Gravina y Napoli, Federico. Palermo (Italia), 12.VIII.1756 – Cádiz, 9.III.1806. Capitán general de la Real Armada, embajador, caballero de la Orden de Santiago.
Nació en el seno de una familia de la alta nobleza; su padre fue Juan Gravina y Moncada, duque de San Miguel, y su madre, Leonor Napoli y Monteaporto.
Esta familia prestó grandes servicios a la Monarquía hispánica. En 1759, cuando Federico contaba tres años de edad, su padre acompañó al futuro Carlos III, entonces rey de Nápoles, en el viaje que le llevó a tomar posesión del trono de España. Una vez separados los tronos de España y Nápoles, la familia Gravina solicitó del Rey mantener la nacionalidad española, solicitud que les fue concedida.
Transcurrió la juventud de Federico Gravina, hasta los diecinueve años, forjando su educación en el colegio Clementino de Roma, bajo la tutela del reverendo padre Antonmaria di Lugo. El colegio Clementino fue instituido por el papa Clemente VIII para la educación de niños nobles de todas las naciones de Europa.
Su padre solicitó al Rey, a través de su tío el embajador príncipe Raffaele, duque de Santa Elisabetta, que le fuera concedido a su hijo Federico Gravina y Napoli el ingreso en la Real Armada, solicitud que fue aceptada, sentando plaza de guardia marina el 18 de diciembre de 1775.
El 15 de diciembre de 1775 llegó Federico a la ciudad de Cádiz y, tras la instalación en la casa que su padre le había preparado en la plazuela de Santiago partió a presentarse al capitán general del departamento Andrés Reggio, antiguo amigo de su padre, y a continuación, siguiendo el protocolo, se presentó al jefe de escuadra Francisco Winthuysen, capitán de la Compañía de Guardias Marinas, al que hizo entrega de la carta-orden en la que se leía: “El Rey ha concedido plaza de Guardia Marina a D. Federico Gravina, hijo del Duque de San Miguel, Grande de España de primera clase; y manda Su Majestad que presentándose en ese departamento, se le admita en la Compañía [...]”. Así comenzó, con íntima satisfacción para Federico, un 18 de diciembre de 1775, su vida como guardia marina.
En su afán de embarcar cuanto antes, pidió se le examinara inmediatamente de las materias preceptivas para ello. Reunido el tribunal fue examinado de Matemáticas, Geografía y Cosmografía, materias que superó sobradamente, quedándole Maniobra.
Un año más tarde, en 1776, superada la asignatura de Maniobra fue ascendido a alférez de fragata y embarcó en la fragata Santa Clara, que formaba parte de una escuadra de seis navíos y quince fragatas mandada por el marqués de Casa-Tilly, y partió el 13 de noviembre hacia América a defender los territorios españoles en disputa con Portugal. Llegó la escuadra a la isla Santa Catalina, disponiéndose al asalto y conquista de su fuerte defendido por portugueses e ingleses.
Conquistada la isla, tuvo Federico su primera actuación de campaña al recibir la orden de ir a intimar la rendición del castillo de la Asunción, único que seguía con la bandera portuguesa izada; consiguió su rendición ese mismo día.
Continuó la escuadra su rumbo, fondeando el 27 de febrero de 1777 en la embocadura del río de la Plata. La fragata Santa Clara, inmersa en una tempestad y arrastrada por las corrientes, varó en el denominado “banco del inglés”; este naufragio costó la vida de gran parte de la dotación y puso a prueba el valor y la sangre fría de Gravina. Ya en Montevideo y recuperado del grave percance, embarcó en el navío San Dámaso a bordo del cual inició en abril de 1778 el regreso a España. Llegados a Cádiz se encontró con el ascenso a alférez de navío.
Su nuevo destino le llevó al departamento de Cartagena, donde embarcó en el jabeque Pilar, al mando del teniente de navío Enrique Mac Donell, que componían un grupo con el Gamo y el Catalán, conocidos como los jabeques de Barceló y que estaban al mando de Juan de Araoz. Eran éstos unos barcos ligeros de unos doce a dieciocho cañones, con tres palos provistos de velas latinas, que cruzaban continuamente el Mediterráneo en escuadrillas persiguiendo a los piratas argelinos que traían en jaque a toda la costa del levante español.
Su primera misión, embarcado en los jabeques, fue la salida del grupo para impedir el paso por el estrecho de Gibraltar a cuatro bajeles corsarios a los que consiguieron echar a pique después de duro combate.
En mayo de 1779, España firmó con Francia un tratado ofensivo y defensivo que obligó a Carlos III a declarar la guerra a Inglaterra con la esperanza de reconquistar Gibraltar y Menorca. A finales de 1779 se inició el bloqueo de Gibraltar y en este escenario apareció Federico Gravina, ya de teniente de fragata, al mando accidental, por enfermedad de su comandante, del jabeque San Luis. Fue comisionado por Barceló para salir a la mar interponiéndose a fragatas corsarias inglesas que tenían como misión el aprovisionamiento de la plaza sitiada. Su brillante comportamiento en tal acción, haciendo presas a buques de mayor porte que el suyo, le valió el ascenso a teniente de navío y el mando superior del Apostadero de la bahía de Algeciras (1780).
A principio de 1781 se aprestaron en Cádiz fuerzas navales hispano-francesas formando una escuadra compuesta por treinta navíos españoles, veintidós franceses y un gran número de transportes con más de nueve mil hombres, al mando del general español Buenaventura Moreno y del almirante francés Berton Balbe de Quiers, duque de Crillón. Como componente de esta gran escuadra estaba el jabeque San Luis, al mando de Federico Gravina, quien se distinguió en la toma del fuerte de San Felipe y fue el encargado de llevar a la Península la noticia de la rendición de Mahón.
Terminada la campaña y vuelta la soberanía de Menorca a la Corona española, Federico Gravina fue ascendido a capitán de fragata, volviendo con el San Luis al Apostadero de Algeciras.
Terminada la campaña de Menorca, todas las miradas se volvieron hacia Gibraltar, que seguía bloqueada desde hacía años, sin que dicho bloqueo surtiese efectos positivos, por lo que se decidió un asalto conjunto por tierra y mar. Para ello se utilizaron las baterías flotantes, artefactos de guerra, diseñados por el ingeniero francés D’Arzón, basados en grandes naves reforzadas con doble cubierta y un plano inclinado formado por planchas de hierro, de forma que rodaran al mar cuantas bombas cayesen sobre ellas. Los costados estaban reforzados con sacos de lona metidos entre corcho y todo rodeado por tuberías interiores por las que circulaba agua impulsada por bombas, manteniendo así la madera siempre húmeda; todo ello las hacía, a juicio de su autor, insumergibles y resistentes a todo tipo de bombas, incluidas las temibles balas rojas. Su armamento se componía de veintidós cañones a una sola banda y a la otra el peso se compensaba con lingotes de plomo. Estaba compuesta esta escuadrilla de baterías flotantes por: Pastora, Talla Piedra, Paula primera, Rosario, San Cristóbal, Príncipe Carlos, San Juan, Paula segunda, Santa Ana y Los Dolores. Federico Gravina tenía el mando de la batería flotante San Cristóbal.
El 13 de septiembre de 1782 comenzó el bombardeo por las baterías flotantes y pronto se puso de manifiesto el gran fracaso del diseño de estas plataformas.
Al caer la noche se incendió la Talla Piedra, que estaba al mando del príncipe de Nassau; poco más tarde la Pastora, desde la que mantenía la dirección el teniente general Buenaventura Moreno; y así todas las demás, incluida la San Cristóbal, al mando de Gravina, el cual hizo desesperados esfuerzos por contener el fuego, pero, al no conseguirlo, hubieron de abandonarla, siendo Gravina el último en hacerlo. A los pocos minutos se produjo una gran explosión que hace volar a la San Cristóbal.
Pasado este triste episodio, el capitán de fragata Federico Gravina pidió el embarque en la escuadra del general Luis de Córdoba, ruego que le fue concedido y embarcó en el navío Trinidad, buque insignia de la escuadra.
La Escuadra del general Luis de Córdoba se enfrentó con la del almirante inglés Howe, la cual, compuesta de treinta y cuatro navíos, seis fragatas y treinta y un transportes, acudía con el propósito de introducir víveres, pertrechos y mil seiscientos combatientes en la plaza de Gibraltar. Una gran tempestad hizo que ambas escuadras se dispersaran, y no se pudieran entablar combates por lo que no pudo la escuadra española impedir la llegada de los refuerzos. Federico Gravina desembarcó del navío Trinidad y tomó de nuevo el mando del jabeque San Luis, con el que continuó manteniendo el bloqueo a Gibraltar.
El 3 de septiembre de 1783 se firmó el tratado de paz entre España e Inglaterra, cesando el bloqueo de Gibraltar, plaza que no se había conseguido reintegrar al territorio nacional, motivo principal de toda la campaña.
Federico Gravina fue ascendido a finales de este año a capitán de navío y se le trasladó a Cartagena para mandar la fragata Juno, que formaba parte de la escuadra del general Barceló y en la que efectuó una campaña contra el rey de Argel, con objeto de combatir la piratería, hasta que se firmó la paz con Argel en el año 1786.
Terminada esta campaña, Federico solicitó una licencia de seis meses a cumplimentar en Madrid. Ya en esta ciudad fue recibido en audiencia por Carlos III, conoció al entonces ministro de Marina, Antonio Valdés, y a Manuel Godoy, por entonces secretario de la princesa de Asturias. Añoraba Federico su regreso a la mar, cuando le llegó la propuesta de Antonio Valdés de regresar a la vida activa como capitán de bandera de Juan de Lángara en la escuadra de evoluciones, oferta que aceptó en el acto.
El 9 de abril de 1787 se incorporó en Cádiz a su escuadrilla, encontrándose con sus compañeros, Francisco de Borja, jefe de las unidades de Cartagena, Gabriel de Aristizábal de las de Ferrol y de las de Cádiz, además de la dirección de la campaña, Juan de Lángara; a él le tocó el mando de la fragata Santa Rosa, que era el buque insignia.
Terminadas las maniobras y adiestramientos que preveía la campaña, todas las fragatas se desarmaron excepto la Santa Rosa, al mando de Gravina, que recibió la orden de trasladar al embajador turco Yussuf Effendi a Constantinopla.
En febrero de 1788 partió Gravina de Cádiz rumbo a Constantinopla, adonde arribaron el 12 de mayo de 1788. Durante la estancia en aquella bella ciudad, Gravina y su dotación se dedicaron a efectuar observaciones astronómicas para formar nuevas cartas y modificar las antiguas. De regreso y a la altura del golfo de Adalia, se les presentó un brote de cólera, lo que obligó al Gravina a permanecer en cuarentena en aguas de Malta.
Terminada la cuarentena, reanudaron su viaje a España, llegando a Cádiz, donde se encontró con la Real Orden de trasladarse a Madrid. Una vez en Madrid, acompañado por el ministro Valdés, entregó a Carlos III las memorias del viaje tituladas por Gravina como Descripción de Constantinopla escrita por los oficiales de la fragata Rosa, mandada por don Federico Gravina, en que se restituyó el embajador turco a su país. Vivió por aquella época Gravina en Madrid importantes acontecimientos: la muerte, el 14 de diciembre de 1788, de Carlos III y la proclamación el 17 de enero de 1789, del nuevo rey Carlos IV.
Ascendido a brigadier, recibió Federico Gravina el mando de la fragata Paz y se le encomendó la misión de llevar a Cartagena de Indias al, nombrado por Su Majestad, virrey Joaquín Cañaveral.
En el año 1790, España se encontraba envuelta en un grave incidente con Inglaterra cuando ésta intentó apropiarse de la isla de Nutka, al norte de California.
Se formó una escuadra a las órdenes del marqués del Socorro y en ella Gravina ostentó el mando del navío San Francisco de Paula; alcanzado un acuerdo con Inglaterra, la escuadra no llegó a intervenir.
El año 1790, dos terremotos asolaron la ciudad de Orán, produciendo más de dos mil muertos. Los moros, al mando del bey de Mascara, Mohamed el Kebir, aprovechando la debilidad y desconcierto en la plaza, la sitiaron con más de diez mil hombres. Enterado de ello el rey don Carlos, ordenó se dispusieran de inmediato contingentes de tropas de desembarco y navales para acudir en ayuda de la plaza. El mando de estas fuerzas, por orden de Su Majestad, le fue dado a Federico Gravina.
El 28 de junio de 1791 desembarcó Gravina con sus fuerzas, después de duros combates exitosos gracias a la pericia de Gravina; el bey de Mascara hubo de desistir, retirando el asedio. Gravina retiró sus fuerzas a Mazalquivir, donde fueron embarcadas rumbo a España.
El Rey premió los relevantes servicios de Gravina en esta campaña ascendiéndolo a jefe de escuadra.
Por Real Orden de 24 de junio de 1792 Gravina fue comisionado a recorrer los arsenales de las potencias marítimas del norte al objeto de adquirir los suficientes conocimientos para llevar a cabo una profunda modernización de los arsenales españoles.
Los acontecimientos en Francia se precipitaron gravemente cayendo la Monarquía y proclamándose la República; las monarquías europeas se propusieron ayudar a la recientemente derrocada Monarquía francesa, y el Reino Unido declaró la guerra a Francia.
Todos estos acontecimientos sorprendieron a Gravina en Inglaterra visitando el arsenal de Portsmouth, teniendo que regresar urgentemente a España a principios de 1793.
El 7 de marzo de 1793 la Convención de Francia declaró la guerra a España por el apoyo que ésta había dado a Luis XVI. España se alió con el Reino Unido en esta guerra.
A Gravina se le dio el mando de cuatro navíos con la misión de pasar al Mediterráneo y unirse a la Escuadra de Juan de Lángara. Ésta, reforzada con las unidades al mando de Gravina, se unieron a la Escuadra del almirante inglés Hood, para todos juntos acudir en ayuda de la plaza de Tolón. Entre las batallas sostenidas con los republicanos franceses cabe destacar la dirigida por Gravina contra el fuerte de la Masque y las alturas de Mont Faron. Gravina dispuso atacar en tres columnas: el ala izquierda mandada por lord Mugrave, con los británicos; en el centro, Gravina con españoles y napolitanos, y en el ala derecha, el conde del Puerto con fuerzas combinadas. En este combate, en el que las fuerzas republicanas fueron rechazadas, Gravina fue gravemente herido en su pierna derecha y por tal motivo el ministro Valdés le escribía diciendo: “El Rey, a quien le dije, como siempre, el estado de la salud de usted, me dijo que por que se curaba usted con cirujano francés, que no haga usted caso de ellos, y se ponga en manos de los nuestros [...], los Reyes me han encargado que diga a usted que no se precipite en andar antes de tiempo [...].” Por su heroico comportamiento, Gravina fue ascendido a teniente general, concediéndosele el mando de todas las tropas en Tolón. Para notificarle tales hechos el ministro Valdés le escribió diciendo: “Amigo Gravina: no le quedara a vm. La menor duda de que miro a su honor con preferencia a todo, pues aunque no debía creer quedaba desairado en no mandar las tropas de tierra siendo General de Marina, y habiendo obtenido esta comisión por un accidente, para desvanecer todo escrúpulo, no solo queda a sus ordenes mi mismo hermano, sino que el Rey le ha hecho Teniente General, y ha mandado se publique en la Gaceta la carta de los toloneses que le hacen a vm. tanto honor. Y resta ahora que vm. se restablezca de su herida para disfrutar sin quebranto aquellas satisfacciones, y que usted confiese para la mía que no tiene la menor duda en la estimación con que le trata y aprecia su verdadero amigo. Valdés”.
El destino como gobernador de la plaza del general inglés O’Hara, hombre de difícil trato, enfrió las relaciones con los mandos españoles y en especial con Gravina, que seguía convaleciente de su herida. Las tropas francesas fueron imponiéndose progresivamente hasta que consiguieron la toma de las alturas de Mont Faron, lo que dejaba a las escuadras que estaban en el puerto en gran peligro, ello motivó que se decidiese la evacuación. Gravina se preocupó de mantener la retaguardia, siendo los últimos en salir de la plaza. Nombrado Lángara para otro destino, quedó Gravina al mando de la Escuadra y hubo de defender Rosas de los ataques franceses, hasta que el 22 de julio de 1795 se firmase la paz de Basilea.
Nuevos rumbos en la política llevaron a España a firmar el tratado de San Ildefonso el 18 de agosto de 1796, y de nuevo se vio España involucrada en la guerra europea, esta vez aliada de Francia contra Inglaterra.
Se encontraba el teniente general Federico Gravina en Cádiz al frente como 2.º de la Escuadra del Océano mandada por José de Mazarredo, cuando la escuadra inglesa, al mando de Nelson, intentó forzar el puerto y destruir la ciudad. Los ataques más intensos se llevaron a cabo los primeros días de julio de 1797; consiguió Gravina rechazar al enemigo, al que obligó a retirarse.
En 1801 se firmó la paz entre Francia e Inglaterra y por el Tratado de Amiens, y como resultado de esta paz, se devolvió Menorca a España y se quedó con Olivenza, pero esta paz fue efímera y se rompió en 1803.
El 8 de julio de 1804, Federico Gravina presentó sus cartas credenciales, como embajador de España, al emperador Napoleón. No fue éste un cargo que gustase a Gravina, más hombre de armas que político, pero su espíritu de servicio al Rey le llevó a desempeñarlo lo mejor posible, dentro de las dificultades del momento. Se volcó en intentar mantener la neutralidad de España en el reinicio de la guerra entre Francia e Inglaterra y luchó por mejorar los costes que suponían dicha neutralidad para España (6.000.000 de reales). Un hecho vino a ensombrecer esta lucha de Gravina por mantener la neutralidad; cuatro fragatas españolas procedente de América con caudales fueron capturadas por los ingleses sin que hubiese ninguna intención por parte de España en romper la neutralidad. Este incidente dio lugar a que Carlos IV declarase la guerra a Inglaterra, hecho que gustó mucho al emperador francés, que veía en España un posible aliado. Las negociaciones de dicha alianza fueron duras entre el ministro de Marina francés Decrés y el embajador español Gravina. El Emperador exigía de España: ocho navíos de línea, con seis meses de víveres y cuatro de aguada, cuatro fragatas y diez mil hombres en el departamento de Ferrol; quince navíos en el departamento de Cádiz y seis en el de Cartagena, todo listo antes de abril. Ni que decir, lo que esto suponía para una España que estaba viviendo un período de escasez y pobreza extremos. A cambio, Napoleón garantizaba a España la integridad de su territorio y la restitución de las colonias que pudieran conquistarse a los ingleses. Como puede verse, las compensaciones de Napoleón no pasaban de puras promesas difíciles de cumplir. Gravina, para salvar su responsabilidad ante tal tratado, consiguió incluir la siguiente cláusula: “Los treinta navíos que se piden podrán estar listos para la época designada; mas creo que no será posible reunir las tripulaciones necesarias para el dicho armamento, y que será todavía más difícil fabricar los seis millones de raciones que son necesarias para seis meses de campaña, y así lo he demostrado con mayor amplitud en mi nota y en todas mis conferencias”.
Gravina dejó la embajada en París y regresó a Cádiz al mando de la Escuadra (1805), se le unió la Escuadra francesa al mando del almirante Villeneuve y ambas Escuadras, a las órdenes de este último, partieron rumbo a la Martinica. Esta campaña, además de defender las colonias del acoso de los ingleses, tenía como misión fundamental distraer la atención de Nelson y apartarlo de Inglaterra; en efecto, Nelson salió a la búsqueda de ambas Escuadras, mas cruzó el océano sin conseguirlo.
De regreso, la Escuadra combinada a Europa, a la altura del cabo Finisterre, Gravina pudo ver una división británica al mando del almirante Calder. Rápidamente dio la orden de iniciar el combate y su navío insignia, el Argonauta, se lanzó contra el buque del almirante Calder. Cuando la batalla estaba inclinada del lado aliado, Villeneuve dio por terminada la acción, ocasión que aprovecharon los ingleses para llevarse prisioneros a los buques españoles El Firme y el San Rafael. Esta acción desagradó profundamente a Gravina, que lo puso en conocimiento de sus superiores.
Como desagravio, recibió grandes elogios del emperador Napoleón: “Gravina —decía en carta fechada el 11 de agosto de 1805— es todo genio y decisión en el combate. Si Villeneuve hubiera tenido esas cualidades, el combate de Finisterre hubiese sido una victoria completa”. Terminada esta campaña, Gravina y Villeneuve regresaron de mutuo acuerdo con sus Escuadras a Cádiz.
El 8 de octubre de 1805, el almirante Villeneuve convocó Consejo de Guerra a bordo del Bucentaure, con el objeto de decidir la conveniencia o no de salir a enfrentarse con la escuadra inglesa al mando del almirante Nelson. A este Consejo asistió por parte española el comandante general de la escuadra Federico Gravina; su 2.º, el teniente general Ignacio María de Álava; los jefes de escuadra Antonio de Escaño y Baltasar Hidalgo de Cisneros; los brigadieres capitanes de navío Rafael de Horce, Enrique Mac-Donnell y Dionisio Alcalá Galiano. Del Consejo, después de duras discusiones con la parte francesa y sin acuerdo, se decidió votar, saliendo como resultado “el no salir y permanecer fondeados esperando el momento más favorable, teniendo por tal aquel en que los enemigos dividiesen sus fuerzas para la protección de sus expediciones y de su comercio en el Mediterráneo”.
A pesar de la opinión contraria a la salida, expresada por los jefes españoles, y la propia de Gravina, Villeneuve, presionado por asuntos particulares, “tenía conocimiento que su relevo, como jefe de la Escuadra combinada franco-hispana, por el Vicealmirante frances Rosily-Mesros, estaba en camino”, forzó dicha salida, dividiendo la fuerza de la siguiente forma: una escuadra de batalla y una escuadra de reserva. La escuadra de reserva estaba al mando de Gravina. Nelson disponía de una escuadra más entrenada, con más experiencia, con más permanencia en la mar, con menos unidades pero mejor dotadas y con mejor artillería.
El 21 de octubre de 1805 se encontraron ambas Armadas frente a frente y comenzó el combate de Trafalgar, que sumió a España en un gran vacío de poder naval durante mucho tiempo.
Herido seriamente Gravina en su brazo izquierdo, siguió combatiendo, a bordo de su navío, Príncipe de Asturias, hasta que perdió el conocimiento como consecuencia de la pérdida de sangre. Trasladado a Cádiz, convaleció de la herida sometido a dolorosas curas sin que su estado mejorase, todo lo contrario, su salud se iba debilitando y consciente de ello se preparó para entregar su alma a Dios. Su párroco el cura Pedro Gómez Bueno intentó darle ánimos, a lo que Federico contestó: “Yo estoy sumamente tranquilo y conforme con la voluntad de Dios en mi interior. No me es sensible dejar este mundo; deseo morir como buen cristiano: sólo temo la presencia del Divino Juez que me ha de sentenciar en muriendo”.
El 9 de mayo de 1806 murió Federico Gravina y Napoli en su casa de Cádiz; sus restos mortales fueron depositados en la iglesia del Carmen. En 1854 los restos fueron trasladados al Panteón de Marinos Ilustres.
El año 1869 el Gobierno dispuso su traslado al Panteón Nacional de Hombres Ilustres y, por tal motivo, los restos fueron exhumados del Panteón, tributándosele honores de capitán general con mando en plaza, y posteriormente trasladados en tren a Madrid, donde permanecieron depositados en la basílica de Nuestra Señora de Atocha, hasta que desde el 28 de abril de 1883, durante el reinado de Alfonso XII, reposan definitivamente en el Panteón de Marinos Ilustres, en San Fernando (Cádiz).
Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional (Madrid), leg. 2850, Cartas de Valdés a Gravina.
J. Travieso (dir.), La Marina. Revista Científica, Militar, Administrativa, Histórica, Literaria, Política y de Comercio, t. II, Madrid, Imprenta de T. Fortanet, 1856, págs. 69-88; F. M. Montero, Historia de Gibraltar y su campo, Cádiz, Imprenta de la Revista Médica, 1860; F. de P. Pavía, Galería Biográfica de Generales de Marina, Madrid, Imprenta J. López, 1873; C. Fernández Duro, Disquisiciones Náuticas, Iconografía, t. III, Madrid, Imprenta, Estereotipia y Galvanoplastia de Aribau y Cía., 1878, págs. 407-412; Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón, ts. VII-VIII, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1895-1903; J. F. Guillén y Tato, Iconografía de los Capitanes Generales de la Armada (1750- 1932), Madrid, Imprenta Ministerio de Marina, 1934; C. Ibáñez de Ibero, Almirantes y hombres de Mar, Cádiz, Impresor Cerón, 1942, págs. 251-277; C. Fernández de Castro, El Almirante sin tacha y sin miedo, Cádiz, Impreso en Escelicer, 1956; C. Martínez Valverde, La Real Armada y don Federico Gravina en Toulon, 1793, Madrid, separata de la Revista General de Marina, 1967; C. Fernández de Castro, Elogio a Don Federico Gravina y Nápoli, Capitán General de la Armada Española, Madrid, Asamblea Amistosa Literaria, 1986; J. Cervera Pery, La Marina de la Ilustración, Madrid, Editorial San Martín, 1986; F. de Bordeje Morenco, Crónica de la Marina Española en el siglo xix, 1800-1868 (Vol. I); 1868-1898 (Vol. II), Madrid, Editorial Naval, 1993-1995; J. I. González-Aller Hierro, España en la mar. Una historia milenaria, Madrid, Lunwerg Editores, 1998.
Manuel Benítez Martín