Patiño y Rosales, José. Milán (Italia), 11.IV.1666 – La Granja de San Ildefonso (Segovia), 3.XI.1736. Estadista, político, ministro.
Nació en el seno de una familia noble de origen español, con importantes servicios bélicos y administrativos en las posesiones europeas de la Monarquía hispánica durante dos siglos. Sus antepasados, de origen gallego, se establecieron en Italia a finales del siglo XVI; su padre, Lucas Patiño de Ibarra, fue miembro del Consejo Secreto y veedor general del Ejército de Milán, el abuelo paterno había conseguido el título de marqués de Castelar; su madre, María Beatriz de Rosales y Facini, también era de origen noble, descendía de la Casa de los marqueses de Castel León y de los condes de Baylate. José Patiño fue el segundo de tres hermanos: Baltasar, el primogénito, sucedió en el título de marqués de Castelar y desarrolló su carrera dedicado a las armas, mientras que Diego, el menor, siguió la carrera eclesiástica.
Su juventud transcurrió en Italia. Ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús en Milán y, más tarde, por decisión de los superiores, siguió sus estudios en la Casa Generalicia que la Compañía tenía en Roma; pero abandonó la carrera eclesiástica en 1699. Un hecho decisivo en su vida vino dado por la llegada del nieto de Luis XIV, Felipe V, al Trono de España (1700). Pese a haber iniciado de forma pacífica su reinado, las potencias marítimas y el Imperio apoyaron al pretendiente austríaco, iniciando la Guerra de Sucesión (1702-1714). La familia Patiño se decantó decididamente a favor de Felipe V. José frecuentó la amistad del marqués de Leganés, que mandaba el Ejército en Lombardía y fue el primero que lo envió a la Corte de Madrid como agente particular de sus negocios. A su regreso de Madrid, José Patiño fue nombrado Justicia de Finale y se le prometió la primera plaza que quedara vacante en el Senado de Milán. Pero, debido al desarrollo de la guerra, tuvo que volver a España. Felipe V se desplazó a Italia con el fin de defenderla de los ataques del príncipe Eugenio, mandado por la Casa de Austria. Durante esta campaña, El Rey, conoció a los hermanos Patiño, que seguían su gloriosa causa, en Lúzara, Guastala y Mantua. Felipe V, ante la mala marcha de la campaña italiana para sus tropas, se vio obligado a regresar a la Península y ello dio lugar a que todos sus partidarios tuviesen que expatriarse, entre ellos los hermanos Patiño, que buscaron la protección del soberano en Madrid.
José Patiño entró en contacto con el mariscal Tessé y el embajador Amelot. Recibió nombramiento como miembro del Consejo de Órdenes en compensación por la pérdida de sus empleos en Milán [Real Decreto (R. D.) de 23 de septiembre de 1707]. Al año siguiente, por Decreto de 15 de marzo, obtuvo el hábito de caballero de la Orden de Calatrava y el 17 de junio, el título de consejero de Órdenes.
El desarrollo de la guerra favoreció las reformas. A partir de 1710, el triunfo de los Borbones se afianzó en la Península con las victorias de Brihuega y Villaviciosa; en contrapartida, los aliados afianzaron sus posiciones en Europa. La muerte del Emperador dio un giro decisivo a las relaciones internacionales. Felipe V se consolidó como Rey de España y llamó al conde de Bergeyck para poner en marcha importantes reformas. Una de ellas consistió en establecer las primeras intendencias, un intento por crear una administración territorial siguiendo el modelo francés.
Patiño fue nombrado intendente del Ejército y provincia de Extremadura, conservando su plaza en el Consejo de Órdenes (11 de diciembre de 1711). Asumió, en razón de su cargo, funciones financieras, de policía, justicia y guerra, pero, sobre todo, se encargó del avituallamiento del Ejército, desempeñando su actividad desde Mérida. Consiguió Patiño, en sólo un año, poner orden en el Ejército, consiguiendo paga fija para sus miembros y proponiendo una instrucción particular, aprobada el 1 de diciembre de 1711, puso orden en toda la Hacienda. Las tropas del marqués de Bay estuvieron perfectamente pertrechadas y mantuvieron una campaña victoriosa frente al Ejército luso, lo que facilitó la negociación de una tregua con el rey de Portugal (7 de noviembre de 1712). La administración de las rentas de Extremadura también fue satisfactoria, como quedó de manifiesto en 1714, al ser el único distrito que permaneció administrado directamente por la Real Hacienda.
A partir de 1713, el equipo Orry-Macanaz se consolidó en Madrid gracias al apoyo de la princesa de los Ursinos, camarera de la reina María Luisa Gabriela de Saboya. Este grupo desarrolló las reformas más novedosas del reinado. El pretendiente austríaco sólo contaba entonces con Cataluña y Mallorca. Patiño fue nombrado superintendente general del Ejército y Principado de Cataluña (21 de marzo de 1713), con atribuciones similares a las de su empleo anterior.
Las tropas de Berwick, debidamente abastecidas, así como la flota que bloqueaba el puerto, tomaron Barcelona (11 de septiembre de 1714). Comenzaba la labor de reorganización del principado. Cataluña perdió sus instituciones públicas y se introdujeron las castellanas gracias a otro Decreto de Nueva Planta (15 de enero de 1716); sin embargo, a diferencia de los decretos anteriores para otros territorios de la Corona de Aragón, Cataluña conservó en mayor medida sus instituciones privadas. Esto se debió en buena medida a los criterios de Ametller y Patiño, que abogaron por una actitud más conciliatoria. Fue imposible la introducción mimética del sistema fiscal castellano, lo que obligó a crear uno nuevo. Patiño se encargó de esa labor como superintendente, presidente de la Junta Superior de Justicia y Gobierno del Principado y de la Junta Patrimonial. Se estableció otro sistema fiscal, el catastro, que fijaba una cantidad global a recaudar, teniendo en cuenta las fincas rústicas y urbanas (impuesto real), y el trabajo personal y los beneficios comerciales (impuesto personal). Esta reforma necesitó otras complementarias que supusieron una novedosa organización administrativa del principado, como la creación de los subdelegados de partido.
Los austracistas seguían en Mallorca cuando ya se había firmado el Tratado de Utrecht. Patiño se encargó de formar una armada para su conquista, que tuvo lugar durante el verano de 1715. El superintendente colaboró con el almirante Andrés de Pes, estableciéndose una estrecha relación, que se afianzó en los años siguientes, para los asuntos relacionados con la Armada y el comercio colonial.
El segundo matrimonio de Felipe V con Isabel de Farnesio tuvo importantes consecuencias en el gobierno.
La camarilla de la de los Ursinos fue desplazada del poder, siendo sustituida por el grupo italiano, encabezado por Giudice y Alberoni. El nuevo Gobierno sospechaba de Patiño, que fue llamado a la Corte y sustituido en la Intendencia de Cataluña por Gómez de Hinojosa. En Madrid, donde permaneció cuatro meses (octubre de 1715-enero de 1716), fue rehabilitado y participó en diversas juntas sobre el gobierno de Cataluña y el restablecimiento de la Marina.
Tras esta estancia, fue de nuevo destinado a la Intendencia de Cataluña, desarrollando la administración y las reformas del período anterior, aunque vio reducidas sus atribuciones, si bien su labor fue valorada al elaborarse la Ordenanza de Intendentes (1718).
El Tratado de Utrecht supuso el reconocimiento de Felipe V como rey de España y de sus Indias, junto a la pérdida de los territorios europeos y las amputaciones de Gibraltar y Menorca (1713). El Rey apoyó, junto a la Reina, una política revisionista, representada en un primer momento por Alberoni con el denominado “Revisionismo Utópico”. España intentó recuperar su posición en Italia frente a las potencias europeas. Patiño participó activamente en estos proyectos, fue nombrado intendente general de Marina, presidente de la Casa de la Contratación y superintendente de Sevilla (R. D. 17 de enero de 1718).
Quedó encargado del programa naval, fundó la Escuela de Guardia Marinas, contó con Gaztañeta para la dirección de los astilleros y la construcción naval, y creó una escuela de gestión en la que se formaron, entre otros, Campillo y Ensenada. También fue responsable de la reorganización del monopolio del comercio ultramarino, que, desde los planteamientos mercantilistas, se consideraba fundamental para la reconstrucción del poder español, trasladando la Casa de Contratación de Sevilla a Cádiz. Como intendente general de Marina, comenzó Patiño promulgando una nueva Ordenanza de su régimen y gobierno de 6 de junio de 1717. Creó el arsenal de La Carraca con su nueva infraestructura de gradas de construcción, almacenes de arboladura, cuarteles, armerías, talleres y demás edificios. Inició la construcción de buques en el astillero de Puntales y en los de Cantabria y Cataluña, dándoles gran auge a las fábricas de cordelería, paños y cáñamos. En cuanto a personal, el 15 de abril de 1718 formó la Compañía de Caballeros Guardias Marinas, y mediante sucesivas instrucciones de 10 de febrero, 28 de abril y 4 de mayo de 1717, creó los batallones de Infantería, las brigadas de Artillería y las guarniciones de los bajeles, además de un cuerpo administrativo que entendiese en los temas de cuenta y razón, y por último, el Reglamento General de Sueldos. Con todo ello quedaron puestos los cimientos de la nueva y moderna Armada del siglo XVIII.
Patiño viajó por los territorios de la costa mediterránea y, de hecho, siguió actuando como intendente de Cataluña, al tiempo que en la Intendencia General de Marina, con sede en Cádiz, le sustituía durante sus ausencias Varas y Valdés. Recibió, además, el hábito de Santiago y, algún tiempo después, la encomienda de Alcuesca; sin embargo, tardó más de dos años en hacer profesión solemne de caballero en el Monasterio de las Junqueras de Barcelona (21 de mayo de 1720).
En pocos meses, Alberoni fue capaz de crear una fuerza naval y expedicionaria que entre, 1717 y 1718, conquistó Cerdeña y Sicilia, en la que estuvo presente Patiño. A últimos de julio, las fuerzas navales y tropas de Infantería, las primeras, mandadas por el marqués de Marí y compuestas por nueve navíos de línea, seis fragatas, tres galeras, dos bombardas, dos bajeles y ochenta transportes; las fuerzas de Infantería iban al mando del marqués de Ledé, compuestas de nueve mil infantes y seiscientos caballos. La expedición, por recomendación de Patiño, se dirigiría en primer lugar a la conquista de Cerdeña, que por ser objetivo más fácil serviría para probar el estado de adiestramiento de la fuerza. Cerdeña fue conquistada con relativa facilidad: el 2 de octubre capituló Cagliari y a los pocos días lo hicieron Alguer, Sacer y el Castillo Aragonés. Las fuerzas regresaron en noviembre a Barcelona. España mantendría su control sobre Cerdeña hasta agosto de 1720. Nuevamente, a principios del año 1718, Patiño comenzó a armar otra flota mucho más potente, compuesta de once navíos de guerra, diez fragatas y seis buques menores, al mando de Antonio de Gaztañeta, y un contingente de galeras al mando de Francisco Grimau; las fuerzas de tierra, transportadas por esta escuadra, las componían treinta mil infantes, entre ellos diez regimientos de caballería y dragones. Partió esta fuerza en junio al mando de Antonio de Gaztañeta (a bordo iba José Patiño) y, una vez llegada a Sicilia y desembarcadas las tropas, el 13 de julio entraban en Palermo, dándose por conquistada toda la isla.
Esto causó sensación en Europa, y se formo una coalición de las potencias para oponerse al revisionismo hispano, la Cuádrupe Alianza, formada por Inglaterra, Francia, Austria y Saboya. Una flota británica destrozó a la Armada española en cabo Passaro. Después la Península fue invadida y Alberoni obligado a abandonar el poder. Patiño tuvo que justificar su actividad como colaborador del cardenal, siendo separado de sus empleos.
Fue rehabilitado en la Intendencia General de Marina (1720), aunque no recuperó la Superintendencia de Sevilla, encargándose de la organización de las tropas que debían auxiliar Ceuta, por lo que vivió durante unos meses en San Roque (Cádiz). Estas tropas consiguieron levantar el asedio; sin embargo, fueron diezmadas por la mala alimentación, causada por las irregularidades en los asientos, estando implicado indirectamente el marqués de Tolosa. También recayeron sospechas sobre Patiño. La llegada a la Secretaría de Estado y del Despacho de Marina e Indias de Andrés de Pes supuso la total rehabilitación de Patiño.
Su actividad se centró en el desarrollo de la Armada desde bases más sólidas, elaborando varias ordenanzas (la de arsenales y la de cuenta y razón), en la defensa del establecimiento definitivo de la Casa de Contratación en Cádiz, frente a las pretensiones de Sevilla, y la reorganización del sistema de flotas y galeones para el comercio de las Indias.
El revisionismo y las relaciones internacionales decidieron su futuro político. España no obtuvo las compensaciones que consideraba justas en el Congreso de Cambrai, fundamentalmente las garantías de la herencia de los Farnesio en Italia para el infante Carlos (futuro Carlos III). Los Reyes apoyaron los proyectos de Ripperdá con el fin de establecer relaciones directas con el emperador Carlos VI (el antiguo pretendiente austriaco), un segundo intento del “Revisionismo Utópico”.
El acuerdo se logró básicamente por la concesión de grandes subsidios (Tratado de Viena, 1725).
Ripperdá accedió al poder como recompensa por su triunfo diplomático. El holandés vio en los hermanos Patiño posibles rivales para su posición, por lo que fueron relevados de sus puestos. El marqués de Castelar, Baltasar Patiño, cesó como secretario de Estado y del Despacho de Guerra al ser nombrado embajador en Venecia. José Patiño fue sustituido en sus empleos por Gaspar de Narbona (27 de febrero de 1726) y fue destinado a Bruselas. Ninguno de los hermanos emprendió viaje, pues comprendieron que era una maniobra para alejarlos de la Corte.
Ripperdá fue cesado a los pocos meses (23 de mayo de 1726) y los hermanos Patiño accedieron al poder.
Baltasar fue repuesto en su Ministerio y José era nombrado secretario de Estado y del Despacho de Marina e Indias (Gaceta, 21 de mayo de 1726) y, pocos meses después, secretario de Estado y del Despacho de Hacienda, gobernador del Consejo de Hacienda y superintendente de Hacienda (R. D. 18 de octubre de 1726). Desde estos empleos desarrolló un completo programa de gobierno. Apoyó la construcción naval, creó los departamentos marítimos, realizó importantes obras en los arsenales y fomentó la medicina naval (Ordenanzas de médicos y cirujanos de la Armada, 1728); allegó fondos para distintos proyectos y trató de paliar los efectos del “navío de permiso”. Desarrolló una política claramente mercantilista, regulando la acuñación de moneda (ordenanza de 1730), creando la Real Junta de Comercio, apoyando las manufacturas nacionales y el comercio ultramarino a través de compañías, como la Guipuzcoana de Caracas, la de Galicia o la de Filipinas; por estas y otras empresas es conocido como el “Colbert español”.
Su labor, pese a todo, estuvo condicionada por la política exterior. Intentó pagar los subsidios al Emperador, a lo que estaba obligada España por sus tratados, y que la Compañía de Ostende fijase su sede en Cádiz; sin embargo, en el cerco de Gibraltar (1727), no se contó con el apoyo de Viena. Esto propició un nuevo cambio de alianzas, en el que tomó parte Patiño, desplazando de hecho a su colega Orendain, iniciando un “Revisionismo Realista o Posible”. Después del Acta de El Pardo (marzo de 1728), tuvo lugar el Tratado de Sevilla (9 de noviembre de 1729), por el que Francia y Gran Bretaña apoyaban las pretensiones españolas de enviar tropas a los territorios del gran duque de Toscana para asegurar la sucesión del infante. Patiño fue nombrado consejero de Estado unos días después de este acuerdo (13 de noviembre).
Esta etapa coincidió con una grave recaída de Felipe V en su depresión, lo que motivó una estancia de la Corte primero en Extremadura, por la entrega de las infantas de Portugal y España en Elvas, encargándose Patiño de la Jornada (febrero de 1729), y después en Andalucía, principalmente en Sevilla y Granada, hasta mayo de 1733. Durante este período Patiño despachó a solas con Isabel de Farnesio, quien, de hecho, ejercía el poder.
El incumplimiento de los acuerdos, fundamentalmente por parte de Francia, tuvo como consecuencia el nombramiento como embajador en Versalles del marqués de Castelar, desempeñando la Secretaría de Estado y del Despacho de Guerra su hermano José que quedaba como responsable de tres de las cinco secretarías del Despacho. Baltasar Patiño no logró romper la pasividad francesa, lo que dio lugar a la Declaración de Castelar, por la que España manifestaba que se consideraba liberada de los tratados firmados (28 de enero de 1731). Pocos meses más tarde, por la Declaración de Sevilla (6 de junio), España se aliaba con Inglaterra anulando la “Declaración de Castelar”, consiguiendo el apoyo británico para la ocupación de los dominios de los Farnesio a cambio de ceder en el comercio americano. Tras la Paz de Viena entre España, Holanda y el Imperio (1731), una flota hispano-británica trasladó al infante Carlos a Italia, junto a un importante contingente de tropas, para tomar posesión de su herencia.
Fue una clara demostración de fuerza y prueba de la recuperación de la Armada española. Al año siguiente se organizó una nueva flota, al mando de Cornejo, con el objetivo de reconquistar Mazalquivir y Orán.
A mediados de abril de 1732 se reunió en Alicante, al mando de Francisco Cornejo, una escuadra, compuesta de 12 navíos de guerra, 2 bombardas, 7 galeras, 2 galeotas de Ibiza, 4 bergantines guardacostas de Valencia, 109 naves de transporte, 50 fragatas, 97 saetias, 48 pingues, 20 balandras, 161 tartanas y otras 80 embarcaciones menores. El ejército expedicionario lo componían cuarenta batallones y veinticuatro escuadrones al mando del conde de Montemar, quien encerrado a solas con Patiño planificaron minuciosamente el desarrollo de la expedición. El 15 de junio salió la Armada, y catorce días después desembarcaban las tropas cerca de Mazalquivir. Tras duros combates fue tomada por Montemar la plaza de Orán, que quedó con una guarnición de ocho mil hombres al mando del marqués de Santa Cruz. Patiño y Montemar, máximos responsables —como organizador y ejecutor, respectivamente— de estas empresas, fueron recompensados con el Toisón de Oro (26 de agosto de 1732).
La sucesión de Polonia, tras la muerte del rey Augusto I, abrió un nuevo conflicto. Patiño negoció con Francia el Tratado de El Escorial, conocido como Primer Pacto de Familia (7 de noviembre de 1733), por el que España se convertía en aliada de Versalles en base a la promesa de ampliar los dominios de Don Carlos en Italia. Se convino invadir Nápoles y Sicilia, uniéndose después los aliados para expulsar de la Península italiana a los alemanes. Rotas las hostilidades en 1733, el duque de Berwick avanzó sobre el Rin, mientras el mariscal de Villars pasaba los Alpes con cuarenta mil hombres, a los que se unieron otros veinte mil del rey de Cerdeña; con todo este contingente entró en el Milanesado. El duque de Castriñano, al frente de las tropas españolas, tomó el castillo de Aula, punto estratégico que defendía las comunicaciones entre Parma y Florencia. Desembarcadas las tropas expedicionarias españolas en los puertos ocupados, el infante Don Carlos fue proclamado generalísimo del Ejército de su padre, el rey Felipe V, el 20 de enero de 1734. El 25 de mayo, tras las victorias del conde de Montemar, quedó conquistado todo el Reino napolitano y el 25 de agosto, Sicilia. Los triunfos de Montemar en Bitonto y Capua aseguraron Nápoles y Sicilia para el infante.
Patiño afianzó más su posición al fallecer Orendain, marqués de la Paz (21 de octubre de 1734), y sucederle en la Secretaría del Despacho de Estado, de modo que tramitar con él “significaba despachar todo o casi todo”, siendo además el único miembro vivo en esos momentos del Consejo de Estado.
España, tras sus campañas en Italia y la conquista de Orán, había cerrado prácticamente el arco mediterráneo; sin embargo, Francia, sin atenerse a lo pactado y considerando excesivas las pretensiones españolas, firmó la paz con los austríacos confirmando la posesión de Carlos sobre las Dos Sicilias, pero cediendo la Toscana.
Esto produjo un hondo malestar a Patiño en sus últimos días, pese a haber recibido la Grandeza de España el 15 de octubre de 1736, cuando la enfermedad ya había hecho mella en él, hasta el punto de exclamar: “¡El Rey me da sombrero cuando ya no tengo cabeza!”.
Dos asuntos amargaron el final de la vida del ministro.
El falsario Artelejos imitó la firma de Patiño, enviando a América despachos con gracias y mercedes; no se pudo descubrir toda la trama, pero todo indicaba que algunos oficiales de la “covachuela” estaban implicados. El otro fue una campaña difamatoria de varios meses, entre 1735 y 1736, con la aparición de unos versos ridiculizando al ministro y a sus colaboradores.
El autor se autodenominaba “Duende Crítico”, siendo en realidad un carmelita descalzo de origen portugués, fray Manuel de Silva, que logró huir de la prisión, aumentando los pesares de Patiño.
El ministro falleció el 3 de noviembre de 1736 en el Real Sitio de San Ildefonso (Segovia). La Corona se hizo cargo del funeral, en el que recibió los honores de infante de España. Desde el Real Sitio, su cuerpo fue trasladado al Convento de los capuchinos de El Pardo, y desde allí a la sepultura, en el Noviciado de Madrid.
No tuvo descendencia directa, ya que permaneció soltero toda su vida.
Obras de ~: Memoria-dictamen sobre la región de Cataluña y las condiciones acerca de la Nueva Planta administrativa que había de establecerse para el gobierno del Principado, 1713 (inéd.); Memoria del presupuesto de ingreso para hacer frente a los gastos de 1727, 1726 (inéd.); Ordenanza de las proporciones que el Rey manda se observen uniformemente en sus fundiciones de España para la fábrica de la artillería para el servicio de Tierra, reducida a los cinco calibres, según y conforme a sus dibujos, 1728 (inéd.); Motivos para la Nueva Ordenanza del gobierno de la labor de monedas de oro, palta y cobre que se fabricare [...], 1730 (inéd.); “Fragmentos históricos de la vida del excelentísimo señor don Josef Patiño, secretario que fue de Estado, Hacienda, Marina e Indias, en el reinado del señor Don Felipe V”, en Semanario Erudito de Valladares (Madrid) t. XVIII (1790), págs. 72-118.
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