Mendoza Caamaño y Sotomayor, Antonio José de. Marqués de Villagarcía (III). Vegas de Matute (Segovia), 1661 – Cabo de Hornos (Chile), 14.XII.1746. Vigésimo noveno virrey del Perú.
Hijo de Antonio Domingo de Mendoza Caamaño y Sotomayor, nacido en Pontevedra, marqués de Villagarcía, vizconde de Barrantes, caballero de la Orden de Santiago, miembro del Consejo de Guerra y virrey de Valencia, y de la segoviana Juana Catalina de Ribera Ibáñez de Segovia Ronquillo y Fonseca. Fue también hermano entero del cardenal Álvaro Eugenio de Mendoza, patriarca de las Indias.
Heredó de su padre el marquesado de Villagarcía y el vizcondado de Barrantes que más tarde fue elevado a condado. A ambos títulos se añadirían después los señoríos de Vistalegre, Rubianes, Villanueva de Arosa y Lamas. Al igual que su progenitor, ostentó la Cruz de Santiago.
En 1691 casó con Clara Benita de Monroy y Barrionuevo, con quien fue padre de Rodrigo Antonio, Mauro y María Josefa de Mendoza y Monroy.
Sirvió a la Corona como mayordomo y gentilhombre de cámara de Felipe V y como asistente de éste en Sevilla. No obstante, sus más notorios servicios al Monarca fueron los que cumplió en la embajada de Venecia y en la de Cataluña, donde padeció, en 1705, el levantamiento de sus habitantes a favor del archiduque Carlos de Habsburgo, que pretendía el trono de las Españas.
Ya viudo de Clara, fue nombrado virrey del Perú, y el 27 de mayo de 1735 partió de Cádiz en el navío El Conquistador, en compañía de su hijo Mauro y del obispo electo de Popayán, el agustino Diego Fermín de Vergara. Hizo su entrada en América por Portobelo.
Luego de cruzar el istmo de Panamá, se dirigió a Callao en la nave almiranta de la Armada de la Mar del Sur, dirigida por Jacinto de Segurola. El 3 de enero de 1736 entró en Callao, donde fue recibido por su antecesor, el marqués de Castelfuerte, quien le entregó el bastón de mando, y por los magistrados de la Real Audiencia y la nobleza limeña. Finalmente, arribó a la Ciudad de los Reyes tres días después.
El primer suceso que se destaca de su gobierno fue la celebración de un auto de fe en la plaza de Armas, el 23 de diciembre de 1736, en el que se relajó a quince varones y diez mujeres. También se quemaron las efigies y los huesos del jesuita chileno Juan Francisco de Ulloa, muerto en las mazmorras de la Inquisición en 1709, y de su discípulo el mercader Juan Francisco de Velasco, antiguo novicio de la Compañía de Jesús, igualmente fallecido, a quienes se acusaba de acogerse a las ideas del heresiarca Miguel de Molinos. En la misma ceremonia fue condenada a muerte la toledana María Ana de Castro, inculpada de judaizante pertinaz, que fue agarrotada antes de ser entregada a la hoguera. El 11 de noviembre del año siguiente hubo un segundo auto de fe en la capital, que fue celebrado en el convento dominico de Nuestra Señora del Rosario, y en el que fueron penitenciados cuatro hombres y cinco mujeres.
Su mandato se caracterizó por una constante lucha contra las rebeliones indígenas. La primera que le cupo combatir fue la de Ignacio Torote, cacique de Catalipango, quien destruyó en 1737 las misiones franciscanas de su jurisdicción y la de Sonomoro, ubicadas en la selva del actual departamento de Junín.
Para enfrentar al rebelde se nombró como capitanes a Pedro Milla y a Benito Troncoso de Lira, corregidores de Tarma y Jauja respectivamente. A pesar de la movilización militar, el caudillo se escabulló en medio de la Amazonía y nunca pudo ser descubierto.
En julio de 1739, Juan Vélez de Córdoba, quien se ufanaba de descender de Huáscar, intentó levantarse contra el régimen virreinal en Oruro con el apoyo de varios caciques del sur andino. La finalidad del insurrecto, según su manifiesto, era la de coronarse rey del Perú y restaurar el imperio incaico, aunque se incluiría en este proyecto a criollos y mestizos. Igualmente, prometió a los indígenas darle fin al sistema de tributación, a las mitas y al reparto de mercancías. La conspiración fue sofocada por el mismo corregidor de Oruro, Martín de Ezpeleta y Villanueva, quien con el apoyo del vecindario orureño capturó a Vélez de Córdoba y a sus seguidores y los ajustició inmediatamente.
Fue este movimiento el primero en la América meridional que intentó establecer una alianza entre criollos, indios y mestizos contra el virrey de turno.
Le tocó también afrontar la peor rebelión de inspiración nativa y mesiánica: la de Juan Santos Atahualpa, que se inició en 1742 y culminó en 1756, durante el gobierno de su sucesor, José Antonio Manso de Velasco.
Santos Atahualpa, que se presentaba como un nuevo inca para ganar la adhesión de los aborígenes quechuas y amazónicos, empezó sus operaciones al este de Tarma y proclamaba la unión de indios de las serranías y de la selva central contra el régimen español. Y aunque el caudillo se reclamaba católico, sus huestes asesinaron a varios misioneros franciscanos en esa región, procedentes del Colegio de Santa Rosa de Ocopa. Para combatir a Juan Santos se designó nuevamente como capitanes generales a los corregidores Milla y Troncoso de Lira, pero éstos no lograron capturar al sedicioso. La situación se agravó el primero de agosto de 1743, cuando el rebelde tomó el cuartel español de Quimiri y dio muerte al capitán Fabricio Bertholi y a todos sus soldados, consolidando así su insurrección en toda la selva del centro del Perú. A inicios de 1745 se envió desde Lima a un coadjutor jesuita, el vizcaíno Juan Antonio de Irusta, que había residido en las montañas selváticas y conocía a varios seguidores de Santos Atahualpa, para que negociara la paz con éste, pero el resultado de las conversaciones y el desarrollo posterior del levantamiento pertenece a la época del virrey conde de Superunda.
Otro acontecimiento memorable de su gobierno fue la incursión del vicealmirante inglés George Anson en el océano Pacífico en septiembre de 1740. Este navegante, que había zarpado de Santa Elena con seis navíos y dos transportes, ingresó en la Mar del Sur por el cabo de Hornos y se apoderó de la isla de Juan Fernández y del buque Monte Carmelo, que se dirigía a Valparaíso.
Cuando llegaron a Lima las noticias del desplazamiento del invasor, se dispuso la organización de un ejército de doce mil hombres y se planificó la defensa del virreinato con la asesoría del cosmógrafo Pedro de Peralta Barnuevo. Para reforzar la armada virreinal, la metrópoli envió, en octubre de 1740, desde Ferrol, una escuadra de seis buques de guerra al mando de José Alonso Pizarro, que, al intentar entrar al Pacífico por el estrecho de Le Maire, fue sorprendida por un temporal, lo que la obligó a retirarse a Montevideo. Todo esfuerzo por combatir al enemigo fue nulo, pues, en noviembre de 1741, Anson saqueó e incendió Paita y cinco naves comerciales, y algunos días después hizo lo mismo con Manta. Posteriormente enrumbó hacia Panamá para ir al encuentro del almirante Edward Vernon, con quien tenía concertada la toma del istmo. Sin embargo, éste había sido derrotado en Cartagena de Indias, el año anterior, por los tenientes generales Sebastián de Eslava y Lezaga, navarro, y el guipuzcoano Blas de Lezo y Olavarrieta. Por ello, Anson se dirigió hacia la Nueva España y, desde Chequetán, decidió retornar a Inglaterra por el camino de la China, llevando a su país cerca de un millón y medio de pesos.
Para evitar una nueva incursión, el virrey aprovechó la presencia de los marinos y científicos Jorge Juan y Antonio de Ulloa, que formaban parte de la expedición científica de Charles Marie de La Condamine, y los envió al mando de las fragatas artilladas Nuestra Señora de Belén y Rosa. Juan y Ulloa partieron de Callao el 4 de diciembre de 1742, con la misión de inspeccionar y patrullar las costas chilenas y la isla de Juan Fernández, lo que cumplieron cabalmente hasta mediados de junio de 1743.
Se produjeron durante el mandato del Villagarcía algunos desastres naturales. El 24 de diciembre de 1737, la ciudad de Valdivia fue devastada por un fuerte seísmo. El 24 de marzo de 1739, el pueblo indígena de Toro, en la provincia de Chumbivilcas del actual departamento de Cuzco, fue totalmente destruido, y sólo se pudieron salvar el párroco y un nativo.
Por último, una triple explosión del Cotopaxi, el 23 de junio, el 9 de noviembre y el 30 de noviembre de 1744, afectó a la capital de la Real Audiencia de Quito. A estos sucesos habría que agregar el temor causado por la aparición de cometas en 1742 y 1744.
Durante su período se establecieron definitivamente en Lima los agonizantes de San Camilo de Lelis, que habían llegado en 1709 dirigidos por el padre Goldobeo Carami. Al año siguiente se inauguró la estatua ecuestre de Felipe V en el Arco del Puente, que fue el primer monumento de bronce de la Ciudad de los Reyes, obra del escultor Baltasar Gavilán. Se elevó, en 1744, a la localidad de San Bartolomé de Huacho, ubicada en la costa norte de Lima, de aldea a la categoría de pueblo.
También, durante su época, en 1739, fue restaurado el virreinato de la Nueva Granada, que había sido fundado en la administración de Carmine Nicolás Caracciolo, príncipe de Santo Buono, e interrumpido en 1722. Por haber defendido exitosamente a Cartagena de Indias del almirante Edward Vernon, se designó a Sebastián de Eslava como vicesoberano y se incluyó en su jurisdicción a las Audiencias de Panamá y Quito. A partir de entonces, Eslava empezó a solicitar, de forma anual, fondos al marqués de Villagarcía, que serían destinados a la defensa de las costas de su reino hasta 1751.
Sintiendo el peso de los años, el virrey pidió a la Corona su relevo, y sugirió por sucesor al gobernante de la Nueva Granada, don Sebastián de Eslava. Dado que Eslava rechazó la propuesta de nombramiento, el reemplazo recayó en el entonces capitán general de Chile José Antonio Manso de Velasco y Sánchez Samaniego, premiado más tarde con el título de conde de Superunda.
El 9 de julio de 1745 éste arribó a Callao y, tres días después, recibió el poder del renunciante.
Permaneció en la capital peruana hasta septiembre de 1746, esperando a que su secretario, y apoderado en lo concerniente al juicio de residencia, el doctor Pedro José Bravo de Lagunas y Castilla, terminara de redactar la memoria de su gobierno. Partió, acompañado de su hijo Mauro, rumbo a la Península ibérica en el navío francés Héctor. El 20 de ese mes aportó en Valparaíso. Luego de doblar el cabo de Hornos, murió la noche del 14 de diciembre de 1746. Se le fue extrajeron el corazón y parte de los huesos, que más tarde fueron inhumados en España.
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Rafael Sánchez-Concha Barrios