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Juan José Ruperto de Cuéllar y Villanueva

Biografía

Cuéllar y Villanueva, Juan José Ruperto de. Aranjuez (Madrid), c. 1739 – Vigan, Ilocos (Filipinas), 1801. Naturalista, botánico.

Naturalista de la Real Compañía de Filipinas (1785- 1794) y botánico real “sin sueldo” (1785-1797).

Nació en el seno de una familia dedicada desde el siglo xvii al cuidado y cultivo de los jardines reales de Aranjuez. Posteriormente los Cuéllar se dedicaron a la práctica médica y a la botica. Efectivamente, su abuelo, Pedro de Cuéllar, el último del linaje dedicado a los jardines, contrajo matrimonio con Manuela Verdugo, hija de Juan Verdugo —un destacado médico de Carlos II—, matrimonio del cual nació su padre, Manuel de Cuéllar, quien practicó y ejerció en la botica que su tío materno, Pedro Verdugo, tenía en Aranjuez, desde 1724, y que posteriormente heredó (1742). Manuel casó, en 1737, con María Antonia de Villanueva, matrimonio del que nacieron cuatro hijos: Juan (1739), Pedro, Manuel y José (1750).

Manuel de Cuéllar murió en el año 1752, cuando el primogénito, Juan, tenía trece años y ya había conocido la muerte de su hermano Pedro. La botica pasó a manos del regente Manuel Ordóñez de Madrid y Zuazo, quien contrajo matrimonio con la viuda en 1753. En 1760, a la muerte de su madre, Juan de Cuéllar recauda su herencia y compra una botica en Madrid, “en la calle de Atocha frente de la Concepción Jerónima”, a la edad de veintiún años. En diciembre de 1760 entró a formar parte del Real Colegio de Boticarios de la Corte, como individuo de número (100), donde desempeñó cargos de responsabilidad, ininterrumpidamente, desde 1764 hasta 1781. El 15 de agosto de 1762, día de la Asunción de Nuestra Señora, contrajo matrimonio con María Rafaela Álvarez; y el 24 de mayo de 1765, el rey Carlos III le concedió la tutela de sus hermanos menores, Manuel y José, que vivían con su tutor y padrastro en Aranjuez. En 1769, a los treinta años de edad, enviudó.

En 1783 le embargan la botica “por la calamidad de los tiempos”, y comienza a asistir a las clases del Real Jardín Botánico de la Corte. Se examina de botánico el 2 de septiembre de 1784 y desde entonces asiste diariamente al Real Jardín para realizar el “herbario que por encargo de la junta se me ha confiado formar con arreglo al sistema de Linneo”. Posteriormente, en mayo de 1785, solicita y obtiene la cátedra de Botánica de la Real Sociedad Médica de Sevilla. No obstante, la toma de posesión tuvo que aplazarse por haber sido nombrado oficialmente para dirigirse a Cádiz al “reconocimiento” y “distribución” de setenta y tres cajones de producciones naturales que traía el médico y naturalista francés Joseph Dombey, enviado por la Corte de Francia al Perú, en la expedición que salió de España en 1777, como miembro acompañante de los farmacéuticos españoles Hipólito Ruiz y José Pavón, quienes dedicaron a Cuéllar el género “Cuellaria” en su Flora Peruviana et Chilensis.

En noviembre de 1785 renunció a la cátedra sevillana por haber sido nombrado “naturalista” de la recién creada Real Compañía de Filipinas para que “reconociese su suelo y recogiese sus frutos, y objetos útiles, promoviendo los ramos que pudiesen servir a su comercio, fomentando la agricultura”. Al mismo tiempo, debía enviar objetos de Filipinas y de Oriente para el Real Gabinete de Historia Natural de Madrid; y plantas, dibujos y herbarios para Real Jardín Botánico.

Por ello, y para el mejor desempeño de estas comisiones, el rey Carlos III, el 19 de noviembre de 1785, le concedió el título de “botánico real sin sueldo”.

Arbolando la bandera real, con el escudo de Manila sobre la franja roja inferior, zarpó del puerto de Cádiz el naturalista con su segunda esposa, María Borbón, y los responsables de la Compañía en Filipinas, en el navío Águila Imperial, a primeros de enero de 1786, siguiendo la ruta del cabo de Buena Esperanza. Después de ocho meses de navegación llegaron felizmente al puerto manilense de Cavite el 9 de agosto. Al poco de llegar, presentó al gobernador, Vasco y Bargas, su Real Cédula de 19 de noviembre de 1785, donde le solicitaba que ordenase a los justicias de los pueblos por donde transitase los auxilios necesarios para el mejor desempeño de su comisión botánica; lo mismo hizo con el intendente, Ciriaco González Carvajal. Y “para la mejor inteligencia con los naturales y desempeño en el ramo de botánica”, compró vocabularios de lengua tagala y visaya.

La familia Cuéllar se estableció en pleno corazón de intramuros de Manila, en la calle Real “la que va hacia el Arzobispado”, donde se concentraba lo más representativo del país en el orden social y arquitectónico.

Aquí estableció su laboratorio de química, dibujaron los nativos, escribieron los amanuenses, disecaron animales, y donde enseñó la botánica química a estudiantes “más adelantados en latinidad”, para lo que utilizó ejemplares del Curso Botánico de Ortega y Palau y el de Species Plantorum de Linneo.

Enfrente de la casa alquiló dos solares, uno perteneciente a “bienes de temporalidades” y otro a la hermandad de la Misericordia, donde sembró las plantas que recibía de sus comisionados, distribuidos por las islas, y que posteriormente remitía en macetas al Real Jardín Botánico de Madrid y de México. Con este jardín mantuvo correspondencia desde su establecimiento en 1787, y allí envió el árbol del canelo, el del mangostán, el del mango y el de la rima, entre otras producciones naturales.

El primer desplazamiento lo realizó a la provincia de la Laguna de Bay, jurisdicción de Mahayhay, y término de Taytay, donde reconoció árboles de nuez moscada y canela y “otras muy raras plantas”. Le impresionó la miseria en la que vivían los nativos y el poco interés que tenían en explotar sus riquezas naturales, como el café, el cacao, el palo brasil, el añil, el azúcar, el arroz, la pimienta negra “y otros muchos que espontáneamente se crían”. El primer envío, de objetos y plantas, para el Real Jardín y el Real Gabinete, lo realizó en los navíos de la Compañía Águila, Nieves y Placeres; donde mandó “conchas”, “algunas curiosidades”, maderas de las islas, “de la magnitud de una cuartilla de papely semillas. En macetas envió el canelo y el mangostán, que milagrosamente llegaron vivos a Cádiz en 1787; lo que provocó un serio incidente entre el botánico Gómez Ortega y el ministro Porlier, por su traslado inadecuado al jardín de Aranjuez. No obstante, fue la primera vez que estas dos plantas se aclimataron en suelo español, todo un éxito para la época; teniendo en cuenta que con este mismo objetivo la Real Sociedad de Londres convocaba premios infructuosamente desde 1777.

En 1788, el botánico solicitó de las autoridades españolas competentes la autorización para crear un Jardín Botánico en las Islas. La Real Compañía, por no contradecir al Rey, le adjudicó un terreno en el término de Malate, aunque advirtió a la Corte de la excesiva dedicación de Cuéllar a las comisiones regias y el perjuicio que las mismas ocasionaban a sus labores de naturalista “con cuyo objeto se le envió”. En ese año, el día del Corpus Christi, murió su segunda esposa. Y en diciembre remitió al ministro Antonio Valdés la descripción y usos de doscientas tres maderas de las islas, con el nombre en tagalo, sus medidas y aplicaciones, y presentó a la Compañía el método para la exportación del añil en pasta, pues en Filipinas los tintoreros nativos lo elaboraban líquido o “tintarrón”, de peor calidad.

Posteriormente —y debido a una Real Orden de 20 de enero de 1788, expedida al gobernador del archipiélago, donde se le ordenaba que procurase fomentar el plantío de canela y nuez moscada de la hacienda de Calavang—, Cuéllar volvió a la provincia de la Laguna de Bay, para recoger muestras de ambas especias, pues en la Corte se especulaba sobre la autenticidad de la enviada con anterioridad por su propietario, Francisco Javier Salgado. Con este envío, el botánico remitió una disertación sobre la “forma de beneficiar la canela y nuez de especia de Filipinas”. La Corona pretendía encontrar en las islas el verdadero Laurus cinnamomum de Linneo y competir con Holanda en el mercado internacional. Pero la canela filipina (que se daba silvestre en la isla de Mindanao) era de peor calidad que la de Ceilán, debido a una especie de “mucílago” o “babaza” que la hacía desagradable al paladar, aunque sus aceites esenciales eran apreciados en la farmacia.

Durante ocho largos años, Cuéllar intentó perfeccionarla, por lo que remitió constantemente a las autoridades metropolitanas muestras y escritos, siendo la citada hacienda su centro experimental, donde llegó a plantar más de seiscientos mil árboles de canela, junto con otros de nuez mocada, café, cacao, etc.

Durante estos años, el naturalista también se dedicó a la aclimatación del árbol de la rima, o árbol del pan (Artocarpus altilis), y el mangostán (Garcinia mangostana) en América y Filipinas. Perfeccionó el método de cultivar la pimienta negra, para extenderla por las islas, especialmente en la provincia de Tayabas, mejoró la calidad del azúcar (Pampanga), purificó el alcanfor (Laurus camphora); extrajo la sustancia colorante del sibucao (Caesalpina sappan), en carmín y extracto, y la de la corteza del árbol culit o calumpit (Terminalia sp); elaboró esencia de canela, de aplicación en medicina, y una especie de barniz o charol de marapajo. También se dedicó al fomento de las moreras, del añil en pasta, del achiote; y estableció comercio interior de tamarindos y cañafístula.

Al mismo tiempo se interesó por los tejidos, con los que experimentaba en el sótano de su casa, y en el “camarín” de Malate —utilizando telares chinos— donde elaboraba piezas de algodón, seda y del llamado “liencillo de China” (Urtica alba), que se daba en las islas, a los que aplicaba tintes (azul, encarnado y morado). Recibió varios encargos, entre otros, el de hacer los uniformes de los oficiales del Regimiento de Milicias. También experimentaba con medias de seda (curiosamente su hermano Pedro se dedicaba a estos mismos menesteres en la Corte de Madrid).

El memorial resultante de los experimentos, y varias muestras, fue del agrado de la Compañía, que consiguió ponerlas con éxito en el comercio. Paralelamente, y como “botánico real sin sueldo”, recopiló y envió ingente cantidad de objetos de Filipinas y países comarcanos, especialmente de China, incluidos libros, para el Real Gabinete de Historia Natural.

Asimismo, realizó envíos de plantas, herbarios y dibujos de plantas y animales para el Real Jardín Botánico sin ayuda ni remuneración alguna, aunque las solicitó en varias ocasiones.

Pero los intereses de la Real Compañía y los de su naturalista eran contrapuestos: la primera prefería traficar con productos foráneos y a bajo costo, y evitar invertir el 4 por ciento de las ganancias líquidas anuales, como establecía el articulo 50 de la Real Cédula de Erección de la Compañía (1785). De este modo conocía, con exactitud sus ganancias y sus pérdidas, por lo que las propuestas de mejora de los cultivos isleños caían en saco roto, al ser inciertos los resultados y los costos.

Mantuvieron al botánico en las islas por no contravenir al Rey, que recibía preciosos objetos y plantas de sus dominios más orientales, sin coste alguno.

Cuéllar pretendía viajar por las islas y reconocer sus riquezas naturales, a lo que se oponía rotundamente la Compañía. Por ello, solicitó de Carlos IV, en 1791, a través de sus ministros Porlier y Floridablanca, una expedición botánica “al modo de las que se están realizando en Perú-Chile y Nueva España”, con independencia de la Real Compañía, pero no obtuvo respuesta.

En 1792 realizó un nuevo envío a la Corte, en el mismo navío que lo había llevado a las islas en 1786, el Águila Imperial, doscientas noventa y tres libras de canela para el comercio, ciento treinta y dos muestras de madera, cuatro cajones con objetos para el Real Jardín y el Real Gabinete, como mariposas, insectos y animales de China y Filipinas “conservados en aguardiente”, así como dibujos de plantas y animales realizados por pintores nativos.

En ese mismo año de 1792, llegó a Manila la expedición del marino Alejandro Malaspina (1789-1994), después de tres días de navegación por el archipiélago filipino reconociendo las costas de Samar, Capul, Dalupiri y Luzón. Cuéllar viajó desde Calavang para poner a disposición de la expedición los conocimientos y noticias de las islas, especialmente a los encargados de la botánica e historia natural. El 11 de abril, en compañía del naturalista Antonio Pineda, regresó a la Laguna de Bay, para enseñarle la hacienda de Calavang, donde experimentaba con los canelos; posteriormente hizo lo mismo con los botánicos Luis Neé y Tadeo Haenke. Efectivamente, a Cuéllar le interesaba que informaran en la Corte de la necesidad de realizar excursiones y peregrinaciones botánicas por las islas, por lo que envió a Malaspina documentos justificativos de los experimentos realizados con la canela y otras producciones, y le solicitó que informara en la Corte.

Un año después, en 1793, informó al ministro Porlier de los últimos experimentos con la canela y le solicitó ayuda económica para el mantenimiento de la hacienda, donde había plantados más de seiscientos mil árboles, a punto de perderse, pues él no podía hacer frente a los gastos de mantenimiento, pero no recibió respuesta. A finales de año remitió en el navío Rey Carlos objetos para el Real Gabinete, dirigidos al duque de Alcudia, sucesor de Floridablanca, semillas para el Real Jardín, y una carta para Pedro de Acuña, sucesor de Porlier, donde le solicitaba que el Rey le concediese “la mitad del sueldo de los botánicos del Perú y Nueva España”, ya que estaba realizando las mismas actividades que éstos; pero tampoco obtuvo respuesta. Entonces se cumplían siete años de la llegada de Cuéllar a las islas.

Por Real Orden de 19 de junio de 1793 se aprobó la supresión de la junta de gobierno de la Real Compañía de Filipinas en Manila; y haciendo uso de la citada orden, la junta de gobierno de Madrid acordó, el 15 de febrero de 1794, que los directores de Manila y demás funcionarios de aquellas oficinas cesaran en sus cargos el 31 de diciembre de 1794. Efectivamente, el 14 de marzo de 1794, el secretario de la Real Compañía en Madrid envió a Cuéllar su destitución como naturalista; pero éste no la recibió hasta el 19 de junio de 1795. Para el botánico, la citada resolución era “absolutamente contraria a las intenciones del Rey”, por lo que decidió permanecer en Filipinas para seguir con la mejora de la canela y de la seda. Además, trabajaría como “comisionado” de la Real Compañía en los ramos del algodón y de la pimienta, en las provincias de Batangas y de Laguna de Bay. Y otra razón por la que decidió permanecer en las islas era su nuevo matrimonio con Gertrudis Blanco Bermúdez, su tercera esposa, española nacida en Filipinas, hija de un acaudalado regidor perpetuo de Manila y sobrina del marqués de las Salinas. Por todo esto, a partir de 1795 la figura de Cuéllar quedó reducida a la de “botánico real sin sueldo”, y como tal, sus actuaciones se limitaron a algunos envíos al Real Gabinete, como minerales, conchas y aves, y plantas y semillas para el Real Jardín.

En 1797, el gobernador Rafael María de Aguilar comunicó al Rey el establecimiento del alumbrado público en Manila; al frente del mismo puso a Cuéllar, quien elaboró las instrucciones pertinentes para su mantenimiento. Posteriormente lo nombró alcalde mayor de la provincia de Ilocos (1798), una especie de gobernador provincial, para que fomentara la producción de los tejidos de algodón, conocidos por su calidad desde tiempos remotos en esa provincia. E independientemente de dicho cargo, también le adjudicó el de “superintendente de las fábricas de lonas del pueblo de Sarrat”, asignándole el 5 por ciento de sus ganancias. Al mismo tiempo, la Real Compañía le nombró “factor” en Ilocos.

Ya en Vigan, cabecera de la citada provincia, no pudo tomar posesión como alcalde mayor, porque el que ostentaba el cargo se negaba a abandonarlo. No obstante, dedicó sus días a las otras comisiones y a elaborar un voluminoso informe sobre los pueblos de la provincia, con la intención de proceder a la creación de nuevos núcleos de población, y a su división en dos cabeceras. El 16 de junio de 1800 fue nombrado —por segunda vez— alcalde mayor de Ilocos, pero tampoco pudo tomar posesión, pues el anterior alcalde se negaba de nuevo a abandonarlo, aunque eran públicos sus desfalcos a la Real Hacienda, motivo por el cual se le encargó a Cuéllar la recaudación de tributos. Por fin, en marzo de 1801 tomó posesión, asumiendo —además— la administración de la Real Renta del Tabaco. Ejerció escasos meses como alcalde, pues murió en Vigan a finales de ese mismo año, a los aproximadamente sesenta y dos de edad, sin dejar descendencia. Su tercera esposa, Gertrudis, fue su legítima heredera. Quince años habían transcurrido desde su llegada a las islas, en 1786, al servicio de la Real Compañía y del Rey, y en pos de unos ideales: contribuir a las reformas borbónicas del Siglo de las Luces.

 

Obras de ~: “Manifiesto o pequeño discurso acerca de la canela de las islas Filipinas comparada con la de Ceilán y China” (Manila, 22 de enero de 1789), al que adjunto la “Descripción del árbol que produce la canela de Filipinas” (Manila, 22 de enero de 1789), en VV. AA., Continuación del Memorial Literario de la Corte de Madrid, t. I, Madrid, Imprenta Real, julio de 1793, págs. 135-138.

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Maria Belén Bañas Llanos