádiz y siete en la Isla de León. A su regreso a Cádiz, Ulloa ejerció de nuevo como profesor en la Academia de Guardias Marinas de 1770 a 1776 y tuvo ocasión de comprobar la falta de información que existía sobre el potencial de las armadas europeas, así como sobre la realidad geofísica, geográfica y antropológica de América. Esto le llevó a escribir La marina. Fuerzas navales de la Europa y costas de Berbería, inédita hasta la edición de Helguera en 1995, y Noticias Americanas (1772), que despertó enorme interés y, como la Relación histórica, ha sido objeto de numerosas ediciones y traducciones. Las Noticias tratan de los territorios, climas, minerales, plantas, animales, fósiles, poblaciones, etc. de la América Meridional y Septentrional Oriental. Con fundamento se ha considerado a Antonio de Ulloa —conocido en la historia como Ulloa, el estudioso— precursor del incansable y gran explorador científico, geofísico y geógrafo de la América hispana Alexander von Humboldt, de quien se decía que era el hombre más famoso de Europa después de Napoleón. El año 1773 se iniciaron en Sevilla, dirigidas por Ulloa, las obras de fortificación de la Barqueta para defender la ciudad de las riadas del Guadalquivir. Al acabar las obras se colocó en 1780 en la parte externa de la muralla una lápida conmemorativa, que hubo de ser retirada a mediados del siglo pasado cuando se emprendieron los trabajos de la vía férrea a Córdoba.
Ulloa, un marino al que le gustaba serlo, demostró su pericia y habilidad náuticas al dirigir la última flota de Indias en 1776. Su elección como comandante de la flota de la Nueva España suponía completa confianza en sus dotes de mando y en su larga experiencia y reputación. Si bien eran tiempos de paz, había asechanza de guerra con Inglaterra por la insurrección de sus colonias norteamericanas. Ulloa hizo la travesía Cádiz-Veracruz “sin el menor quebranto”. Su estancia en México durante dos años le permitió colaborar de forma activa con el virrey Bucareli, sevillano como él, así como obtener amplia información sobre la realidad mexicana, que recogió en su obra Descripción geográfico-física de una parte de la Nueva España, elaborada tras su regreso a Cádiz en 1778 y que ha permanecido inédita hasta la edición de Solano en 1979. La travesía de la última flota de Indias concluyó con el éxito añadido de la observación y estudio de un eclipse de sol a bordo de la nave capitana España, cuyos resultados fueron publicados un año después (El eclipse de sol, 1779) y tuvieron amplia repercusión científica. Ulloa vio premiada en 1778 la gloria conseguida al mando de la flota de la Nueva España con su ascenso a teniente general. En 1779, en plena Guerra de Independencia de los Estados Unidos, estuvo al mando de una escuadra en la campaña de corso contra Inglaterra en las islas Terceras de las Azores. Su actuación en esta campaña, que no tuvo resultados positivos y fue severamente juzgada, fue justificada por él mismo en un precioso texto autógrafo, titulado Justa vindicación de mi honor, que en 1782 ordenó que se guardase en la biblioteca del Convento Agustino de San Acacio en la calle Sierpes, primera biblioteca pública de Sevilla y hoy Círculo de Labradores. Un siglo después, el manuscrito pasó a la biblioteca de la Universidad y fue editado por Pérez-Mallaína con el título La campaña de las Terceras en 1995.
El último período de la vida de Antonio de Ulloa transcurrió en paz y sosiego en Cádiz y la Isla de León y abarca desde 1783, final de su Consejo de Guerra, hasta 1795, el año de su muerte. Durante estos años serenos redactó Conversaciones de Ulloa con sus tres hijos en servicio de la Marina, que fue publicado póstumamente en 1795, y Neptuno instructivo, que permanece aún inédito. La fama del ilustre marino, afanosamente perseguida y merecidamente conseguida, fue reconocida por numerosas sociedades y academias españolas y extranjeras: Reales Sociedades de Amigos del País de Vascongadas y Sevilla, Real Sociedad de Londres, Academias de Bellas Artes de Madrid, de Ciencias de París, Estocolmo y Berlín, e Instituto de Bolonia. Fue también Antonio de Ulloa comendador de Ocaña en la Orden de Santiago. En su retiro gaditano escribió sobre el metal platino, el precioso metal que él fue el primero en traer a España en 1748. En efecto, Ulloa estuvo siempre, hasta el final de su vida, interesado en la platina, y con el fin de investigar un método de purificación para hacer el metal dúctil y maleable logró que se destinase a este propósito un Laboratorio Metalúrgico en el Gabinete de Historia Natural fundado por él, durante el reinado de Fernando VI, en 1752 en Madrid. Previamente, durante su periplo de espionaje industrial por Europa, Ulloa había ya gestionado en París la contratación del científico irlandés, nacionalizado español, Bowles, que inició sus investigaciones sobre la platina en 1753, si bien no las publicó hasta 1775 en su libro Introducción a la Historia Natural y a la Geografía Física de España. En esta obra, Bowles escribió una larga disertación sobre la platina, “que ha ocupado después a todos los mayores químicos de Europa, [...] para incitar a algún español a que examine esta singular materia [...] librándonos así de la tacha de ignorantes y descuidados en nuestras propias cosas”. Este mismo año, el malogrado Ramón María de Munibe, primogénito del conde de Peñaflorida, publicó en los Extractos de la Sociedad Vascongada de Amigos del País un ensayo sobre la platina en que recogió los conocimientos adquiridos en Europa sobre este elemento, también conocido como “oro blanco” y el “octavo metal”. Una fecha importante en la “edad de la platina” fue la del descubrimiento en 1786 en el Seminario Patriótico de Vergara de un método para su purificación por el químico Chavaneau, llegado de Francia en 1778, que dedicó su logro a Ulloa entregándole una placa de platino con la siguiente inscripción: “Al Excmo. Sr. don Antonio de Ulloa, el primero que trajo la platina a Europa en 1748, se la devuelve perfecta en 1786 don Francisco Chavano”. El éxito de Chavaneau motivó que fuera reclamado a Madrid por la Secretaría de Indias, donde Carlos III le encomendó una Cátedra de Mineralogía y le creó una Real Fábrica de Platina. Chavaneau llegó a Madrid en 1787 y fue generosamente retribuido, pues a su sueldo se añadió otro tanto en mérito a sus descubrimientos sobre la maleabilidad del platino. Con diligencia se inició la fabricación de utensilios de platino, y el conocido platero Alonso elaboró, entre otras piezas, un juego de cáliz, patena y cucharilla para el Rey y otro para el papa Pío VI. Durante su estancia en Madrid, que se prolongó hasta 1797, Chavaneau escribió el libro Elementos de Ciencias Naturales (1790) y se dedicó con ahínco a la purificación del platino, llegando a obtener distintas preparaciones que él creyó puras, pero que le desconcertaban porque mostraban propiedades enigmáticas; en realidad eran aleaciones del platino con los cinco metales de su grupo descubiertos más tarde (rutenio, rodio, paladio, osmio e iridio).
La Secretaría de Indias requirió a Ulloa en 1787 para que emitiese su opinión sobre la situación de los yacimientos de Nueva Granada y el modo de explotar en ellos la platina. Al año siguiente, Ulloa cumplió el encargo y escribió Juicio sobre el metal platina, un brillante informe que se conserva en el Archivo del Palacio Real de Madrid. En este memorial, el científico ilustrado demuestra un amplio y profundo conocimiento sobre todo lo concerniente a la minería de la platina y su beneficio, así como sobre la naturaleza del metal y sus propiedades. Estimulado sin duda por el interés despertado por el platino, Antonio de Ulloa solicitó en 1787 al rey Carlos III como merced que las Leyes de Indias previenen a los que descubren nuevas minas de metales preciosos, “una renta fija para sí y para su posteridad [...] y juntamente algún distintivo honorífico que perpetúe esta honrosa memoria”, alegando como “servicio particularísimo haber sido el primero que trajo a España y dio noticia del metal de platina en el año 47”. En respuesta, el almirante fue informado en 1789, ya reinando Carlos IV, que “S. M. aprecia sus trabajos y servicios, pero no considera el descubrimiento de la platina de la clase que tratan las Leyes para descubridores de minas”.
Obras de ~: con J. Juan, Relación histórica del viage a la América Meridional, 1748; con J. Juan, Observaciones astronómicas y phísicas en los reynos del Perú, 1748; con J. Juan, Dissertación histórica y geográphica sobre el meridiano de demarcación entre los dominios de España y Portugal, 1749; Noticias Americanas, 1772; El eclipse de sol, 1779; Justa vindicación de mi honor, 1782 (ed. de P. E. Pérez-Mallaína, con el tít. La Campana de las Terceras, Sevilla, Universidad, 1995); Juicio sobre el metal platina y modo más económico de explotarlo en el Virreinato de Santa Fe, c. 1788; Neptuno instructivo o ciencia práctica en la mar, 1791 (inéd.); Conversaciones de Ulloa con sus tres hijos en servicio de la Marina, 1795; con J. Juan, Noticias secretas de América, Londres, David Barry, 1826 (ed. con est. prelim. de M. Molina Martínez, Granada, Universidad, 1992); Antonio de Ulloa y la Nueva España: descripción geográfico-física de una parte de la Nueva España de Antonio de Ulloa, y su correspondencia privada con el virrey don Antonio María de Bucareli, ed. de F. de Solano, México, Universidad Nacional Autónoma, 1979; La marina. Fuerzas navales de la Europa y costas de Berbería, ed. trancr. y est. prelim. de J. Helguera Quijada, Cádiz, Universidad, 1995.
Bibl.: J. Sempere, Ensayo de una Biblioteca española de los mejores escritores del reinado de Carlos, vol. III, Madrid, Imprenta Real, 1789; F. Hoyos, Biografía del teniente general de la Real Armada D. Antonio de Ulloa, Madrid, 1848; F. Guillén, Los tenientes de navío Jorge Juan y Antonio de Ulloa y la medición del meridiano, Madrid, Galo Sáez, 1936; F. de Solano, Antonio de Ulloa y la Nueva España, [...] op. cit., 1979; L. J. Ramos, Las noticias secretas de América de Jorge Juan y Antonio de Ulloa (1735-1745), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1985; A. Lafuente y A. Mazuecos, Los caballeros del punto fijo, Madrid, CSIC-Ediciones del Serbal, 1987; J. Helguera, N. García y F. Molinero, El canal de Castilla, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1990; M. Molina Martínez [“Estudio preliminar”], en A. de Ulloa, Noticias Americanas, Granada, Universidad, 1992 (ed. facs.); M. Losada y C. Varela (eds.), II Centenario de don Antonio de Ulloa, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, CSIC-Archivo General de Indias, 1995; M. Molina Martínez, Antonio de Ulloa en Huancavelica, 1758-1764, Granada, Universidad, 1995; F. Paredes, Antonio de Ulloa, oficial de marina, descubridor del platino y protagonista significado de la ciencia española en el S. XVIII, Cádiz, Universidad, 1995; F. de Solano, La pasión de reformar: Antonio de Ulloa marino y científico (1716-1795), Cádiz y Sevilla, Universidad de Cádiz y Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1999.
Manuel Losada Villasante