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Lorenzo Ferrer Maldonado

Biografía

Ferrer Maldonado, Lorenzo. Berja (Almería), 1557 – Madrid, 1625. Navegante, geógrafo y descubridor.

Hijo de micer Juan Ferrer, mercader de Berja (Almería), y de doña Inés de Maldonado, natural de Guadix. Su abuelo paterno era el genovés Lorenzo Ferrari (a veces Ferri), quien se asentó en Berja a principios del siglo XVI para comerciar con los moriscos. Su familia materna eran criptojudíos de Úbeda y Salamanca que se asentaron en la ciudad accitana tras la toma del reino de Granada.

Vivió sus primeros años en la Alpujarra, en donde adquirió habilidades propias del comercio marítimo con la Signoria y el mundo musulmán. En la rebelión morisca de la Navidad de 1568 martirizaron en Berja a su padre y otros familiares, forzando a su madre a refugiarse en Guadix. En esta ciudad pasaría Ferrer y sus hermanos la contienda, un tiempo que dedicó a su formación –astronomía, geografía…– al lado de su tío el licenciado Diego de Burgos, presbítero de san Miguel.

Al término de la guerra morisca (1571) la familia Ferrer retornó a Berja, donde encontraron gran parte de su patrimonio destruido. La caída de rentas forzó a su madre a emancipar a los hijos varones para aliviar las cargas del hogar familiar, y así Josephe Ferrer emigró en 1573 a las Indias y Miguel Ferrer se enroló en el tercio de Lope de Figueroa, donde sería un afamado capitán. La historiografía tradicional confunde a este personaje con su hermano Lorenzo Ferrer, quien inicialmente en 1575 intentó repoblar en Laujar de Andarax (Almería), pero la legislación repobladora lo impidió, llevándole a enrolar en la flota de Indias, donde fue capitán.

Ferrer volvió a la Península en 1581 con el título de capitán Ferrer, lo que conllevó la confusión con su hermano, también capitán. En aquellas fechas vivió a caballo entre Guadix y Berja, restaurando los negocios familiares, toda vez que se inclinó a escribir una obra sobre las cosas memorables del mundo. Se casó en 1587 en la ciudad accitana con Luciana Montiel de Amurrio, de ascendencia de Cazorla y Úbeda y cuya familia también fue sospecha de criptojudía. Al año siguiente tenía acabado su Alfabecto Ystorial de las cosas memorables del mundo, desde su creación hasta el año 1580, libro que obtuvo licencia real para publicarse en 1588, y de la que no se conserva –hasta la fecha– ningún ejemplar. Aquel año se embarcó en la flota del Atlántico, sirviendo en el litoral de Portugal y realizando un largo viaje del que retornó en 1590, fecha en la que alardeó de riquezas en sus casas de Granada y Guadix.

A finales del siglo XVI falleció su esposa, refugiándose Ferrer y sus hijos con su tío el licenciado Burgos. La crisis económica que siguió a la muerte de su protector llevó a que ingresasen como eclesiásticos sus hijos. En aquel tiempo el marino se sustentaba vendiendo predios y bienes heredados en Berja y Guadix, así como realizando trabajos de escritorio, copiando e iluminando textos y trazando dibujos y bocetos. Fue en esta última actividad cuando su cuñado y primo, Pedro Maldonado Torres, le embarcó en un negocio turbio para, dada su habilidad para el dibujo, falsificar unas escrituras para el genovés Juan Centurión Negroni, marqués de Estepa. En 1600 se siguió juicio contra su cuñado, quien lo acusó, reclamándole la justicia para testificar.

Durante los primeros años del siglo XVII Ferrer se enroló en la flota, posiblemente portuguesa. Reapareció en 1607 como miembro de la prestigiosa Junta de la Aguja Fija, importante órgano científico que pretendía ordenar un instrumento veraz para que la armada española se orientase en el océano. Ferrer trabajó codo con codo con prestigiosos investigadores, entre los que destacan el cosmógrafo mayor de Portugal, Juan Bautista Lavanha; Juan Manrique de Segura, cosmógrafo mayor de Filipinas; así como otros geógrafos, matemáticos y navegantes de gran talla. La justicia granadina había sobreseído su caso Ferrer gozaba de plena confianza en los círculos científicos sobre navegación interoceánica. El explorador Pedro Fernández de Quirós entre 1609 y 1610 solicitó al rey en varias ocasiones que este marino almeriense le acompañase al Pacífico para su proyectado viaje a la Terra Australis Ignota.

En este ambiente científico en el que se desenvolvió Ferrer reveló en 1609 el descubrimiento del estrecho de Anián (actualmente “de Bering”) y que realizó años atrás (1588) un hallazgo silenciado por Felipe II por razones geoestratégicas. En su relato describe y dibuja con gran precisión las penínsulas de Chukotka (Rusia) y Seward (Alaska), proponiendo realizar un asentamiento en la actual Port Clarence. En su navegación por el mar de Chukchi exploró el norte de la península de Seward, explorando y dibujando la bahía de Eschscholtz y la península de Choris, así como las puntas Elephant e Igloo y el río Buckland.

Ferrer propuso a Felipe III una nueva expedición al estrecho para ocuparlo y propuso unas adaptaciones técnicas en las naves para navegar en aguas gélidas: planchas metálicas de plomo en las quillas y un sistema de mamparos, o compartimentos estancos, para evitar el hundimiento de la embarcación. La historiografía de la ingeniería naval considera este invento de Ferrer como el primer prototipo español en este campo. Sin embargo, se desestimó su proyecto para evitar informar a otras potencias sobre la geografía del imperio, sosteniendo la concepción ignota sobre la ecúmene hispánica.

El Diccionario de la Real Academia Española considera a Ferrer el primer testimonio del término bufador, alusivo a una especie marina descrita en su descubrimiento del estrecho intercontinental. También se le considera uno de los primeros testimonios sobre la migración de ballenas en aquella zona glacial y del cangrejo rojo de Kamchatka, de otra fauna terrestre (buey almizclero y alce), así como otras descripciones botánicas no conocidas hasta mediados del siglo XVIII. Realizó también descripciones boreales sobre hidrografía y detalladas alusiones a la geografía local de las orillas asiática y americana.

Ferrer continuó trabajando en diferentes proyectos innovadores. Así, obtuvo una cédula y privilegio para trabajar en el descubrimiento del “uso de la máquina y rueda que se mueve por sí sola”. También ideó un nuevo modelo de astrolabio que procuraba solucionar algunos desajustes planteados en 1612, cuando Galileo Galilei viajó a España con un instrumento que pretendía medir a bordo de un barco la longitud geográfica. De igual modo Ferrer continuó investigando en la aguja fija, la hidrografía, arte de navegar y el difícil problema del cálculo de la longitud, cuya solución la ciencia no tenía capacidad para resolverlo hasta el siglo siguiente.

Durante su estancia en la Corte, y dado el dominio que tenía de la astronomía, Ferrer se ganó algunos ingresos extras realizando cartas astrales y otras ciencias. Entre sus patronos destacó el marqués de Sieteiglesias, quien le instaló un laboratorio para trabajar en las ciencias herméticas (encriptado y desencriptado de información sensible, alquimia…). Por otro lado, realizó diferentes estudios para la Casa de la Contratación, sobresaliendo los del cálculo de la longitud geográfica y varios diseños de aguja fija. En esta última investigación en 1616 se benefició la financiación real para probar sus prototipos, junto con otros dos del capitán francés Juan Mayllard. El viaje de verificación partió de Cádiz en una expedición que dio la vuelta al mundo, llevando por observador al capitán Alonso de Soto­mayor y Zúñiga.

En el viaje que hizo en 1616 para probar sus agujas fijas, avistó el Crucero del Sur, realizando una de las primeras descripciones, así como un dibujo de las galaxias que acompañan al astro (Nubes Magallánicas). A su retorno de aquel periplo, con la caída del duque de Lerma y el cambio de política, Ferrer perdió gran parte de sus apoyos. Durante un tiempo estuvo en París con el astrónomo y matemático francés Jean Baptiste Morin, a quien le confeccionó algunos instrumentos de medición. A su retorno, se asentó en Madrid junto a su segunda esposa, Francisca de Henestrosa, y la hija de ésta –Francisca de Molina–, obteniendo, a partir de 1621, algunos encargos del conde-duque de Olivares.

En sus últimos años de vida escribió una obra sobre conocimientos prácticos para la navegación. Su manuscrito estaba terminado en 1623, titulándolo Imagen del mundo, sobre la esfera, cosmografía, y geografía, teórica de planetas y arte de navegar. Esta obra es un tratado práctico de náutica para los capitanes de la flota y está dedicado a Juan Pérez de la Serna, arzobispo de México. Sin embargo, murió antes de ver salir su libro de la imprenta, el cual contó con la aprobación del Consejo de Indias, viendo la luz en 1626 en una prestigiosa imprenta de Alcalá de Henares. Su revisor literario fue el licenciado Juan Murcia de la Llana, el mismo que trabajó en la edición cervantina del El Quijote.

Durante el siglo XVII se realizaron copias de la relación del descubrimiento del estrecho de Anián, como atestigua a mediados de aquella centuria el bibliófilo Nicolás Antonio, quien estudió una de ellas en la biblioteca del historiador Jerónimo de Mascareñas, consejero de Órdenes y de Portugal y obispo de Segovia. Esta circulación de relaciones llegó al extranjero –una de ellas la usó el explorador James Cook en sus viajes al Pacífico–, en 1788 el presidente de la Real Academia de la Historia, duque de Almodóvar, la rescató y la dio por válida. Sin embargo, el giro español en política exterior al año siguiente optó nuevamente por el hermetismo sobre este asunto. Ello no impidió que el texto de Ferrer cobrara fama, pues en 1790 el cosmógrafo real francés Jean Nicolás Buaché leyó una memoria en la Academia de Ciencias de París proponiendo que el estrecho de Bering se denominase “de Ferrer”. A raíz de ello se suscitó en Europa un debate científico sobre la relación, forzando al ministro español Antonio Valdés a confrontar la tesis francesa. El encargado de verificar la referencia dada por Ferrer para situar el estrecho fue Alejandro Malaspina, quien al entrar en la bahía de Yakutat entendió que no era el paso interoceánico, denominándole al lugar Puerto del Desengaño (Disenchantment Bay) y asignando el nombre de Ferrer a la boca de aquella ensenada.

A principios del siglo XIX, tras sortear algunas reticencias de la Academia, la tesis se ajustó bajo la teoría de una relación apócrifa (no demostrable), por el posicionamiento antifrancés y absolutista de la historiografía tras la Guerra de Independencia. A mediados de la centuria, sin aportación justificativa inexplicable, se aplicó el apelativo de falsedad, lo que reabrió el debate en el último tercio decimonónico por la historiografía norteamericana, que advertía de la coherencia de muchas descripciones de Ferrer. En el siglo XXI el revisionismo español sobre la leyenda negra, así como las nuevas investigaciones interdisciplinares, convergen en una nueva versión sobre este descubrimiento, el cual se ajusta a la realidad del espacio geográfico, cuya su ubicación quedó encriptada por Ferrer para evitar que el enemigo obtuviera la localización exacta.

 

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Valeriano Sánchez Ramos

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