Dávalos, José Manuel. Lima (Perú), 1758 – 23 o 24.X.1821. Botánico y médico.
Nació en Lima en 1758. Su padre, Joaquín Dávalos lo matriculó en el seminario conciliar de Santo Toribio, donde aprendió Latín bajo la dirección de los maestros Pedro Gil y Nicolás Cortés. Pasó después a la pontificia Universidad Agustiniana de San Ildefonso, donde cursó Filosofía Escolástica con el profesor fray Juan Antonio de Rivero, se graduó de bachiller en Filosofía (1780) y de maestro en Artes (1782).
Pronto Dávalos se apartó de la carrera eclesiástica y optó por la Medicina, especialmente por la Cirugía, rama en la que Francisco de Rúa y Collazos le enseñó Anatomía en el Hospital de San Andrés, en Lima, y después pasó a practicar en modestos hospitales. Durante cinco años estudió teoría y práctica de la Cirugía al lado de Cosme Bueno, Aguirre, Moreno y Rúa. Al ser mulato sufrió el impacto de la sociedad que no le perdonaba su color de piel y su origen humilde, caso frecuente desde las disposiciones de comienzo del XVIII que eran una barrera casi infranqueable para las aspiraciones de éstos, y decide ir a estudiar a las viejas escuelas europeas, decisión valiente para la época, pues había que obtener un permiso especial de la superioridad. Llegó a la Facultad de Medicina de la Universidad de Montpellier, la Mons pessulans medieval, en la que, entre 1784 y 1788, recibió enseñanzas, al lado de los grandes maestros renovadores franceses, de Química botánica, Anatomía y disección de cadáveres, y el estudio de la clínica. Fruto de los estudios fue la tesis Specimen Academicum dedicada a “la muy noble y muy fiel ciudad de los Reyes” sobre las enfermedades reinantes en Lima y su método de curación titulada: De morbis nonnullis Limae grassantibus ipsorumque therapie. La tesis constaba de nueve capítulos en los que analiza sucesivamente las fiebres, cardialgias, cólera, disentería, hidropesía, cáncer, sífilis, sarna y mal de siete días, y proponía como remedio para los empeines una hierba hedionda cestrum hediondinum. En algunos párrafos de la misma refuta a Cornelio Paw cuando habla de la degeneración biológica de los peruanos en particular y de los americanos en general. Después de ser publicada en Journal de Médicine, de París, la tesis es elogiada en la prensa europea, incluso Humboldt destaca su habilidad clínica y sus conocimientos terapéuticos.
El 13 de marzo de 1788, Dávalos obtiene licencia de embarque para su mujer, Adelaida Carlota, que se encuentra en Montevideo, aduciendo que está “deseando restituirse con su esposa por lo perjudicial que le es su separación”.
En esa época, los estudios de Botánica alcanzaban gran auge gracias a las expediciones enviadas a la América virreinal, sobre todo la de Hipólito Ruiz y José Pavón. Dávalos, desde sus estudios en Montpellier, se había interesado por esta ciencia y en especial por el sistema linneano; y, en 1789, fue nombrado catedrático de Química de la Universidad de San Marcos; después catedrático interino de Botánica (1795), y al año siguiente obtuvo la plaza por oposición derrotando en la misma a Juan Tafalla, el primer agregado de la expedición citada, pero un laudo de 1797 otorgó la cátedra a Tafalla. Tampoco obtuvo, en 1798, la cátedra de Método de Medicina, vacante por la muerte de Cosme Bueno. Ante tantos fracasos piensa probar fortuna en México, pero desiste.
En 1809, por fin, el chantre de la Santa Iglesia José Silva, le da posesión de la cátedra de Materia Médica, acto en el que explicó “las birtudes de un específico”.
Hay quien atribuye estas vicisitudes a que las relaciones entre Dávalos y Unanue no fueron siempre muy cordiales, sobre todo en momentos en los que hubo rivalidad profesional. Trabajó también en el hospital Santa María de la Caridad, y sus observaciones médicas fueron publicadas en la Gaceta del Gobierno de Lima.
Dávalos a través del estudio de la higiene se ocupó de las cualidades organolépticas de las aguas de Lima, y Unanue se basó en ellas para dar algunas reglas profilácticas para su consumo. Se le considera uno de los epidemiólogos fundadores de la Medicina preventiva en el Perú al lado de Belomo, Devoti, Unanue y Tafur, grupo que conocía la obra de Edward Jenner y de Benjamín Waterhouse. Dávalos colaboró en las conferencias clínicas de San Andrés desarrollando el tema de las viruelas, y estuvo al frente del servicio de vacunación oficial con Belomo, con la gratificación de seiscientos pesos anuales cada uno. Ayudaron ambos a Salvany desde su llegada al Perú (23 de mayo de 1806) al frente de la Real Expedición Filantrópica de la vacuna, que les obligaba a mantener a su costa a los jóvenes vacunados y a dar las órdenes para la conservación del pus. Así, pues, vacunaban en las casas consistoriales, en las calles, plazas, suburbios y lugares distantes casi todos los días de la semana; y desde ese año Dávalos se ocupó de la higiene, recibía consultas, vacunaba, enviaba las listas de los niños vacunados y opinaba sobre la mejor forma de poner en marcha la campaña preventiva.
Cuando Salvany marchó al sur del Perú, a principios de 1807, Dávalos lo sustituyó y recibió el fluido de vacunación y rindió justo tributo a Belomo por haber sido el primero que vacunó en Lima recién llegado el primer fluido (22 de octubre de 1805). No obstante, hay puntos oscuros en esta historia acerca de cómo Belomo consiguió vacunar antes de la llegada de la Real Expedición. El Real Colegio de Medicina y Cirugía de San Fernando, creado en 1808, inicia la marcha ascensional de la Medicina preventiva, y jugó un papel decisivo en todo el proceso de la vacunación en el Perú, desde la llegada de la Expedición Filantrópica. Al año siguiente, Dávalos entró a formar parte del cuerpo docente de dicha Institución sustituyendo al italiano Devotti y, el 22 de agosto de 1812 asistió a la primera junta de catedráticos.
En su activa campaña contra la viruela, Dávalos trabajó con tesón y su opinión era considerada en las diversas sesiones de la junta del Cabildo de Lima. Fue el primero que tuvo la intuición de la degeneración o debilitación del poder biológico del fluido. Lo envió en una oportunidad a Puno y Arequipa, presentó listas de vacunados y trabajó para ver si se obtenía el verdadero cow pox. En 1813, publicó Dávalos Constitución médica en la que hacía atinadas observaciones sobre patología y terapéutica. Prosiguió su obra en provecho de la vacunación y presentó, en 1818, un informe a la Junta Central sobre el estado en que se encontraba la vacuna en el Perú. En 1820 con Devotti contribuyó a que el “grano vacuno regenerara”, permitiendo una buena vacunación, cuando todos creían que la potencia biológica había decaído.
La biblioteca de Dávalos contenía además de la Anatomía completa de Martín Martínez, de gran influencia en la medicina peruana del siglo XVIII, un rico fondo bibliográfico selectamente nutrido: Memorias de Trevoux, Botánica de Linneo, Cartas eruditas de Feijoo, Les Recherches anatomiques sur les glandes de Bordeau; La fábrica anatómica de Vesalio, Les recherches anatomiques de Bordeau, la nosografía de Pinel, obras de Tissot, Piquer, Stoll, Haen, Brown, Haller, Cullen, Winslow, Bauhin, Hoffmann, Baglivio, Ramazzini y Zacchias. Entre los clásicos en Medicina: Hipócrates, Galeno, Avicena, Sydenham; las obras de los naturalistas Hipólito Ruiz y José Pavón; los grandes de la filosofía, literatura, poesía: Cicerón, Quintiliano, Virgilio, Plutarco, Horacio, Homero, Salustio, Newton, Leibnitz, Chateaubriand y muchos otros. La mayoría de estos volúmenes estaban disfrazados para evitar las persecuciones de la Inquisición, y el propio Dávalos, Unanue, Valdés, Peste y otros, hasta sesenta, suscribieron un acta hostil al Santo Oficio.
Dávalos dedicó esfuerzos a demostrar cuán equivocado estaba Paw cuando en el libro, Investigaciones filosóficas —impreso en Berlín (1768) y reeditado en varias ocasiones— atacaba duramente al Perú y a otros países americanos, enfatizando acerca de la inferioridad del ambiente americano, por ejemplo, cuando decía: “Los americanos son incapaces de mejorarse y perfeccionarse con la instrucción. [...] El clima de América era propio para abastardar las almas, no sólo de los naturales sino de los europeos que venían a avecindarse. [...] De la Universidad de Lima no había salido un solo hombre que escribiese un mal libro. [...] Los árboles de hueso como los almendros, nogales, ciruelos y cerezos, han vegetado poco o nada en América. [...] Las lenguas americanas son tan pobres que no hay una siquiera que tenga números para contar arriba de tres”. El primer motivo polémico de Dávalos es la reivindicación de las personalidades científicas de Lima: Herrera, Peralta, Olavide, Bravo del Castillo, Baquijano, entre otros. Respecto al clima, sostiene Dávalos que el del Perú en general es muy saludable y no se le puede imputar todas las enfermedades, y afirmaba que “hay en el Perú un lugar llamado Piura, en donde la sífilis desaparece sólo con la influencia salubre del clima, y que las brisas balsámicas de Miraflores curaban ipso facto las tercianas y las enfermedades pulmonares, y el tétano es allí completamente desconocido”. Las enfermedades se deberían, en todo caso, a sus alimentos grasos, viscosos y pesados, a comer demasiado y mal, a llenarse con carne de cerdo con papas (Dávalos sospecha que contienen algún elemento nocivo), con yucas (crudas son perjudiciales según comentaron los primeros cronistas, por ejemplo, Pedro Mártir) y con ingredientes picantes. Otros factores de morbilidad serían el guarapo y el aguardiente, y los cementerios y hospitales enmedio de la ciudad.
Paw, hombre ilustrado que confiaba en el progreso pero sin fe en el hombre, no creía, como Rousseau, en la bondad natural del hombre de la que tanto se habla en el siglo XVIII. Junto con Buffon, y más tarde Hegel, dan a América una existencia en el futuro, porque en el presente y en éste sólo existe un viejo mundo, ya maduro y perfecto, listo para servir de canon, paradigma, punto de referencia para cualquier otra parte.
La primera defensa ideológica de América tomó forma de respuesta a los planteamientos y afirmaciones fáciles de aquellos que, desde sus escritorios en Europa, escribieron acerca del estado natural y humano del nuevo continente, como hicieron, en la mitad del XVIII, los naturalistas franceses cuando quisieron contribuir a esclarecer los lugares comunes, los rumores, las anécdotas de viajeros que se escuchaban acerca del nuevo continente y sus habitantes. Para éstos todavía tenía valor la antigua asociación de que el clima determina el genio. La generalización más común sostenía que América era una tierra débil e inmadura, es decir, su proceso evolutivo no había concluido. La originalidad del rigor científico de Buffon para aclarar esta suposición no dio para tanto, pues concluyó que esa debilidad era resultado del estado aún frío de la tierra que genera humedad y pantanos y, por consiguiente, es el lugar apropiado para la reproducción de todas las especies de sangre fría. Según este principio, la naturaleza americana era la responsable de la debilidad física y moral tanto de los animales como del hombre. En esta generalización cupieron tanto nativos como descendientes de inmigrantes; no era el hombre en sí el defecto mismo, sino la circunstancia de haber nacido en una tierra imperfecta. Si Buffon creía en la imperfección de la naturaleza como la responsable de la ausencia de ciertas especies animales o de la debilidad de éstas, Paw se apartaba de las explicaciones naturalistas y concluyaba que el problema radicaba en la forma de vida del nativo americano. Para él, la especie americana no era resultado de la imperfección intrínseca, sino por naturaleza, degenerada y decadente.
Estas tesis que hoy parecen cómicas no tendrían la menor importancia si no fuera porque su difusión por el continente generó un “embrionario patriotismo americano”. Este nacionalismo incipiente se expresó no sólo por la defensa sino también por la apología de las excelencias naturales y únicas de América. Para refutar cuán equivocadas, hirientes y mal fundadas eran las tesis de los franceses, la elite criolla educada se encontró con la necesidad de contemplar atentamente a su alrededor para así estudiar y describir la maravilla y originalidad de esas tierras; sus volcanes, minerales y los efectos saludables del clima. A partir de ese ejercicio intelectual se delineó la conciencia de superar los prejuicios de inferioridad física atribuidos al continente. La defensa de la geografía y la descripción detallada de los recursos, así como el estudio de la flora y la fauna, se convirtieron en una reacción unificada en contra de los argumentos fáciles elaborados en Europa.
La refutación a estas tesis entre la elite criolla tuvo una notable bifurcación que interesa destacar aquí.
La crítica peruana se orientó principalmente hacia la defensa y exaltación del clima y los recursos minerales.
Sus más conocidos exponentes fueron: José Manuel Dávalos, Hipólito Unanue y José Eusebio Llano Zapata. Estos intelectuales, sin embargo, al intentar responder con seguridad a la ofensiva, no trascendieron el nivel de la crítica de los franceses.
Encontraron más utilidad para su defensa en los límites de la apología del clima y la calidad de los minerales de las tierras peruanas. En pocas palabras, en ninguno de estos escritos se hacía mención del pasado Inca, y no se muestra ningún interés en rescatar su antigüedad y elevarla a un plano universal. La tendencia del criollismo a establecer la diferencia entre lo indio y lo español es notable en el Perú de fines del siglo XVIII. Esta corriente fue expresada por el grupo de intelectuales “La Sociedad Amantes del País” (llamada por otros “La Sociedad Académica de Lima”) fundada para estudiar y promover los intereses del Perú, y en particular para editar un nuevo periódico, el Mercurio Peruano. Se trataba de la idea criolla de que todos los nacidos en América eran compatriotas, paisanos; así, los términos “patria”, “país” y “Perú” pretendían vincular a indios, castas y criollos, pero era el término “nación” el que unía exclusivamente a los españoles americanos con los peninsulares. El peruanismo contenía diversos elementos conservadores al igual que radicales, y conflictivas nociones de patria: unos lo consideraban compatible con la unidad a la Corona española y otros creían que sólo podría realizarse en una nacionalidad independiente.
El tema preferido de los intelectuales peruanos, la defensa apologética de la naturaleza, podía desarrollarse sin temor a riesgo alguno. La mentalidad ilustrada de Dávalos hizo que defendiera la idea de que las enfermedades de los residentes en América eran debidas a sus dietas, sobrecargadas de grasa, y a una supuesta toxicidad de las patatas y de la yuca. En una carta escrita para conseguir el nombramiento honorario de médico real, reiteró su defensa de la ciencia americana: “Trato [...] de escribir o confrontar la medicina peruana con la de Europa”. La biblioteca de Dávalos ofrece una idea de lo que en Francia se estudiaba en la época. Se debe recordar que, a pesar de su inteligencia y cultura, tuvo grandes dificultades en su carrera en el Perú por ser mulato, pero no fue obstáculo insalvable para él. Cuando el Perú contaba con nueve diputados en aquel único e irrepetible Congreso Hispanoamericano (1811), Dávalos era uno de ellos y se unió a la defensa vehemente que se hacía para consagrar los principios de igualdad de derechos entre peninsulares y americanos, una única nacionalidad, la libertad de pensamiento y de expresión, la soberanía del pueblo para reemplazar la del Rey; se otorgó el sufragio a los analfabetos y se concedió la nacionalidad a los españoles pardos, los negros, a quienes se habían marginado. Ello constituyó un triunfo del diputado peruano Dionisio Inca Yupanqui, quien en defensa de aquéllos mencionó el caso de dos pardos, entre otros, residentes en el Perú: José Manuel Dávalos y José Manuel Valdez.
El nacionalismo americano parece haber comenzado por el lado geográfico y natural. En contra de Paw no se alzó la voz de Dávalos, sino las de Unanue, Caldas, del Valle y otros. Las ideas de aquél eran vistas por los hispanoamericanos como contrarias a su afán de independencia, pues al afirmar la degeneración de los habitantes de América estaba proporcionando argumentos a la Corona española para mantener su dominio. Dávalos estampó su firma en el Acta de la Independencia (21 de julio de 1821). El pasado étnico se percibía a través de mitos, símbolos y leyendas, mientras que el nacionalismo emergía como la primera expresión de conciencia y defensa cultural de dicho pasado, que proveía de identidad cultural propia a la comunidad que buscaba autonomía política.
La tensión étnica racial entre las diversas categorías se trataba, en el Perú, del típico antagonismo racial entre indios y blancos, éstos controlaban prioritariamente la economía, religión y política, como es bien sabido.
José Manuel Dávalos está considerado uno de los iniciadores del estudio de la Química y de la Botánica en el Perú virreinal, fue miembro del hospital de la Caridad y de la Academia de Medicina de París, y poco antes de morir en Lima (23 o 24 de octubre de 1821) contribuyó a que el Real Colegio de Medicina y Cirugía de San Fernando se transformara en el Colegio de la Independencia.
Obras de ~: De morbis nonnullis Limae grassantibus ipsorumque therapie, tesis doctoral, Universidad de Montpellier, Facultad de Medicina [en J. F. Picot, Montpellier, 1787; Journal de Médicine, vol. III (1788), págs. 122 y ss.]; “Informe que dio el Doctor Dávalos a la Junta Central sobre el estado actual de la vacuna”, en Gaceta del Gobierno de Lima, 59, 2 de septiembre de 1818; “La razón de las enfermedades que aparecieron en el Hospital de Santa María de la Caridad en el mes de marzo de 1819 y su método de curación”, en Suplemento de la Gaceta del Gobierno (Lima), 34, 15 de mayo de 1819.
Fuentes y bibl.: Archivo General de Indias (Sevilla), Contratación, 5532, 3, r. 17, 1r.-2r., s. f.
Papeles varios de biblioteca de Lima, t. II, 1788, págs. 102 y ss. J. T. Polo, “Apuntes para la biografía del doctor José Manuel Dávalos”, en La Crónica de Lima, II/17 (1885); J. Toribio Medina, “Una carta autobiográfica de José Manuel Dávalos”, en Biblioteca Hispano-Americana, vol. V, Santiago de Chile, Impreso en casa del autor, 1902, págs. 239-240; R. Vargas Ugarte, “La biblioteca médica de don José Manuel Dávalos”, en Cuadernos de Estudios, Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Católica del Perú, 2, 1943, págs. 325-342 (en Revista del Instituto de Investigaciones históricas, Lima, Universidad Católica de Lima, 1943); A. Gerbi, Viejas polémicas sobre el Nuevo Mundo; en el umbral de una conciencia americana, Lima, Banco de Crédito del Perú, 1946 (ed. rev., The Dispute of the New World, University of Pittsburgh Press, 1973); J. B. Lastres, Historia de la Medicina peruana, I. La Medicina incaica. V. La Medicina en la República, 1951, Lima, Imprenta Santa María; “El doctor José Manuel Dávalos”, en Documentos, 3 (1951-1955), págs. 329-342; La Cultura Peruana y la Obra de los Médicos en la Emancipación, Lima, Editorial San Marcos de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1954; La Salud Pública y la Prevención de la Viruela en el Perú, Lima, Imprenta del Ministerio de Hacienda y Comercio, 1957; El pensamiento de William Haevey en la medicina peruana, Lima, Editorial San Marcos, 1957; J. Arias Schreiberg, Los médicos en la independencia del Perú, Lima, Peste Editorial Universitaria, 1971; A. Tauro del Pino, Diccionario Enciclopédico del Perú, t. I-IV, Lima, Editorial Juan Mejía Baca, 1966-1975; J. M. López Piñero, T. G. Glick, V. Navarro Brotons y E. Portela Marcos, Diccionario histórico de la ciencia moderna en España, vol. I, Barcelona, Península, 1983; A. D. Smith, The Ethnic Origins of Nations, London, Basil Blackwell, 1986; J. Lynch, The Spanish American Revolutions 1808-1826, New York, W. Norton and Company, 1986 (1.ª ed. en esp., Las revoluciones hispanoamericanas, Barcelona, Editorial Ariel, 1976); C. Estremadoyro Robles, Diccionario Histórico Biográfico de Peruanos Ilustres, Lima, Editorial Científica, 1990.
Manuel Castillo Martos