Ulloa y Ramírez de Laredo, Francisco Javier de. San Fernando (Cádiz), 17.VIII.1777 – Madrid, 1855. Capitán general de la Armada, ministro de Marina y de la Guerra.
Eran sus padres el teniente general Antonio de Ulloa, director general de la Armada, experto astrónomo, navegante y escritor, que en compañía de Jorge Juan realizó la célebre comisión de medir el grado medio del Ecuador; y Francisca Ramírez de Laredo, hija de los condes de San Javier y una de las primeras damas que obtuvieron la banda de María Luisa. Recibió una educación en consonancia con su clase y fortuna, de la que se supo aprovechar. Desde muy joven se dedicó a la carrera naval, entró a servir a los diez años de edad (26 de marzo de 1787), en calidad de guardia marina en el departamento de Cádiz y, casi al mismo tiempo, fue designado caballero de Justicia de la Orden de San Juan.
Terminados sus estudios elementales (enero de 1790), se le destinó al navío San Julián para hacer su primera campaña de mar, navegó a América del Norte y visitó varios puertos de aquel continente, hasta que ascendió a alférez de fragata (17 de mayo de 1790) durante una estancia en el puerto de La Habana. Regresó a Cádiz en el navío Soberano, para incorporarse, al llegar, a la fragata Rosa, con base en el mismo puerto y donde permaneció por espacio de dos años y medio vigilando constantemente sobre las islas Terceras, cabos Cantín, San Vicente y Espartel.
Desencadenada la sangrienta Revolución Francesa, la Monarquía española entró en guerra con la Convención (1793) por la falta de reconocimiento del nuevo régimen. La escuadra española mandada por Lángara, en unión de la inglesa de Hood, ocuparon Tolón, que estaba siendo víctima de los enconados resentimientos republicanos. En estos hechos participó Ulloa embarcado en el navío Reina Luisa, al mando del brigadier Millau, y operando en tierra a las órdenes de Gravina, contribuyendo eficazmente con su extraordinario valor en los muchos y reñidos combates que se dieron en los dos meses de sitio, al cabo de los cuales fue devuelto a la Península.
Volvió a embarcar en el Reina Luisa, que, con la insignia de Lángara, salió de Cartagena hacia Liorna para trasladar al infante de Parma a España. Al concluir la comisión, ascendió a alférez de navío (1 de febrero de 1794), fue trasbordado al navío Mejicano, de ciento doce cañones, perteneciente a la escuadra de Gravina, y participó en la defensa de Rosas contra los franceses. Al finalizar, se le trasladó a la fragata Esmeralda, con la que realizó un crucero sobre la isla de Santa Margarita; luego pasó al navío San Justo en Cádiz.
Algunos meses después (octubre de 1796) los antes aliados ingleses se convirtieron en enemigos al declarar la guerra a España con motivo de la firma con Francia del Tratado de San Ildefonso o de los subsidios. Ulloa había embarcado en el famoso navío Santísima Trinidad, de ciento cuarenta cañones de porte, donde izaba su insignia Córdova, participando en el combate de San Vicente (14 de febrero de 1797) contra la escuadra del almirante Jervis. El buque quedó desarbolado y con tan grandes averías que casi no podía maniobrar; no obstante, catorce días después, a pesar de que sólo podía defenderse, sostuvo un encarnizado combate contra la fragata inglesa Terpsícore, y después, de obligarla a retirarse con grandes destrozos, entró en Cádiz (3 de marzo). Posteriormente, embarcó en el navío Glorioso (20 de julio), de la escuadra de Mazarredo, donde asistió a la defensa de Cádiz, saliendo a la mar (6 de febrero de 1798) en persecución de la escuadra inglesa del contralmirante Nelson, que bloqueaba esas costas, pero tuvo que desistir y regresó el día 13. Después pasó al navío San Telmo (4 de marzo) de la misma escuadra, con la cual salió para el Mediterráneo (13 de abril de 1799) hasta el 10 de julio siguiente que retornó a su base. Al llegar, desembarcó el día 20 y, por primera vez, después de una activa y agitada campaña que había durado ocho años consecutivos, se concedió un pequeño descanso, gracias a la paz que se había concertado en Amiens. Le concedieron seis meses de licencia para Madrid (13 de mayo de 1800), que pasó tanto en la Corte como en Sevilla, y fue prorrogada hasta 18 de agosto de 1802, que se presentó en el departamento de Cádiz, siendo destinado de ayudante de la Mayoría General del mismo. Mientras tanto, ascendía a teniente de fragata (5 de octubre de 1802). Más tarde pasó a batallones (12 de septiembre de 1803).
Pero no pudo disfrutar mucho tiempo de la vida tranquila, pues en 1804 se reanudó la guerra, tras el apresamiento ilegal en el cabo de Santa María de cuatro fragatas españolas, que venían de Lima y Montevideo con valores, siendo destinado al navío Santa Ana, con base en Cádiz, donde permaneció quince meses, hasta que pasó al de igual clase Castilla (5 de junio de 1805) y después al San Leandro (9 de agosto). Concurrió con las fuerzas sutiles asignadas a uno y otro navío a diferentes combates parciales que se daban a los buques ingleses que bloqueaban la costa. Había dado tantas muestras de su instrucción, su talento y de su valor el joven teniente de fragata que, los comandantes de la escuadra se lo rifaban por tenerlo en su dotación. Sólo de esta manera se explica que en un período tan corto de tiempo pudiese navegar en un número tan considerable de buques, y probablemente fuera esa la causa de que se le asignase al navío Príncipe de Asturias, buque insignia del general Gravina, con cuya escuadra salió en combinación con la francesa del almirante Villeneuve y se encontró en la batalla que dicha armada sostuvo en las latitudes del cabo de Trafalgar contra la inglesa del almirante Nelson (21 de octubre de 1805) y de resultas de la cual fondeó en la bahía de Cádiz, al día siguiente, en medio de un fuerte temporal. Ulloa tenía su puesto en combate en el alcázar y tuvo la fortuna de evitar la caída de su jefe cuando éste fue herido en un brazo en pleno fragor de la batalla. Seguidamente obtuvo el mando de algunos cañoneros asignados a dicho buque, con los que se ocupó de proteger convoyes a diferentes puntos de la costa de poniente, habiendo sostenido varias acciones contra buques de guerra ingleses que bloqueaban Cádiz. Concluida aquella guerra con el Tratado de Fontainebleau, en 1808 fue preciso combatir contra aquellos mismos franceses que habían sido aliados españoles en Trafalgar, por quienes se había arriesgado y perdido tanto. En una de las primeras acciones, se solicitó la rendición del almirante Rosily, sustituto de Villeneuve, al mando de los restos de la escuadra francesa, que había quedado en Cádiz después de la batalla, constituida por cinco navíos y una fragata, y en vista de la negativa se abrió fuego de artillería de la plaza y de los buques la escuadra española, fondeados en la bahía (9 de junio de 1808). Mandaba las fuerzas españolas el jefe de escuadra Juan Ruiz de Apodaca, quien colocó a Ulloa en la línea avanzada de combate, formada por una división de cañoneras a las órdenes del brigadier Quevedo. La lucha fue encarnizada y vigorosa pero, el día 14, los franceses tuvieron que rendirse.
Se le nombró ayudante de la Mayoría General de la escuadra (20 de julio) y, posteriormente, desembarcó y fue destinado a batallones (1 de septiembre de 1808). Volvió a embarcar en la fragata Atocha (1 de enero de 1809) con la que realizó vigilancia sobre Barcelona y las costas de Cataluña, destinándole su comandante, el capitán de navío Porlier, a combatir con cinco faluchos cañoneros las baterías de la Linterna y Ciudadela en la propia Barcelona. Permitió el ataque por tierra de las tropas del ejército, llamando la atención del enemigo (27 de mayo). Encontrándose en Cartagena, se le confirió su primer mando en la mar, la corbeta Sebastiana, con la que se ocupó de llevar auxilios a varios puertos del Mediterráneo y ejecutó frecuentes vigilancias hasta el 1 de septiembre de 1810, que se dirigió a Cádiz. Más tarde salió hacia Costa Firme (12 de diciembre), conduciendo al Comisionado de las Cortes Feliciano Montenegro, quien desertaría a su llegada a La Guaira para unirse a los disidentes americanos, dando por terminada la comisión en aquellas aguas. Recorrió los puertos de la isla Margarita, Cumaná, La Guaira, Maracaibo y La Habana, de donde regresó a su base en Cádiz (2 de junio de 1811). Nada más llegar, tuvo que salir dando protección a un convoy de tropas para la costa de Poniente y, después, otra para los del Mediterráneo. Permaneció, sin descanso, desempeñando este tipo de comisiones hasta que, nombrado capitán de fragata (24 de mayo de 1811), cesó en el mando de la corbeta (15 de septiembre). Se le confirió el mando de la magnífica fragata Prueba el 12 de abril de 1813 y quince días después salía de Cádiz con un convoy de tropas en demanda de Montevideo, fondeando en el río de la Plata (18 de agosto). Regresó a su base el 14 de febrero de 1814, pasando previamente por Málaga. No había descansado aún de su largo viaje, cuando tuvo que realizar otro a Puerto Rico, La Habana y Veracruz escoltando un convoy de mercantes (3 de junio). Permaneció en Veracruz hasta que se le envió a Tampico el 27 de enero de 1815 con la comisión de conducir una remesa de millón y medio de duros hasta el propio Veracruz; lo realizó en veintinueve días. Salió para la Península el 3 de junio escoltando un convoy de mercantes con registro de plata y frutos para La Habana y la propia Península y el 7 de octubre fondeaba en la bahía gaditana. No disfrutó tampoco de mucha quietud después de la larga comisión, pues su buque fue asignado a la división del brigadier Rodríguez de Arias, compuesta del navío Asia, de su fragata y la Esmeralda y del bergantín Cazador, que salió en comisión de Estado el 3 de febrero de 1816 por varios puertos del Mediterráneo españoles y de la costa de Berbería y después realizó dos vigilancias de recaladas en San Vicente hasta el 19 de julio, que cesó en el mando a petición propia, pasando al departamento sin destino.
Corriendo ya el año 1818, el Gobierno español trató de enviar una numerosa expedición a las provincias del virreinato de Buenos Aires, con el objetivo de someterlas al dominio de la metrópoli. Una de las cosas más importantes era la escolta de buques de guerra y, ante la falta de buques disponibles de la Armada, Fernando VII decidió comprar urgentemente a la marina rusa cinco navíos y tres fragatas, que resultaron inútiles por encontrarse muy deteriorados, al ser sus uniones de pino malo y clavadas en hierro, no habiendo limpiado fondos en siete años. El mando de uno de estos buques —la fragata Viva— fue asignado a Ulloa el 10 de diciembre de 1818, pero éste, basado en lo expuesto, se resistió a tomar el mando, manifestando así su firmeza de carácter, que siempre le distinguió. Fue relevado por el capitán de navío Gurruceta el 21 de enero de 1819 y continuó en la situación anterior hasta el 8 de agosto de 1822, fecha en que se le nombró comandante de la fragata Perla, destino que desempeñó poco tiempo porque al ascender a capitán de navío el 6 de septiembre de 1822 se le concedió el mando del navío San Pablo del que tomó posesión el 6 de noviembre. Con el nuevo buque realizó una comisión reservada del Gobierno, aunque se vio obligado a volverse desde Canarias, por hallarse el buque carenado en falso y hacer mucha agua. Ocurrió al poco tiempo el sitio que los franceses pusieron a Cádiz y, durante él, ocupó interinamente Ulloa la Comandancia General de Brigadas, cesando en su nuevo mando el 22 de octubre de 1823.
Aquí puede decirse que concluye el primer período de su vida pública, la marinera, y comienza la segunda, la política. Ascendió a brigadier el 14 de julio de 1825 y fue designado comisario general interino del Cuerpo de Artillería de la Armada el 28 de agosto hasta el 9 de septiembre de 1827, en que fue cesado por desaparecer el puesto y quedó en el departamento sin destino; no obstante, durante su permanencia en ese Cuerpo mejoró el funcionamiento de los ramos, redactó memorias curiosas y comunicó circunstancias importantes acerca del artillado de los buques. Asimismo, se le dio la comisión de redactar los nuevos reglamentos de pertrechos. El 6 de julio de 1829 se le concedieron cuatro meses de licencia para Valencia. Hallándose en la Corte, de tránsito para su departamento, se le nombró vocal de la Real Junta Superior del Gobierno de la Armada (2 de febrero de 1830), por lo que se incorporó inmediatamente. El 21 de junio siguiente se le concedió la Placa de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo y, dos años después de su llegada a la Corte, fue llamado al Real Sitio de San Ildefonso para hacerse cargo interinamente de las secretarías de Estado y Despacho de Marina y de Guerra el 1 de octubre de 1832, aunque el 19 del mismo mes se le concedió la de Marina con carácter definitivo. Las circunstancias políticas de aquella época eran muy críticas, el Rey estaba gravemente enfermo, al borde de la muerte, y algunos ministros, en quienes había depositado su confianza, abusando de la angustia y los conflictos del momento, habían arrancado un funesto codicilo, por el que se anulaba la Ley de Sucesión de 1830, y este suceso importante ponía a los secretarios de despacho en situación de patentizar sus sentimientos de adhesión tanto al Monarca como a su hija la princesa de Asturias y futura Isabel II. Así lo hicieron Cea, Cafranga, Encina y Piedra y Ulloa, mostrándose como los más celosos defensores de los derechos de la princesa. Gracias a sus indicaciones, fueron desarmados algunos cuerpos de voluntarios realistas y se suprimió la inspección de éstos, que despachaba con el propio Rey sin conocimiento de los secretarios, alcanzando por este medio un considerable poder. Pero no era esto todo, pues aún no se había hecho lo suficiente para asegurar la Corona para la princesa María Isabel, faltaba el golpe decisivo, y era Ulloa el destinado a darlo. El partido del infante Carlos, fuertemente organizado, sabiamente dirigido, y contando con todos los elementos de un triunfo no sólo seguro, sino fácil y sencillo, aguardaba la muerte del Monarca, que consideraba inminente, para aclamar a su jefe como sucesor de su hermano y colocarlo en el solio de San Fernando. Era indispensable cambiar a los capitanes generales de las provincias, y nadie se atrevía a tomar la responsabilidad de un acto cuyas consecuencias podían ser trascendentales. Mas el intrépido y previsor Ulloa, que desempeñaba interinamente la Secretaría de la Guerra, que veía la inminencia y gravedad del peligro y que conocía lo crítico de la situación, no quiso perder la ocasión, aguardando a su relevo Monet, y redactó las órdenes de relevo a todos los capitanes generales, sustituyéndolos con hombres adictos al nuevo sistema que se trataba de empezar y que inspiraba plena confianza al Ministerio. El Rey se negaba a adoptar una medida tan grave como la que le presentaba Ulloa, de acuerdo con sus demás compañeros de gabinete; pero Ulloa no cejaba en su propósito y aprovechando un momento en que parecía más irresoluto, cogió su sombrero y, doblando su rodilla, lo colocó sobre ella, presentando a Su Majestad en aquel improvisado y original escritorio, los decretos que le había propuesto, para que les estampase la deseada firma que había de autorizarlos. El Rey, que apenas podía moverse del sillón en que estaba sentado, sonrió tristemente al ver el expresivo arranque de su secretario, tomando la pluma que éste le presentaba, firmó los decretos, asegurando con ellos la suerte de su hija, y proporcionándole la fuerza armada necesaria para combatir a los poderosos enemigos que iban a levantarse contra su Trono.
También intervino en el famoso decreto de amnistía, por el que se abrieron las puertas a multitud de españoles célebres que se hallaban proscritos en el extranjero. Mas no le distrajo todo esto de sus deberes con la Armada, pues formalizó y construyó tres fragatas, que llevaron los nombres de Cristina, Cortés e Isabel II. Pidió informes e hizo instruir el informe oportuno para colocar en el arsenal de La Carraca una fuente que le surtiese de agua. Restablecido en parte de sus dolencias, el rey Fernando reunió en su Real Cámara a principios de enero de 1833 al Gobierno, dignidades del Reino y primeros funcionarios del Estado para comunicar a la nación en general que revocaba el codicilo que se le había hecho firmar por sorpresa y seguía en vigor la Ley de Sucesión (1830). El gabinete que presidía Cea Bermúdez empezó a dividirse en las principales cuestiones políticas, y aunque todos sus miembros acordaron por unanimidad alejar de España al infante Carlos, bajo pretextos, se le envió a Portugal acompañando a la princesa de Beira, volvieron a suscitarse nuevas desavenencias, resultando de ellas la separación de sus cargos en la noche del 25 de marzo de varios secretarios, entre ellos Ulloa, aunque se le promoviera a éste a jefe de escuadra y se le conservasen los honores del Consejo de Estado (40.000 reales de sueldo); pero se le ordenó salir de la Corte en el término de veinticuatro horas y pasar destinado al departamento de Cádiz, donde poco después fue condecorado con la Gran Cruz de San Hermenegildo por sus años de servicio.
Reemplazado Cea Bermúdez por otro de ideas más liberales a la muerte de Fernando VII, fue colocado Ulloa en la Comandancia General del Cuerpo de Artillería de Marina con el añadido de vocal de la Junta del Departamento, que mandaba el conocido Cayetano Valdés. Más tarde se publicó el Estatuto Real, y una vez hecha la convocatoria para la reunión de las Cortes, la provincia de Cádiz lo eligió procurador del Reino para las legislaturas de 1834 y 1835. A su llegada a la Corte, fue recibido por la Reina viuda, Regente y Gobernadora de la Monarquía, con inequívocas muestras de afecto por los servicios que Ulloa había prestado a la causa de su hija (1832) y trató de recompensarle por los agravios sufridos firmando un decreto concediéndole la Gran Cruz de la Real Orden americana de Isabel la Católica, libre de todo gasto, por su buen desempeño en las Secretarías de Marina y Guerra. Cuando en las segundas Cortes del Estatuto obtuvo Mendizábal el sonado voto de confianza, pensó valerse de Ulloa para completar su gabinete, ofreciéndole, en atención a sus antecedentes políticos y a su prestigio, la cartera de Marina; pero como Ulloa no estaba de acuerdo con su política, ni con su famoso programa (14 de septiembre de 1835), rechazó la oferta. Idéntico resultado tuvo la propuesta que se le hizo para formar parte del gabinete presidido por Calatrava, después de los sucesos de 1836. Al año siguiente, los hechos ocurridos en Pozuelo de Aravaca provocaron la dimisión de este último gabinete y la sustitución por el diplomático Bardají, el cual le nombró para el Despacho de Marina el 1 de octubre de 1837, encargándose también, por poco tiempo, de la cartera de Gobernación. Ordenó la instalación del Colegio de Guardia Marinas en el famoso edificio de San Telmo de Sevilla, dándole su reglamento y su correspondiente plan de estudios, para cuya redacción se asesoró por el director del Observatorio de San Fernando; su repentina salida del cargo hizo que no se llevara a efecto. Le mereció especial atención la parte relativa al aumento de buques, logró rescatar el vapor Isabel II, retenido en Inglaterra, aunque sin la dotación extranjera. El 16 de diciembre de 1837 cesó como secretario, concediéndosele la llave de gentilhombre de Cámara con ejercicio, por sus servicios.
Seguidamente fue nombrado vocal de la Junta Suprema de Sanidad del Reino y ascendió a teniente general (27 de abril de 1839), por antigüedad. Se le nombró vicepresidente de la Junta Superior de la Armada en 1840 y encargado interinamente de la Presidencia hasta el pronunciamiento de 1 de septiembre del mismo año, en que fue suspendido del cargo por la Junta provisional de gobierno de la provincia de Madrid y quedó sin destino en Madrid, hasta que fue nombrado comandante general del apostadero de La Habana el 29 de agosto de 1841, cargo del que tomó posesión el 23 de enero de 1842. Armó y alistó seis lanchas cañoneras para la defensa del puerto, adquirió considerable cantidad de repuestos, compró el pailebote Churruca y lo puso en estado de guerra, consiguió la goleta Transporte, que era negrera, construyó el bergantín Habanero, votado el 30 de noviembre de 1844, y finalmente la corbeta Luisa Fernanda, de veinticuatro cañones, votada el 30 de enero de 1845. Durante treinta y cinco días se hizo cargo de la Capitanía General de la isla (15 de septiembre de 1843) y en diciembre del mismo año se le concedió la Gran Cruz de la Real Orden española de San Carlos, en consideración a sus relevantes méritos y servicios. Finalmente entregó el mando al teniente general Primo de Rivera (6 de junio de 1845), dejando una estela de buen administrador, buen caballero, imparcial y justo, a la par que hábil y entendido marino. Instituido el Senado vitalicio, fue elegido senador, en calidad de teniente general y consejero de Estado, y en 1846, de regreso a la Península, tomó parte en sus deliberaciones y trabajos. En 1847 fue nombrado vicepresidente de la Junta directiva y consultiva de la Armada e interinamente ejerció la presidencia, hasta que, suprimida la Corporación en 1848 y restablecida la Dirección General, conforme a la ordenanza naval de 1793, obtuvo el nombramiento de director general, interino primero y en propiedad después. También ascendió a la máxima dignidad de la Armada, capitán general (17 de febrero de 1852), manteniéndose al frente de la Dirección General hasta septiembre de 1855 en que fue suprimida por una remodelación del Gobierno Superior de la Armada.
Terminó aquí la carrera política y militar del ilustre marino, quedando los recuerdos de su largo período de administración, puesto que en él se adquirieron, construyeron o empezaron a construir los buques siguientes: Navíos: Isabel II y Francisco de Asís, de ochenta y cuatro cañones; fragatas: Princesa de Asturias, de cincuenta y dos, Bailén, de cuarenta y cuatro, Petronila, Berenguela y Blanca, de treinta y cuatro y maquina de hélice de trescientos cincuenta caballos; corbeta: Mazarredo, de dieciséis cañones; goletas: Cruz y Cartagenera; vapores: Isabel II, Francisco de Asís, Isabel la Católica, Fernando el Católico y Velasco, de quinientos caballos; Colón, Jorge Juan, Antonio Ulloa, Pizarro, Hernán Cortés, Vasco Núñez de Balboa, de trescientos cincuenta; Narváez y Liniers, de ciento sesenta; Neptuno, Guadalquivir y Conde de Venadito, de ciento veinte; Juan de Austria y General Lezo, de cien; urcas: Santa María y Niña, de mil toneladas; Pinta y Marigalante, de ochocientas; Santacilia, de setecientas veintitrés y otras de menor porte.
Otras mejoras en los arsenales y en los regímenes orgánico y administrativo de la Armada fueron debidas a este capitán general, quien propuso la supresión de los informes reservados, que eran una fuente de venganzas e injusticias, y cerró los actos de su vida pública con el hecho de haber sido uno de los ciento cinco senadores que votaron contra el Gabinete Sartorius- Collantes sin que le detuviese el alto cargo que desempeñaba, ni consideración alguna, porque era inflexible cuando se trataba del deber y la conciencia.
Después de haber cesado en la Dirección General de la Armada, permaneció en la Corte haciendo una vida religiosa y de caridad; pero de improviso le afectó la enfermedad que acabaría con su vida a pesar de los cuidados de facultativos, familiares y amigos. Murió a los setenta y ocho años de edad y su última voluntad fue prohibir que se le rindiesen honores en el traslado de sus restos mortales al cementerio de la Sacramental de San Nicolás de Bari, donde fue enterrado. Siguiendo sus deseos, el cortejo fúnebre sólo estuvo compuesto por el féretro a hombros de cuatro soldados de Marina, seguidos del clero parroquial y de un corto número de amigos que se podían considerar su familia; no obstante los principales jefes de la armada le rindieron su homenaje en el cementerio, presididos por el general Vigodet, compañero de Ulloa en la jornada de Trafalgar.
Fuentes y bibl.: Archivo-Museo don Álvaro de Bazán (El Viso del Marqués, Ciudad Real), Expediente personal, leg. 620/1224.
F. Pavía y Pavía, Galería Biográfica de los Generales de Marina, jefes y personajes notables que figuraron en la misma corporación desde 1700 a 1868, Madrid, Imprenta a cargo de J. López F. García y Cía., 1873; VV. AA., Enciclopedia Universal Ilustrada europeo-americana, t. LXV, Madrid, Editorial Espasa Calpe, 1929, págs. 922-923; C. Martínez-Valverde, “Biografía de Francisco Javier Ulloa y Ramírez de Laredo”, en J. M.ª Martínez-Hidalgo y Terán (dir.), Enciclopedia general del mar, t. VIII, Barcelona, Ediciones Garriga, 1957, págs. 967-969; F. González de Canales, “Biografía de Francisco Javier de Ulloa y Ramírez de Laredo”, en Catálogo de pinturas del Museo Naval, t. II, Madrid, Ministerio de Defensa, 2000, pág. 110.
José María Madueño Galán